—20 —
NO me siento muy valiente en este momento. No cuando tengo una verga gorda y cabezona apuntando directamente a mis ojos. Por un momento, siento el loco impulso de agarrarla y empezar a cantar, pero enseguida se me pasa... «bueno, mejor lo apunto en cosas pendientes».
«A ver, Cristina, sé lógica. Lo básico te lo sabes: abrir bien la boca, metértela hasta el fondo, sacarla. Volver a repetir todo lo anterior». En teoría es fácil, pero ¿y si no le gusta lo que le hago?, ¿y si lo muerdo accidentalmente y me quedo con un trozo de glande alojado en la garganta? No quiero ni pensar lo que tendría que decir en urgencias...
No sé qué hacer. Al final, me decido y la cojo con la mano izquierda, que es con la que agarro el micro cuando voy al karaoke... «no pienses en eso, joder». La tanteo, es suave al tacto, pero, a la vez, dura como el granito. La muevo para poder mirarla desde todos los ángulos posibles.
—Cristina, cariño. Te advierto que estoy al límite. ¡Hazme algo, por Dios!, o acabaré violándote en el suelo.
La loca idea de la no violación me seduce. «Otra cosa que va directa a tareas pendientes.»
—Lo siento, pero es que no sé qué hacer. Ya te dije que nunca se lo había hecho a nadie —decido ser sincera. Me conozco, y aunque me muera de ganas por probarlo, terminaré por no hacerle nada—. Estoy muy nerviosa.
—Por una extraña razón, el que no se lo hayas hecho a nadie, me pone mucho más cachondo. —Se la aprieto un poco sin darme cuenta y gime—. Prueba cualquier cosa, seguro que me gustará. ¿No me dijiste el otro día algo sobre un Calippo? Yo seré tu helado particular... y si te portas bien, al final consigues una sorpresa, como en los Kinder.
Me saca una sonrisa y, gracias a eso, todos mis nervios se esfuman. Saco la lengua y la paso lentamente por la gorda cabeza... mmm, suave. Me animo y me la meto de lleno en la boca, giro la lengua en círculos mientras muevo la cabeza adelante y atrás; cojo velocidad y me ayudo de la mano para hacer más presión mientras con la otra le acaricio la bolsa fruncida que tiene debajo.
Me acaricia la cabeza y siento que está luchando por no follarme la boca con rudeza. Se la suelto, y con las dos manos le agarro el culo con fuerza mientras me la vuelvo a meter entera otra vez. Le amaso las nalgas, esperando que entienda que puede hacer lo que quiera conmigo... me ancla por la cabeza y empieza embestir dentro de mi boca, duro y rápido. Intento respirar por la nariz y olvidarme de las arcadas que a veces me provoca; cuando creo que no voy a aguantar más, con un me corro acaba entre mis hinchados labios.
Me lo trago todo y, para mi sorpresa, no me desagrada el sabor que deja el rastro de su orgasmo en mi lengua cuando sale de mi boca. Es más, estoy bastante caliente; me he quedado con las ganas.
—Joder... si esta ha sido tu primera vez, no quiero ni imaginar cuando hallas practicado un poco más. Serás la reina de las mamadas.
No es una declaración de amor, pero me siento orgullosa. Yo solita he podido darle una experiencia memorable a este hombre. A lo mejor, decir memorable es pasarse de la raya, pero así es como me siento.
Se apoya en el escritorio, con la polla aún colgando. Ahora que la tiene flácida no es tan bonita, le sobra piel o algo... Definitivamente, su pene no erecto me parece feísimo. Tendré que hacer algo para que su verga sufra una transformación digna de Cambio Radical, necesito que vuelva a parecerme atractiva y, de paso, Toni pueda volver a metérmela. Soy una mujer con necesidades.
—Entonces, ¿lo he hecho bien? —pregunto inocentemente.
—Por si mí estado casi vegetativo no te lo ha dejado lo bastante claro, te lo diré de forma más directa: me has matado.
Esto tiene que celebrarse, y no veo mejor forma de hacerlo que follando. Las ganas de explotar me vuelven atrevida... me levanto el vestido un poco más, abro las piernas y espero a que se fije en la unión de mis muslos.
Jadea cuando se percata de mi nueva y sugerente postura.
—No creo que se me levante durante un rato, pero puedo ayudarte con eso...
Aparta los papeles de la mesa y me sienta encima. Me termina de sacar el vestido, poco a poco, rozándome con los pulgares al subir la prenda por el costado de mis pechos. En este momento, me encantaría verme en un espejo, sentada con las piernas abiertas, con el sexo expuesto y con solo un sujetador impidiendo que esté completamente desnuda.
Pasa los dedos encima del encaje del sujetador. Una suave caricia que casi ni noto, pero que hace que mi piel se ponga de gallina; me cubre con su cuerpo, pero solo para poder soltar el broche de la prenda; me lo quita por los brazos en un único movimiento fluido y lo lanza por encima de su hombro.
Repite la misma suave caricia de antes, pero esta vez lo siento piel con piel. Los pezones se me endurecen al instante, casi hasta el punto del dolor.
Me empuja para que quede acostada a lo largo del escritorio y yo me siento como si estuviera en un altar a punto de ser entregada como ofrenda sexual a algún dios pagano.
Por unos segundos, que para mi duran toda una vida, solo se dedica a observarme, paseando sus dedos a lo largo de mi pecho y abdomen.
—Sabia que tendrías unos pechos preciosos, es un gran fallo por mi parte el no haberles dado el trato que se merecen —la voz le suena grave, está tan afectado como yo.
Rodea con su pulgar mi pezón izquierdo y yo me arqueo hacia su caricia. Necesito que me toque justo donde no lo hace; que me pellizque, que me muerda, lo que sea... pero que me haga algo.
Hace lo mismo en mi otro pecho, rodeándolo con su puñetero dedo, haciéndome desearlo más que nunca. Agarra ambos y empieza a masajearlos, los junta, y por fin baja la cabeza para dar un largo y perezoso lametón a mis doloridos pezones. Estoy a punto de correrme solo con eso; si solo pudiera darme algo de fricción entre las piernas, haría el camino hasta el orgasmo yo sola.
Toni parece que se anticipa a mis pensamientos y ahueca, con su gran mano, mi hinchado sexo. No la mueve, solo la mantiene posada firmemente transmitiéndome su calor, haciéndome arder. Me mantiene anclada a la mesa mientras su boca experta se rota de un pecho a otro, martirizándolos.
Empieza a mover la mano despacio, demasiado despacio para mi gusto, apretándome el dorso contra el clítoris. Sin avisarme, me introduce dos dedos de golpe y así, sin más, me corro. Atrapo su mano entre mis piernas, impidiendo que la retire. No hace falta que mueva los dedos, solo con sentirlo dentro de mí, ya es suficiente.
Siento el cuerpo laxo, y tengo ganas de echarme una siesta, pero Toni no me lo permite.
—Has conseguido empalmarme otra vez, pensé que después del orgasmo de antes sería imposible bombear la sangre suficiente para que la polla se me pusiera dura de nuevo. —Aún estando en medio de una bruma sensual, su tono de asombro no me pasa desapercibido.
Me ayuda a cambiar de posición. Mis pies, firmes, tocan el suelo, aunque pensaba que no tendría fuerzas para aguantar mi peso, me recuesta boca abajo encima del escritorio. Siento el frio cristal a lo largo de mi torso, recordándome que aún estoy desnuda. Me mueve las piernas con su rodilla, instándome a abrirlas de forma que se pueda acomodar entre ellas.
Oigo un sonido de algo al rasgarse y me imagino que será el condón. Lleva la cabeza de su miembro a mi entrada y, de un solo empujón, me penetra, comenzando un ritmo castigador que me lleva a la locura.
—No pares, no pares... Estoy a punto de correrme otra vez —digo con un quejido lastimero.
Alarga la mano para poder llegar a mi clítoris y me lo pellizca sin dejar de penetrarme. Me corro tan fuerte que podría jurar que he visto las estrellas.
Agarrándome fuertemente de las caderas, da un par de embestidas más y se corre gritando mi nombre. Lo siento temblar a mi espalda, controlando la respiración.
Me remuevo incómoda, porque me estoy clavando en los muslos el filo de la mesa. Se aparta y, aún con el condón puesto, me ayuda a incorporarme; me he quedado pegada a la mesa y cuando me separo, se oye un sonoro ruido como de succión.
Riendo por lo absurdo de la situación digo:
—Recuérdame que nunca vaya a Ikea contigo, viendo el fetiche que sientes por el mobiliario de oficina, no quiero ni pensar en cómo de ansioso te pondrías allí.
—Eres una graciosilla, estás muy envalentonada. Estoy indefenso en esta situación, no puedo correr detrás de ti y darte unos azotes —me dice—. Estoy seguro de que no te meterías conmigo si no tuviera la polla envuelta en látex.
Nos limpiamos y arreglamos para irnos, pero antes de que lleguemos a la puerta, alguien pica en ella.
Es el chico del otro día, el del ascensor. Espero que no lleve mucho tiempo fuera, porque si no, menudo bochorno...
Me saluda con un tímido hola y yo, a mi vez, me apunto con el índice la frente. Se pone rojo como un tomate; bueno, así no pensará en lo que crea que ha pasado dentro de este cuarto.
—¿Qué haces aquí a esta hora? —dice, de repente, muy serio, Toni.
—Vine a comprobar que los rollos estaban bien etiquetados. Aún me acuerdo de la que me armaste la última vez...
—Ya los he comprobado yo, así que puedes irte. Te he dicho muchas veces que no me gusta que estés aquí tu solo.
A este Toni no lo reconozco como el chico simpático y apasionado de hace un momento, más bien, parece un jefe explotador. Se ve que el chico está avergonzado, no debería de hablarle de esa forma delante de mí.
Me revuelvo un poco incómoda.
—Te esperaré fuera —digo escabulléndome por la puerta lo más rápido que puedo—. No tengas prisa.
Cuando por fin sale, lo hace con una sonrisa, como si hace unos instantes no se hubiera comportado como un cretino con un empleado.
—Te invito a cenar —dice zalamero—. Después podríamos pasar por mi casa... a por el postre.
La verdad es que no me apetece nada. Prefiero ir a mi casa y tumbarme ante la tele un rato. Ver su actuación como jefe me ha enfriado un poco.
—Mejor lo dejamos para otro día. No te quería decir nada, pero estoy un poco dolorida aquí abajo —elogiar a un hombre es la mejor manera de salirse con la tuya—. Realmente me has dejado para el arrastre.
Parece sopesar mis palabras y aceptarlas como válidas, porque me da un caluroso abrazo y un beso en la sien.
—No recordaba que hacía mucho tiempo para ti. Lo comprendo. —Con razón ha aceptado tan rápido. Que haya sido mi primer hombre, después de 8 años, parece ser que le ha gustado. Cosas de machos...—. Pero prométeme que intentarás hacerme un hueco mañana.
—Lo prometo.
Cuando voy de camino hacia mi casa, caigo en la cuenta de que casi no nos hemos besado. «Con lo besucona que era yo cuando iba al instituto...» Pero el sexo ha estado mejor que bien, no tengo ni idea de cómo he podido estar sin practicarlo durante todos estos años.
«Qué bajo has caído, Cris... Mintiéndome a ti misma, claro que conoces la razón.»
Vale, lo admito: no sabía lo que me perdía, así que, simplemente, no lo echaba de menos; lo que yo practiqué no debería estar considerado como sexo. La mecánica era la misma: dos cuerpos que se unen, para introducir el apéndice A en la ranura B, en una maniobra en la que solo uno de esos cuerpos encuentra algo de satisfacción (y no era el mío). Creo que su nombre técnico es: polvo conejero.
No le puedo echar toda la culpa a mis pocas parejas de cama, yo también era joven e inexperta y, seguramente, me faltaba algo de entusiasmo; pero ellos tampoco se quedaron atrás. Bueno, en lo del entusiasmo me ganaban por goleada...
Conclusiones: ¡viva el sexo placentero! Y sobre todo si lo es para mí...
Ya meditaré, en otro momento, el por qué no me nace.