—4 —
HAGO el camino hacia casa, hiperventilando. Necesito relajarme, por lo que, siendo aún temprano, llamo a la única persona que sé que me escuchará, Aarón. Descuelga al cuarto tono por lo menos, cuando estoy a punto de darme por vencida.
—Cariño, espero que sea importante, y tiene que serlo para que me llames en tu hora de trabajo, ¿Daniela está bien?
—La que no está bien soy yo... —digo y comienzo a llorar otra vez. No puedo creer lo que me pasó. No logro asimilarlo.
—Dime dónde estás y espérame tranquila que voy para allá. —Le digo la dirección y cuelga.
Llega a los diez minutos; deja el coche en doble fila, sale y me abraza. No me pide explicaciones, solo me abraza en silencio. Estando en sus brazos solo puedo dar gracias por tener un amigo como él. Me mira y solo dice una palabra:
—Tequila.
¿He comentado cómo de bien me conoce Aarón? Es mi mejor amigo hace tanto tiempo que a veces se me olvida que es la única persona que lee mi cara y sabe lo que pienso... lo que necesito.
No abro la boca hasta que llegamos al bar, que es nuestro favorito, donde nos sentamos en un apartado. Pide una botella de tequila y tras servir dos chupitos, comienzo a contarle todo desde el principio; empezando por la oferta de trabajo más extraña de mi vida y terminando en el paquete del amor de mi jefe.
El pobre Aarón no sabe si ponerse serio o reírse a carcajada limpia. Lo noto en las expresiones de su cara. Cuando me mira como abogado, se le nota en las arrugas de sus ojos, se pueden ver los engranajes de su cabeza planeando cuántas denuncias le va a poner a mi jefe; cuando me mira como amigo, se le nota aún más, porque los ojos le brillan y se le estiran los labios en un amago de sonrisa.
Cuando por fin acabo y me pongo otro chupito, me dice:
—¡Joder, Cristina! Nunca te pasa nada, pero cuando te pasa, te luces... —¿Y él es abogado? Le cuento mis penas, le abro mi alma... ¿y solo dice eso?—. ¿Me enseñas la foto?
Le doy el móvil para que la busque él. Yo estoy muy ocupada con el tequila y, además, no quiero revivir la escena más espeluznante jamás vista; de repente, me mira y se parte de la risa.
Le quito el teléfono, indignada, y no puedo evitar echarle un vistazo... no hay nada, solo un manchón. Se puede adivinar el brillo cegador del tanga de Valerio, pero nada más. No me puedo creer que me atreviera a decirle todo aquello sin antes comprobar la foto.
Me veo sin nada, en la absoluta ruina. Ya tengo la imagen mental: viviendo debajo de un puente, llevando a mi hija a pedir a las puertas de los supermercados para dar más pena... ¡Lo he hecho todo fatal! Para colmo, Aarón no para de reírse, y yo estoy perdiendo la poca paciencia que me queda. ¿Qué le resulta tan gracioso, acaso no ve que mi vida se está yendo a pique...?
—¡No te rías, cerdo! ¿No te das cuenta que estoy desesperada?
—Deja de darle vueltas a esa cabecita tuya, Cristina, no te vas a ver en la calle ni nada parecido —dice seguro—. No te preocupes, de verdad. Tu jefe debería estar cagadito de miedo y si no es así, mañana pasará por allí tu abogado y le dejará las cosas claras, tendrás un cheque por la tarde —sonríe—. Me estoy nombrando a mí mismo, por si no te has dado cuenta... Alégrate, no te voy a cobrar nada. Me conformo con unas copas, y tal vez una cena, según cuantos ceros tenga ese cheque.
Le creo. Puede ser un Casanova, pero es un buen abogado. Tiene fama de ser de los duros, si alguien es capaz de provocar diarrea, ese es él.
—En serio, no estés tan nerviosa. Ya tienes un trabajo nuevo, así que la ruina económica es una de las cosas que puedes tachar de tu lista. De todas formas, también puedes ganar un sobresueldo trabajando como Escort. Ya sabes, sacar a pasear ese culito tuyo...
No puedo evitarlo y me río. Tiene esa capacidad innata de sacarme una sonrisa en los momentos de crisis.
—Gracias por venir. Sin ti para distraerme en este instante, ya me encontraría media calva de los nervios... Por cierto, ¿qué estabas haciendo? —le pregunto, aunque ya sé la respuesta.
—A ver... cómo te lo explico para que tu mente casi virgen no lo tache como conversación no adecuada para todos los públicos... Me cogiste en plena mamada y con el teléfono en la mano —me suelta sin más—, solo decir que mis fotos no son borrones... Si me llegas a llamar 10 minutos después, no te lo habría cogido ni de coña. Bueno, aunque, tal vez, siendo tú, si descolgaría, pero no te puedo asegurar que salieran cosas coherentes de mi boca... No me mires de esa forma y cierra la tuya, por favor
¿Tenía la boca abierta? No me había dado cuenta...
—No sé cómo puedes decirme esas cosas, eso es algo íntimo. Te podrías haber ahorrado los detalles... No te cortas nada, menos mal que me tienes curada de espanto, porque si no, saldría corriendo asustadita de aquí —digo—. Espero que a tus conquistas no les hables de la misma manera; las pobres incautas que te ligas tienen que ser sordas o lerdas... No hay mayor explicación.
—Eres mi amiga, y los amigos están para lo bueno y lo malo. Tú eres la más especial e inestimable camarada que he tenido nunca, te toca apechugar conmigo. Punto —dice como si ser amigos le diera derecho a soltar por la boca lo que le venga en gana—. Eres con la única que puedo hablar así...
—Lo que tú digas —refunfuño.
—A ti lo que te pasa es que vas de santurrona, y eso es muy malo. No te reprimas, Cristina, porque la única que pierde eres tú. No me puedo creer que vayas de niña buena cuando sé, de buena tinta, que le das tanto uso a tu consolador que está erosionándose... —explica—. Estoy completamente seguro que tras una vez te follen bien, pensarás de manera diferente. Pondría la mano en el fuego por eso.
—No sé cómo sabes lo del consolador... —le digo roja como un tomate. Me tomo otro chupito y siento que se me afloja la lengua—. Ya sé que tienes razón, Aarón, pero es que no encuentro a nadie que me haga desear en serio tener sexo. Voy cachonda y no encuentro ningún hombre que me apetezca probar.
—No seas cerrada de mente, Cris. La respuesta está a tu alrededor, pero estás tan ocupada con tus historias mentales que no te fijas en lo que hay. Abre los ojos de una puta vez y vive. No quiero que te conviertas en una vieja amargada porque no quisiste dar un salto hacia la felicidad; yo no digo que te vuelvas loca con todos los hombres que veas, pero por lo menos deja que se te acerquen... Y contestando a lo del consolador, me lo dijiste hace años cuando nos emborrachamos como locos en aquella fiesta a la que te llevé. La de un amigo de un amigo, ¿recuerdas? Fue el día que nos hicimos este tatuaje a juego tan humillante. —Se levanta la camiseta y me enseña su costado—. Sé que estábamos borrachos, ¿pero no pudiste elegir algo mejor que una piruleta?
—Eso te pasa por engañarme y llevarme a una fiesta que era una porquería. No refunfuñes.
La piruleta es chulísima y, además, vamos a juego, pero lo mejor es lo que dice debajo: BFF. Best friend forever, amigos para siempre, hecho en un momento de debilidad alcohólica en el que marqué nuestro cuerpo para siempre. La única vez que hago algo sin pensar y es un tatuaje. No me quejo mucho, porque en la zona en la que está casi no se ve, y la verdad es que me gusta. Se ha convertido en algo propio, algo nuestro, algo... especial.
—Si con esto, las mujeres que te rodean, no piensan que eres gay... nada lo hará —digo elevándome de mi asiento para tocar su tatuaje con mi dedo—. Reconoce que te encanta y te dejo tranquilo.
—Vale, me gusta. Pero lo negaré si lo repites por ahí... —dice—. Ten cuidado con el tequila, acabas de ver la prueba en mi piel de cómo acabamos la última vez.
No recuerdo cuanto bebí esa noche. A partir del octavo chupito, olvido cómo se cuenta... olvido los problemas del día.