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SONÓ EL TELÉFONO en casa de Julia, y ella descolgó presurosa con la esperanza de que fuera Anna quien llamaba.

—¿Sí?

La llamaba, sin embargo, alguien bien diferente. Julia finalmente había decidido organizar una exposición con los cuadros de Oliver, tal como estaba segura de que él hubiera querido, y se ponían en contacto con ella desde una sala de exposiciones donde estaban interesados en sus pinturas.

—Sí. Entonces, ¿estará todo listo para…? Okey, las veinte. ¿Tres años? —preguntó con estupor.

Esto supuso una gran sorpresa que descolocó completamente a Julia. Le pedían las pinturas de Oliver para tres años. Si accedía, tendría que separarse durante todo ese tiempo de lo que la hacía sentir más cerca a su hijo. Julia guardó silencio unos segundos.

—Sí, sí, estoy aquí. Tres años… Adelante.