Capítulo 34

 

 

 

Day agradeció que Joanna y Kevin no se vieran. Necesitaba hablar con ella a solas. Confiaba en Kevin, estaba seguro de que daría con su hermano, pero no confiaba en Ian. Dispuso que todo el perímetro de la Casa Blanca estuviese custodiado por agentes vestidos con ropa deportiva, como la que usaban los turistas.

 

Ian llegó al 547 de la calle 22 Noroeste, a unas doce calles de la Casa Blanca. Debajo de una de las casas de dos plantas de aire renacentista que se agrupaban cerca de la esquina, se ubicaba la entrada a un semisótano debajo de una escalera de hierro. Vio a Sibylle adormecida a su lado. Le había sido útil para pasar los peajes, pues todos buscaban a un hombre solo, pero cuando empezó a ponerse preguntona, le tocó la cabeza y supo que llevaba peluca, tuvo que invitarla a un refresco. Por suerte siempre llevaba consigo pastillas para dormir. La ayudó a salir del coche sosteniéndola como si estuviera ebria, abrió la puerta, la llevó a rastras hasta el dormitorio y la dejó en la cama. Sería peligroso dejarla con vida, si algo saliera mal, cantaría como un jilguero. Le clavó la navaja en el cuello a la altura de la yugular y empezó a manar la sangre a borbotones. Dejó de prestarle atención y se dedicó a lo suyo.

Volvió al coche y sacó el maletín que cargaba desde Pakistán. Se quitó la peluca, la sustituyó por un gorro de lana de color marrón oscuro, se cambió la ropa por una más cómoda y tomó las llaves y la cámara fotográfica. Lo demás lo encontraría en el túnel.

Caminó las doce cuadras que lo separaban de los alrededores del ala oeste de los jardines de la Casa Blanca, su plan era pasar la noche dentro del túnel para poder llegar hasta el Grand Foyer. Ya había hecho antes el recorrido y sabía que podía volver a hacerlo. Al llegar vio gente en los alrededores, algunos tomaban fotos de los jardines. Él también empezó a tomar fotos, se unió a un grupo que parecía pertenecer a un tour y caminó un trecho en dirección al lugar donde debía estar la fila de ligustros. Los vio, habían crecido bastante y formaban ya un tupido muro que ocultaba una pared de ladrillos de noventa centímetros de altura que a simple vista parecía un ornamento y tenía una caída en curva por el lado posterior. Cualquiera pensaría que se trataba de la terminación de algún ducto de aire, pero no tenía rejillas.

Atardecía, y en esa época del año oscurecía temprano. Miró la hora: 6:38pm. Las luces de los jardines iluminaban tenuemente, el viento arreciaba. Se subió el cuello de la caffarena de lana y miró alrededor. No había mucha gente por esa zona, y los pocos que de vez en cuando pasaban no parecían prestarle atención. Se deslizó con cuidado entre el muro de ligustros y la parte plana del ornamento de ladrillos y la palpó hasta encontrar uno que se hundió al ejercer presión. El muro se deslizó hacia abajo; una vez dentro volvió a cerrarse.

Encendió la luz y contempló el largo pasillo iluminado de un metro de ancho por ciento treinta centímetros de altura. Una capa de polvo cubría el piso de cemento. En la pared unos nichos contenían dos bolsas plásticas herméticamente cerradas. Abrió una de ellas y sacó una cobija que extendió en el piso. Tendría que permanecer allí hasta el día siguiente, cuando irrumpiría directamente en el Grand Foyer, el hall principal de La Casa Blanca, donde generalmente se llevaban a cabo los eventos importantes. Si había calculado bien, el perdón del pavo debería hacerse en la parte de afuera, le daba igual dónde se llevara a cabo. Solo sabía que toda la familia presidencial estaría reunida. El presidente, la primera dama y sus hijas. El túnel desembocaba debajo de la Sala Roja. Una puerta extraordinariamente bien encajada con el piso de madera cubierto, por una enorme alfombra. Al lado, el Grand Foyer.

Sacó de otra bolsa una Glock18C. Revisó el largo cargador y lo instaló, quería tenerlo todo preparado. Apagó las luces y se dispuso a descansar. Pronto el sueño invadió su mente, el silencio, la oscuridad y el cansancio de las últimas horas hicieron el resto. Quedó profundamente dormido.

 

Kevin llegó a los alrededores de la Casa Blanca quince minutos más tarde. Fue directamente al lugar donde se suponía que habían hecho la excavación para las modificaciones y las nuevas instalaciones. Todo lucía tan normal como si nunca se hubiese trabajado en la zona. Aguzó sus sentidos y trató de identificar olores. A esa hora el aroma a césped y a vegetación se intensificaba, pero estaba dispuesto a reconocer a Ian a como diera lugar. Juraría que estaba cerca, lo presentía, como cuando jugaban a las escondidas las raras veces que él se sumaba a los juegos con Shamal. A Ian le disgustaba demasiado perder, no era un buen compañero, nunca perteneció a un equipo, siempre fue solo él. A Kevin le divertía hacerlo enfadar, lo tomaba a broma sin sospechar que para Ian no existían las bromas sino los atentados a su amor propio.

Examinó cada rincón de los jardines, cualquier lugar que pudiera ser sospechoso, cada montículo, especialmente las alcantarillas. Pero eran lugares demasiado evidentes. Sabía que de existir alguna entrada tendría que estar lo suficientemente camuflada como para pasar inadvertida, o suficientemente obvia como para no despertar sospechas. De pronto le llegó un vago olor conocido, pero el viento le hacía perder el rastro, supuso que provenía de algún sitio que Ian había tocado, pues el aroma iba y venía pero estaba allí. Se acercó a unos matorrales, pero el olor se desvaneció; caminó unos pasos a su izquierda y vio el extraño contorno de ladrillo que le pareció a primera vista una manera de disimular un extractor. Se suponía que había varios pisos debajo del suelo, no era nada raro que hubiese extractores. Sin embargo, al acercarse al muro formado por el arbusto recortado delante de la cara plana, donde debería encontrarse una rejilla si fuese un extractor, vio que simplemente era una superficie de ladrillos. El olor de Ian se intensificó pese a la fuerte brisa. Se escurrió entre la pared y el arbusto y pegó la nariz a los bloques; no le cupo más dudas: Ian había estado allí. Olió cada uno de los ladrillos con los ojos cerrados, y en uno de ellos el olor de su hermano era tan intenso como si lo tuviera frente a él.

Tocó con insistencia el sitio donde predominaba el olor esperando encontrar en los bordes algún indicio de que tal vez el ladrillo estuviese flojo, pero las ranuras estaban tan lisas como las del resto; se le ocurrió entonces presionarlo. Y ocurrió el milagro.

La superficie se deslizó hacia abajo y Kevin supo que su hermano estaba dentro, ya no le quedaban dudas, su aroma llenaba el ambiente. La entrada se cerró y quedó a oscuras.

Afuera los hombres que le seguían el rastro por órdenes de Day lo perdieron de vista de repente.

Dentro, Kevin avanzó agachado unos cuantos pasos y escuchó la respiración acompasada de Ian en la oscuridad.

Kevin no se movió. Se mantuvo en cuclillas, paralizado, no sabía cómo actuar. Por un momento le vino la imagen de su hermano pequeño, siempre indefenso, mirándolo calladamente con sus ojos intensamente azules como si intentara decirle algo que su boca se negaba a pronunciar. Sintió una profunda pena por su futuro, ¿qué sería de él? No soportaría verlo encarcelado, porque sería así si él lo delataba. ¿Y si no lo hacía? ¿Y si, en lugar de entregarlo, lo sacaba de allí antes de que cometiera cualquier barbaridad que tuviese planeada? Era lo mejor.

Decidido, Kevin tocó a Ian.

—Ian… despierta, soy Kevin.

Su hermano parecía estar sumido en un sueño tan profundo que no se movió.

Aquel maldito sitio debía tener alguna luz, razonó. Tanteó las paredes y encontró el conmutador, lo encendió. Entonces Ian se movió y arrugó los ojos tratando de enfocarlos. Buscó sus anteojos a tientas y se los puso.

—¿Qué haces aquí? —le increpó.

—Es lo que me deberías explicar tú, Ian.

—No tengo que darte explicaciones.

—¿Qué pretendías hacer? ¿Acaso estás loco?

—Tú no tenías que estar aquí —dijo Ian moviendo la mano derecha como si buscase algo entre la cobija.

Kevin notó el movimiento y se adelantó. Sujetó su muñeca justo cuando Ian tenía empuñada la Glock. Ian hizo fuerza y trató de apretar el gatillo.

—Ni se te ocurra, Ian, sería un grave error.

—No me toques, maldito. Te odio. ¡Te odio! ¿Acaso no lo comprendes?

—Suelta el arma, no me obligues a hacerte daño.

—Puedes hacerme todo el daño que quieras, mátame, si quieres.

—No digas tonterías.

—Para ti siempre fue tontería cualquier cosa que yo dijera, tú, un ignorante, limitado a recibir órdenes de tus superiores… —dijo Ian con desprecio.

Ian sabía que no podría hacer lo que lo había llevado hasta allí. Lo único que le quedaba era hacer que Kevin lo matase, quedaría con la culpa por el resto de su vida. Movió el dedo índice haciendo un esfuerzo para disparar y sintió la mano de Kevin como una tenaza en su muñeca, luego un dolor tan profundo como si le hubiera cortado la mano de cuajo. Kevin quitó la cobija y vio la Block cargada. Ian la había soltado. La agarró y la puso fuera de su alcance.

Vámonos de aquí, Ian, olvida toda esta locura, no diré nada.

—No hace falta que lo digas. Ya todos saben quién soy, no trates de engañarme, Kevin, si salgo de aquí iré a pudrirme en una cárcel, lo mejor que puedes hacer por mí ahora es pegarme un tiro y acabar con todo de una vez.

—Jamás haría algo así, eres mi hermano, te quiero, Ian, yo te ayudaré, diré que todo fue un error, nadie sabe que estás aquí. Hagamos como que esto no ha sucedido, ¿vale?

—Lo cierto es que sí está sucediendo, Kevin, y no me harás pensar de otra manera. Este sistema al que tanto defiendes es el más asqueroso del mundo. Tu vida no vale nada para ellos, tú expones tu pellejo y ellos juegan a la guerra, quieren dominar el mundo con su basura. Para ellos todo es un show, no hace falta más que ver la televisión. Abre los ojos, Kevin, por una vez en tu vida.

—¿Y acaso aquellos en quienes tú crees son mejores? También quieren dominar el mundo para someterlos a sus bárbaras creencias, a la degradación del ser humano, ¿de qué me hablas, Ian?, ¿a qué viene tanta moral? Para ellos la vida no vale nada.

—Qué sabes tú… ves la superficie del mar y crees que conoces el océano —dijo Ian con una mueca en la que se reflejaba el profundo desprecio que le inspiraba su hermano. Mátame de una vez y acabemos con esto.

—No. Vamos a salir de aquí y, ya que no deseas recapacitar, no tengo más remedio que entregarte. Será lo mejor para todos.

Ian alzó los hombros con indiferencia.

—Como desees. No me importa.

Se acercó a él con los brazos abiertos tomando a Kevin por sorpresa. Pensó que lo iría a abrazar, algo inaudito proviniendo de Ian. Pero su hermano de una manera veloz metió la mano dentro del chaleco y le sacó el arma. Kevin instintivamente se estiró y golpeó la cabeza contra el techo, y antes de pudiera reaccionar, Ian se pegó un tiro en la sien al tiempo que gritaba: «¡Allahu Akbar!».

Wa aleikum assalam wa rahmatullah wa barakaatuh… Y sobre ti la gracia de Dios y sus bendiciones —murmuró Kevin.

Sostuvo arrodillado el cuerpo de su hermano, tenía la mirada puesta en sus ojos mientras daba su último estertor. Lloró sobre su cuerpo. Lloró como jamás lo había hecho, al tiempo que lanzó un alarido mirando al techo como si fuese el cielo del Alá de Ian.

—¡Aquí lo tienen, maldito! ¡Se salieron con la tuya!

Estuvo mirando a Ian por mucho tiempo, las lágrimas dejaron sus ropas húmedas mezcladas con la sangre de su hermano. ¿Para qué tanta lucha?, se preguntó. Tal vez su hermano tenía razón. Rebuscó en sus bolsillos y halló un aro con dos llaves. Llamó a Charles Day.

—Day, aquí Kevin. Puedes respirar tranquilo, mañana el presidente podrá hacer el show de los pavos sin novedad.

El rastreador
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