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ADRIÁN SE DESPERTÓ sobresaltado y empapado en sudor. Le costó reconocer su habitación y darse cuenta de que ya no tenía once años, sino treinta y tres. El despertador se activó con su irritante bip-bip a las 6:45. Adrián lo apagó malhumorado, se levantó de la cama y se deslizó a su silla de trabajo frente al ordenador. Pulsó un botón del teclado blanco impoluto y la sofisticada máquina despertó de su reposo nocturno. Adrián fue directo a un foro que frecuentaba y abrió la ventana del chat.
Adriestatocado ha entrado en la sala
Adriestatocado: ¿Hay alguien ahí?
Adriestatocado: ¡Eoooo!
Adriestatocado: ¿Hay alguien?
Enseguida fueron apareciendo el resto de los usuarios regulares del chat y se originó el típico alboroto virtual matutino.
Tocadadelala ha entrado en la sala.
Tocadadelala: Buenos días, Adri. ¿Qué haces despierto tan temprano?
Adriestatocado: He vuelto a tener esa pesadilla. Pero de todos modos ya me despertaba. ¿Y tú?
Tocadadelala: Siempre me despierto a las 5. Estaba desinfectando el teclado de mi ordenata, jijiji.
Adriestatocado: Vaya tela…
Tocadoyhundido¡ ha entrado en la sala.
Tocadoyhundido: ¡¡¡BUENOS DÍAS, CHICOS!!!
Tocadadelala: ¡¡¡¡¡No grites por la mañana!!!!! grgrgrgrgr…
Adriestatocado: Buenos días, Jon.
Tocadoyhundido: Perdón… Buenos días, chicos.
Tocadoyhundido: ¿Mejor?
Adriestatocado: Discúlpala, Jon, tiene lejía en las manos…
Tocadoyhundido: Ah, ok. ¡Cuidado con Bea que está armada!
Tocadadelala: Muy gracioso, Jon. Ya te acordarás de mí cuando estés repitiendo la lección palabra por palabra a tus alumnos por cuarta vez…
Tocadoyhundido: Joer… que era una broma… Cómo esta la peña por la mañana…
Toctoc31 ha entrado en la sala.
Toctoc31: ¿Se puede? ¿Qué hacéis despiertos tan temprano?
Adriestatocado: Hola, Toctoc31.
Toctoc31: Oye, Jon, arriba se te olvidó poner una tilde. Hola, Adri.
Tocadadelala: Ya está aquí el maniático de la ortografía y los acentos.
Toctoc31: ¡Tildes, tildes!
Tocadoyhundido: ¿Dónde?
Toctoc31: ¡¡¡TILDES!!!
Tocadadelala: ¡¡¡Que no griteis!!!
Toctoc31: ¡¡¡ESTÁ!!! ¡¡¡GRITÉIS!!!
Tocadoyhundido: Ah, sí… jajaja… Es verdad, Carlos… Está… Cómo estÁ la peña por la mañana…
Adriestatocado: Bueno, chicos, me voy a currar.
Tocadadelala: ¿Último día, no?
Adriestatocado: ¡Síííííííííí!
Tocadoyhundido: ¡Por favor, no toméis café! Sobre todo tú, Bea.
Tocadadelala: Tranquilo, no me gusta, jiji. Pasa un buen día, Adri. Ya nos dirás de tu estreno.
Toctoc31: Sí, eso. Ya nos contarás para ir a verte al teatro.
Adriestatocado: Sí, ya os contaré. Bueno, me piro a la ducha, que ya sabéis que me lleva un rato, jeje.
Tocadoyhundido: Ciao, bambino.
Toctoc31: Hasta luego, Adri.
Tocadadelala: Adios, Adri.
Toctoc31: ¡¡¡ADIÓS!!!
Tocadadelala: adios adios adios adios adios adios adios adios adios adios adios adios adios adios…
Toctoc31: What the F***??!!
Tocadadelala: ;-P
Tocadoyhundido: Oye, no habléis en inglés, que no me entero… :-(
Tocadadelala: Mira el profesor de instituto…
Tocadoyhundido: Es que soy profe de química…
Adriestatocado: Jajaja… ¡¡Buen día a todos!!
Se dirigió al baño, orinó y abrió el grifo del lavabo hasta que observó que el agua salía bien caliente. Pulsó el dosificador de jabón, se llenó la mano de un gel verde claro y frotó con fuerza bajo el chorro de agua. Cuando sintió que tenía las manos limpias, las juntó, se inclinó sobre la pila y se lavó la cara, no pudiendo evitar soltar un quejido por la elevada temperatura del líquido elemento. Segundos después, estaba en la ducha bajo el chorro de agua hirviendo, rascándose la piel compulsivamente con un guante de crin. La piel de su torso se enrojecía a punto de sangrar debido a la presión de los frotamientos, pero Adrián no lo veía, pues todo el baño estaba cubierto por una nube espesa de vapor caliente y él tenía la mente demasiado ocupada repasando su papel frase por frase.
Al salir de la ducha se cubrió con una toalla. Limpió el vaho del cristal del baño con un trozo de papel higiénico y se miró en el espejo. Vio una mirada asustada en su cara. Y eso, por un segundo, lo estremeció.
Se dirigió a la habitación. Abrió la puerta del ropero y recorrió con la mirada las prendas colgadas. Eligió una percha con una sudadera gris y la sacó del armario. Observó la prenda con rapidez y volvió a meterla deprisa. Respiró. Volvió a sacar la misma sudadera, la miró de nuevo y volvió a meterla. Respiró otra vez.
—Todo está bien —susurró. Pero, indudablemente, todo no estaba tan bien.
Se puso unos vaqueros y la sudadera. Se dirigió a la cocina. Sacó un vaso de la repisa y una caja de pastillas de un cajón. Abrió la caja y sacó el último de los blísteres, que estaba vacío.
—Lo que faltaba… —se dijo mientras corría al cuarto de baño, asumiendo que le llevaría al menos diez minutos más desviarse hacia la farmacia y conseguir su sertralina diaria.
Se lavó los dientes con fuerza y precisión, casi violentamente. Escupió la espuma blanca de la pasta de dientes con brillantes trazas rojas de sangre provenientes de sus doloridas encías. Se enjuagó y limpió el lavabo. Se miró al espejo y respiró.
—Todo está bien —repitió, mirándose a los ojos.
Se puso el abrigo. Cogió la mochila y salió. Tras cerrar la puerta con dos vueltas cada cerrojo, volvió a abrirla y entró a toda prisa para asegurarse de que no se había dejado el gas abierto. Comprobó las llaves del gas.
—Está apagado, está apagado, está apagado… —se repetía a sí mismo.
Y volvió a salir. De nuevo, dos vueltas al cerrojo de arriba y dos al de abajo. Y el temor de que el gas estuviera abierto volvió a surgir con ferocidad. Dudó. Paró un momento. Y volvió a abrir la puerta. Dos vueltas y dos vueltas. Echó una mirada al interior del piso. No quería cruzar el umbral y volver a entrar. Sabía que lo que estaba haciendo no tenía ningún sentido.
—Está apagado, sé que está apagado… —se dijo, tratando de convencerse a sí mismo.
Y cerró la puerta rápidamente de nuevo. Dos vueltas arriba y dos vueltas abajo. Empujó la puerta mientras contaba en voz baja con cada empujoncito: «Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete». Solo cuando llegó a siete, su ansiedad le permitió convencerse de que la puerta estaba realmente cerrada. No obstante, la vecina, una señora de unos sesenta y cinco años con rulos en la cabeza que barría parsimoniosamente el pasillo, se lo hizo saber con cierta mala baba.
—Yo creo que has cerrado bien —le dijo.
—Buenos días, Paquita —la saludó Adrián, bajando la cabeza algo apurado.
A continuación, salió corriendo escaleras abajo hacia la calle. Subió a toda pastilla la calle Montera hasta que llegó a la Gran Vía y el semáforo en rojo lo hizo parar en seco. Esperó a que se pusiera en verde mientras observaba el reloj luminoso que colgaba de la fachada de la farmacia de enfrente. Marcaba las 8:43. El semáforo también hablaba el idioma de los números, pero al revés, a través de una pantallita pequeña, y cuando llegó a cero se puso en verde. Adrián echó a andar dando zancadas, asegurándose de pisar solamente las bandas blancas del paso de cebra. Mientras cruzaba miró el reloj. Las 8:44. Al volver la vista a sus pasos, se dio cuenta de que una de las rayas blancas del paso de cebra tenía la pintura desconchada y que su zapatilla estaba pisando el negro asfalto. Adrián se quedó inmóvil. Su ansiedad ascendió de forma súbita, y aterradoras imágenes invadieron su mente. Enseguida decidió, nervioso, que la única manera de seguir adelante pasaba por volver a hacer todo el recorrido desde el principio. Así que cruzó de vuelta pisando solo las bandas blancas y giró sobre sí mismo dispuesto a atravesar de nuevo la calle sin equivocarse esta vez. Justo cuando se disponía a hacerlo, el semáforo se puso en rojo, y los coches comenzaron a pasar velozmente.
—¡Mierda! —se quejó mientras observaba la cuenta atrás del semáforo, alterado.
La luz volvió a ponerse en verde, y Adrián cruzó dando zancadas de banda en banda, como si atravesase un riachuelo saltando de piedra en piedra. Al llegar al otro lado, entró directo en la farmacia. Un farmacéutico de mediana edad aconsejaba a una señora mayor sobre las compresas para pérdidas de orina.
—Por favor, ¿te importa darme esto? —le preguntó, nervioso, al dependiente dándole una receta.
—En cuanto acabe de…
—Por favor… Es que tengo mucha prisa.
El farmacéutico suspiró como reprimiendo una sonora contestación, echó un vistazo al papel y tecleó eficazmente en su ordenador. Como si se tratase de un efectivo truco de magia, el paquete de pastillas salió por un dispensador automático en menos de 5 segundos.
—Tu sertralina —dijo muy serio.