—30 —

EN el trabajo, las cosas van a cien por hora. La cena de gala para recaudar fondos se acerca y estoy como loca con todos los preparativos: flores, música, catering, las locuras imprevistas de Lola... como decidir, en el último momento, cambiar la ubicación y todo lo que eso conlleva, «más trabajo para mí»: volver a imprimir todas las invitaciones con la nueva dirección, reenviarlas y que todo esté otra vez listo para la gran noche.

Estoy en mi oficina, tratando de cuadrar a los invitados en las diferentes mesas, siguiendo las notas que me dejó Lola de quién no se habla con quién y quién es la amante del marido de otra para no sentarlas juntas... es más trabajo de lo que pensaba.

Cuando la puerta se abre, levanto la vista y me encuentro a Toni, tan guapo como siempre, con su mirada fija en mí. Sufro un momentáneo deja vu, por la última vez que lo vi en la misma posición.

Me mira con tanto ardor que siento su fuerte escrutinio visual físicamente. Pasa su mirada de manera lenta por mi cuerpo. Cabeza, cuello, pechos... hasta que la mesa le impide la visión.

—Hola, Cristina —dice en tono sugerente—. Estás muy guapa.

—Hola —murmuro sorprendida de que se encuentre en mi despacho.

Se acerca a la mesa y pasea los dedos sobre ella. Sé exactamente en lo que está pensando, o más bien, recordando. La piel se me pone de gallina, porque yo también lo recuerdo; pero, al contrario que a él, aunque fue muy satisfactorio, no me apetece repetirlo.

—¿Hay algún problema arriba? —pregunto en referencia a la obra del jardín.

—¿Así es como serán las cosas ahora entre nosotros? ¿Solo trabajo? Me decepcionas, Cristina... —dice—. Y yo que vine a darte un regalo.

—No hace falta que me des nada, en serio.

—Pero yo quiero hacerlo. Te lo compré el último día que pasamos juntos, te fuiste con tanta prisa que no tuve oportunidad de dártelo.

Pone una bolsita encima del escritorio y la empuja hacia mí.

—De verdad que te lo agradezco, pero no puedo aceptarlo. Ahora no —me reafirmo.

Se aparta para sentarse en el sofá color crema y seguir taladrándome con la mirada. Me siento muy incómoda. No habla, parece que ni siquiera respira. Solo se dedica a intimidarme... y no lo voy a consentir.

—Mira, Toni, siento mucho no haber quedado contigo para aclarar las cosas cara a cara, pero ya sabes cómo es mi vida. No he tenido tiempo «ni ganas» —me disculpo.

Hace un gesto con la mano para que me detenga.

—No has abierto mi regalo.

Estoy a punto de decirle otra vez que no lo quiero, pero, por su mirada, creo que la única forma que tengo de que me deje tranquila es abrirlo. Solo espero que no se haya atrevido a comprarme un tanga... viniendo de él, no me extrañaría.

Abro la bolsa y saco el pequeño paquete que se encuentra en el interior. Desgarro el papel que lo adorna y veo una cajita de madera preciosa; está tallada a mano con una enorme flor que la envuelve por completo. Es un regalo espectacular.

—Muchas gracias. Me encanta —digo sin dejar de acariciar el relieve que forma el dibujo.

—El regalo está dentro, Cristina. Aunque me alegro de que te guste la caja, porque la he hecho yo.

—Te dije, en su momento, que soy fácil de contentar. Con la caja ya me bastaba.

Retiro la tapa y no puedo creer lo que veo dentro. Es una gargantilla (de lo que supongo que es) oro blanco, con piedras engarzadas alrededor y una más grande sobresaliente en forma de lágrima. Es precioso. Pero es un regalo que le harías a una novia o esposa, no a alguien al que acabas de conocer o, menos, con el que ya no tienes ninguna relación... Casi que hubiera preferido el tanga...

—Es muy bonito, Toni. Pero no puedo aceptarlo —digo incómoda—. Se ve muy caro y no estoy preparada para este tipo de regalos.

Le devuelvo la caja cerrada. Lamento ver en su cara el ceño fruncido por la decepción.

—No tienes que rechazarlo, no te estoy pidiendo nada a cambio. En su momento, lo vi y me acordé de ti —dice mirando al suelo. Suena enfadado, como cuando le niegas algo a un niño pequeño—. Esto me pasa por querer ser amable.

—No te pongas así. Si quieres, me quedo con la cajita. Eso sí puedo aceptarlo. Soy de gustos sencillos y si encima están hechos a mano, mejor que mejor —digo intentando dárselo a entender sin que se ofenda—. No te sientas mal, por favor. De verdad que aprecio el detalle, solo que no estoy preparada para aceptar ese tipo de regalo.

—Vale, olvidemos el dichoso collar —dice mirándome al fin—. ¿Cómo te va la vida? Y tú amigo Aarón... ¿Cómo está?

¿Eso a que viene ahora? Estoy flipando con este tío.

—Todo me va bien y Aarón está fenomenal —respondo cortante.

—Te lo pregunto porque el otro día, mientras subía en el ascensor, lo vi hablando con Ro y Lola en la sala. Parecían muy íntimos, los tres juntitos —comenta sarcástico—. No sabía que le hacía falta trabajo. Si te dignaras a coger el teléfono, me lo podrías haber dicho. Le habría buscado algo.

—Déjate de sandeces, Toni. Vete directo al grano. No hace falta que inventes estúpidas excusas si quieres sacar el tema de Aarón. Abórdalo directamente y dime qué quieres saber de una vez.

—No tengo nada que decir... Solamente, no entiendo cómo una mujer que pasó casi toda su vida adulta en un, prácticamente, celibato autoimpuesto, puede pasar tan rápido de ser una santa a una zorra insaciable... Ya sabes, no podía solo conformarse con un chico con el que era compatible sexualmente, sino que tenía que seducir a su mejor amigo para quedarse satisfecha —expone y sigue hablando en un tono seco—. Ya que creo que te puedes sentir identificada, ¿me lo podrías esclarecer de una manera clara y concisa? Tal vez, si tú me lo explicaras, llegaría a entenderlo.

Es un puto cínico. Lo peor de todo, es que me está tratando con una intransigencia que sé que merezco, pero que no voy a permitir.

—Toni, sé que me porté mal contigo, pero tienes que entender que no lo planeé. Lo que ocurrió entre Aarón y yo no tiene nada que ver contigo, porque si no recuerdas, tú y yo no estábamos juntos.

—No estábamos juntos, es verdad. Pero te pedí que, mientras durara lo nuestro, fuéramos exclusivos. Y uno de los dos no lo cumplió —exclama—. A saber a cuántos más te follaste estando conmigo...

Mi temperamento se enciende y salgo de la protección que me da la mesa para encararlo más cerca.

—Ahora suenas como un hombre despechado... —digo—. Me das pena. Si para defenderte porque te sientes ofendido, tienes que tratarme como una cualquiera, allá tú. Eres un infeliz y un inmaduro, y me alegro de no haber dejado que lo nuestro siguiera hacia delante... ni te imaginas la desilusión que me llevaría al conocer tu lado infantiloide. Ya estoy cansada de esta conversación, no tengo que pedirte perdón por estar enamorada de otro hombre.

—De todo lo que has dicho solo he oído: yo, yo y yo... ¿Y qué hay de mí, de mis sentimientos...? —dice—. No pensaste en mí cuando te estabas tirando a tu mejor amigo ¿se rieron de mí cuando estaban juntos? El pobre tonto que pensaba que te tenía seguro... Tenía planes para nosotros, joder.

Ahora me siento fatal. He pasado de la ira a la pena en un segundo. No sabía que tenía sentimientos hacia mí, creí que estábamos en la misma sintonía en cuanto al carácter de nuestra relación.

Me siento a su lado en el sofá y le tomo de la mano.

—Te ruego que hagas un esfuerzo y que me creas cuando te digo que lo siento. Nunca quise hacerte daño. Creí que solo nos estábamos divirtiendo —digo—. Nunca me acosté con Aarón ni con ningún otro cuando estábamos juntos. Sí nos besamos, pero no pasó de ahí —le confieso porque quiero ser sincera—. Estaba confusa, y tras pasar esa última noche juntos, se me aclararon las ideas. Nunca tuve la intención de engañarte ni de hacerte daño —reitero.

Suelta el agarre de mi mano y se gira hacia mí.

—Perdona por todo lo que te dije antes... no lo sentía de verdad. Solo buscaba el dañarte como tú me hiciste a mí. —Se acerca despacio y deposita un casto beso en mis labios—. No te digo adiós porque aun no estoy preparado para ello, mejor un hasta luego, ¿sí?

—No sé que me deparará el futuro, pero por ahora, estoy bien como estoy. —No quiero darle falsas esperanzas—. Ahora estoy con Aarón y no me apetece mirar más allá del tiempo presente.

Se levanta y se acerca a la puerta. Antes de abrirla, se para y dice:

—Quédate con el collar. Cuando lo vi, me lo imagine en tu cuello y ni pensar en devolverlo o en dárselo a otra. Sé feliz, Cristina.

—Vale, lo intentaré —contesto porque no se me ocurre nada más que decir.

—Lo que dije sobre Aarón era verdad. Lo vi en esta casa hablando con tu jefa y su nieta... si desde un principio empieza a ocultarte cosas, a saber qué más te omitirá en el futuro... —dice—. De todas formas, tienes mi teléfono...

Se da la vuelta y se va. Así, sin más. Como si no hubiera removido los cimientos de mis inseguridades respecto a Aarón, miedo a que me trate como a las demás, a no ser suficiente para él...

De todas formas, creo que Toni se confundió de persona; Aarón nunca ha estado aquí y ni siquiera conoce a mi jefa. Además, si así fuera, me lo diría, ¿verdad? No entiendo por qué no me lo diría.

Porque, ¿qué razón tendría para estar en mi trabajo si no la de verme a mí...?