—6 —
NO sé cuántas horas dormí, pero no estoy preparada para levantarme de la cama. Mi cerebro proyecta imágenes ante mis ojos como si se tratase de la película de mi vida, pero, para mi desgracia, no es una de esas glamorosas tipo Desayuno con Diamantes. Es una de Andrés Pajares en las que se ve a un hombre con un bañador demasiado bajo, con un peine enganchado a la cadera, persiguiendo a las mujeres por las playas de Benidorm; lo único que cambia es que ese hombre es mi jefe, la mujer soy yo y que, en vez de una playa, es la oficina del Bingo. Me levanto de un salto y me doy cuenta de que realmente no estoy soñando y que eso ha pasado en la vida real.
Hoy empieza mi nueva vida. Desconozco qué me deparará el futuro. Estoy aterrada, pero tengo que ser valiente. No puedo quedarme encerrada todo el día en mi habitación. Voy a enfrentar todo con esperanza... Tal vez, si me lo repito muchas veces, se convierta en realidad. «Sigue engañándote, Cristina.»
De fondo, escucho las risas de mi madre y de Dani, y me doy cuenta que tiene que ser bastante tarde. Voy directa al baño y me doy una ducha que dura más de lo normal. Me visto con un maxi suéter ancho color gris suave con el hombro al aire y unas bailarinas marrón claro.
Ya está, no puedo retrasarlo más. Tengo que contarle a mi familia todo lo que me ha pasado...
«¡Venga, Cris, tú puedes!». Soy muy buena en eso de motivarme (o engañarme) a mí misma. Por fin, me dirijo al salón y lo que oigo me deja clavada en la puerta:
—... Que sí, que te lo juro. Era tu madre cantando La bomba. No podía parar de reír...
Se dan cuenta que estoy en el quicio de la puerta y explotan de la risa. No sé qué hacer ni dónde meterme. ¡Qué vergüenza!
—¿De verdad le cantaste, a la abuela, La bomba por teléfono? —pregunta Dani entre risas—. Cántamela a mí, porfa... y hazme uno de esos bailes que dice el tío que le estabas enseñando... ¿Te has dado cuenta de que sólo haces cosas divertidas cuando no estás conmigo?
—No seas mentirosa, Daniela, hacemos muchas cosas divertidas juntas y lo sabes. No te voy a cantar y mucho menos bailar esa dichosa canción —digo—. Estoy segura que es la que ponen cuando quieren torturar a alguien... No sé qué me entró, pero fue un suceso aislado y único.
Me mira con tal carita de pena que estoy a punto de ceder y arrancar a bailar... afortunadamente, el sentido común no me ha abandonado. No quiero darle munición a mi madre que ya sin haberme visto va a estar con el asunto durante meses. Decido cambiar de tema.
—Ayer noche fui con Aarón a celebrar que me despedí del Bingo, y hoy voy a llamar a la señora Gutiérrez para confirmarle que acepto el trabajo —les explico haciéndolo sonar como que todo fue idea mía.
Mi madre me mira como diciendo que no se cree nadita de lo que le estoy contando, pero se calla porque se da cuenta de que lo hago para que la niña no se preocupe.
—Vete a hacer los deberes a tu cuarto, cariño, yo voy ahora a ver si necesitas ayuda —le pido a Daniela.
Cuando se va, mi madre me mira fijamente durante lo que parece una eternidad. Cuando creo que va a poner el grito en el cielo, me suelta:
—Estoy orgullosa de ti, Cristina. Por fin has dejado ese trabajo que no tenía futuro y en el que estabas amargada —suena orgullosa—. Sé cuál fue el detonante por el que al fin te fuiste. Me lo dijiste ayer... borracha como una cuba. Bueno, por lo menos lo intentaste, porque no parabas de beber y reír mientras hablabas; así que Aarón hizo de traductor y me lo repitió todo con calma mientras tú, de fondo, cantabas...
—Mamá, no sé qué decirte. Estoy asustada. Si esa señora no me da el trabajo, nos veremos muy mal, ya sabes cómo está la cosa —le digo exponiendo mis miedos—. Por otro lado, Aarón va a ir hoy a exigirle mis derechos a Valerio.
Me tapo la cara con las manos.
—Lo hice muy mal, mamá, tendría que haber reaccionado diferente o por lo menos no haberme reído de sus calzoncillos... ahora no podré recuperar el empleo. —Respiro hondo y sigo hablando—. Lo peor, o mejor, no me puedo decidir, es que no me arrepiento. Es un pervertido y trató de usar mi amor por Daniela para que le hiciera cosas repulsivas. Lo único que lamento es no haberle dado una patada en las bolas y avisar a todo el mundo para que lo vieran tirado en el suelo revolcándose en el dolor con sus ridículos calzoncillos multicolores.
—No te preocupes, saldremos adelante. —Me abraza y me tranquilizo un poco—. Cristina, yo también lamento que no le hayas dado esa patada...
Cojo la tarjeta, llamo a la señora Gutiérrez y me sale el buzón de voz.
—Hola, soy Lola, deja tu mensaje. Si eres Cristina, has tardado mucho en llamar... Vente por la mañana a mi casa. La dirección está en la tarjeta. Besos a todos.
Esta mujer está medio loca, me pregunto cuándo habrá grabado el mensaje, yo apostaría que lo hizo cuando aún estaba en el Bingo, justo después de que me acercara a ella para preguntarle cuándo empezaba, y ella, como si fuera de la realeza, me despidiera con la mano alegando que estaba concentrada en el juego y que la llamara al día siguiente.
Por lo menos, al escuchar el mensaje, me he dado cuenta que todavía cuenta conmigo o por lo menos de que quiere verme... aunque sea solo para rechazarme en la cara. Le dejo el mensaje de que iré mañana y cuelgo.
Paso la tarde con Daniela, entre los deberes y escuchar a su amor, Justin... Normalmente, estar con ella me tranquiliza, pero si vuelvo a oír otra canción más, me van a entrar deseos de suicidarme. Estoy de los nervios, y tranquilidad es lo que necesito después de leer el mensaje de Aarón.
Chica bomba, voy hacia la guarida del sumo pervertido. Después te llamo.
De esto han pasado casi tres horas... ¡¡Y no me ha dicho nada aún!! Me niego a llamarlo, no sea que se haya encontrado a una de sus amigas por el camino y lo interrumpa como ayer.
Cuando suena el timbre de la puerta, me levanto como un resorte para ver quién es. Y, gracias a Dios, es él. Me mira muy serio, y yo ya me veo en la calle...
—Vete pensando el lugar donde me vas a llevar a cenar, cariño, porque este cheque tiene muchos ceros... —Saca una carpeta de su bolso y me la pasa—. No tuve ni siquiera que amenazarlo, tenía preparado todos los papeles cuando llegué. El muy cerdo quería una declaración firmada en la cual te comprometes a no hablar nunca de lo sucedido y a borrar esa foto, por eso he tardado tanto. La tienes en la carpeta también, fírmala y ya se habrá acabado todo.
Lo oigo hablar, pero no le estoy prestando atención. No puedo apartar la mirada del cheque. Joder, con todo este dinero no tendría que trabajar por una muy larga temporada. Suelto la carpeta encima de la mesa y corro a sus brazos.
—¡Gracias! Sé que dices que no has hecho nada, pero solo con que hayas ido allí, para mí, es un detalle que no voy a olvidar... —lo digo de verdad, no sé si habría sido capaz de ir hasta allí y enfrentarme a él—. Venga, ahora dime toda la verdad, te conozco y sé que algo le has tenido que decir. No eres de los que se quedan con la boca cerrada aguantándose las ganas y se van tan tranquilos... ¿No le habrás pegado, no?
—No le toqué un pelo. ¿Por quién me tomas...? Lo único que hice fue advertirle de lo que le pasaría si se acercaba a ti otra vez, aunque solo fuera para pedirte la hora. Bueno... tal vez después de coger todo los papeles, lo agarré un poco por el cuello y lo estampé contra la pared... pero nada más, lo juro.
—Eres de lo que no hay. Ni siquiera ser un respetable abogado te cambia... —digo riéndome—. Me da que al final te voy a invitar a cenar al McDonald’s. Como te comportas como un niño, con un Happy Meal vas súper bien y además te dan un regalito.
—Mientras siga siendo gratis y en vez de uno sean por lo menos cinco, podemos ir donde quieras. Ahora voy a ver a mi niña querida, que la echo de menos.
Ruedo los ojos porque siempre tiene respuesta para todo.
—Te advierto que si entras en esa habitación, te sumergirás de lleno en el mundo pre-adolescente de las Beliebers. Iba a meterse en el chat y creo que aún seguirá allí viendo sus videos o algo. Buena suerte.
Al rato, paso por el cuarto y los veo bailando y cantando a pleno pulmón delante del ordenador. Me quedo en el quicio de la puerta observándolos y pensando en la suerte de familia que tengo, hasta que mi hija se vira y me coge de la mano. No me queda otra que unirme a ellos. Bailando y riendo se pasa la tarde.
No puedo evitar pensar que, por momentos como este, la vida vale la pena.