—19 —

SALIMOS del edificio cogidos de la mano. Se lo agradezco en silencio; no sé si estoy preparada para tratarlo de manera impersonal después de lo que ha pasado entre nosotros.

Parece que, pasado el arranque de pasión, estamos más calmados. Vamos dando un lento paseo rumbo a ninguna parte. Caminamos tranquilos, sin intercambiar palabras, en un silencio agradable... que estoy deseando que acabe.

Estoy que ardo y, encima, sin bragas. Al andar, se cuela por entre mis piernas una brisa fresca, agradable. Demasiado agradable, casi seductora... me refresca el sexo, recordándome cómo de húmedo y lleno lo tenía hace menos de 20 minutos.

—¿Te importa si pasamos un momento por mi oficina? —pregunta—. No queda muy lejos. Solo quiero comprobar que los planos, que necesito para mañana, estén ordenados correctamente; no es la primera vez que mi ayudante no los etiqueta como es debido, voy a una presentación de obra y me veo allí sin saber qué hacer y con cara de tonto.

«¿Yo no puedo dejar de pensar en sexo, y él lo hace del trabajo...? Algo anda mal.»

—Por supuesto que no —respondo—. A lo mejor, yo también me animo y te dejo un recuerdo en tu oficina. Puede que me tome la revancha...

Lo digo sin mirarlo ni una sola vez a la cara, como quien va hablando del tiempo. Estoy picada y quiero provocarle alguna reacción... Antes de acostarnos, las pocas veces que nos habíamos visto o hablado por mensajes, era más activo. Parece que, al final, después del sexo, sí que se le ha ido todo el interés.

Intento sacar otros temas de conversación, algo banal que no resulte incómodo. Al fin y al cabo, esto no tiene que terminar de manera fría, ¿verdad? Se queda en silencio y esa es toda la respuesta que necesito para confirmar mis sospechas. Le suelto la mano, incómoda, y aunque sigo caminando a su lado, ya no me apetece ir a ninguna parte con él.

Mis ojos se llenan de lágrimas que luchan por salir, pero parpadeo varias veces y venzo a la angustia. Me siento tan mal. Tengo ganas de correr hacia mi casa y meterme en la cama... Dios, ¡soy patética! Aarón tenía razón, no sirvo para estas cosas.

Se detiene en un portal y me hace un gesto para que lo siga.

—Toni, creo que debería irme a casa —mi voz suena un poco grave por contener el llanto—. Estoy un poco cansada.

Me acerco para darle dos besos y alejarme lo más dignamente posible, pero me toma de los hombros, obligándome a quedarme en el lugar.

—Soy un gilipollas, Cristina. Créeme, lo sé. —Me vuelve a coger de la mano y me empuja hacia el portal—. Vamos arriba, hablaremos en mi despacho.

—No hace falta ir a ningún sitio, Toni. No te preocupes, ya he captado la indirecta. Ya nos veremos por ahí.

—Que no, que tú te vienes conmigo. No quiero hacer una escena aquí, pero si tengo que cogerte como a un saco de patatas y subirte yo mismo, lo haré.

—Nada de cogerme. —Me bajo el vestido en un gesto nervioso y susurro—, no llevo bragas, ¿recuerdas?

—Como si pudiera olvidarlo... —suspira—. Bueno, eso da igual. Mis vecinos admirarán las vistas.

Hombre obstinado. Pero tengo curiosidad por lo que crea que tenga que decirme. Estoy convencida de que voy a asistir a una clase de Cómo desecharla después del sexo sin herir sus sentimientos. Tal vez, algún día sea yo la que tenga que usar lo aprendido en esta clase práctica.

—Vale, pero solo un momento. Es verdad que estoy cansada.

Asiente, y subimos por las escaleras hasta el primer piso. La oficina tiene un concepto abierto, es amplia y bastante luminosa. Unas pocas mesas equipadas con ordenadores y mesas de dibujo esparcidas desordenadamente. Me dirige hacia una de las pocas puertas que hay y entro con él. Es su despacho.

Paredes blancas, poco mobiliario y de tipo industrial. Todo muy moderno, pero un poco árido. No es mi estilo. Hay rollos de cartón y plástico repartidos por las paredes, tanto, que casi parecen parte de la decoración.

—Compruebo los diseños y ya estoy contigo.

Me quedo de pie junto a la puerta mientras le veo abrir y cerrar rollos comprobando las etiquetas de cada cosa.

—Ya está. Siéntate, por favor —me pide.

Me señala a las sillas que están colocadas al frente de su mesa y se acomoda en su sitio. Le sienta muy bien estar allí. Me recuerda a uno de esos magnates poderosos del petróleo o a como, creo yo, que serían.

Espera a que me siente para empezar a hablar.

—¿Cuántas veces te he pedido perdón desde que nos conocemos? —pregunta—. Siento que me repito, pero contigo, todo me sale mal.

—No hace falta que te disculpes por nada, en serio —le disculpo—. Ya somos adultos, podemos tratarnos de una forma cordial cuando nos reunamos por la obra o nos veamos por ahí.

Qué falsa que soy. Ahora mismo soy una niñata herida e, incluso, me pica la mano por darle una bofetada.

—Déjame terminar, por favor. Quiero hacer las cosas bien, no quiero que me veas como un capullo. —Se recoloca en la silla—. Hace 7 meses que dejé una relación que duró 6 años, íbamos a casarnos a finales de este año. Todo era perfecto; lo único malo, que no nos queríamos... Bueno, yo no la quería.

¿Por qué me cuenta todo esto? No hace falta dar tantos rodeos para decir no quiero verte más.

—La conocía de toda la vida y una noche de fiesta nos enrollamos, no sé como acabamos juntos, porque la veía más como a una amiga que como a mi novia —explica—. La sangre no me ardía por ella, ni al principio ni al final. El que duráramos juntos tanto tiempo fue un milagro. Mis padres la adoraban, ella llevaba toda la vida enamoradísima de mí y me daba pena romperle el corazón...

—No entiendo por qué me cuentas todo esto. Vete al grano, no sé por qué le das tantas vueltas en vez de decirme de una vez que no quieres verme más.

—A eso voy. Cuando la dejé, me volví un poco loco con las mujeres. Si podía, cada noche estaba con una diferente... —respira profundamente—. Te conocí el otro día y, con ese cuerpo perfecto tuyo, me atrajiste instantáneamente, pero a medida que hablamos, me encontraba deseando saber todo sobre ti, cualquier cosa.

—Vale, querías follarme, eso ya está claro. Lo hemos hecho, ¿puedo irme ya o vas a seguir mareando la perdiz?

—Te vi y te deseé, sí. Pero no solo deseé tu cuerpo, Cristina. —Se oye el reproche en su voz—. Cuando antes me dijiste que no te habías acordado de mí en todo el día, me dolió... ¡A mí! ¿Cómo va a ser eso? —Ahora suena incrédulo—. Quise marcarte como si fuera un puto animal, así ya nunca te seria indiferente, y, de paso, dejarte claro que no soy olvidable... pero cuando te saboreé, olvidé por qué lo hacía. Solo buscaba darte la mejor experiencia de tu vida ¿entiendes lo difícil que es para mí admitir todo esto?

Asiento con la cabeza. La verdad es que me siento un poco abrumada. No sé qué pensar... y él no se calla; no me deja asimilar las palabras.

—Soy un hombre, no una mujer afectada por el síndrome premenstrual. Nunca me quedo mucho después de haberme corrido, pero no pude alejarme de ti; durante todo el camino hacia aquí estuve tenso, con el pensamiento de que tal vez sientas lo mismo que yo. ¡Joder! Tengo 32 años, ya es tarde para convertirme en un puto llorica...

Tras esa declaración, «un poco desconcertante», me debato entre el entusiasmo por no ser rechazada y el escepticismo más crudo. Nos acabamos de conocer, no puede sentir nada por mí. Eso sería... raro. La palabra acosador tintinea en mi cabeza. «¿Por qué no tendré un spray de pimienta en el bolso?»

Cuando voy a decir algo educado y huir cagando leches, me hace un gesto con la mano para que lo deje hablar. Como diga algo parecido a compromiso eterno o similar, no hay educación que valga, salgo por patas.

—No creas que me he enamorado de ti ni nada de eso. Solo estoy flipando; en un momento de lucidez me he dado cuenta que eres la primera chica a la que he querido conocer de verdad en casi toda mi vida. Estoy asombrado.

—Uff, menos mal ¿por qué das tantas vueltas para eso? —pregunto—. Y yo que tenía miedo de que te quisieras hacer un vestido con mi piel...

Respiro aliviada, parece que me han quitado un peso de encima. Mucha mala suerte sería que el primer hombre en el que me fijo en mucho tiempo fuera un psicópata.

—Yo también hacía bastante que no conocía a nadie que me gustase y no monto tanto drama... ni que hubieras estado 8 años sin acostarte con nadie, como he hecho yo.

Mi filtro mental ha fallado. No debería haber soltado la última parte. No quiero que se crea especial, aunque en cierto sentido, lo sea.

—¡¿Qué?! Perdona, ¿puedes repetir?, creo que no te he escuchado bien. ¿Has dicho ocho años u ocho meses?

—He dicho ocho años, y sé que es mucho tiempo —aclaro—. No hace falta que pongas esa cara de asombro. No iba para monja ni nada, es solo que no me atraía nadie.

—Sabía que tenías un fondo inocente, pero no me esperaba esto.

Tiene en los labios una sonrisa brillante, sé lo que está pensando.

—No estés tan orgulloso de ti mismo. Digamos que me cogiste en un momento liberal de la vida, si nos hubiéramos conocido hace dos meses, me habría sonrojado y echado a correr, lo más rápido posible, en la dirección contraria a ti.

—¿Y qué te ha hecho cambiar de forma de ser? Sé que mi sex appeal es irresistible... pero no creo que haya sido yo.

—Fue un cúmulo de cosas. Estaba cansada de no disfrutar de la vida, me sentía como una mujer mayor. Veía a Aarón divertirse tanto, de una mujer a otra, que me animé a ir tras ello.

—Me alegro que decidieras empezar a vivir, sobre todo porque ha ido en mi beneficio. Por cierto, ¿quién es Aarón?

Me dan ganas de decirle: a ti que te importa, porque, por alguna razón, quiero guardar a Aarón solo para mí. Es mi amigo, solo mío... además, tengo la corazonada de que si se conocieran, se caerían bien al instante.

Me obligo a contestar porque sé que se vería raro el no hacerlo, aunque lo hago a regañadientes.

—Es mi mejor amigo —empiezo a explicarle—. Aunque no estuvo de acuerdo con mi cambio de actitud, me enseñó algunas reglas a seguir sobre los rollos pasajeros, es una especie de erudito en el tema. Se las sabe todas. Ha abierto más piernas femeninas que yo mi nevera en toda la vida.

—Entonces, tiene que ser impresionante. ¿Por qué no se alegró de tu cambio de vida? ¿Te has enrollado con él? —interroga.

Me siento como si me estuviera haciendo un tercer grado, solo le falta apuntar la luz en mi cara.

—Primero: nunca he tenido nada con él, es mi mejor amigo. Es un ángel, no tiene sexo para mí... Segundo: no estuvo muy feliz, porque dice que yo soy material para cosas a largo plazo, que no me adaptaría a los rollos pasajeros. Tercero: nunca me interrogues. Jamás. Y mucho menos sobre mi mejor amigo en el mundo entero. Aarón ha estado conmigo en todos los momentos importantes, sean buenos o malos, ha estado allí.

—Entendido, nada de preguntas. Esperaré a que tú me quieras contar algo personal —dice en un tono demasiado complaciente.

—Reconoce que fallaste en las formas al preguntar. Siempre y cuando sea de buenas maneras, puedes curiosear sobre lo que sea, «y yo decidiré si contestar o no».

—Vale, me salió el instinto depredador. No pasará más. Tienes que perdonarme si hago o digo más cosas como estas, no estoy acostumbrado a caminar alrededor de una chica por mucho tiempo, y mucho menos si está vestida... —Le doy un golpe en la cabeza—. Tengo que reconocer que tu amigo ya me cae bien. Si intenta protegerte, debe quererte mucho.

—No lo sabes tú bien, es como el hermano mayor salido y sobreprotector que nunca tuve ni quiero.

Se levanta y camina hasta ponerse delante de mí. Al estar de pie, apoyado en la mesa con los brazos cruzados sobre el pecho, y yo sentada... su paquete queda justo a la altura de mis ojos.

—Aclarados los puntos sobre mi ataque de pánico y la no competencia de ningún otro hombre, te pregunto: ¿qué es lo que quieres de mí?

Si le digo que por ahora, solo quiero que me monte hasta que no pueda volver a cerrar las piernas por lo menos en una semana, ¿seré muy directa...? Mejor tirar por lo seguro.

—Lo único que quiero es conocerte y divertirnos juntos. Estar como hasta ahora me vendría bien.

—Ok, estoy de acuerdo —dice mientras asiente—. Solo te pido una cosa: exclusividad. Sé que esto no es serio, pero ya sabes que me atraes y no me gusta compartir. Yo tampoco veré a otras mujeres el tiempo que dure lo nuestro.

Mientras habla, no puedo evitar mirarle el paquete, que está cada vez más grande y me hace la boca agua.

—Ya hemos charlado. Sé que no eres bipolar ni un psicópata, que no veremos a nadie más... todo me parece bien. Ahora, yo tengo una pregunta para ti. —Me chupo los labios—. ¿Vas a seguir hablando o puedo vengarme, por fin, del ataque que me hiciste en la oficina? Contesta rápido, porque me muero por chuparte la polla y no sé si aguantaré mucho sin bajarte el pantalón.

Se incorpora de un salto y se lo empieza a desabrochar él mismo.

No hay mejor respuesta que esa.