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ADRIÁN PREPARABA LAS mesas para la cena en la sala interior del restaurante. Pensaba en la última sesión con Julia y en aquella frase de Baker: «El mundo es redondo y cualquier lugar que pueda parecer el fin puede ser el principio».
Estela entró desde la barra y le anunció que tenía una visita. Adrián la miró con extrañeza. Estela se aproximó cautelosa.
—Es… ella —le dijo en voz baja.
—¿Sonia? —preguntó Adrián, estupefacto.
Estela le dijo que sí. Adrián respiró hondo y se dirigió a la otra sala hecho un manojo de nervios. En los diez pasos que lo separaban del umbral de la otra habitación, le dio tiempo a valorar las razones que habrían podido llevar a Sonia a visitarlo. Quizás había abandonado como él la compañía de teatro. Acaso iba a verlo para pedirle disculpas por haberlo dejado. E incluso, por qué no, pudiera ser que el motivo de su visita fuera pedirle una segunda oportunidad.
Adrián llegó a la sala externa del local. Allí, junto a la barra, de pie, lo esperaba Sonia mientras echaba un vistazo a los menús. Llevaba un vestido de florecitas azul celeste y rosado con escote palabra de honor que dejaba sus hombros y su largo cuello al aire. Adrián la encontró más guapa que nunca y sintió cómo se le aceleraba el pulso, pero decidió mostrarse entero ante ella. Al menos, todo lo entero que pudiera.
Sonia levantó la mirada de la carta muy serena, se acercó a él y le dio un largo abrazo. Él se abandonó a ese abrazo un instante, pero después se arrepintió y trató de no dejarse llevar por la emoción. Se separaron, y Adrián la miró a los ojos tratando de ocultar su agitación interior.
—Tenemos ofertas para los buenos clientes —bromeó él en alusión al menú que Sonia estaba ojeando.
—Realmente la comida es buena aquí —dijo Sonia.
—¿No deberías estar en la obra de teatro? —le preguntó Adrián de pronto.
—Hoy es lunes —dijo ella, aclarando que estaba en su día libre.
—Es verdad —reconoció él con secreta decepción.
Se creó un silencio de unos segundos que pareció eterno.
—Siento lo de Jaime del otro día —dijo Sonia rompiendo el breve mutismo—. Ya sabes que a veces puede ser…
—¿Un capullo? —dijo Adrián, cortándola—. Bueno… no es culpa tuya que lo sea. Y ¿venías solo a eso? —preguntó él, esperanzado, aunque tratando de aparentar frialdad ante ella.
—En realidad, no —contestó Sonia.
A Adrián se le iluminó el rostro. Ella sacó de su maxibolso rojo una bolsa de plástico que le ofreció.
—Son las últimas cosas que te quedaban en mi apartamento. Pensé que querrías tenerlas.
Una ola de decepción inundó el corazón de Adrián.
—Gracias —dijo él casi sin poder hablar, tratando de no dejar entrever ni un ápice de su desilusión.
—Es mejor así —se justificó Sonia.
Adrián cogió la bolsa. Ella le dio un beso en la mejilla y se dispuso a marcharse. Él sintió que no volvería a verla jamás, al menos a solas, y quiso alargar el momento todo lo posible.
—¿Sabes? Voy a hacer el casting con Maslow —le dijo casi apresuradamente.
—¿En serio? Siempre fue tu sueño trabajar con él.
—Sí —dijo Adrián, fingiendo toda la fortaleza y seguridad que pudo.
—Espero que tengas mucha suerte —le deseó Sonia con absoluta sinceridad antes de marcharse—. Bueno… cuídate, Adri.
Y se marchó. Adrián la observó inmóvil hasta que Sonia salió del restaurante. Miró la bolsa de plástico que tenía en la mano, llena de cosas pequeñas, casi sin importancia. Su cepillo de dientes, su colonia, una camiseta… Se dio cuenta de que ya no había nada que probara que había formado parte alguna vez de la vida de Sonia y sintió que estaba a punto de derrumbarse. Se dio la vuelta cabizbajo para volver al trabajo, y en la puerta que daba a la sala interior su mirada conectó con la de Estela, que estaba allí, inmóvil, observándolo con entregada compasión.
—Cabeza alta… —le dijo en un susurro casi inaudible.
Adrián forzó una sonrisa y levantó la cabeza lo mejor que supo. Después de todo, era actor.