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CUANDO llego a mi casa son más de la una del mediodía y falta poquito para que Dani salga del colegio. Aún estoy en shock por lo ocurrido esta mañana y estoy deseando que llegue mi hija, para contárselo a mi madre y a ella al mismo tiempo.
Mi hija Daniela tiene casi 10 años y aunque la quiero más que a mi vida, me veo luchando varias veces al día contra las ganas de estrangularla....
Nuestros comienzos no fueron buenos, me quedé embarazada con 17 años del típico noviete en la época del instituto; no hubo amor de por medio. Solo él, yo y un condón picado, «de lo cual me enteré casi tres meses después». Lo hicimos y casi no volvimos a vernos, y mucho menos a repetirlo. Cuando me di cuenta que estaba embarazada, ya no tenía tiempo suficiente para decidirme a tener al bebé o no. Busqué al chico y lo vi tan asustado que le dije que no se preocupara de nada, que yo lo arreglaría... pero al final no pude, y decidí seguir hacia delante con el embarazo; como no puedo obligar a nadie a ser padre, le dije que me ocuparía yo sola. Lo aceptó con evidente alivio y desde entonces no sé nada de él.
Temo al día en que mi hija me pregunte en serio por su padre porque me da que le responderé: hombre caucásico, respondía al nombre de Javier Álamo, estudiaba FP, moreno y delgado, tenía el pito fino. ¡Ah! Le gustaban las patatas fritas onduladas. La verdad es que tenía la sonrisa bonita y que era muy guapo, pero como todo lo que no es de importancia en la vida, lo acabas olvidando, y por mucho que me pese, yo lo olvidé antes incluso de saber que estaba embarazada. Por lo tanto, no hay mucho que recordar...
Al principio estaba muy perdida, no sabía cómo comportarme con este bebé que, de repente, llenaba todos mis pensamientos. Embarazada a los 17 y sola. El pobre Aarón me vio tan mal que se ofreció a casarse conmigo o por lo menos ponerle sus apellidos al bebé. Lo amé por eso más que a nada en el mundo, pero tuve que decirle que no. Yo me lo guiso, yo me lo como. ¿No es así?
Al final, con la ayuda de Aarón y mi madre, salimos adelante; estaba todo el día agotada. Tener un bebé recién nacido es agotador y quién diga lo contrario miente, pero de verdad. Si le sumas al agotamiento el que te veas fea, gorda, deforme... no te digo más. Y después vienen los remordimientos de conciencia: ¿cómo te puedes sentir de esa manera si ves en la cuna a esa cosita pequeña y se te cae la baba cada vez que te mira? Hasta que se hace cacas y ya no hay remordimiento que valga...
Fuimos creciendo juntas y me llena de orgullo y satisfacción, «sí, como al rey», saber que no lo hicimos nada mal. Se ha convertido en una niña magnífica de pelo color miel y los ojos oscuros más grandes que he visto, rodeados de unas pestañas largas y espesas, a la que le gusta leer y nada las matemáticas, y que, para mi desgracia, está obsesionada con Justin Bieber. Bueno, no sé de qué me quejo si yo, a su edad, estaba loca por los Backstreetsboys y tenía mi cuarto lleno de posters de la SuperPop... Podría haber sido mucho peor, le podría gustar Hannah Montanah, la de antes, con peluca, y la de ahora, medio actriz porno.
Cuando fue haciéndose mayor y le preguntaban por su papá, ella respondía que no tenía ninguno, pero sí un tío alto y fuerte para defenderla de los abusones, y una mamá que le da todo el cariño en casa... así zanjaba la conversación; me quedé asombrada la primera vez que me lo dijo a mí. Porque me pareció muy maduro para una niña de su edad, pero me dijo que se lo había dicho su tío Aarón... junto con que si alguna mujer, preferiblemente guapa, tenía algún problema con eso, que lo llamara a él. Esa última parte no tuvo que decirla nunca. ¡Gracias!
—Mamá, cuando llegue Dani, no te vayas muy lejos porfa, que les quiero decir algo a las dos juntas. —Me mira extrañada y sé lo que está pensando—. No tengo novio, mamá. Sabes que están experimentando con mi cuerpo cómo el himen es capaz de regenerarse, así que no te hagas ilusiones.
—Cristina, no estaba pensando eso, la verdad es que me sonaría hasta extraño. Lo normal sería que por fin confesaras que eres lesbiana... yo te apoyaría. Lo sabes, ¿verdad?
Espero que sea una broma porque ya es lo que me faltaba.
—No sé de qué hablas, mamá, déjate de tonterías. Lo que tengo que decir es algo importante, nos puede afectar a todas.
—Si te echaras novia, nos afectaría a todas, habría más bragas que doblar...
—¡¡Joder!! Que no soy lesbiana y, por si no lo sabes, me gusta más una p... —Salvada por la campana de soltar más mierda por la boca que un contenedor.
Llega mi hija, y sabemos que delante de las niñas no se dicen palabrotas...
—¡Hola, mamá, hola, abuela! ¿Están peleando otra vez? ¿Qué me he perdido? ¿Cómo ha ido la mañana? ¿Hoy puedo ir a estudiar a casa de Vanessa? Dime que sí porfiii, dimeee... —habla en su estilo habitual, soltando 200 palabras por minuto.
—Estoy intentando convencer a tu madre de que confiese que le gustan las mujeres, amor —suelta, de repente, mi madre—. Pero nada, no quiere dar el brazo a torcer y sigue engañándose.
En casa llevamos la política de contarnos todo entre nosotras, pero mi madre se pasa algunas veces.
—¡Ay, abuela! Tienes una cosas... no es lesbiana, solo está esperando a un hombre que se parezca a Matt Bomer. Eso es lo que siempre me dice, pero me da que se va a cansar de esperar... A este paso no voy a tener un hermano nunca —explica y cambia—. Bueno, ¿qué me dices de lo de esta tarde? Es que tengo matemáticas y sabes que a Vanessa se le dan mejor que a mí.
—Vale, pero deja los deberes encima de la mesa para revisarlos cuando llegue.
Sé que es lo menos que van a hacer. Seguramente, se pondrán a ver videos del Justin abrazadas a un cojín y con la baba colgando.
—Tengo que contarles algo: esta mañana me han ofrecido un trabajo. Yo no me lo creo mucho. Aunque me gustaría pensármelo. Tengo una semana para decidir mi respuesta.
A continuación, les cuento todo lo relacionado con la señora Gutiérrez. Milagros de la vida, no me interrumpen ni una sola vez, pero me miran con una cara que no logro descifrar.
—¿Alguien tiene algo que decir?
—Mira, hija, las dos sabemos que, aunque la oportunidad tenga más ceros que la hipoteca de esta casa, no vas a aceptarlo. Siempre te piensas las cosas muy mucho, para al final decidir que es mucho riesgo —comenta—. Es como cuando estabas decidida a cortarte el flequillo, le diste tantas vueltas que lo dejaste igual por miedo a que la peluquera te hiciera el corte de Dora, la exploradora... Siempre tienes preparada alguna excusa inverosímil que hace que al final no cambies nada... por eso pienso que, desgraciadamente, dirás que no.
—Mamá, así estaríamos más tiempo juntas —dice una entusiasta Daniela—. No digas que no, por favor.
Estoy asombrada con lo poco que confían en mí o con lo bien que me conocen. No sé decidirme. ¿Tanto se me nota que no me gusta cambiar? Al parecer, soy transparente y no me gusta nada...
—Aún tengo una semana para decidirme. Seguramente, la veré por el bingo alguna tarde, así podré hacerle alguna pregunta más y quedarme tranquila. Tengo que pensar que no estoy yo sola. Si sale mal, nos podríamos ver en la calle.
Empiezo a preparar la mesa para almorzar y aprovecho para meditar la situación.
¿Es que no entienden que si empiezo a cambiar ahora, las cosas podrían ir realmente mal? ¿No entienden que algunos cambios no son buenos? ¿Soy cerrada de mente por sopesar a fondo los pros y los contras? ¿Ser precavida es malo?
Una alarma dentro de mi mente me advierte que ser precavida es bueno, pero si paso tanto tiempo dando vueltas a las cosas, al final, no me daré cuenta que, mientras analizo todo lo que me rodea, no he disfrutado de la vida... Que arriesgarse, a veces, es bueno.