—25 —

SU cuerpo rodea el mío y lo envuelve con su calor. Mientras nos besamos, me acaricia el cuello, los laterales de los pechos, el abdomen... pero no pasa de ahí. Lo rodeo con las piernas, instándole a que haga algo más, a que frene este palpitar que siento en mi entrepierna, pero se lo toma con calma. Estoy confusa. Mi cuerpo se muere por él, pero mi mente grita que eche el freno.

Todo cambia de repente, hemos pasado de devorarnos frenéticamente a darnos besos lánguidos. Dulces, pero intensos; nuestros cuerpos se están conociendo, o reconociendo, según cómo se mire.

La pasión sigue latente, con ganas de volver a salir, y no entiendo cómo conseguimos frenarla. Tal vez, porque sabemos que en el instante en que se desate, estaremos desnudos en menos de un minuto, y aún no estamos preparados para ello.

Respiramos el mismo aire, nuestros alientos nos alimentan. En este momento, somos el uno para el otro. Y se siente tan correcto que me da un poco de miedo.

Dándome un suave último beso, apoya su frente contra la mía. Nos miramos a los ojos mientras recuperamos el aliento. Una marea de reconocimiento fluye entre nosotros: tras esta noche, ya nada será igual. Cierro los ojos e inspiro profundamente. Estoy de luto, acabo de perder a mi mejor amigo... Siento algo caliente resbalar por mis mejillas. Los abro y me encuentro con los de Aarón que derraman lágrimas silenciosas que caen en mi rostro.

No sé por qué llora. A lo mejor, se ha dado cuenta de la relación tan bonita que hemos perdido por nuestra estupidez. Por un beso todo se ha ido al garete.

Siento un deseo intenso por consolarlo. No me gusta verlo abatido.

—¿Qué te pasa? —susurro, acariciando sus mejillas.

Frota, con dulzura, su nariz contra la punta de la mía antes de contestar.

—Nunca, ni en mis más vívidos sueños, pensé que sería así.

—¿Así como?

—Tan perfecto... Tú eres perfecta.

No reconozco al hombre que me habla y que siento íntimamente pegado a mí; su peso escachándome de la manera más deliciosa, y me mira como si fuera la cosa más preciosa que hubiera visto nunca. No logro relacionarlo con mi vecino el cachondo. Este hombre dulce no parece ser él, pero, al mismo tiempo, no podría ser ningún otro.

Perfecto. Perfección. Esa es la palabra para describir lo que siento estando en los brazos de mi mejor amigo.

Mi corazón retumba de alegría, pero mi mente lucha encarecidamente contra la sensación de paz que siento. Presiento que dolerá, pero tengo que luchar para que esta amistad sobreviva. Es preferible terminar con esta locura de una vez por todas, a que me ilusione o, peor aún, que me enamore y me deje como ha hecho con todas las demás, y yo me quede sin ¿amante?, ¿amigo...? Sola, me quedaré sola.

—Ha sido solo un beso. Como dijiste antes, ya lo podemos dejar correr —obligo a mi voz a sonar en un tono frío. Tengo que terminar con esto antes que mi determinación se esfume y acabe por desnudarlo y adorar su cuerpo como me muero de ganas por hacer... En vez de eso, lo aparto hacia un lado y me pongo de rodillas. Cualquier cosa para evitar la tentación.

Me mira con expresión indignada.

—No ha sido solo un beso. Has notado la conexión al igual que yo. —Me agarra por la nuca—. Por una vez en tu vida, no seas cobarde y reconoce las cosas. Has sentido lo bueno que podrían ser las cosas entre los dos. No lo niegues. No nos niegues, por favor.

—Sí, ha sido bueno —reconozco—. Pero con la poca práctica que tengo, todo lo que me pasa íntimamente me parece maravilloso. —Soy una perra, me siento fatal hablándole de esta forma—. No tengo con quién compararte. Al contrario que tú, no acumulo tanta experiencia como para poder hacerlo.

—Déjate de estupideces. Cuando algo es bueno, lo sientes aquí —dice posando su mano sobre mi corazón en un toque inocente, pero que hace que mi cuerpo reaccione alzando mis pezones—. Danos una oportunidad, Cristina.

Nos retamos con los ojos. Ninguno está dispuesto a ceder. Y, para mi desgracia... al final la que cede soy yo.

Me acerco a él gateando por la cama hasta sentarme en su regazo.

—Esto es una locura ¿lo sabes, verdad?

—Veamos cómo sale. Solo dejémonos llevar. No pienses en el futuro, solo en el ahora. —Entierra su cara en el hueco de mi cuello—. No quiero asustarte y que salgas huyendo, pero creo que necesitas saber una cosa para que lo tengas muy claro. —Pasa la lengua suavemente por la piel sensible de mi garganta, me agarra con fuerza de la cabeza para después mirarme profundamente a los ojos—: Voy a luchar para que esto salga bien, haré que me ames como yo te amo a ti. Porque de una cosa estoy seguro, ahora que te tengo entre mis brazos, no seré capaz de dejarte ir.

Baja su boca hacia la mía y devora mis labios, queriendo sellar su promesa con un beso. Estoy perdida, no sé qué voy a hacer. Me encuentro tan confusa que no puedo ni pensar.

Tengo que encontrar una manera de protegerme contra este Aarón tan cariñoso, tan correcto en sus palabras hacía mi. Si sigue siendo de esta forma conmigo, no podré separarme de su lado.

—No vayas tan rápido, las cosas no son así de simples. No te creas que por habernos dado un poco el lote, ya eres mi novio ni nada parecido. —Siento que su cuerpo se tensa—. Aun no he vivido nada, no me voy a meter de cabeza en una relación contigo. Iremos conociéndonos poco a poco.

—Ya nos conocemos, tonta. Intimar no lo cambia; yo lo que quiero es que te enamores de mi. Además, se puede decir que, prácticamente, somos pareja.

—Te digo que no. Si lo quieres, bien, si no, lo dejamos aquí.

—¿Quieres tratarme como si fuera ese amiguito al que acabas de conocer...? —Parece pensar su propia respuesta—. Bien, iremos despacio entonces, pero te lo advierto desde ya, no me voy a conformar con solo un par de besos. Tengo mucho tiempo que recuperar. Yo no soy como Toni que se conforma con decirte cuatro guarradas para después hacerse una paja en su casa.

Esto sí que me divierte. ¿Pajas? Si él supiera... a este le quito yo la chulería que se gasta.

—¿Quién te ha dicho que solo nos hemos besado? —le dedico una sonrisa arrogante—. ¡Ah! La verdad es que no recordaba que hace tiempo que no hablamos y no te he podido contar las novedades de mi vida.

—¿Te lo has tirado? —suena más atónito que otra cosa.

—¿Qué te creías? Cuando te dije que iba a cambiar mi vida, iba muy en serio. —Me hace mucha gracia la cara que se le ha quedado. No puedo evitar provocarlo un poco más—. Parece ser que la que no se puede conformar solo con un par de besos, soy yo. No pongas esa cara, tú me animaste.

Siento sus dedos anclándose en mis caderas y su cálido aliento cuando entierra su cabeza entre mis pechos, refunfuñando algo que no acierto a descifrar. Es casi cómico oírlo farfullar incoherencias.

—Tú, pitufo gruñón. No entiendo el idioma en el que estás hablando. Llama a un traductor para que se meta en la cama con nosotros y haga su trabajo, o saca la cabeza de mis tetas y háblame clarito. Dime qué estás diciendo.

Levanta la cabeza solo lo justo para que lo pueda comprender.

—Digo que ese hijo de puta se me ha adelantado. Tengo ganas de arrancarle la polla... espero que por lo menos se portara bien contigo.

—Un momento, a ver si lo entiendo bien. Al follador número uno, el que me alentó a que tuviera sexo, le molesta que me haya acostado con un tío... Eres un hipócrita, Aarón —digo molesta—. Y sí. Lo hizo muy, pero que muy bien. Mi vibrador ya no es el único que me ha dado un orgasmo o varios.

—Joder, Cristina. No me restriegues más que fui yo el que te animé... Tengo que aprender a mantener la boquita cerrada. Lo que pasa es que estoy molesto por no haber sido yo el que te los dio.

Me mueve en un movimiento de balanceo encima de su cuerpo; noto cómo se va endureciendo al mismo tiempo que me dedica una sonrisa de suficiencia.

—Unas de mis fantasías secretas es verte algún día con tu famoso amigo a pilas... más adelante lo añadiremos al juego —dice frotándose contra mi sexo—. Por lo demás, no estoy preocupado. Estoy más que seguro de poder darte tantos orgasmos como desees...

Por un instante, me distraigo con su meneo de pelvis. «joder, la tiene enorme», pero la distracción dura muy poco y le doy un golpe en la cabeza.

—Eres un chulo, no sé ni cómo te aguanto.

Nos reímos mientras seguimos frotándonos el uno contra el otro, como dos adolescentes. Y en ese instante siento que todo puede ir bien.

Veo, claro como el cristal, cómo sería nuestra relación. La palabra perfección relampaguea otra vez en mi mente.

Seguimos besándonos hasta que de pronto suena mi móvil. Me aparto alargando la mano para poder cogerlo de la mesilla. Nadie me llama a esta hora y puede ser importante.

—Hola, preciosa, ¿te queda mucho?

La voz de Toni suena a través del auricular y yo me quedo lívida. Lo había olvidado por completo.

—Cristina, ¿estás ahí?

—Hola, Toni, estaba a punto de llamarte. —«Que mi nerviosismo no me delate, por favor...»—. Voy a llegar un poco más tarde. Tengo que arreglarme, estoy un poco sudada del paseo, «por no mencionar la humedad producida por mi mejor amigo en mis bragas». Me ducho y voy para allá.

—Ok. No hay problema, solo quería cerciorarme de que no habías cambiado de opinión. Me muero de ganas por que estés aquí —suena feliz—, y darte tu regalo. Espero que te guste.

—No te preocupes, seguro que así será. Nos vemos ahora.

Soy una malísima persona.

Intento quitarme de encima de Aarón, pero me sujeta firmemente contra su definido cuerpo. No lo miro a los ojos, porque no quiero ver mi reflejo en ellos.

Me siento sucia, pero es lo mejor. La locura con Aarón no puede progresar. Si algo fallase, la caída sería muy grande.

—Te vas con él.

No es una pregunta, pero me obligo a contestar.

—Sí. Es lo mejor. No quiero ni pensar en lo que pasaría si seguimos con esta tontería. Además, Daniela o mi madre podrían entrar.

Me levanto y empiezo a colocar la ropa que me voy a poner. Aarón también lo hace, va hacia mi cajón de la ropa interior, saca un conjunto de encaje negro y me lo lanza.

—Toma, querrás estar sexy para él.

—No te lo tomes a mal. Lo mejor es ponerle fin antes de empezar algo que se nos acabe escapando de las manos y cometer un error fatal.

Necesito que lo comprenda desesperadamente.

—No te confundas, Cristina. Esto ya ha empezado. Lo que hay entre nosotros es real. Lo más real que viviremos nunca. Lo que más me jode es que me estás haciendo pagar por las cosas que hice cuando estaba soltero... y no digas que eso no te importa porque sé que no es verdad. No insultes a mi inteligencia.

—La diferencia entre tú y yo es que yo no prefiero salir y follar por ahí cuando estoy enamorada de alguien. Me enfrentaría a todos por tener a esa persona a mi lado. Cuando me enamore, será con todas las consecuencias.

—Perdón por no encontrar el momento idóneo entre tu odio a los hombres y los hombres son una mierda, de tu discurso habitual —dice—. Y Cristina... tu ya estás enamorada. Solo que tienes demasiado miedo como para reconocerlo.

Se acerca a la puerta y antes de abrirla, me dice:

—¿Sabes que es lo malo de recordarlo todo? Que nunca olvidas nada... Tal vez mañana empecemos algo juntos, pero nunca olvidaré cómo, después de besarnos y acariciarnos, te fuiste con otro para intentar borrar lo que sientes al estar entre mis brazos. Eso es demasiado sucio incluso para mí.

Cerrando la puerta tras de si, se va, dejándome sola, con la mente hecha un lío y mi corazón a punto de romperse.

Me ducho y me visto, y cuando estoy casi en la puerta, vuelve a sonar mi teléfono.

Sé que estás confundida, y no puedo odiarte por ello. Vete con él. Será una prueba para los dos. Si te hace olvidar mis besos, querrá decir que no estamos hechos para estar juntos.

No sé qué pensar ni qué decir... Vuelve a sonar.

No olvides que te amo.

No merezco ese amor, le contesto.

Yo tampoco me merezco amarte ni que tú me ames a mí. Pero aun así, eres la dueña de mi corazón y, poco a poco, admitirás que yo lo soy del tuyo.

No le voy a contestar. Si seguimos de esta forma, tendré que tirar abajo la puerta de su casa y enroscarme en su mini-cama con él.

Salgo de mi casa con la convicción de que me están observando mientras lo hago; convencida de que, por una vez, sea quien sea el que está mirando a través de la mirilla de la puerta de al lado, seguro que no es doña Carmen.

Mientras voy bajando las escaleras, oigo un ruido seco de fondo. Mañana, alguien amanecerá con la mano inflamada.