Capítulo 27

 

 

 

Daniel Contreras entró al cuarto que ocupaba Kevin poco después de la medianoche. No tuvo necesidad de despertarlo porque él yacía en la colchoneta, pero no dormía.

—Kevin… —llamó bajo.

—Keled. Jamás me llames de otra forma aquí.

—Está bien. ¿Cómo piensas que nos libremos mañana?

—Cuento con desactivar la bomba antes de que explote. No tengo otro plan. Ahora quiero saber, ¿por qué andas suelto como una liebre? ¿Estás con ellos o con nosotros?

—Estuve con ellos, no te voy a mentir. Todo lo hice por Nasrim, pero ella no me quiere, así de simple. Ya lo había entendido antes de que llegaras; ahora no hay tiempo para eso —apuró Daniel—. Osfur Abyad es tu hermano Ian. Me lo dijo hoy la madre de Nasrim, recibió una llamada al teléfono que según ella tú conoces.

—Es imposible.

—Si no me crees, de todos modos te enterarás. También pude confirmarlo con Nasrim, pero ella no lo dijo así de claro, solo sé que Ian y ella estuvieron en contacto desde hace mucho y está enamorada de él. Temo por su vida, ¿sabes?

—Si es una terrorista, tienes razón, su vida está en manos de la justicia. Pero no puedo creer que ellos estén enamorados, ¿cómo pudo suceder?

—No dije que estuvieran enamorados. Dije que ella es quien lo ama.

—Muy típico de Ian. Él es incapaz de amar a nadie. ¿Y qué sucedió? ¿Ahora ella ya no es terrorista?

—No soporta el hecho de que tu hermano la haya utilizado. Parece que le creó falsas esperanzas… Creo que desea vengarse.

—No puedo concentrarme ahora en Nasrim. Lo prioritario es urdir un plan para mañana. Escucha con atención: mañana por todos los medios trata de crear una situación difícil. Cuando me coloquen la bomba, que supongo será un chaleco, diles que quieres ir conmigo, que te esposen a mí si es posible, inventa cualquier motivo, insubordínate, golpea a alguien, enfurécelos como para que deseen que explotes con la bomba. Es la única forma que veo que podamos escapar juntos.

—¿Estás seguro de que podrás desactivar la bomba?

—Si es de las normales, sí. Cuento con eso y no veo por qué deban ponerme una bomba con una conexión sofisticada, nadie sabe que soy un experto.

—Y si no puedes, ¿moriríamos juntos?

—Tal cual. Juntos hasta la muerte, suena muy romántico.

—Sospecho que fue lo que siempre quisiste —dijo Daniel.

—Ni lo sueñes —advirtió Kevin mostrando una delgada fila de dientes que relució en la oscuridad—. ¿Qué puedes decirme de Zahir? Tiene una actitud extraña.

—Creo que quiere tumbar a al-Zawhairí. Está reclutando adeptos, especialmente a los nuevos.

—Ya veo.

—Debo irme. Saldremos mañana después de las oraciones, el problema es que en Washington piensan que mañana nos escaparemos al consulado de aquí, en Peshawar, y a donde iremos será a la embajada, en Islamabad. Ojalá actúen rápido y den el aviso, porque no quiero que los nuestros nos maten.

—Maldición. Antes de que te vayas, debes conseguir un cortador de alambre, sin eso no podré hacer absolutamente nada.

—Veré qué puedo hacer.

—¡Unas tijeras, un cuchillo, un cortaúñas, lo que sea, Danny!

—Y ojalá no me revisen cuando...

—Te lo metes en el culo si es necesario, ¡pero lo necesito!

Daniel salió rápidamente, conocía a Kevin y sabía que no era bueno hacerlo enfadar. ¿Dónde rayos encontraría un cortaúñas?

Kevin sabía que Day se daría cuenta de que algo extraño ocurría si veía salir vehículos en dirección a Islamabad. El Sentinel monitoreaba día y noche esa guarida, por ese lado no se preocupaba mucho. Solo le molestaba que algo pudiera salir mal y fuese el factor desencadenante para que todo se fuera al diablo. Dio vuelta en la colchoneta y procuró no pensar en Ian pero le fue imposible. Su cerebro empezó a armar el rompecabezas que a Day se le había hecho tan difícil. Todas las piezas encajaban, solo faltaban las últimas. Ian tenía en mente un atentado contra el presidente y lo haría a riesgo de su vida, lo conocía bien, siempre había sido un hombre fatalista. Todos en la familia sospechaban que tenía cierto grado de autismo, pero nadie quiso reconocerlo abiertamente; menos su madre, quien escudaba su reticencia de someterse a un tratamiento especial, amparándose en la fachada de normalidad que aparentaba Ian y su incuestionable inteligencia. Y en cierta forma había tenido razón, pues su comportamiento era bastante normal, había llegado a ocupar altos cargos en el gobierno. Su coeficiente intelectual era superior a la media con creces, lo que lo hacía más peligroso. Kevin supo que si salía vivo de la embajada tendría que hacerse cargo de su hermano. Y debía ser de inmediato.

Zahir podría convertirse en un aliado e involuntariamente ayudarlos. Había detectado que lo necesitaba, y probablemente a Daniel también, pero apenas se diera cuenta de que ambos eran unos infiltrados sería capaz de matarlos sin miramientos.

Procuró apartar de su mente a Nasrim y también a Joanna y dejarlas en un rincón de su ocupado cerebro, pero no podía. Daría lo que fuera por estar al lado de Nasrim, ¿qué le sucedía? Creía que después de tres años ya la había olvidado, pero no era así y la imagen de la última vez que la vio volvía inclemente, aun a sabiendas de que ella no lo amaba… Pero guardaba muy dentro un resquicio de esperanza, tal vez después de que su hermano desveló sus intenciones, él… Sacudió la cabeza. Todo era una locura. Ojalá pudiera verla una vez más, solo una vez… ¡Dios! Se sentó y se agarró la cabeza como si quisiera poner en orden sus ideas. No podía darse el lujo en esos momentos de flaquear y anteponer sus sentimientos al deber. Un gemido salió de su garganta al exhalar el aire que había inhalado tratando de serenarse. Un sollozo que escondió avergonzado de sí mismo.

 

Daniel tenía acceso al cuarto de armas, pero sabía que allí no había herramientas. Irónicamente no necesitaban armas sino un artículo tan simple como un cortaúñas. Algo más grande podría ser difícil de camuflar entre sus ropas. Fue a los baños y estuvo un buen rato parado frente a la ventanilla después de orinar. Al salir se topó con Zahir.

—¿Tampoco puedes dormir?

—No tengo sueño y me duele el dedo gordo del pie, tengo una uña encarnada.

—Ah… yo sé cómo es eso, muchacho. ¿Qué te parece lo de mañana?

—Una muerte inútil. Creo que Keled podría servir más vivo que muerto, aunque le agradezco que haya tomado mi lugar.

—Es valiente.

—O loco. ¿No tendrá usted entre sus cosas un cortaúñas? Este dedo me está matando.

—No hijo, no tengo eso. Pero creo que tengo unas tijeras, si te sirven…

—Claro que me servirán.

—Espera, iremos a mi cuarto.

Daniel esperó a que Zahir orinara. Parecía tener dificultades porque tardó un poco. Se lavó las manos y salió.

Le entregó una pequeña tijera de uñas.

—Espero que te sirvan, me la devuelves mañana. Quiero aprovechar que el sueño me está invadiendo.

—Gracias, Zahir. Te dejo con Alá.

Fue al cuarto de Kevin y le entregó la tijera.

—A ver dónde te las metes, campeón —le dijo, y salió rápidamente.

Kevin inspeccionó las pequeñas tijeras y enseguida supo que serían perfectas. Las puso en la liga de sus calzoncillos en sentido horizontal, esperaba que no se le cayeran o estaría perdido. Ajustó la liga lo más que pudo, caminó, saltó, y comprobó que las tijeras seguían firmes.

 

En Qatar, Ian tuvo un contratiempo. El vuelo tenía un serio retraso porque estaban revisando el avión. Según informaron, tenía un desperfecto. Todos esperaron sin protestar, pues a nadie le habría gustado que el aparato sufriese un accidente en pleno vuelo, pero para Ian el factor tiempo era demasiado importante. Averiguó otros vuelos y no encontró billete, o hacían dos escalas. Prefirió esperar. Paseó por el aeropuerto y aprovechó para retocarse el peluquín y su apariencia en uno de los baños públicos. Al abrir su maletín vio el gorro negro que había utilizado antes y lo arrojó en la papelera. Era preferible evitar cualquier cosa que pudiera levantar sospechas.

Finalmente el avión estuvo listo para continuar el vuelo.

 

Hacía días que Day no dormía bien, las ojeras le llegaban a la barbilla y su palidez empezaba a ser preocupante. No podía creer que fuese imposible atrapar al hermano de Kevin, no lo habían detectado en ningún aeropuerto pese a haber distribuido su foto. Empezó a dudar de que su intención fuese salir de Pakistán, según había escrito Daniel en la nota. Su secretario estaba siendo sometido a interrogatorios, así como los directivos de la sociedad benéfica a donde había acudido Ian. La DEA, Inmigración y la Secretaría de Estado estaban de cabeza al enterarse de la doble personalidad de Ian Stooskopf y en los alrededores del rancho de su padre había vigilancia permanente. Day desconocía el paradero de Joanna Martínez, parecía que se la hubiera tragado la tierra. Hasta llegó a pensar que tal vez estuviera muerta, víctima de Ian, porque a esas alturas ya le creía capaz de todo. Su interés en ella residía en que pudiera tener contacto con él, o darles a ellos alguna pista sobre su paradero. Distribuyó su foto y la Interpol dio sus señas a las aduanas de todos los países. Finalmente obtuvo información: había salido del Perú con otro nombre el mismo día que Kevin, pero en dirección a Venezuela.

—Maldita sea. De todos los países tenía que haber escogido ese —dijo para sí Day.

No era posible lograr una cooperación con Venezuela, la DEA había sido expulsada de allí hacía unos años, el panorama se veía verdaderamente negro. Necesitaba con urgencia un topo. Uno que estuviese involucrado en el tráfico de drogas, pues Joanna tenía antecedentes registrados en Inmigración. Una vez supo que Ian era un terrorista, ató cabos y supuso que ella había sido utilizada como conexión con Kevin. ¿Dónde encontrar a la persona indicada? En Colombia. Los narcos se conocían, y probablemente estaban enterados de las correrías de Joanna. Habló con la DEA y expuso el problema, por suerte tenían un agente encubierto que de vez en cuando iba a Venezuela. Tendría que hacer una labor de hormiga, no tenían idea del paradero de Joanna, tal vez con un poco de suerte lograsen dar con ella para obtener alguna información. Day movió la cabeza pensando en Kevin. Qué metida de pata, ir a involucrarse con la espía enviada por su hermano…

El rastreador
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