—7 —
AL día siguiente, después de mi rutina matinal, me preparo para ir a casa de la señora Gutiérrez. Me visto de manera casual: una camiseta de Los Ramones, unos vaqueros pitillo y unas bailarinas negras con tachuelas. Quiero ir cómoda por si acaso tenga que salir corriendo... Me retoco las ojeras, una rayita negra en los ojos, un poco de máscara de pestañas, brillo en los labios y arreando. Me cuelgo un bolsito mono y rezo para que, al llegar, no me rechace y tenga que ir a coger número a la oficina del paro.
Llego a la dirección indicada, que es uno de esos edificios antiguos pero reformados que hay por todo el centro de Madrid. Es muy bonito. De tres plantas y color beige, con unas molduras pintadas de azul y dorado, y pequeños balcones de acero forjado en negro. Toco el portero automático y espero a que me abran. Espero y espero... Cuando ya estoy a punto de irme, oigo que gritan:
—¡Ya voooy, que estoy en la azotea!
No es la voz de la señora, así que espero no haberme equivocado. Cuando por fin me abren, diciendo que suba directamente, pasaron unos minutos en los cuales mis inseguridades van surgiendo.
«Por favor, que no sea una chiflada.»
Cojo el ascensor, uno de esos antiguos con la cabina de rejas. Mientras subo, voy mirando el interior del edificio; no son tres casas independientes como parecía desde fuera, los pisos están abiertos. No hay ninguna pared o puerta que lo divida por viviendas. Puedo ver grandes salones en cada planta.
Cuando por fin llego al ático y salgo por la puerta, el paisaje que me recibe me deja asombrada. Una especie de selva virgen... con un sendero en el centro.
Empiezo a caminar, adentrándome en la espesura, y no puedo evitar sentirme como una exploradora a punto de descubrir una tribu indígena.
—Hola, ¿hay alguien...? —grito y sigo caminando. Me parece oír unas voces de fondo
Este sitio es grandísimo y hace mucho calor... tendría que haber traído un repelente de insectos o, por lo menos, protector solar. Se oyen las voces mucho más cerca y me dirijo hacia ellas esquivando hojas de palmera y de plantas, «ojalá tuviera un machete a mano», que no consigo identificar.
Me encuentro con una chica delgada y rubia, de pie, hablando con otra persona agachada a la que no reconozco, lleva puesta una pamela enorme. Hago un poco de ruido al esquivar otra hoja, y al darse cuenta de que ya no están solas, alzan la cabeza. La chica me mira extrañada, pero de debajo de la pamela la mujer se hace oír:
—Rocío, esta es mi nueva ayudante, Cristina. Cristina, esta es Rocío, mi nieta —dice la voz de la señora Gutierrez—. Te esperaba ayer, niña, menos mal que me dio por mirar el buzón de voz del teléfono, que, para que lo sepas, nunca lo hago. Creí que siendo una chica moderna me mandarías un WhatsApp. También dejé un mensaje para ti en mi estado, para que me llamaras en cuanto pudieras. Rocío insistió, dice que es así como se comunica la gente hoy en día. Así que ahora tengo un móvil 4G con las letras aumentadas al máximo para poder relacionarme con el mundo exterior... —cotorrea—. Rocío, nena, baja a mi despacho y busca una carpeta que dice Cristina y alcánzamela, por favor.
—Sí, yeya —se da la vuelta para irse, pero se detiene un segundo a mi lado y me abraza—. Nos llevaremos bien. Mi abuela tiene un sexto sentido para captar a la gente buena y me ha hablado muy bien de ti. Alguna tarde podemos hacer algo juntas y conocernos mejor... —termina por decir perdiéndose en la selva.
«Cuanta efusividad.»
—Siento no haber venido ayer, pero no oí su mensaje hasta bien entrada la tarde. —La estoy mirando y no sé qué pensar, esta mujer me desconcierta de una manera absoluta—. Por lo que veo, aún piensa en contratarme, pero no me ha dicho las condiciones ni nada de eso. Tengo que saber todos los detalles antes de aceptar. Por ejemplo, el horario es muy importante. Sabe que tengo una hija, no puedo dejarla de lado; en el Bingo trabajaba de noche para pasar tiempo con ella.
—Te diré los detalles a grandes rasgos ahora, pero en la carpeta que trae Rocío está todo más concreto. Trabajarías desde las 09.30 hasta las 17.30, más o menos, puede variar si tengo que organizar un evento, y quedan puntos por cerrar... ya sabes, hacer algunas llamadas o esperar a algún proveedor. Tendrás que tener el teléfono siempre operativo por si acaso necesite cualquier cosa...
—Defina cualquier cosa, porque me estoy imaginando que me llama a las 3 de la mañana para pedirme un croissant, y eso no me gusta nada... —Hay que dejar las cosas bien claras desde el principio, no quiero convertirme en su esclava.
—¡Ay, niña! Te pareces a mi nieta, soltando estupideces por esa boquita. En el improbable caso de que te llamara de madrugada, lo haría por una urgencia, no porque tenga hambre... —explica—. Tendrás que trabajar algún sábado que otro, pero lo sabrás con antelación, porque al llevar mi agenda, tendrás que organizarlo tú misma. Por supuesto, si quieres o te surge la necesidad, podrás traer a tu hija aquí algún día. A mí no me importa, la casa es muy grande y se podrá entretener con algo.
Llega Rocío cargando con una carpeta llena de papeles.
—Bueno, si eso es todo lo que te preocupa, llévate la carpeta y léela a conciencia. Dentro también está el contrato, si estás de acuerdo, llévalo firmado mañana a la dirección del despacho de abogados que hay anotado dentro. Empiezas el lunes. Ya puedes irte.
¡Joder! La mujer y sus abruptas despedidas... Si acepto el trabajo, me tendré que acostumbrar. Le hago señas con la mano a la nieta y me pasa el carpetón. Me despido con un seco hasta luego y salgo de allí.
Tengo pensamientos enfrentados: por una parte, parece demasiado bueno para ser verdad y desconfío; pero, por otra, es un chollo de trabajo y sería tonta por no aceptar.
Llamo al ascensor y espero (no tan) pacientemente que suba, con la carpeta abrazada a mi pecho, mirando el bonito suelo de mármol, contando los minutos que me quedan para llegar a mi casa y dejar de disimular que no me muero por leer lo que hay dentro; cuando llega, abro la puerta corredera, camino para meterme dentro y... pum. Estampo la cabeza contra montones de rollos de cartón que acaban rodando por el suelo.
—¡Que daño! —digo tocándome la frente.
Levanto la vista y me encuentro a un chico bajito y mono que tiene las mejillas sonrojadas de la vergüenza.
—Lo siento, de verdad que no te vi. No esperaba que nadie entrara en el ascensor.
—No pasa nada, hombre. También es culpa mía, estaba distraída y mirando hacia el suelo... —Intento bromear porque se le ve muy incómodo—. Te salvas de que te pida el seguro, con el golpe que me he llevado en la frente, podría estar viviendo del cuento mucho tiempo...
Lo digo para que se tranquilice, porque el pobre cada vez está más rojo. Me agacho para ayudarle a recoger, pero el chaval no levanta la mirada del suelo.
—En serio, que no fue nada. —Le doy los rollos, espero que salga del ascensor y me subo yo.
—No le diga a mi jefe que se me han caído los proyectos, por favor, es muy maniático con ellos. Los trata como si fueran seda.
—No sé quién es tu jefe y aunque lo supiera, no diré nada, de verdad. Respira hondo. Este incidente quedará entre tú, mi frente y yo. Ya nos veremos por ahí, adiós. —Aprieto el botón de bajada.
—¡Adiós! Y lo siento mucho... —le oigo decir ya desde el piso inferior.
Al llegar a mi casa, encuentro a mi madre sentada delante de la tele, tomando su dosis diaria de amor trágico. Le hago la señal de OK con la mano y voy directa a mi cuarto.
Ojeo el contrato, y con cada punto que leo, mi estado de ánimo va elevándose a límites insospechados.
El trabajo es magnífico. Vacaciones pagadas, paga extra, casi todos los fines de semana libres... pero lo mejor es el sueldo, cobraría en un mes casi el doble que en el Bingo. Estoy tentada a firmar ya, pero quiero que Aarón lo vea primero, quiero que me aconseje, como abogado y amigo. Le escribo para que se pase por mi casa en cuanto pueda, quiero revisarlo con él.
Recibo un mensaje:
Cariño, te invito a almorzar cerca de los juzgados. Estoy un poco liado hoy y no sé a qué hora llegaré a mi casa. Te espero en media hora. Dime algo rápido para saber qué hacer.
Vale. Nos vemos en ese bar donde hacen los calamares tan ricos. Espérame dentro de veinte minutos. Si puede ser con una cañita fresquita al lado, mucho mejor.
Me gusta como piensas, mujer. Por eso te entregué mi corazón hace mucho tiempo.
Pero qué zalamero que es...
No seas pelota. Vas a invitar tú por muchas cosas bonitas que me digas
Lo siento, pero a mí no me camela con palabras dulces. Bueno, si me quiere mandar una foto de él desnudo no le diría que no... «No seas traviesa, Cristina, aunque esté como un tren, es tu amigo». Lo malo es que desde que lo vi con esos calzoncillos blancos, la imagen no se va de mi cabeza...