—1 —
HAY personas que se levantan con el guapo subido, pues yo... no soy una de ellas.
Desde que me despierto a las 7 de la mañana, preparo a mi hija, la llevo al cole, regreso a mi casa, me tomo un café con leche bien cargado de azúcar, me meto en el baño a ver el Facebook, «en el móvil», bien sentadita y relajada, me ducho, me peino, me relavo los dientes y me pongo cubre ojeras... no me veo el guapo por ninguna parte.
Vale, es verdad que duermo poco, que hasta casi las 4 de la madrugada no llego a casa. Me despierto con los ojos enrojecidos, con ojeras y con la piel casi transparente, cual fantasma venido del más allá, y que así es muy difícil verse el guapo por alguna parte. Pero sería agradable mirarme al espejo nada más despertar y decir: ¡Qué guapa que estoy hoy! Pues yo, si no sigo estas rutinas todos los días, no me veo de ninguna manera.
Es en serio, huyo de todo lo que sea reflectante, no quiero que se rompa y me dé tropecientos años de mala suerte. A ver, en realidad no me considero fea. Más bien soy del montón, «del montón de las guapas». Tengo buen cuerpo: estatura media, vientre «no tan» plano, unos pechos llenos y un culo respingón. Ojos y pelo color castaño claro, nariz chata y la boca pequeña, pero de labios gruesos. Podría sacarme más partido, lo sé. Pero no tengo nada de ganas.
Cuando salgo del baño a eso de las 09:30, «más bien a las 10», me encuentro a mi madre sentada viendo la novela de turno. ¡Joder con esta mujer! La quiero, juro que la quiero, pero si me ahorra ver cómo se emociona con la relación de amor-odio que tienen Julio José y Jessica María, o como se llamen... me hace un grandísimo favor. Me dan ganas de decirle:
—Mamá, tienes 58 años y se te está empezando a caer el pellejo de los brazos. Menos novela y más aquagym.
De repente, se gira y me mira, lo debo de haber dicho en alto.
—Ya hice todo el ejercicio que tuve que hacer en mis tiempos. Bastante hago con subir tres pisos sin ascensor. Los brazos los tendré fofos, pero el culo lo tengo como una piedra, bonita. Vete por ahí a jugar a las chicas fitness y déjame tranquila. Aún no me he tomado mi carga extra de cafeína como para aguantarte, Cristinita.
—Cómo te pones por una sugerencia, mamá, no hay quien te diga nada. Yo solo lo hago por tu bien —digo intentando apaciguarla—. Aún eres guapa, y en vez de aprovechar el tiempo que te queda en los bailes de la tercera edad ligando con algún viejito resultón, estás aquí metida todo el día.
—A mí no me hace falta hacer nada, hija, yo ya ligué una vez y este cuerpo no quiere más hombres que a tu padre...
Ahora sí que estoy incómoda...
—Vale. Esta conversación es demasiado profunda para tenerla a estas horas matinales —anuncio—. Estaba haciendo tiempo para ir a buscar a Aarón a su casa de camino al gym. Bueno, me voy. No llores mucho.
Aarón es mi mejor amigo, y no, no es gay. Lo conozco desde que, con 15 años, me mudé a su edificio y su madre le dijo que tocara a mi puerta para ser amigable con los nuevos vecinos.
Cuando la abrí y me preguntó con timidez si quería que me enseñara el barrio, me quedé asombrada. Vale, en aquella época la moda no era lo que es ahora, pero hasta con el pelo cortado a la taza también estaba guapo. Se podía intuir que sería un bombón.
Es alto, tiene el pelo castaño y peinado a la moda, unos pícaros ojos negros, los labios gruesos en forma de corazón, «que ojalá fueran los míos», la nariz afilada y los rasgos marcados que le dan una apariencia de chico malo mortal; y eso es solo la cara... Su cuerpo es el de un hombre que ha hecho toda su vida deporte. Tiene brazos y pectorales tonificados, y un six pack que se le nota hasta de lejos; por si fuera poco, tiene esa V tan sexy que casi todos los hombres matarían por tener, y un culo para picar hielo.
La parte de su cuerpo que a mí más me gusta son sus piernas, típicas de los futbolistas, todo músculos fibrosos. A veces, me encantaría engancharme de una como si fuera un perro, «soy rara, lo sé...». Gracias a Dios que siempre recupero la compostura a tiempo.
Es uno de los hombres más guapos que he conocido y, desgraciadamente, lo quiero como a un hermano. Es un abogado de cierto éxito que tuvo que volver hace poco a casa de sus padres después que su novia, que también era su casera, lo echara «solo» por encontrarlo en la cama con una pelirroja curvilínea... Yo se la habría cortado a lo Lorena Bobbit, pero en fin, cada uno reacciona como puede.
Nada más salir de mi casa, paso a la de al lado, que está de jornada de puertas abiertas permanente; si mi madre es adicta a las novelas, la suya es como la portera del edificio, que vive en un tercero, y aun así, se entera de todo lo que pasa. Entro y me encuentro a su majestad, el rey Aarón, sentado a la mesa de la cocina con su madre dándole un masaje en los hombros.
—Mamá, ¿por qué no me haces para después una de esas ensaladillas tuyas tan ricas? Sabes que siempre que tengo que ir al juzgado salgo muerto de hambre...
—Sí, hijo, y unas croquetitas para acompañar.
Joder. Con razón no está buscando piso para irse de nuevo. Este tío es bueno, se las camela a todas, y a su madre, la primera.
—Bueno, ¿qué, nos vamos o falta alguna parte por masajear? —pregunto arqueando la ceja.
—¡Hola, Cris! —dice Aarón alegre. Besa a su madre y sale por la puerta tan campante.
—¡Adiós, Carmen...! —acierto a decir antes de que su hijo se gire y me saque de la casa arrastrándome por el brazo.
—Corre, corre antes de que se acuerde...
¿Eh? ¡¿De qué está hablando este hombre, Dios mío?!
—Aarón, para, que me caigo y al final me rompo hasta el cuello —digo mientras bajamos las escaleras a toda velocidad.
—Si supieras con quién te quiere juntar mi madre, saltarías por la ventana y te daría igual el cuello. Conoció a una señora en el mercado que le dijo que su hijo estaba soltero y, automáticamente, pensó en ti para ocupar el puesto de futura esposa —explica—. Ya sabes cómo es mi madre, seguramente, será un gordo pajillero o un gay escondido. Yo que tú, intentaría la casi misión imposible de esconderme de ella por un tiempecito.
Salimos a la calle y buscamos su coche mientras yo intento asimilar sus palabras.
—¿Se puede saber por qué tu madre está empeñada en buscarme pareja? —Joder con la Carmen de los cojones.
—Ha hecho de ti su misión para poder entrar al cielo. Nada mejor que ayudar a una joven descarriada con una hija, a encontrar el amor de su vida, para que se abran ante ti las puertas del cielo... Yo, además, pienso que se ha dado cuenta de que estás necesitada de un buen rabo que te triture entre las piernas, pero esa es solo mi opinión.
—¡Cállate ya, hombre! Solo porque no soy como tus amiguitas salvajes no quiere decir que sea una tonta.
—¿Hace cuánto que no te lo haces con nadie?
Voy a contestar y me suelta:
—Tu consolador no cuenta.
Ya me mató, y lo sabe. El pedazo de cerdo sonríe porque ha ganado este asalto. Yo, por supuesto, no me rindo.
—El sexo está infravalorado. No me sale a cuenta el sufrimiento por hacer que funcione una relación, más la angustia de que a mi Dani no le caiga bien el chico que elija. No merece la pena.
—Cariño, estamos hablando de follar, del mete-saca. No creo que a tu hija casi adolescente le cuentes esos detalles de tu vida. El problema es que con los que has estado te lo han hecho fatal, seguro que ni te lo han comido... —dice como si tal cosa—. Si no fuera como estar con mi madre, te echaría uno por compasión yo mismo; pero lo siento, me da grima. No te toco ni con un palo, otra cosa diferente es que me quieras ver en acción con alguna de mis amigas a ver si te vuelven las ganas. Sabes que todo se puede arreglar...
El muy cochino lo dice en serio, y a mí solo me dan ganas de vomitar.
La verdad es que mis experiencias han sido desastrosas. Una vez, en el asiento de atrás de un coche, clavándome el cierre del cinturón de seguridad y quedándome embarazada, y otras dos en pensiones cutres con un par de tíos que fueron a lo básico y con los que ni siquiera sentí que me empezaba un orgasmo. Una de las veces estaba tan seca que tuvo que utilizar lubricante. Y encima, para colmo, la tenían pequeña, si por lo menos hubieran sabido usarla, pero ni eso.
Al principio pensé que el problema era mío, pero con mi vibrador voy a orgasmos por minuto. Mi vagina y yo tenemos una relación limpia y consensuada. Por ahora va bien, pero tengo que confesar que voy cachonda la mayoría del tiempo. Cuando me quiero dar cuenta, estoy imaginándome cómo tendrán las pollas todos los tíos interesantes que me encuentro... Aarón no cuenta porque ya se la he visto, y, por desgracia, muchas veces, «nunca compartas apartamento en la playa, con un único dormitorio, con tu mejor amigo el follador». Lo único bueno que saqué de esa experiencia fue que los 14 centímetros a los que estaba acostumbrada no eran la medida estándar masculina. Gracias a Aarón, «y a su miembro», no perdí las esperanzas, aún me puede tocar alguna como aquella...
Cuando llegamos al gimnasio, aún es pronto, sobre todo para los musculitos de medio cuerpo, «muy grandes de arriba, y de cintura para abajo la masa corporal de un niño aún sin desarrollar», pero está rodeado de mujeres por todos lados, la mayoría de ellas del grupo de las salvajes de Aarón, como las llamo yo. Me dirijo a la cinta con mi musiquita puesta y lo dejo rodeado de sus groupis.
Ya llevo unos 20 minutos corriendo, concentrada en la nada, cuando siento que me miran a través del cristal que da a la calle. Me fijo en una señora que se me hace familiar, pero no consigo ubicarla. Cuando se da cuenta que la pillo observándome, sigue caminando como si tal cosa. Descarto el raro momento de mi mente y sigo con mi rutina de ejercicios. Después de casi hora y media, me doy por satisfecha, aviso al playboy que he terminado y me voy a la ducha antes de irme a casa.
Cuando salgo del gimnasio, sola, ya que Aarón va directo al trabajo, me vuelvo a encontrar con la señora de antes y esta vez me mira sin cortarse un pelo y hasta camina hacia mí.
Yo ya me pienso lo peor: que es la típica vieja loca de los gatos y que lleva un par de ellos en el bolso dispuesta a lanzarme algunos, que tengo una nueva admiradora o que es la típica religiosa empeñada en abrirme los ojos a Dios... No sé qué alternativa me da más miedo, creo que la última. Una jauría de gatos rabiosos es aceptable. Una mujer con una misión espiritual es difícil de aplacar.
Se para justo en frente de mí y me dice:
—Hola, niña, tú trabajas en el Bingo Reyes, ¿verdad? Te he visto varias veces allí cuando voy a jugar unos cartones. No quiero que me interpretes mal, pero he preguntado por ti. Sé que tienes una hija a la que crías tú sola... hace tiempo que quería hablar contigo de algo, y verte hoy solo fue una certera casualidad, ya que estaba buscando la manera de hablar contigo a solas, porque en el bingo o estás trabajando o huyendo de tu jefe; que sí, que lo he visto babear detrás de todas las chicas de allí...
Sigue y sigue hablando, y yo solo acierto a pensar: ¿¡Por qué no pudo ser una mujer religiosa, Dios mío?! Mientras continúa su monólogo, le voy haciendo un reconocimiento completo. Ropa de calidad, peinado de peluquería, bolso y zapatos Channel. Todo en ella habla de dinero. Estoy absorta en mis cálculos sobre cuánto costará todo el conjunto que lleva puesto la charlatana mujer delante de mí cuando, de pronto, oigo:
—... y por eso quiero ofrecerte un trabajo.
Me quedo lívida.
—Señora, perdone, ¿puede repetir lo que me ha dicho, sobre todo, la última parte? —pregunto estupefacta—. Es que me he perdido un poco. Mejor vamos a esa cafetería, nos tomamos un cafecito y me lo explica todo con detalle.
Mientras nos dirigimos hasta allí, siento la necesidad de aclarar una cosa.
—Si le digo la verdad, no la conozco de nada y esto me huele mal. Si no fuera una señora mayor, pensaría que está tratando de seducirme para después drogarme la bebida —digo tanteando el terreno. Ya sería lo que faltaba si me saliera una admiradora de la tercera edad—. No irá por esos lares, ¿verdad?, porque siento decirle desde ya que las mujeres no me van. Así que si es por eso, dejamos la conversación aquí.
—Que no, niña, que desconfiada que eres. —Se ríe.
Nos sentamos en la cafetería y allí me cuenta que se llama Dolores Gutiérrez, que no es ninguna desviada que va drogando a los demás y que yo tampoco soy su tipo. «Menos mal». El trabajo consistiría en ser su asistente, su chica de los recados. Ella dice que es fácil y bien pagado, que no me volverá loca con cosas imposibles. Solo necesita a alguien que le lleve su agenda y su casa porque ella ya no puede.
Lo siento, pero no me lo creo. Demasiado bonito para ser verdad y así se lo digo.
—Señora Gutiérrez, no quiero cortarla a la mitad, pero la verdad es que no me lo creo. No me puede pedir que deje mi trabajo así como así, ofreciéndome el oro y el moro, sin conocerme de nada —digo escéptica—. Me suena fatal, como si me estuviera endulzando para después pedirme un riñón o algo. Es que no entiendo cómo una señora como usted pudo haberse fijado en mí para algo más que para rezar que le saque la pelotita que la haga cantar Bingo.
—Sé que suena raro, pero estoy en un momento de mi vida en la que si me apetece hacer algo raro, lo hago sin preguntarle a nadie. La verdad es que cuando te veía en el bingo, no sé, no encajabas encerrada en esas cuatro paredes... bueno, mis razones son mías, ya te las diré si empiezas a trabajar para mí. Te dejo mi tarjeta, piénsatelo durante una semana. Si no me has llamado, sabré que no te interesa. Espero noticias tuyas pronto.
Da la vuelta y se va, sin más. Creo que quiso dar un final dramático a la conversación y lo consiguió.
Me quedo mirando la tarjeta, pero sin verla en realidad, pensando en las cosas surrealistas que me pasan algunas veces.