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YA pasaron dos semanas y me costó muy poco acostumbrarme al trabajo. Lola, como insistió que la llame, es muy fácil de llevar. Siempre me lo dice todo con antelación, así que no me llevo ninguna sorpresa. Además, su anterior ayudante era súper eficiente y me lo dejó todo clarito como el cristal.
Mis funciones van desde llevar sus facturas hasta concertarle las citas que necesite. Lo comparo con dirigir tu propia casa, pero a gran escala. Hablo mucho con Emilio, porque él se encarga de revisar los víveres y hacerme una lista con todo lo que se necesita, es un hombre muy eficiente y, sobre todo, muy simpático; lleva casi treinta años con Lola, y se nota, por cómo se tratan, que se quieren mucho. Parecen hermanos, siempre peleando por boberías...
La obra del jardín ya ha empezado y va viento en popa. Por lo menos eso es lo que creía yo, pero Lola, «se me hace raro llamarla así», piensa que no es normal que no hayan puesto ni una flor... no es consciente que en la azotea han tenido que realizar una deforestación en toda regla.
Subo al ático, ideando la mejor forma de decirle al jefe de obra que la señora ha cambiado de idea y ya no quiere un espacio tipo zen, sino que prefiere que se vea más como el jardín Butchart... Y lo quiere todo acabado en el mismo periodo de tiempo.
Me doy un pequeño paseo por el amplio terreno, ahora vacío. Sin todas esas plantas salvajes de por medio se puede ver lo mal aprovechado que estaba el espacio.
Me dirijo a la parte de atrás donde tienen una pequeña caseta para las herramientas. Allí, acostado encima de unos sacos de arena, hay un hombre con el torso al descubierto...
No sé quién es, porque alguna tela le cubre la cara; el jefe de obra seguro que no, porque es más bien fondón y este que veo tendido en frente de mí tiene un cuerpazo de escándalo; aun estando en una postura relajada, se le marcan los músculos de los brazos y los pectorales duros como rocas, y aunque no tiene un six pack perfecto, posee un abdomen duro. Tiene todo el torso cubierto de una fina capa de vello rubio que sale desde el pecho y le llega hasta el ombligo para convertirse en una línea muy fina que desaparece en su pantalón vaquero de tiro muy, pero que muy bajo... tatuajes tipo étnicos adornan sus brazos y en el pectoral izquierdo. Todo sobre una piel dorada, perfecta. Estoy salivando, y eso que no le he visto la cara...
—Hola, busco a Rodrigo, el jefe de obra. Hola...
Tiene que estar profundamente dormido porque no hace ni un sonido de reconocimiento. Ya no salivo. Me estoy enfadando, ¿quién es este que se cree que está en la playa tumbado, todo a gusto...? Me acerco y lo zarandeo un poco.
—Amigo, se acabó la siesta. Tienes que levantarte ya. —Lo muevo con un poco más de fuerza—. No puedes dormir aquí.
Noto cómo se despierta estirándose como un gatito satisfecho. Aún tumbado, se quita la camiseta de la cara y se me queda mirando.
Adiós, enfado... hola, lujuria...
Es espectacular. Pelo rubio que le cae un poco por la frente sin llegar a tapar los ojos turquesas más brillantes que he visto nunca, nariz aguileña y unos labios carnosos. Barba de varios días le cubre una mandíbula varonilmente cuadrada. Tengo ganas de estirar la mano y tocarla a contra pelo para hacerme cosquillas en la palma... Lo estoy mirando embobada, por lo menos espero no tener la boca abierta.
—Hola. —Intento reaccionar y no decir cualquier estupidez—. Estoy buscando a Rodrigo, ¿sabes dónde está?
Me está taladrando con la mirada y yo siento mucho calor. No sé a qué espera, pero es de muy mala educación mirar así... «Me estoy convirtiendo en mi madre, qué horror». Me acuerdo de lo que me dijo Aarón e intento tranquilizarme. Respiro hondo y le digo:
—Te puedo mandar una foto si quieres, así dejarías de mirarme fijamente y me contestarías de una vez. No sé quién eres, pero si no quieres terminar pareciendo espeluznante, por lo menos, parpadea.
Y así lo hace, varias veces, como si estuviera desentumeciéndose. Se levanta, se pone la camiseta, «que lástima, por Dios, tendría que haberse quitado algo, no ponerse más capas encima», se acerca y me tiende la mano.
—Lo siento. No suelo estar tan espeso cuando me despierto, será el sol que me ha dejado el cerebro derretido... Soy Antonio Ramos, el arquitecto. —Me estrecha la mano en un fuerte apretón que dura un par de segundos más de lo esperado.
—Cristina Santana, ayudante de la señora Gutiérrez —le digo—. Siento si te he despertado, pero no me esperaba encontrar a nadie aquí, mucho menos, durmiendo. Estaba buscando a Rodrigo para comentarle un asunto de la obra, pero ya que estás tú aquí, aprovecho la oportunidad.
—Normalmente, estos temas se tratan conmigo directamente, pero he estado de viaje estás últimas semanas y delegué todo en Rodrigo —explica—. Si quieres, vamos a tomar algo y me lo cuentas todo allí. No es muy profesional, pero me parece que estoy deshidratado... Solamente me tumbé un poco al sol y al final caí rendido. Jet lag, creo. Estoy un poco avergonzado, la verdad.
—No pasa nada, hombre. Si te encuentras mal, lo podemos dejar para otro día... —digo sincera.
—No, no... Estoy bien. Solo me hace falta espabilarme un poco. El paseo me despejará la mente. Si quieres, vamos a una cafetería aquí cerca. De verdad que te lo agradecería, podrás comprobar que no me voy quedando dormido en todas las propiedades privadas que encuentro... —dice embozando una sonrisa matadora.
Ahora sí que estoy ardiendo, mis bragas sufren una combustión espontánea...
—Vale —le digo con una sonrisa—. Pero te advierto que me he llevado una muy mala impresión de ti, tendrás que invitarme a algo fresquito y a algún tentempié que lo acompañe para poder resarcirme por el trauma emocional de verte ahí descamisado y tumbado en los sacos. Llegué a pensar que estabas muerto, menos mal que tus ronquidos me avisaron de lo contrario...
—Eso sí que no, señorita, por ahí no paso. Yo no ronco, respiro fuerte... —Me pone la mano en la parte baja de la espalda—. Venga, vamos, que de verdad necesito líquidos.
Estoy lanzada, que después digan que no coqueteo. Aarón estará muy orgulloso de mí.
Vamos caminando hacia un bar cercano mientras me cuenta el por qué estaba la obra tan sola. Yo no me había dado cuenta, la verdad. Por lo visto, les tocó examen médico a todos, y él estaba esperando que llegaran; se puso tan cómodo mientras lo hacía que, al final, se quedó frito.
Nada más sentarnos, pide un zumo, yo no puedo evitarlo y me pido una cervecita. Ya han pasado las 12 del mediodía, la hora de las cañas, y estoy muerta de calor; me mira extrañado y yo rezo para que no sea uno de esos tipos que ven mal que una mujer beba; se piensan que por tomarse una copa, ya se van a subir encima de una mesa y empezar a desnudarse...
Mientras se termina de beber el zumo, comienzo a contarle los cambios que quiere Lola.
—¡Ah! Se me olvidaba decirte que lo quiere terminado en el mismo plazo. Yo entiendo que vas a tener que cambiar el diseño y que llevará más tiempo, pero, Antonio, te pido por favor que no lo retrases mucho. A la pobre le dará un infarto...
—Primero, llámame Toni... y no te preocupes. Aún no hemos empezado a poner nada, y como la estructura es la misma, solo tengo que hacer unos cambios de diseño y ya está. Creo que lo acabaremos dentro del plazo. Pero una vez empecemos, no puede volver a cambiar, por lo menos de estilo. El material de construcción es mucho más difícil de cambiar que las flores.
—Muchas gracias, se quedará más tranquila cuando lo sepa, aunque querrá hablar contigo para que le expliques todo con los planos delante. Te llamaré esta semana a la oficina para concertar una cita.
—Ok, esperaré tu llamada... —dice en un tono ronco y profundo— ¿Por qué no nos hemos conocido antes, Cristina?
—Llevo trabajando solo dos semanas, y si encima estabas de viaje, normal que no nos viéramos —digo—. Estoy tan acostumbrada a hablar sobre ti con Rodrigo que se me hace raro estar hablando directamente contigo... por cierto, no eres para nada como me esperaba.
Se ríe.
—Déjame adivinar... pensabas que sería un arquitecto cincuentón, algo hippy y loco por las flores... lo último es verdad. Por lo demás, siento decepcionarte.
Me pongo roja, no sé como lo ha adivinado.
—Lo siento...
—No te preocupes, mujer, me pasa muchísimo. La jardinería está muy presente, pero mi trabajo consiste en algo más que en plantar flores... ya te darás cuenta. Me verás mancharme y trabajar en la tierra con los muchachos, aunque eso no esté dentro de mis labores —explica—. Crecer en el campo me dejó siendo demasiado activo como para pasarme el día sentado detrás de una mesa de dibujo. Algo bueno tenía que tener ayudar en el huerto familiar. Tengo paciencia suficiente como para ver algo crecer de la nada y soy muy bueno con las manos...
Noto su mirada bajando por lo que ve de mi cuerpo y perdiéndose por debajo de la mesa, imaginándose lo demás. ¡Joder! No me puede mirar de esa forma mientras me habla de esa manera.
—Bueno, eso tendrás que demostrarlo con hechos. Estoy deseando verte trabajar la tierra... —¿Quién es la persona que está hablando por mí? Parece que estoy poseída, yo nunca he sido tan descarada... Pero la verdad es que me estoy divirtiendo como nunca—. Hablas con mucha pasión de tu trabajo. Me dejaste con ganas de introducirme en el mundo de la jardinería creativa... De repente, siento unas ganas irrefrenables de ponerme un peto vaquero e irme al jardín más cercano a plantar petunias...
Sé ríe con ganas, y yo con él. Esto del flirteo me gusta más de lo que pensaba.