Capítulo 31

 

 

 

En Londres los esperaba un agente del MI6 que los llevó en coche hasta la casa de empeño HTPawnBrokers.

—Buenos días, mam, vengo por unas llaves.

—¿Llaves?

—Le dejé a guardar unas hace poco tiempo, ¿recuerda?

—¿Trae el recibo?

—Aquí tiene.

Kevin le entregó un papel doblado mil veces y vuelto a doblar. La morena lo fue abriendo con la punta de los dedos como si se tratase de algo muy desagradable.

—Vaya, esto apenas es legible.

—Pero usted me recuerda, ¿verdad?

—No. Para nada.

—Santo Dios… mire, vine aquí hace unos… Kevin le quitó el recibo de las manos y se fijó en la fecha desvaída. Justo hoy hace veintiocho días. Mi nombre es Mike Stone. Aquí está.

La mujer lo observó con detenimiento. Fue cuando Kevin cayó en la cuenta de que ya no tenía barba.

—¿Tiene alguna identificación?

—No. Necesito esas llaves para recuperar mis documentos de identidad, creo que se lo había dicho.

—Necesito alguna identificación. Además aquí dice que es un anillo.

—Es una clave ¿recuerda? Me afeité. Imagíneme con barba, haga el intento. Por favor, no ponga más problemas, usted sabe perfectamente que soy yo.

Ella dio vuelta sin decir palabra. Mientras Daniel miraba la escena con regocijo.

—Aquí tiene sus llaves. Son noventa y ocho libras.

—¿Noventa y ocho libras? Usted dijo que si pasaba del mes serían cien. ¡Apenas fueron veintiocho días!

—No me preguntó cuánto sería pasados los quince días.

—No tengo esa cantidad. Espere un momento.

La mujer viró los ojos y se le vio gran parte de la esclerótica. Daniel hizo un gesto con la mano mostrando las palmas.

—Estoy limpio, hermano.

Kevin fue hacia el coche que esperaba por ellos y pidió prestados noventa y ocho libras al agente.

—Apenas tengo veinte libras —le dijo.

—Mire, dentro de unos minutos le devolveré el dinero, solo necesito recuperar las llaves de la caja de seguridad del banco.

De mala gana el hombre contó libra por libra el dinero que extrajo de un cajero automático hasta completar la cantidad exacta y se la dio.

—¡Malditos ingleses…! —murmuró Kevin de regreso al establecimiento.

—Aquí están. Noventa y ocho libras. Las llaves más costosas de la historia.

—No lo creo —dijo ella—. Aquí tiene sus llaves, le deseo que tenga un buen día.

Kevin regresó al coche mientras Daniel reía sin parar.

—¿Tienes una caja de seguridad? ¡Vaya!

—Debemos ir al 167 de la Avenida Edgware —instruyó al agente.

Kevin retiró el sobre con sus documentos y el dinero. Vio la cara de Daniel en el coche y recordó los dos millones de dólares. ¿Se los pagarían? Day los había ofrecido. Esperaba que fuera cierto. Devolvió el dinero al hombre de Vauxhall Cross y dio un suspiro de alivio al tener su verdadera identidad en las manos. Volvía a ser Kevin Stooskopf.

 

Aunque nunca había hecho el viaje en coche, Ian no vio otra manera de llegar a Washington que alquilando uno. Como Fabrice Pinaud no tuvo mayores contratiempos. Ayudado por el GPS, siguió la ruta adentrándose en la autorruta 520. De ahí en adelante todo fue sencillo. Canadá y Estados Unidos poseen la frontera más larga del mundo: un total de 8.891 kilómetros sin apenas vigilancia. Se puede cruzar en coche, tren, a pie o en bicicleta. Y los ciudadanos europeos de origen francés, como simulaba ser Ian, son tratados como de la casa.

El cruce-frontera al estado de Nueva York es un simple peaje de once carriles, normalmente sin vigilancia, excepto por unas cámaras situadas a la izquierda para que el conductor pueda ser visualizado. Pero ese día había más control de lo normal. Cada peaje tenía dos policías de aduana. La cantidad de coches era muy baja, de manera que Ian llegó rápidamente al control. Observaron su rostro, chequearon el pasaporte e hicieron una comprobación con una foto que llevaban en la mano.

—¿Habla usted inglés?

—Sí, un poco —respondió Ian.

—¿De paseo?

—Así es, quiero ir hasta Nuevo México —respondió con una amplia sonrisa.

—Bienvenido, le deseo buen viaje.

Los vehículos conducidos por mujeres pasaban sin ningún problema, y si tenían niños, mejor aún.

Prosiguió por la Adirondack Northway y luego la autopista 87.  La pantalla indicaba que tardaría en llegar a Washington poco más de nueve horas, si el tráfico seguía como estaba, tranquilo. Tenía pensado alojarse en un apartamento de la calle 22 noroeste rentado desde hacía tiempo.

Con lo que no contaba era con el despliegue de seguridad existente en las autopistas que, además, contaban con muchos peajes. Tenía tiempo. Era veinticinco de noviembre y él tenía que ponerse en acción el veintisiete.  Se detuvo en un motel tras cuatro horas al volante, y aunque no tenía apetito fue primero al restaurante, tal vez se le ocurriese algo para pasar los peajes sin contratiempo, quizá podría recoger a alguna persona que quisiera llegar a las cercanías de Washington…

 

—¿Cuál crees que será el plan de Osfur Abyad? —preguntó Kevin a Daniel, evitando mencionar el nombre de su hermano. Se sentía más cómodo tratándolo como si fuese un extraño.

—Sé que lo hará en la Casa Blanca. ¿Cuándo?, nunca lo dijeron, al menos delante de mí. Pero sé que es una fecha emblemática.

—Una fecha emblemática… El día de los veteranos ya pasó, fue el 11.  Tenemos el Día de Acción de Gracias, ¿cuándo cae este año?

—No lo sé…estoy un poco desorientado. El año pasado fue el jueves 28 de noviembre, lo recuerdo muy bien porque lo festejamos en la base con un pavo que horneó Hulk, el grandullón, ¿lo recuerdas? De inmediato tuvimos que salir porque anunciaron que había un ataque en Fenti, en las barracas de mis paisanos.

—Exacto, donde trasladaron a Osama Bin Laden después de muerto. ¿Cómo está Jorge Guzmán? Ese muchacho es increíble. Con él podías conseguir casi cualquier cosa, fui varias veces por allá y me salvó de apuros, aún no sé cómo lo hacía.

—Sí lo recuerdo, a él y los otros ochenta. Había un grupo de cinco portorriqueños y tres norteamericanos en una misión, pero no volví. Deben de haber regresado con el retiro de las tropas.

Kevin miró por la ventanilla del avión, pensativo.

—Maldita guerra… ¿Escribiste tu informe, Danny?

—Debo pasarlo al ordenador en cuanto llegue para presentárselo a Day.

—¿Me permites?

Daniel le alargó los folios.

Kevin leyó las once páginas. Una vez que terminó las rompió en dos partes y se las entregó.

—Tíralas —dijo.

—¿Te volviste loco?, ¿sabes cuántas horas pasé escribiendo esto?

—Lo sé. Pero solo te traerá problemas, Danny, me entiendes, ¿no?

—No.

—Hay demasiadas incongruencias. Debes explicar bien por qué tenías acceso a un vehículo. Por qué nunca trataste de hacer contacto con nosotros, bueno, con ellos. Cualquiera que lea eso —señaló el manojo de papeles rotos—, pensará que fuiste un traidor y lo sigues siendo. Y, la verdad, Danny, yo ya no sé qué pensar.

—¿Cómo puedes decir eso? Me conoces, Kevin.

—Ya no sé si te conozco, Danny. Fíjate que ni siquiera sé cómo es mi hermano.

—Si no crees en mí ¿por qué quieres ayudarme?

—Creo que todos merecemos una segunda oportunidad. Me estoy jugando el pellejo al decírtelo, Danny, pero en tu informe no debe figurar de ninguna manera que tenías acceso a conversaciones o a trato con el enemigo. Debes poner que estuviste todos esos meses encerrado, ¿comprendes? Y que para ver si tenías una oportunidad de escapar te convertiste al islam y les seguiste el juego. No pongas nada más. El día que te eligieron para ir a Peshawar, créeme, sé que te tenían detectado desde arriba, y para acompañar a al-Alzawahirí, fue porque querían tenerte como carne de cañón. Nunca portaste armas de ningún tipo, ¿sí me entiendes, Danny? Ahora sé un buen muchacho y escribe el informe otra vez. También sería interesante que agregases que cuando me viste en Charsadda te arriesgaste más y hablaste con Zahir para que te tuviera más confianza, tendrás que inventar algo coherente y aprendértelo de memoria, Danny, porque serás sometido a interrogatorio, eso es seguro. Y tendrás que justificar cómo es que te permitieron ir a la embajada norteamericana en Islamabad si todos iban armados.

—Gracias, Kevin. La verdad es que no sé en qué estaba pensando.

—Ahora con la cabeza más fría lo harás mejor, tenemos varias horas por delante.

—¿Me dejarías acompañarte a buscar a tu hermano?

—No. Es algo que tengo que hacer yo solo —respondió Kevin de manera tajante.

El rastreador
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