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MI mes pasa veloz. Probar menús degustación «rezando para que no se me note en la cintura», llevar a Lola de compras a por el vestido perfecto, ayudar a Aarón a amueblar su piso, repasar con Daniela para sus exámenes finales, mi madre y sus novelas, y pasar las noches sudorosa y saciada... ha hecho que el tiempo se me pase volando.

He estado tan ocupada que me he descuidado a mí misma, así que hoy, martes, a tres días para la cena, voy en busca del santo grial de los vestidos de fiesta. Ando un poco desesperada, por eso he llamado a Ro para que me ayude a encontrarlo. Nada mejor que la ayuda de una profesional...

Recorremos tienda tras tienda, busco algo digno de llevar en el primer evento que he organizado «casi» yo solita.

Quiero algo sofisticado, elegante y sexy... pero sin llegar a ser vulgar; nada de escotes kilométricos ni de enseñar mucha pierna. Quiero deslumbrar «y no desentonar» al lado de mi guapo acompañante.

Ir de compras con Ro es una experiencia totalmente nueva. Con ella no me limito a probarme ropa, sino, dicho con sus palabras, a sentir el tejido, a notar cómo fluye alrededor de mi cuerpo... Demasiado místico para mí, pero, en fin, ella es la experta.

Habla con tanta pasión de su trabajo que, solo oyéndola, te das cuenta que lo ama. Trata las prendas como a bebés de pecho. Cuando descubrimos, por casualidad, una chaqueta Channel estilo vintage, tirada de precio, casi puedo jurar que la vi soltar una lagrimita.

Entramos en una pequeña boutique, y mientras Ro saluda con efusividad a la dueña, me dedico a curiosear cuando de pronto lo siento... Amor a primera vista. Mi vestido.

Colgado, solo y triste, me tengo que contener las ganas de correr a descolgarlo y gritarle a todo el mundo: ¡Mío!

De color negro sin mangas, con una estratégica transparencia en la zona del escote en forma de corazón, un fino cinturón de cuero brillante para marcar la cintura, falda plisada en la zona que lleva de la cintura al muslo, para después resbalar suavemente hasta el suelo. ¿He dicho ya que me he enamorado?

Pasado el impacto inicial, la realidad me reclama. ¿Cuánto costará? Me lleno de ansiedad mientras intento, disimuladamente, encontrar la etiqueta del precio. Ro, que parece que ha olido mi desesperación, se acerca sigilosamente y me susurra al oído:

—Te lo puedes permitir. En esta boutique venden vestidos creados a partir de diseños originales de grandes marcas... a precios asequibles para los humanos de a pie.

El alivio se refleja en mi rostro y siento que puedo volver a respirar con normalidad. Cuando me giro, la dependienta ya tiene preparado el vestido de mi talla en el probador, en el que entro con una solemnidad apabullante. Ese es mi vestido, y si me queda mal... tendré que suicidarme.

Me lo pongo de espaldas al espejo, porque no quiero arruinar la primera impresión que me lleve cuando lo tenga puesto. Con todo en su lugar, me giro muy despacio hasta que me veo en todo el esplendor que te puede dar la «no muy favorecedora» luz del pequeño habitáculo.

Y me veo... horrible. En la zona del pecho y del estómago me hace unas bolsas tremendas. Parece que esté embarazada de nuevo.

Suelto un gritito de derrota, Ro entra y me observa de arriba abajo, en silencio. Sale y vuelve a entrar de la misma forma, tal guerrera ninja, y se pone a trajinar en mi espalda. Intento girarme para ver qué hace, pero es imposible; con una sonora nalgada al ritmo de un voilá, me indica que vuelva a mirar y... ahora sí que estoy guapa.

El vestido se entalla en los sitios indicados y no hay bolsas raras por ningún lado. Me coloco de lado para ver mi perfil y compruebo que la magia que Ro ha obrado se debe a unas pinzas tamaño XL que ha usado para ajustarme el tejido al cuerpo... Ni siquiera ver mi espalda así consigue arruinarme el subidón de verme favorecida con una prenda como aquella.

De modo que, después de que la dueña me promete que tendrá los arreglos del vestido listos para el viernes, nos marchamos tan contentas a seguir con las compras.

Después de adquirir los obligados complementos, nos dirigimos al bar, con pinta de decente, más cercano. Vamos a celebrar el provechoso resultado de nuestro día de compras tomando unas cervecitas.

Entre bebida y bebida, nos dimos cuenta «no sin cierto asombro» que teníamos muchas cosas en común:

Película: Dirty Dancing. A las dos nos encanta y nos morimos por que algún Johnny venga y nos suelte eso de: no dejaré que nadie te arrincone...

Música: cualquier cosa que se pueda bailar.

Libros: Todo lo romántico nos gusta.

Sentadas en la mesa del bar, bebimos y bebimos hasta que se nos soltó la lengua y empezamos a hablar del tema preferido de las mujeres por antonomasia: hombres.

Hablamos de su novio David, el camarero calenturiento, y su fijación por los baños públicos; y de Aarón y la suya de hacerlo en cualquier parte, sea público o no...

El alcohol empieza a subir y nos reímos de cualquier cosa, hasta que llegamos a los temas serios, como el de mi hija.

—Tuvo que ser duro para ti criar a una niña sola siendo tan joven. ¿Cómo te las apañaste?

—Con mucha paciencia... —me rio—. La verdad es que tuve ayuda. Mi madre y Aarón siempre estuvieron ahí para mí. Criarla en sí no fue tan duro. Lo difícil era dejarla atrás para ir a trabajar.

—¿Y del padre sabes algo? —pregunta.

—No, nada de nada —respondo—. Cuando quedé embarazada, se lo conté y me dijo que no quería saber nada. Lo respeté y seguí adelante yo sola.

—¿Nunca has sentido la tentación de llamarlo, aunque sea para que te ayude económicamente? Un niño conlleva muchos gastos... —interroga.

—Mira, si te soy sincera, no.

Y aun a riesgo de parecer una golfa a sus ojos, decido contarle toda la verdad.

—A Javi, que así se llama, lo conocí en el último año de instituto. Nos convertimos en algo así como novios, una cosa llevó a la otra y terminé perdiendo la virginidad en la parte de atrás de su coche. Al acabar el curso y empezar el verano, perdimos el contacto —narro con una lucidez contraria a lo que debería sentir con toda la cebada que llevo acumulada en mi cuerpo—. Me enteré que estaba embarazada con casi tres meses, lo localicé mediante un amigo común...

Hago una pausa para respirar profundamente.

—Tienes que entender, en aquel entonces, aunque jugábamos a aparentar ser adultos, éramos unos críos... Sé lo conté y se asustó. No le puedo culpar de nada, porque yo también lo hice —digo—. Lo importante en todo este asunto es que cada persona reacciona a la presión de modo diferente. Él se fue, y yo me quedé y críe a mi hija. Punto y final.

La observo al mismo tiempo que estudio su reacción a mis palabras. La veo tomar una profunda bocanada de oxígeno y exhalarla muy despacio.

—Has hecho un buen trabajo con ella, Cristina —me dice muy seria—. Es una niña maravillosa.

—Sí. Bueno... si tenemos en cuenta que aún no la conoces..., tu opinión no vale de mucho —bromeo—. Pero gracias de todos modos.

—Quiero decir, que lo que parece, por las fotos que me has enseñado y en cómo hablas de ella —responde azorada.

Nos miramos en silencio durante unos segundos, hasta que Ro dice las palabras mágicas

—¡Camarero, otra ronda!

Terminada la noche y envuelta en una cómoda nube etílica de paz y amor... llamo a Aarón. Espero a que responda, oigo los tonos de la línea pacientemente mientras paseo de un lado a otro de la acera.

—Hola, cariño —dice al contestar.

—Hola, chico piruleta, estoy borracha... —Y como queriendo confirmar lo dicho, eructo de manera escandalosa—. Me he comprado un vestido espectacular.

Oigo su suave risa a través del auricular.

—Te llamo porque estoy, estamos, demasiado borrachas como para pillar un taxi... —le dejo caer como si nada.

—Dime dónde estás, borrachina, que paso a buscaros en un momento —le digo la dirección y sigue hablando—. Es la primera vez que te emborrachas desde que estamos juntos, sabes que me voy a aprovechar, ¿verdad?

—No esperaría nada menos de ti. Al contrario, si no lo hicieras, estaría muuuy decepcionada.

Quiero parecer seductora, pero me temo que el leve arrastrar de mis palabras me lo impide. Por lo tanto, paso a la acción directa.

—Estoy cachonda. Ven rápido —y cuelgo sin darle tiempo a responder.