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DIARIO DE UN TOC
LA LLAVE
«El verdadero combate empieza cuando uno debe luchar contra una parte de sí mismo. Pero uno solo se convierte en un hombre cuando supera estos combates.»
ANDRÉ MALRAUX
Es harto complicado hallar la clave de un complejo enigma, la respuesta de un intrincado acertijo, la salida de un vasto laberinto. Sobre todo cuando te has acostumbrado tanto a vivir en él que encontrarte con la libertad de fuera incluso te da vértigo.
Me tomó mucho tiempo, pero al final conseguí aprender que quien ha construido una puerta y un cerrojo también ha hecho una llave.
Entre otras muchas cosas, Julia me enseñó a no usar mi trastorno como una excusa, sino como un escalón. Y eso es lo que hice.
Creo que todos seríamos más felices si encontrásemos esa llave de la que Julia hablaba en su libro. Yo al menos soy feliz de haber encontrado la mía. Pero no lo hice solo. Alguien apareció en mi vida y me «tocó» como nadie antes lo había hecho.
Y me enseñó que si aprendes a cambiar tus pensamientos, puedes cambiar tus hábitos; si cambias tus hábitos podrás cambiar tu carácter; y que si cambias tu carácter, sin duda alguna llegarás a cambiar tu destino.
Un regidor de nacionalidad británica se acercó a la puerta abierta del camerino e informó a Adrián de que ya estaban dando el aviso de tres minutos para el comienzo de la función.
—Three minute call —le dijo con su marcado acento de Mánchester.
—Thank you, Tom —asintió Adrián muy tranquilo.
Presionó el botón de «Publicar», cerró el portátil, se levantó y se acercó al espejo. Estaba particularmente nervioso esa noche. Había pasado casi un año y medio desde que se subió a aquel avión rumbo a Canadá y aquella sería la función que inauguraría la gira europea de DREAMS, precisamente en Madrid. El espectáculo llegaba precedido por unas críticas excelentes y todas las localidades estaban vendidas.
Se miró a los ojos y se susurró el mantra: «Eres suficiente, eres valioso, eres perfecto» con una sonrisa.
Salió del camerino y se quedó entre bambalinas mirando el escenario sutilmente iluminado. Fuera se oía el cálido rumor del público. Dieron por megafonía el aviso de un minuto para el comienzo de la función y el regidor comprobó que Adrián estaba en su sitio, listo para empezar el espectáculo.
Esta vez no faltaban las rosas amarillas entre el público. Bea, Jon y Carlos no solo habían acudido puntuales a la cita con las flores acordadas entre las manos, sino que habían comprado cada uno nada menos que dos docenas de ellas. Coincidieron en la puerta con las manos ocupadas por los grandes y olorosos ramos y se regocijaron de conocerse por fin cara a cara gracias a la feliz ocasión. Antes de entrar en la sala, repartieron aleatoriamente las rosas amarillas entre los espectadores que se disponían a ocupar sus asientos. Poco antes de que empezara la función, estaban ya acomodados en sus respectivas butacas, expectantes por ver a Adrián por fin sobre el escenario y muy satisfechos de que el patio de butacas estuviera salpicado por decenas de las «flores de los “tocados”».
La madre de Adrián había recibido a la entrada una de las rosas. Por supuesto, estaba la familia al completo, que había viajado desde el pueblo para asistir al importante evento. Llevaban sin verlo en persona desde que se marchó, aunque habían mantenido regulares e interminables charlas con él a través de Skype.
Otra de las flores amarillas había ido a parar a las manos de Joana, quien se la pasó a Estela, que no dejaba de inspirar su aroma. Ambas habían pedido la noche libre en el restaurante semanas antes. El resto de sus amigos tenían que sacar adelante el turno de la noche en el, ahora, concurrido local, pero ellas no podían perderse el acontecimiento y habían convenido con los demás acudir en nombre de todos.
Sonia también estaba entre el público y sostenía entre sus dedos juguetones una de las rosas, muy atenta ante el comienzo del espectáculo. Su intenso pasado con Adrián se había transformado en un profundo cariño y en una sincera admiración hacia su persona.
Y el destino quiso que otra de las rosas amarillas fuera entregada a Julia, que estaba sentada en una butaca del fondo, flanqueada por Arnau y Anna. Julia había sido nombrada recientemente directora de un organismo nacional que se encargaba de vigilar la presencia del trastorno obsesivo-compulsivo en institutos de enseñanza secundaria de todo el país y de asesorar y tratar a los posibles pacientes cuando se diera el caso. Además, estaba a punto de publicar un nuevo libro, prácticamente autobiográfico, en el que hablaba sobre cómo superar el duelo por el suicidio de un ser querido. Estaba feliz de poder ser testigo de ese momento en la vida de un paciente que había sido tan especial para ella.
Adrián cerró los ojos e inspiró profundamente.
—No hay lugar, solo hay aquí; no hay tiempo, solo hay ahora —se dijo mentalmente.
Poco a poco, se fueron apagando los sonidos de alrededor: el cuchicheo del público, el suave alboroto de los técnicos entre bambalinas… y se hizo el más absoluto de los silencios. Entonces abrió los ojos completamente conectado con su misión, totalmente anclado en ese momento.
Entre las potentes luces del escenario, su figura se fundió por completo.