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ADRIÁN, COMPLETAMENTE EMPAPADO, entró en la oficina de Guillermo, donde su secretaria trabajaba detrás de la pantalla del ordenador.

—Hola, Adrián —lo saludó extrañada.

Él no contestó. Se dirigió directamente al despacho de Guillermo.

—Espera, ya le aviso yo de que estás aquí.

Adrián trató de calmarse y se paró justo frente a la puerta del despacho, con la mano en el pomo, mientras la secretaria de Guillermo se levantaba tranquilamente. En ese momento, pudo oír claramente la voz de Guillermo dentro de la habitación.

—Eres mi mejor actor —le decía Guillermo a su interlocutor—. Si tuviera que quedarme solo con uno, sería contigo.

Adrián no podía creerlo. Las mismas palabras que tantas veces le había repetido su representante perdieron de repente todo el sentido, pues en ese momento vio con absoluta claridad que para Guillermo no eran más que una mera estrategia para crear la confianza necesaria con el fin de alcanzar ciertos acuerdos.

—En cuanto a la audición para Maslow… —continuaba Guillermo dentro de la sala.

Adrián entró airado en el despacho de Guillermo. La secretaria pasó tras él. En el interior, Guillermo charlaba con un atractivo veinteañero.

—¿Qué pasa, Adri? —le preguntó como si tal cosa.

—¿Que qué pasa? ¿Estás de coña? Estabas a punto de darle la audición de Maslow. Me lo habías prometido.

Guillermo, tratando de mantener la situación bajo control, se despidió del joven actor con evidente complicidad.

—Luego hablamos, ¿vale?

Este asintió y se marchó del despacho.

—Creo que será mejor que vuelvas en otro momento, cuando estés más tranquilo —dijo la secretaria, que seguía de pie junto a la puerta, dirigiéndose a Adrián.

—Tú también, Carmen, déjanos solos —le pidió Guillermo.

La secretaria se marchó sumisa y cerró la puerta tras ella. Guillermo le indicó con un gesto a Adrián que se sentara.

—A ver… Yo no te prometí nada.

—No me pagan los cuatro mil euros. No me los van a pagar. Tú lo sabías, ¿no? Van a quitarme el piso —reveló, desesperado, antes de cambiar el tono—. Nunca te he pedido nada. Lo único que te pido ahora es que me envíes a la audición de Maslow —le rogó.

—Adri: siento mucho por lo que estás pasando. Pero ya le he dado la audición a Iker. Tú no estás en condiciones de presentarte a una audición así.

Adrián se quedó sin palabras, totalmente abatido, con la mirada perdida en el vacío.

—Tal vez podrías pedir un préstamo a tus padres. ¿Me oyes? Quizá podrías pedírselo a…

Él lo miró duramente.

—Hemos terminado —le dijo con mesura.

Adrián se levantó lentamente y salió del despacho.

—¡Eso! Vete a buscar a otro representante —le espetó Guillermo con desprecio—. Y ¡que tengas suerte!