Capítulo 22
Para una persona acostumbrada a vivir en estado de alerta es relativamente fácil detectar si algo no es normal. Es lo que a Ian le pareció cuando vio por segunda vez al hombre sentado en la recepción tratando de simular que leía con atención una revista. No era normal. ¿Por qué alguien se sentaría en el lobby de un hotel tanto tiempo? Era claro que lo tenían vigilado, y después de lo ocurrido en la autopista no le quedaban más dudas. Si lo habían descubierto tenía que salir lo más pronto posible de allí, no esperaría a que lo detuvieran.
—Lleve las dos maletas al consulado y entréguelas a la señora Miller. Yo debo hacer algunas compras, dígale que me comunicaré con ella. —Le alargó un billete verde.
—Como diga, doctor —dijo el chófer, satisfecho.
De inmediato Ian regresó al interior del hotel y volvió a pasar por el lobby. El hombre esta vez estaba cerca de la salida, al verlo se volvió con disimulo y se sentó. Siguió leyendo la revista. Para Ian fue suficiente. Entró al ascensor y al salir en su piso se topó con una camarera que empujaba un contenedor rodante con sábanas usadas. Salió sin prestar atención a su gesto de extrañeza y fue directamente a su habitación, guardó lo estrictamente necesario dentro de maletín y volvió a salir, esta vez llevaba un gorro negro que cubría íntegramente su cabello claro y un par de anteojos ahumados completaban su nuevo atuendo. Entró al ascensor de servicio que había visto usar a la camarera y salió por la cocina, un portón que daba junto a unos enormes contenedores de basura. Caminó rápidamente, paró un taxi y fue directo al aeropuerto. Debía salir de Pakistán cuanto antes, haría uso de uno de sus varios pasaportes absolutamente legales. Escogió uno de nacionalidad francesa; se desenvolvía bien en ese idioma. Encontró un vuelo a Dubai. Una vez allí tomaría otro para los Estados Unidos, el lugar donde menos lo buscarían. Estaba seguro de que si no detectaban su salida pensarían que seguía en Pakistán.
Mientras esperaba el vuelo llamó a Nasrim desde un teléfono prestado.
—Querida, he sido detectado, hay un hombre apostado en el hotel y estoy seguro de que no es de los nuestros. Estoy saliendo de Pakistán. Dile a nuestro amigo que cumpliré lo acordado, voy a regresar a mi país; que el plan sigue adelante y, muy importante: estoy seguro de que mi hermano está entre ellos. Diles que verifiquen a cualquier sujeto nuevo que haga contacto con ellos, dales las señas de Kevin.
—Supongo que no te volveré a ver… Quiero ir a América.
—No digas tonterías, ¡qué harías tú allá…! Me temo que no volveremos a vernos, quiero que sepas que siempre te tuve mucho aprecio, recuérdalo.
—Es horrible despedirnos así, déjame ir al aeropuerto, al menos.
—Correría peligro, además, no estoy en un aeropuerto —mintió—. En este momento ya deben haber dado aviso. Es mejor que no sigamos hablando, cariño, te tendré presente hasta el último momento de mi vida.
Nasrim quiso responderle, decirle que lo amaba, pero ya Ian no la escuchaba. Él tenía otras urgencias.
Seguidamente se comunicó con Abdulah Baryala.
—Estoy saliendo para Dubai, las cosas se complicaron. Debo hablar contigo.
—Justo estoy en Dubai. Te espero.
Entregó el teléfono a un muchacho joven, junto con varios billetes pakistaníes. Fue camino a su vuelo, el último que salía hacia Dubai.
Ese día Nasrim no pudo concentrarse en la reunión de profesores que había convocado, tampoco asistió al ensayo de los alumnos de cuarto año como había prometido. Sentía que le habían arrancado una parte de su vida. Siempre había guardado la esperanza de que algún día Ian la llevaría con ella, pero ahora tenía la certeza de que él tenía otro plan, uno que jamás se lo había dicho con claridad pero que con palabras veladas le había dado a entender.
Zahir se fijó en la pequeña pantalla del móvil. Reconoció el número. Una alarma se encendió en su cerebro. Hizo una seña a El Profesor y contestó.
—Hola.
—Tenemos un problema. El amigo está saliendo del país ahora, lo están siguiendo —dijo Nasrim.
—Dile que no se preocupe que éramos nosotros quienes lo estábamos siguiendo.
—¿Dejaron ustedes a un hombre en el lobby del hotel? —preguntó ella.
—No.
—Entonces sí lo detectaron, como él dijo. No creo que se equivoque, en estos momentos debe estar lejos. Dígale a El Profesor que los planes siguen como acordaron, que regresa a su país.
Nasrim sintió que se le quebraba la voz.
Zahir se dio cuenta pero no dijo nada.
—Daniel Contreras irá a tu casa hoy por la tarde.
—No deseo verlo.
—Lo tendrás que recibir, y espero que te comportes bien con él.
Ella colgó. No le dijo lo que Ian le advirtió acerca de Kevin porque el odio que empezaba a fermentar en su interior crecía de manera irracional, sencillamente le importaba poco todo lo que ocurriera con al-Qaeda y el resto del mundo de ahí en adelante. Era consciente de que había sido usada de una manera vil. Ian siempre la utilizó y, a través de ella, a Daniel y a Kevin.
Zahir fue al encuentro de Daniel.
—Tienes libre la tarde para ir a ver a Nasrim —soltó sin más preámbulo.
—Vaya, pensé que el asunto estaba olvidado.
—Nunca olvido mis promesas, Daniel —dijo Zahir mirándolo fijamente—. Espero que tampoco olvides las tuyas.
—Por eso hago pocas promesas, Zahir.
Zahir asintió lentamente varias veces, como si tratara de asimilar sus palabras. Pensó en Keled Jaume. Pensó en todo lo que tenía en mente en esos días y si de alguna manera el percance con Osfur Abyad lo cambiaría todo.
—Toma. Llévate la camioneta y aprovecha para llenar el tanque. —Le dio las llaves y unos billetes—. Tu misión es averiguar hacia dónde fue Osfur Abyad.
—¿El norteamericano que estuvo aquí? ¿Y cómo podría saberlo Nasrim?
—Lo sabe, solo pregúntale y tráeme respuestas.
—¿Y quién es? Nunca lo supe.
—Ya te enterarás.
El gesto casi imperceptible que Daniel hizo con los hombros, Zahir lo tomó como aprobatorio. Después de todo quizá se diera cuenta de que era mejor no saber demasiado, pensó. Al regresar junto a El Profesor lo encontró con Keled Jaume. Cuando lo vio vestido como el resto de los guardaespaldas, con una izaba negra fuertemente enrollada alrededor de la frente y traje de campaña con chaleco de lona de muchos bolsillos, supo que había sido aceptado.
Permanecía imperturbable al lado de El Profesor como si toda la vida hubiese sido su guardaespaldas. Y Kevin, si de algo estaba seguro, era de que su olfato lo había situado en el lugar en que se encontraba. En esos momentos no debía pensar como Kevin Stooskopf. Debía pensar, sentir y hablar como Keled Jaume, pero al mismo tiempo desdoblar su personalidad para centrarse en el verdadero objetivo de su misión: Daniel Contreras. Lo tenía ubicado, solo debía encontrar el momento para hablar con él a solas, pero parecía que cada vez que tenían la oportunidad él desaparecía por un motivo u otro.
—¿Qué sabes de bombas, Keled? —preguntó El profesor.
—Que explotan.
Al-zawaihirí lanzó una carcajada. Le causaba gracia la manera ingenua como Keled soltaba las respuestas.
—¿Nunca has manipulado alguna?
—No, señor. He visto de lejos cómo los desactivadores hacían explotar bombas en los campos de Afganistán, cuando estaba con la ONU. También las granadas.
—Esos son juegos de niños. Aquí tenemos a gente que de verdad sabe de bombas.
—¿Qué tienes en mente? —preguntó Zahir.
—Algo muy interesante —masculló El profesor—. Quiero que me informes de lo que Contreras averigüe hoy —dijo seguidamente.
—Por supuesto, lo envié con esa intención.
Kevin escuchaba absorbiendo todo como una esponja. ¿Adónde enviaron a Daniel? ¿Qué debía averiguar? ¿Y de quién?
—Desconfío de las mujeres.
—Creo que ella nos ha dado suficientes muestras de lealtad, Ayman. Lo que me preocupa es lo que Osfur Abyad vaya a hacer y si cumplirá su palabra.
—Ya ves. Confías en una mujer, pero no confías en nuestro aliado.
—Bueno, no es que desconfíe, temo que no pueda lograrlo porque ya lo han detectado.
—Se las arreglará, ya lo verás, es el mejor alumno que he tenido.
Kevin parecía ensimismado en el pequeño Corán que tenía en las manos, pero sus oídos captaban todo. Finalmente escuchaba algo que tenía sentido para él: Osfur Abyad. ¿Y quién sería la mujer?
—¿Qué estás leyendo, Keled? Recítame lo que acabas de leer —ordenó al-Zawahirí.
—«Si dudáis de lo que le hemos revelado a Nuestro siervo traed una sura similar, y recurrid para ello a quienes tomáis por salvadores en lugar de Alá, si es que decís la verdad».
—¿Sabes lo que significa?, ¿o solo memorizas lo que lees?
—Cuando el profeta Muhammad recitó el Corán, los hombres se conmovieron por su tono sublime y su extraordinaria belleza, señor, pero sabían que él era incapaz de leer o escribir, así que pusieron en duda que el Corán fuera la palabra de Alá. Entonces Alá los desafió a producir un texto que pudiera rivalizar con el suyo, y esas fueron sus palabras.
—Vaya… ¿dónde aprendiste teología islámica?
—No he estudiado teología islámica, solo me he informado, me gusta leer.
—Bien, bien… Ve afuera, debo hablar con Zahir.
—Espero que estés convencido de que Keled es un hombre piadoso —dijo Zahir.
—Me parece que lo es. Eso no está en duda, de quien desconfío es del traidor de Daniel Contreras. Ya cumplió su cometido enviando información para que sea escuchada por los gringos. Fue una idea de Osfur Abyad que nunca comprenderé. Estoy seguro de que puso en alerta a toda la CIA y demás agencias.
—Dijo que sería un buen plan porque atraería la atención sobre al-Qaeda.
—Y sobre él mismo, por lo que veo. Si no, ¿cómo es que lo detectaron?
—A veces no comprendo su forma de actuar, pero no vas a negar que siempre tiene razón, ha resultado ser muy efectivo.
—¿Tienes algo planeado para Contreras?
—Será un «hombre-bomba».
—¿Dónde?
—En la embajada norteamericana. Para algo nos ha de servir.
—Recuerda que es el nexo con Nasrim.
—Cualquier otro puede servir. Incluso Keled Jaume.
—Tenemos muchos hombres, ¿por qué tendría que ser él?
—Tiene algo que inspira confianza. Con las mujeres hay que ser cuidadosos.