Capítulo 8
El helicóptero AgustaWestland esperaba para llevarlo a Brecon Beacons, en Gales.
—Hasta aquí llego yo —dijo Halabid dándole la mano y una palmada en el hombro—. Fi amaniAllah, amigo.
—Jazak Allah Khair. Espero que algún día volvamos a vernos, Halabid.
Subió al helicóptero y desde arriba vio al afgano de pie en la oscuridad con el brazo alzado. Había visto a muchos, la mayoría gente buena y humilde, dedicada a vivir su vida en un territorio surcado de guerras. Sin querer se sintió conmovido. Algo en él estaba cambiando, antes no hubiera prestado atención a esos detalles.
En la pista de Brecon Beacons aguardaba un soldado, se presentó y lo invitó a seguirlo. Una vez en el despacho del teniente, los dejó solos.
—Se presenta el sargento Mike Stone, a sus órdenes —dijo Kevin.
—Así que usted es el americano que entrenará con nosotros esta semana. Espero que esté en forma. Dicen que los del SEAL son casi tan buenos como nosotros.
—DEVGRU, señor. Grupo de Desarrollo de Guerra Naval Especial de los Estados Unidos. Ha cambiado de nombre.
—Y acaba de salir del hospital militar... —El oficial ojeó la ficha que tenía sobre la mesa—. Lo han enviado aquí porque necesita entrenamiento.
—Eso supongo.
—¿Tiene alguna marca especial en el cuerpo? ¿Tatuajes? ¿Piercings? ¿Está circuncidado?
—No tengo marcas, ni tatuajes, nunca he usado piercings y sí, estoy circuncidado.
—Nos ahorró el trabajo. Hubiéramos tenido que borrar los tatuajes y circuncidarlo. Son las órdenes que recibí. De todos modos debemos cerciorarnos —agregó.
—¿Aquí mismo?
—En la enfermería. Acompáñeme. Allá tienen su uniforme y el equipo que necesitará.
Mientras Kevin se quitaba la ropa, el teniente seguía hablando. Lo pesaron, lo midieron, le tomaron la presión y revisaron su cuerpo por si había alguna marca, probablemente también verificaban si tenía signos de agujas hipodérmicas. Si hubiese sido así tendría que haber una buena explicación; el consumo de drogas era inadmisible. Escuchaba la voz del teniente mientras su mente estaba lejos. Recordaba la primera vez que fue sometido a entrenamiento cuando se presentó en las Fuerzas Especiales. Jamás pensó que tendría que pasar de nuevo por esa experiencia, esta vez con más años y con los británicos, ni más ni menos.
—Vístase, lo espero afuera —dijo el teniente.
Dio vuelta y se marchó. Kevin se vistió con el uniforme y salió por donde había visto irse al oficial.
Se sentaron frente a frente en el escritorio.
—Mañana hará la primera prueba —continuó el teniente—. Un ejercicio en el que probaremos su resistencia física, no es necesario que lo culmine si no se siente capaz. Veinticinco kilómetros con treinta kilogramos de equipo y un fusil, en ascenso y descenso. El promedio a la edad de veintitrés años es de 11.9 kilómetros por hora, durante dos horas y diez minutos. Pasado mañana, la de musculatura; después la de aptitud mental y por último, entrenamiento para interrogatorios.
—Ya pasé por eso.
—Un repaso no vendrá mal. Son las órdenes —se justificó el hombre—. Saldremos temprano, después del desayuno.
Kevin se preguntaba por qué demonios no lo habrían reentrenado en su país. Probablemente por razones de seguridad. Muchos en el escuadrón lo conocían. Habían planeado todo meticulosamente. ¿Quién sería el infiltrado en Estados Unidos? ¿Acaso un norteamericano podría traicionar de esa manera a su país hasta el punto de sacrificar su vida? Porque estaba claro que después de matar al presidente no tendría escapatoria. O tal vez sí. Todo dependería del método utilizado.
Le asignaron una barraca aparte y se quedó dormido apenas tocó la cama.
Un grupo de unos cien muchachos empezaba a formarse cuando llegó al patio. No faltó alguno que sonrió al ver que no era tan joven como ellos. El teniente repitió una vez más las instrucciones en voz alta, se le sumaron dos supervisores e iniciaron la caminata.
En el centro del sur de Gales existen unas montañas que se han convertido en un mito para todos aquellos que deseen formar parte de las Fuerzas Especiales de cualquier ejército: Brecon Beacons. No son tan altas como sus vecinas del norte, en Snowdonia, pero conservan el carácter mítico que rodea todo lo relacionado con las leyendas que salieron de sus colinas; personajes que formaron parte de la historia. Una de las pruebas que todo aspirante debe necesariamente completar es The Fan Dance, un recorrido sobre las montañas Pen y Fan ida y vuelta. En apariencia un ejercicio no demasiado exigente, pero las condiciones del terreno y cargar poco más de la tercera parte del peso de un individuo en equipo lo hacen bastante peligroso. Algunos habían muerto en el intento; el año anterior, tres soldados, uno de ellos reservista.
En Gales se hacen dos pruebas de admisión al año: en invierno y en verano. A Kevin le tocó la de verano. Empezaron la empinada cuesta trotando hasta llegar al puesto de control de Torpantau, en el que los inspectores con una flema británica rayana en la indiferencia se limitaron a anotar el tiempo que había hecho y agregaron más peso a la mochila. Dio vuelta y regresó sobre sus pasos para hacer el camino a la inversa. La mochila había adquirido un peso casi inaguantable y cada paso amenazaba con hacerle perder el equilibrio como a algunos que había visto rodar peligrosamente por esa montaña escarpada. Se alegró de haber tenido el sembradío de café en los montes de Satipo. Todas las mañanas salía de madrugada con un machete, por si se topaba con alguna serpiente, y trotaba cuesta arriba por las trochas entre los arbustos de café, un camino sinuoso e irregular, parecido al que tenía por delante, excepto que aquel era prácticamente una jungla con una temperatura cercana a los treinta y cuatro grados centígrados, de manera que esa caminata en realidad no significaba gran cosa para él, salvo por el peso de la carga. Tomó el último trago de su botella de agua. Había dejado por la ruta a chicos más jóvenes que estaban visiblemente extenuados. Llegó a culminar la prueba con el tiempo correcto junto a algunos otros. Todos tenían un aspecto desastroso, lo único que Kevin deseaba era agua, darse un baño frío y descansar. Los demás tendrían que continuar las caminatas al día siguiente, pero él, según avisó el teniente, se quedaría en el gimnasio.
Ochenta flexiones y otros tantos abdominales fue todo lo que necesitó para convencer al oficial de que estaba en buena forma. Kevin no tenía la complexión de un levantador de pesas, era más bien delgado, pero con músculos duros como la roca, repartidos de manera proporcionada en una estructura ósea envidiable de un metro ochenta y ocho de estatura. Su vientre plano probó los más duros golpes que el sparring pudo asestarle sin que Kevin pareciera inmutarse. Al día siguiente se presentó a la prueba de psicología.
—No sé en qué situaciones podrá encontrarse, sargento, pero debería pensar en la posibilidad de ser capturado. ¿Está preparado para ser víctima de torturas?
—«No puedo responder a esa pregunta». —Esa respuesta era la única permitida durante los interrogatorios. Después, esbozando una sonrisa, agregó—: Pasé el programa de confinamiento y el de Waterboarding.
El teniente lo miró con respeto.
—Ojalá no necesite comprobar si son eficaces. Es usted uno de los hombres mejor preparados que ha pasado por la base. A lo largo de los años he comprendido que la mayor fuerza con la que contamos está aquí —comentó poniendo el dedo en la sien—. Y usted parece tenerla. Le deseo suerte en su misión, cualquiera que sea.
Fue su última noche en la base.