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ADRIÁN Y JOANA llegaron al teatro a toda prisa. Junto a la puerta se encontraba esperando Sonia, que fumaba un cigarro con evidente ansiedad. Su mirada y la de Adrián se toparon frente a frente, y él paró su rápida marcha un instante. Ella se quedó inmóvil con el pitillo en la mano sin saber qué decir, y Adrián entendió que estaba esperando a su novio. Joana subió los escalones de acceso al teatro y, cuando estaba a punto de entrar, se giró hacia su amigo con vehemencia.

—¡Adri!

Adrián la siguió y entraron rápidamente. En el vestíbulo, había una mesa donde la asistente de casting se encontraba recogiendo unos papeles.

—Hola, soy Adrián Díaz. Vengo a la prueba —dijo, apresurado.

—Lo siento. Hemos terminado —le contestó ella, rotunda.

Un grupo de actores —entre los que se encontraba Jaime— salieron del auditorio y cruzaron el vestíbulo hacia la puerta de salida.

—Vaya, Adri. Llegas tarde. Qué sorpresa —se burló Jaime con sus maliciosas maneras de siempre.

Él no contestó. Jaime siguió al grupo de actores hacia la calle y se reencontró con su novia. Adrián se quedó embelesado mirando la escena al otro lado del cristal. Sonia tiró el cigarro y se acercó a besar a Jaime, pero él rechazó sus labios y comenzó a caminar con su novia detrás, siguiéndolo a trompicones. Todo le resultaba muy familiar. Joana decidió entonces tomar la iniciativa.

—Yo soy su representante. Joana Álvarez. Teníamos cita para las…

—Llegáis tarde. Ya hemos terminado —la interrumpió la asistente, tajante.

Adrián vio a Ben Maslow abandonar el auditorio y entrar en el aseo del vestíbulo y echó a correr detrás de él sin ni siquiera pensarlo.

—¡Oye! ¡Oye! ¿Adónde vas? —le gritó la asistente, histérica.

—¡Tengo que usar el baño! —contestó él sin mirar atrás.

Adrián entró en el aseo y cerró la puerta tras él. Ben Maslow, que estaba lavándose las manos, levantó la cabeza y le dirigió una mirada de extrañeza a través del espejo.

—Señor Maslow, disculpe. Sé que llego tarde, pero tengo que hacer la audición —le dijo Adrián muy nervioso.

C’est fini —replicó Maslow, extremadamente tranquilo a pesar de lo que podía considerarse prácticamente una intromisión en su intimidad.

—No lo entiende. Tengo que hacerla. Es muy importante para mí —insistió Adrián.

La asistente llamó a la puerta del baño.

—Señor Maslow, ¿va todo bien? —preguntó, preocupada.

—Si es tan importante para ti, ¿por qué estás tarde? —cuestionó Maslow con su peculiar castellano.

—¿Le está molestando, señor Maslow? —persistía la asistente.

Adrián se reconoció a sí mismo en una situación que ya parecía estar convirtiéndose en habitual en su vida y se concentró en responder de manera genuina por qué era tan importante para él hacer esa prueba.

—Yo tengo un sueño. Lo he tenido desde que supe que quería ser actor. Mi sueño es trabajar con usted, señor Maslow —dijo con absoluta convicción—. Me he perdido muchas veces. Pero hoy, en este aseo, sé que estoy en el lugar adecuado. Mi sueño ha sido mi brújula. Y me ha traído hasta aquí. Aunque haya llegado una hora después.

La asistente seguía llamando insistentemente. Maslow miró con recelo a Adrián y guardó silencio. Caminó hacia la puerta del baño, la abrió y le dirigió una mirada cargada de autoridad a su asistente.

—¿Le está molestando, señor Maslow? —preguntó ella, muy exaltada.

—Diles que no desmonten aún. Hay que hacer una última audición —ordenó Maslow con aplomo.

—Sí, señor Maslow —asintió ella antes de marcharse diligente y entrar en el auditorio—. ¡Aún no desmontéis! ¡Queda una prueba! —les gritó a los operarios.

Adrián casi no podía creerlo.

—Muchísimas gracias, señor Maslow —le agradeció muy contento.

—¿Dónde está tu… agente? —preguntó el canadiense con frialdad.

Adrián buscó a Joana con la mirada. Ella se había quedado junto a la mesa de la entrada, algo desorientada. Adrián le indicó que se acercase a toda prisa con un sonoro «¡Shh!», y ella se aproximó corriendo.

—Joana Álvarez, Ben Maslow —los presentó, nervioso, Adrián.

—Encantada —dijo ella, algo cortada por primera vez ante la distinguida presencia del director de teatro.

Maslow la miró muy serio, y Adrián dudó por un segundo que fuera a creer que ella era la representante de nadie.

—Está bien. Seguidme —dijo finalmente.

Ben Maslow entró en el auditorio, y él y Joana lo siguieron. Finalmente, Adrián tendría su oportunidad.