—17 —
AL día siguiente, despierto muy relajada y optimista. Siento los músculos descongestionados, el cuerpo suave... no hay nada mejor para sentirse bien que pensar en positivo y darle alegría al cuerpo con algunos orgasmos.
La mañana, entre llamadas y recados para Lola, pasa muy rápido; cuando me quiero dar cuenta, ya es casi mediodía. Entro en mi despacho dispuesta a empezar a organizar los pedidos para la próxima fiesta benéfica que se celebrará.
Al sentarme en mi escritorio, descubro en la mesa una lista de agencias de contactos. Si Lola se cree que me voy a apuntar, va lista.
La verdad es que no acabo de creerme mucho a estas agencias, porque, vamos a ver, en algunos de sus anuncios dicen que salen parejas reales... y yo me pregunto: si eres tan guapo, ¿por qué no te buscas a alguien tú solito? La única respuesta que se me viene a la cabeza es que son raros. Guapos, pero raros... Y con esa combinación no ligas nada.
No me vale la excusa no tengo tiempo para conocer gente. Hoy en día, con lo directa que se han vuelto las personas, conoces a alguien hasta en la cola del supermercado.
Llamo a Lola para hacerle una consulta sobre el tipo de decoración que habrá en la fiesta y para recordarle que iba a salir a comer fuera, pero no me lo coge. Sospecho que piensa que lo hago para recriminarle sobre la dichosa lista, la cual tiré a la basura. Termino de organizarme con el trabajo y me voy a buscar a mi hija.
La espero en la puerta del colegio, y al salir, viene corriendo hacia mí. En ese instante, el amor que siento hacia ella me golpea con fuerza. La veo más guapa, más brillante... no sé; esta sensación solo la puede entender una madre.
—¡Mamiii! —dice cuando llega a mi lado.
Por un momento pienso que me va a abrazar, «¡qué ilusión!», pero se detiene en seco y me da un beso en la mejilla. Echando una ojeada a nuestro alrededor, veo a un grupo de chavales, y uno de ellos le dice adiós a Daniela. Ella, a su vez, le hace un gesto con la mano mientras se pone roja como un tomate.
Joder. Con razón no me ha abrazado. La edad del pavo viene pisando fuerte. Tendré que consultar el precio de los cinturones de castidad o, por lo menos, ir al ginecólogo para preguntarle si le puedo poner el D.I.U. a mi hija de 10 años... Ninguna precaución es poca.
Nos vamos a comer a nuestro bar preferido, nos sentamos y pedimos la comida. No sé si sacarle el tema del chico; puede que le de vergüenza... Da igual, mi madre me lo hacía y sobreviví.
—¿Quién es el chico del colegio? —intento hablar con calma, que no note que estoy ansiosa por saberlo.
—¿Qué chico? En la puerta del colegio había muchos. —Se hace la tonta.
—Sé que había montones de chicos. Sabes perfectamente a quién me refiero... al que cuando te saludó, te hizo sonrojar hasta la línea de crecimiento del pelo. ¿Te gusta...?
«Que me diga que no. Que me diga que no... por favor.»
—¡Ay, mamá! Eres una pesada. Solo es un amigo —me lo dice mientras parece muy interesada por el mantel de papel de la mesa. No ha levantado la cabeza ni una vez.
—Ok. No te voy a volver a preguntar. Para cualquier cosa, sabes que estoy aquí.
No voy a presionarla, aunque me muero por hacerlo. Espero que en un futuro tenga la suficiente confianza en mí como para contarme cosas sobre chicos.
—No te pongas triste ahora, mami. No me gusta hablar de estas cosas contigo... es raro. Eres mi madre.
Vale, yo tampoco le decía nada a la mía, esa parte la comprendo. Pero es que es muy joven para tener el primer enamoramiento, ¿no?
El tiempo, como siempre que sucede algo bueno, pasa muy rápido; cuando me quiero dar cuenta, estamos comiéndonos un helado de camino a casa.
Me encanta pasar ese ratito con ella. Es verdad que con el nuevo horario la veo más, pero el tiempo se me hace poco.
Al regresar al edificio en donde trabajo, me dirijo directamente a la cocina. He quedado con Emilio para tomar un café y que me de las facturas de la semana.
Cuando llego, está preparando una bandeja de té con pastas.
—Por lo que veo, Lola tiene invitados —le digo sentándome en el alto taburete de la zona de desayuno.
—Sí. Está en el cuarto verde con la suegra de su hijo.
—¿La abuela de Ro? ¿Está ella aquí también? —Le he cogido cariño y hace unos días que no sé nada de ella.
—La abuela de Ro no. Es la madre de la difunta señora Tamara, la mujer de Javier, el segundo hijo de Lola, y también fallecido —me dice serio—. Mejor no te acerques, hasta hace poco se podían oír sus gritos. Les llevo el té para ver si así se calman un poco.
—Ok. Entonces, mejor te espero abajo, si no, lo dejamos para otro día, para las facturas aún queda tiempo, no te preocupes.
Llego a mi despacho y enciendo el ordenador. Quiero empezar a buscar un grupo de música para la fiesta. Cuando ya tengo varios seleccionados, llaman a la puerta. Pensando que es Emilio con el café, grito:
—¡Pasa y cierra la puerta!
Oigo que asó lo hace quien entra.
—Déjame terminar esto y ya estoy contigo —le digo sin apartar la mirada del ordenador—. Llegas en el momento oportuno, ahora mismo mataría por uno de tus cafés.
—Espero no decepcionarte, pero no traigo café conmigo —dice una voz.
Levanto la cabeza como si tuviera un resorte en el cuello. Apoyado en la puerta, como si de un poster en tamaño real se tratara, está Toni, tentador como el pecado... Con camiseta gris con las mangas arremolinadas hacia los codos, pantalón vaquero pitillo y unas converse blancas en sus pies, está para comérselo.
Me dedica una sonrisa de medio lado, que debería estar prohibida, y se acerca hacia el escritorio.
—Siento no haberte avisado para lo de esta noche, no tengo excusa posible. Me lié con el trabajo y no encontré el momento de hacerlo —me dice sonando arrepentido—. Cuando supe que tenía que pasar por aquí, vi el cielo abierto. Espero que no hayas hecho planes, porque yo si los he hecho para nosotros...
Sorprendentemente, me doy cuenta en ese momento que no había pensado en él en todo el día. Pero ahora que lo tengo delante, mi mente no deja de enviarme imágenes lascivas de nosotros dos... desnudos.
Empujo la silla hacia atrás y le doy un repaso de arriba abajo. Definitivamente, mi cuerpo no se había saciado con mi uno contra uno de anoche. Mi cuerpo lo ansiaba a él.
—Si te digo la verdad, yo tampoco me acordé. Pero ni de ti ni de nadie. —Abre los ojos con asombro. ¿Sé creía que iba a llorar por los rincones?—. Tampoco he hecho planes. Hoy se me pasó el día volando. No he tenido la cabeza para otras cosas que no fueran el trabajo o mi hija.
Despacio, se acerca hasta que sus muslos tocan el escritorio.
—Creo que he hecho algo mal contigo... No es normal que no te acordaras de mí cuando yo no te podía sacar de mi cabeza; aunque estuviera trabajando, de vez en cuando me venias a la mente —me dice rodeando la mesa.
Mueve la silla hasta ponerme de cara a él y se agacha poniéndose de rodillas delante de mí.
—Tendré que esforzarme en darte algo que te haga recordarme...
Me abre las piernas y me coge de la cadera para empujarme hacia delante. Llevo puesto un vestido estrecho a medio muslo, así que, en esta postura, se me ve todo. No deja de mirarme a los ojos en todo momento y yo me siento hipnotizada... y cachonda.
Me sube aún más el vestido, pasando el dedo por encima de la cintura de mis braguitas.
—Cuando acabe contigo, serás incapaz de entrar en este despacho y olvidarte de mí —dice vehemente.
Se inclina hacia delante, dibujando con la punta de su nariz el contorno de los labios inflamados de mi sexo sobre la tela endeble de mis braguitas.
Tiemblo. La anticipación me está matando. Siento su aliento calentándome las ya húmedas bragas. Con un dedo las mueve hacia un lado y recorre la misma ruta que su nariz.
—Dime que no le tienes cariño a esta cosa —dice al mismo tiempo que tira de mi ropa interior.
No puedo hablar, así que solo niego con la cabeza.
Como si le hubiera dado el pistoletazo de salida, todo sucede muy rápido. Me arranca las bragas y me pasa la lengua de abajo arriba sin dejar de mirarme a los ojos.
Me agarra del culo y me eleva de la silla. Me mete la lengua dentro del coño, y yo pongo los ojos en blanco. Dentro y fuera. Dentro y fuera. Me está follando con la lengua imitando lo que me hará con su polla. Sube la cabeza hacia el clítoris y lo absorbe con fuerza mientras me da lengüetazos que solo aumentan mi placer.
Me suelta, y yo gimo en protesta... hasta que me levanta y me sienta en la orilla del escritorio. Nos quedamos cara a cara, mirándonos con los rostros enrojecidos por el placer.
Pienso que ahora me besará, pero lo que hace es meter un dedo, de repente, dentro de mí...
Gimo con más fuerza.
Se sienta en la silla y la empuja hacia delante, aún con ese dedo atormentador dentro de mí. Lo saca y me mete dos. Los mueve en lentos círculos... no puedo aguantar más. Necesito correrme.
—Por favor —le digo suplicante.
Baja otra vez la cabeza entre mis piernas y esta vez me muerde el clítoris. Un pequeño pinchazo que hace que este me palpite El dolor se convierte en placer cuando la punta de su rosada lengua me acaricia una y otra vez con pases fuertes. Empieza a mover los dedos dentro y fuera, cada vez más rápido. Cuando creo que no puedo aguantar más... estallo en el orgasmo más intenso que he tenido nunca.
Me estremezco sin ningún control sobre mi cuerpo. Estoy totalmente centrada en su boca y dedos entre mis piernas.
—Joder, Cristina. Ahora seré yo el que tendrá un recuerdo imborrable de ti. Ver cómo te corres es una de las cosas más fabulosas que me han pasado en la vida.
Me lo dice con sus dedos aún dentro de mi coño, como si no pudiera dejar de exprimir todo mi placer.
—Necesito tocarte —digo entre gemidos—. Necesito sentirte.
—Me tocarás la próxima vez. Ahora mismo estoy tan al límite, que si me tocas, no aguantaré mucho, y quiero que nuestra primera vez sea buena para ti.
Saca los dedos de mi interior y me quejo. Me siento vacía.
Se desabrocha el pantalón y se lo baja hasta medio muslo junto con los calzoncillos. Tiene la polla dura y gruesa, y al verla, mi coño palpita de la emoción.
Coge un condón de la cartera, que saca del bolsillo trasero de su caído pantalón, y se lo desenrolla despacio por el pene, casi como si lo acariciara. Se lo agarra con una mano y lo lleva a la entrada de mi babeante sexo. Juega con él, atormentándolo, moviendo la punta de su polla arriba, ejerciendo presión contra mi clítoris, y abajo, a la entrada chorreante.
—¡Métemela ya! —grito rabiosa por el deseo insatisfecho.
Intento atraerlo hacia mí, pero no me lo permite.
—Estás ansiosa, me gusta. Pero no puedo metértela sin haberte dado un beso antes.
Con la mano libre me agarra de la nuca y dirige su boca hacia la mía; me besa con pasión, mordiéndome los labios provocativamente. Degusto mi sabor salado en él y me encanta...
Cuando creo que voy a morir de una combustión espontánea, me la mete de una sola embestida. Lo hace con fuerza, machacándome las caderas contra la mesa. Duro y profundo. Mientras, lo único que yo puedo hacer es agarrarme del filo de la mesa y recibir agradecida todo lo que tiene para darme.
Nuestros jadeos son cada vez más entrecortados. Estoy a punto de correrme otra vez y noto que él también. Mete la mano entre nuestros cuerpos y acaricia mi clítoris al mismo ritmo que sus embestidas.
Me corro dando un grito de agonía. Y es muy acertado, porque parece que me esté muriendo de placer.
Toni se aferra a mi cuerpo mientras los espasmos de su propio placer disminuyen. Pega su frente a la mía y respira hondo. Me acaricia la cara y puedo olerme en sus dedos.
—No había venido aquí para esto —susurra—, pero no me arrepiento. Es más, lo repetiría ahora mismo.
—Como todas las visitas que me hagas acaben de esta forma, voy a tener que insonorizar el cuarto... sin embargo, no me opongo a que las repitas cuando quieras —le digo con una sonrisa perezosa en los labios.
Se aparta y se quita el condón. El hechizo se ha ido...
Estoy incomoda, no sé qué decir. Gracias sonaría bien ¿no...? Se nota que nunca he estado en esta situación antes, me falta soltura.
Me enderezo el vestido y no espero a que empiece a subirse el pantalón para decir:
—Bueno...—«Bonita forma de empezar una conversación»—. ¿Qué se dice en este tipo de situación?
Se acerca a mí con la cremallera abierta, me pega a su cuerpo de un tirón y me besa.
—No tienes que decir nada. Ya me lo agradecerás después, con una cena.
¿Quiere verme otra vez? Me dan ganas de saltar de alegría.
—Eres un chulo, pero te mereces esa cena.
—No me mires así, ¿pensabas que una vez que nos hubiéramos acostado se acabaría todo? —«¿Tanto se me nota?»—. ¿Puedes salir ya? Voy al baño y nos vemos en la entrada.
Asiento afirmativamente. Cuando sale por la puerta y la cierra, levanto las manos y hago mi baile de la alegría.
Es la primera vez que tengo un orgasmo con un hombre y solo puedo pensar en una cosa: La vida es maravillosa.