Capítulo 38
—Buenos días, Day.
—Demonios, ¿qué te pasó?
—Me golpeé con la puerta —dijo Kevin para no dar explicaciones—. Dijiste que viniera hoy.
—Entre las cosas que tenía tu hermano no encontramos documentos, ni llaves, ni nada. Solo una cámara fotográfica con fotos tomadas esa misma tarde de los alrededores de la Casa Blanca.
De eso Kevin también estaba enterado. No sabía si era una pregunta o una acusación.
—¿Y bien?
—Que me pareció raro que no llevara ni siquiera unas llaves.
—Parece que su intención era matarse después de cumplir con su objetivo.
—Toma, Kevin. —Le extendió un papel impreso—. Es copia de la transferencia del pago que te ofrecimos. Allí tienes todos los datos.
—Gracias.
—Hiciste un buen trabajo, Kevin, para serte franco no pensé que lo lograrías. ¿Qué harás ahora?
—Creo que me quedaré aquí. He aprendido que la tranquilidad la debe tener uno, no importa dónde se encuentre. Conservaré la finca de Satipo por si algún día se me antoja pasar una temporada por allá.
—Déjame saber de ti cuando te instales, podríamos reunirnos y tomar unas copas.
—No hará falta. Ustedes siempre sabrán dónde encontrarme —dijo Kevin.
Day sintió incomodidad por haber sido tan obvio.
—¿Y Joanna?
—Ella es feliz ahora. No me necesita. Adiós Charly, hicimos un buen trabajo.
Kevin dio vuelta y salió de la oficina. Poco después se alejaba de Langley por el largo camino bordeado de árboles. Sus pulmones se impregnaron del olor a yerba fresca como el aroma de Nasrim. El aroma de deseo que saboreó con pasión ese día. Siempre le quedaría la duda. Aquellos pocos momentos que estuvo con ella no podían ser falsos. Eso no. A medida que sus pasos lo alejaban de aquel edificio donde se juntaban todos los poderes y las decisiones más siniestras, su espíritu empezó a sentirse libre. Libre para sufrir sin sentirse culpable, libre para ser débil, porque los hombres también tenían derecho a llorar. Entonces comprendió todo. Contempló el mismo cielo que veía en Afganistán cuando pensaba en Nasrim, las mismas nubes, respiró el mismo aire. Daba igual estar allá que allí. Solo que ella ya no existía y él ya no viviría con la esperanza de volver a verla, de comprobar si no se había equivocado. Es bien cierto que la muerte pone fin a todo.
Vinieron a su mente las palabras de Halabid:
«Todo momento se convierte en pasado. Y el pasado en memoria. No dejes que eso ocurra contigo, eres joven para formar parte de los recuerdos».
Ya todo pertenecía al pasado. Nasrim era solo un recuerdo. Pero aún dolía.
Una semana después una noticia invadió los diarios de Washington. Unos vecinos denunciaron la pestilencia que inundaba uno de los sótanos del 547 de la calle 22. Al investigar a los propietarios del inmueble descubrieron que estaba alquilado a un organismo benéfico sin fines de lucro.