—10 —
EL fin de semana pasa sin mucha novedad. Entregué el contrato, fui al cine y al parque con mi hija; me la llevé de tiendas a probarnos cosas horteras y sacarnos fotos... lo normal. Aprovechamos el tiempo al máximo, ya que hacía bastante que no disfrutábamos de un finde entero nosotras solas.
Por la noche, cuando estoy en mi cama, no le dejo de dar vueltas a lo que me explicó Aarón. No puede ser tan difícil, ¿no?
—Recuerda que todo lo que te voy a decir se aplica solo para buscar sexo. Aquí no sirven de nada tus fantasías románticas o del tipo “hombre del butano buenorro y medio desnudo aparece en tu puerta ofreciéndotelo todo”. Esto es la vida real y las cosas son diferentes. Punto uno: Deja de ser tan mojigata. ¿Crees que no me he dado cuando que te pones roja como un tomate cuando un hombre te mira más de tres segundos? Si reaccionas así solo con mirarte, no quiero ni imaginar cuando te digan algo. Vamos a ver —me dice muy serio—, si yo te dijera que eres la cosa más sexy que he visto en mi vida, ¿cómo reaccionarias?
Yo por supuesto, aunque sé que lo hace como una prueba hacia mí, me pongo escarlata.
—Muy mal, Cristina —me reprende al ver mi reacción—. Tienes que tener más seguridad. Actuar como si te lo dijeran todos los días. Créetelo un poco, mujer. Punto dos: Esto viene relacionado con el uno, haz contacto visual (tanto como puedas, sin resultar una acosadora) con cualquier chico que te guste. A los hombres nos gusta sentirnos deseados.
Mi mente vuela hacia la imagen que tengo de mi amigo desnudo y no puedo evitar recorrer lo poco que veo de su cuerpo sentado tras la mesa e imaginármelo otra vez, sin ropa. Siente mi lento escrutinio porque al final el que aparta la mirada es él. Se aclara la garganta y sigue hablando sin parar, casi como si tuviera todo memorizado.
—Punto tres: Ponte ropa más sexy. Te vistes bien, no me malinterpretes. Pero si quieres guerra, muestra un poco más de carne; dentro de tu estilo, enseña un poco de canalillo o pierna. Estarás sexy, pero no vulgar. Punto cuatro: Deja de pensar bien de todo el mundo. Si un chico se acerca a ti, por ejemplo, en el gimnasio y te pide ayuda con una máquina que sabes perfectamente que la puede hacer el solo, está ligando. Aunque te venga con una sonrisa de vecino de al lado... está ligando. Te pide la hora... está ligando. Apréndete esta frase: Siempre es buen momento para ligar. Punto cinco: Insinúate un poco. Punto seis: Deja caer en la conversación que estás soltera y disponible.
—Un momento —le interrumpo—. Cómo quieres que deje caer esa bomba: hola, ¿tienes hora? Estoy soltera y desesperada, digo, disponible.
Hace un ruido exasperado, me mira como si fuera idiota y sigue hablando.
—Punto siete: No cambies tu forma de ser. Si te esfuerzas en parecer algo que no eres, se nota a la legua. NO intentes poner voz sexy, pose sexy... todo eso está vetado. ¡Ah! Y, por supuesto, no hables de cosas de las que no tienes ni idea, como de coches o fútbol, para gustarle a un chico.
—A ver si lo he entendido —interrumpo solo para molestarlo—. Cuando conozco a un chico y me hable de fútbol, ¿puedo decirle directamente que pase de hablarme de jugadas que no comprendo y que, si quiere, puede hacerlo sobre los futbolistas? Ya sabes que en eso estoy muy versada...
—Eres de lo que no hay —me acusa poniendo los ojos en blanco—. Esto es todo lo que se me ocurre por ahora. Si me acuerdo de algo más, te lo iré diciendo sobre la marcha.
Me mira mientras apago la grabadora del móvil, «sí, lo he grabado. No tengo una mente privilegiada. Además, quedaba mejor que tomar notas».
—Ahora te toca asimilar la información. Sigo pensando que no tienes que hacer nada de esto, pero te respeto. Solo espero que también te respetes a ti misma cuando lo hagas. Te conozco y sé que no eres así.
—No hay marcha atrás. La nueva Cristina está de camino y viene para quedarse, por lo menos por un tiempo —sueno más segura de lo que estoy, pero no quiero que se preocupe—. Cuando me canse de experimentar, intentaré encontrar a ese hombre misterioso del que me hablaste.
—Ojalá sea así. Lo malo es que te acostumbres, cambies radicalmente y pierdas el interés por asentarte.
—Sabes que soy demasiado romántica como para llegar a ese extremo. Gena Showalter, Kresley Cole y Sherrilyn Kenyon me han enseñado bien... y a falta de algún inmortal sexy que me conquiste, solo tengo que encontrar al hombre que me quiera con esa pasión que describen ellas. ¿No puede ser tan difícil, no?
Acompañada solo por la soledad de mi cuarto, no dejo de pensar que, a lo mejor, por querer disfrutar de la vida pierdo de vista lo más importante. No quiero que mi amor verdadero se escape solo porque estoy flirteando con otro...
La verdad es que siempre he querido una de esas bodas de ensueño. Me da un poco de vergüenza admitirlo. La adolescencia y gran parte de la madurez la he pasado soñando con que camino hacia el altar, mirando a los ojos de un hombre que moriría por mí...
Tengo que dejar mis deseos románticos de lado. Si pienso demasiado, me echaré atrás, y es inaceptable. Mi nueva vida empieza mañana.
El lunes me despierto eufórica. Me preparo para llevar a Daniela al colegio, pero no puedo tomarme ni siquiera mi ansiado café con leche. Mi madre me mira como si estuviera loca.
—No te veía tan nerviosa desde que me dijiste que estabas embarazada. No te preocupes, tú prueba. Si sale mal, la vida sigue... ya conseguirás otra cosa. —Qué fácil lo ve. Como no es ella la que puede hacer el ridículo, le da igual—. Piensa que con lo que te dieron de liquidación vas a ir muy bien de dinero. Venga, vete ya a llevar a Dani al cole, y después, derechita al trabajo. No te pares a hablar con otros niños y pórtate bien...
—No sabía que estabas ensayando para el club de la comedia, mamá... ya me voy. Deséame suerte, por favor. Es importante para mí.
—Nenita, ¡a por todas! La suerte está de tu lado. —Me besa y abraza. Qué bueno es ser la niña de mamá por una vez.
Me voy más tranquila. Dejo que Daniela me distraiga con su conversación de camino al colegio. No quiero tener que pensar en lo que tendré que hacer hoy, así que me centro en ella.
Recibo un mensaje de Aarón.
No estés nerviosa. Todo saldrá bien... Mantenme informado de cómo te va, mándame un mensaje si tienes algún hueco libre. Cuando vayas al baño, por ejemplo...
Me nace una sonrisa. Nunca falla en quitar un poco de tensión del ambiente.
Estoy en frente del edificio, ya no hay vuelta atrás... Toco y una escéptica voz masculina me dice que me dirija a la segunda planta. Subo por las escaleras, no estoy de ánimos para meterme en un lento y pequeño cubículo; entro al gran salón, pero no hay nadie, así que medio grito un tímido hola.
—Estoy en la segunda puerta a la izquierda... tráete una silla.
Como una buena chica, hago lo que me dicen. No quiero empezar con mal pie. Entro en la habitación, en la que han improvisado una pequeña peluquería. La señora Gutiérrez tiene puesto los rulos mientras una chica, sentada en un silla baja, está arreglándole los pies. No me esperaba este recibimiento, la verdad.
—Buenos días, señora Gutiérrez.
—No te quedes ahí parada y siéntate a mi lado, Cristina. Así, mientras me arreglo, te voy contando un poco. —No la puedo tomar en serio con eso en la cabeza. Solo falta que se ponga una mascarilla verde en la cara...—. Parece que nunca habías visto a una mujer poniéndose guapa...
—Solo es que no me la esperaba de esta forma. No sé, la hacía sentada en la sala o en su despacho. No en medio de una sesión de belleza a domicilio.
—La vida son tres días, hay que aprovechar el tiempo. Y siempre, óyeme bien, siempre hay tiempo para ponerte bella. Te daré un listín telefónico. El primer número que está anotado es el de Alicia. —Señala a la chica a sus pies, y ella, a su vez, me hace un gesto con la cabeza—. Todas las semanas, preferiblemente los lunes, viene con su kit de chapa y pintura para dejarme hermosa... Tienes que cuadrarme las citas para tener siempre lunes o martes libres hasta el mediodía.
Hago una nota mental de que es una mujer muy coqueta.
—Te daré unas llaves de la casa, no tienes que tocar para entrar. Cuando llegues, me buscas por la casa o le preguntas a Emilio, el mayordomo, por dónde ando. Este hombre me tiene siempre localizada, sospecho que me implantó un chip bajo la piel tipo perro o algo de eso...
«Esta mujer está un poco loca...»
—Quiero que la mañana de hoy la dediques a familiarizarte con la casa. Es bastante grande, pero yo intento pasar un rato, por lo menos una vez a la semana, en cada habitación. Me da pena que no se usen... Sé que es raro, pero es una costumbre que cogí cuando mis hijos crecieron. De pequeños jugaban al escondite por toda la casa y yo tenía que buscarlos... a veces tardaba horas, pero me encantaba. Parecía que la casa estaba llena de vida —dice recordando—. En la primera planta hay un despacho azul. Búscalo, es tuyo. Allí encontrarás todo lo que te hará falta para ir adaptándote. En el archivador hay notas de mi ex ayudante explicándote todo lo importante. Me parece que te dejó también una antigua agenda para que vieras cómo se organizaba. Si te hace falta algo más, dímelo. Ahora puedes irte.
Otra de sus famosas despedidas... cuando salgo de la habitación, me doy cuenta de que no he dicho ni una palabra. No me hizo falta, respondió a todas mis dudas sin tener que decirlas en alto.
Cuando voy de camino a las escaleras, me cruzo con un hombre con uniforme gris de unos cincuenta y cinco años. Es gordito y tiene la mirada amable. Me sonríe y me dice con una voz que no le pega nada:
—Hola, Cristina, bienvenida a la casa de los locos... —Podría haberme hecho gracia, pero la voz carece del tono adecuado. Es como si estuviera hastiado de todo—. Si necesitas cualquier cosa, búscame o, mejor aún, apunta mi número y me mandas un whats —me dice su número. Joder, aquí todo el mundo es muy moderno...—. La comida se sirve a las dos, me voy a trabajar, nos vemos.
Voy hacia mi despacho, «mi despacho, qué bien suena». Cierro la puerta al entrar y me quedo apoyada en ella; es precioso. No hay cristal ni metal por ninguna parte, lo único moderno que tiene son los aparatos electrónicos... Está decorado en tonos verdes, los muebles son de madera blanca, el escritorio es uno de esos grandes con patas curvadas y robustas. Coronándolo todo, hay un sillón de piel marrón que más bien parece un trono y que tiene toda la pinta de ser muy cómodo. Me recuerda mucho a las películas de época, tiene un toque muy romántico...
Me siento en la butaca, cierro los ojos y pienso: esto sí que es vida.