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EL RESTAURANTE ESTABA a punto de abrir. Aprovechando que Adrián libraba ese día, Joana estaba haciendo una llamada telefónica muy especial desde la barra, y Estela y Román se encontraban a su lado, muy atentos a la conversación.

—Sí, es que llevo poco en España —le contaba a su interlocutor—. Mi carrera profesional sobre todo se ha desarrollado por… por…

Estela agarró el menú del restaurante, presurosa, y le señaló el mapa de Italia que ilustraba la carta.

—Italia. Sí, por supuesto, Roma. Entonces, ¿tiene un hueco para mi actor?

Se creó un silencio. Estela y Román miraban con atención a Joana, mientras esta esperaba una respuesta. De repente, sonrió e hizo un gesto triunfal con el puño. Los otros dos contuvieron su excitación con dificultad.

—Adrián. Se llama Adrián Díaz —contestó Joana al teléfono, manteniendo muy bien la compostura.

—¿La dirección? Sí, claro. Espere, que lo apunto en la agenda.

Joana pidió un bolígrafo y papel a través de gestos, y Román se los pasó raudo y veloz.

—Ajá. ¿A las cinco? ¡Perfecto! —exclamó Joana mientras tomaba nota de todo lo que la voz al otro lado le decía—. Pues allá estaremos. Muchas gracias —dijo colgando el teléfono antes de dirigirse a sus compañeros—. Ya tenemos audición —les comunicó con una amplia sonrisa.

Estela y Román estallaron en una muestra de júbilo colectivo. Joana les chocó la mano a los dos con actitud victoriosa. Tenía razones para estar orgullosa. Sus inusitadas dotes para la interpretación le habían hecho conseguir la audición para Adrián.