Capítulo 20

 

 

 

En medio de la oscuridad, con las extremidades a punto de quedar paralizadas por el frío, Kevin supo que debía actuar antes de que le flaqueasen las fuerzas. Había perdido el sentido del tiempo; le era imposible calcularlo pero tampoco tenía mucha importancia en esos momentos. La consigna era permanecer con vida, y es lo que haría. Estaba mentalmente preparado para no dejarse vencer. Parecía que hacía mucho hubiera estado Zahir allí socorriéndole con un poco de agua que, según él, le ayudaría a soportar las poco más de veinticuatro horas que debía pasar en ese lugar. Veinticuatro horas que se habían vuelto interminables en medio de la oscuridad y la soledad. La deshidratación y el frío empezaban a hacer estragos en su mente y solo a fuerza de voluntad y poder mental se mantenía consciente. En los primeros momentos de su confinamiento había palpado de manera instintiva la zona de la pared donde sobresalía el collar que sujetaba su cuello; estaba férreamente incrustado a una base de metal y no tenía forma de agarrarlo para tirar de él. La posición de espaldas le impedía usar de manera eficiente la fuerza de sus brazos, sin embargo, comprendió que era su único recurso. Si no hacía algo, moriría. Escarbó con las uñas la base pegada a la pared hasta lograr que sus dedos entrasen y empezó a tirar del collar con todas sus fuerzas. El frío contrae, el calor expande, repetía mientras lo hacía, para darse ánimo. Sintió que aflojaba, ya su cuello podía separarse de la pared algunos centímetros. Con renovado vigor introdujo más los dedos entre la placa de la base y la pared y haló con fuerza, una, dos, tres veces. Descansó unos momentos y prosiguió de manera sistemática. La operación le aumentó el calor corporal y este, a su vez, le dio bienestar. Siguió con la misma operación hasta quedar exhausto. Después de recuperarse dio el último tirón, esta vez con todas sus fuerzas, hasta arrancar de cuajo la base de hierro.

Recuperó la movilidad, pero aún tenía el collar en el cuello sujeto por una especie de pasador en la parte de atrás. Cuatro gruesos tornillos de quince centímetros que sujetaban la base a la pared estaban ahora en el aire colgando de su cuello. Los destornilló y los guardó entre sus ropas; le servirían de arma llegado el momento.

Caminaba por la habitación para estirar los músculos cuando sintió unos pasos. Se apresuró a ocupar su lugar y empezó a recitar un azalá en murmullos, con los ojos cerrados y la cabeza al frente, como si aún la tuviera pegada a la pared. El olor de un viejo conocido llegó a su olfato: Daniel Contreras.

 

Daniel Contreras se dirigió al cuarto por los pasillos que él asociaba con una ratonera. Más por curiosidad que por cualquier otro motivo, deseaba saber quién era el próximo infeliz que moriría por capricho de El profesor. Descorrió la mirilla y no pudo ver nada, solo escuchó las oraciones que repetía el hombre sin cesar. Está vivo y aún con fuerzas, increíble, se dijo. Entró a la habitación congelada y encendió la luz mortecina de un bombillo pegado al techo.

Kevin seguía sus rezos, con los ojos cerrados, mientras trataba de encontrar sentido a la presencia de Daniel, libre para moverse en aquel lugar. Dedujo que era un traidor, no cabía otra explicación. Permaneció quieto, sintiendo cómo el otro se aproximaba.

Daniel se acercó para ver con mayor claridad el rostro del prisionero. Al distinguirlo, con sorpresa le pareció reconocer a su antiguo compañero. ¿Kevin? ¿Era posible que fuese él? Debía cerciorarse. Entonces, una mano férrea lo sujetó del cuello mientras la otra le tapó la boca.

—¿Qué rayos haces tú aquí? —le preguntó Kevin—. ¿Vine a rescatarte y me encuentro con que eres uno de ellos…? ¡Traidor!

Daniel dejó de hacer el intento de zafarse. Sabía que sería inútil. Le hizo un gesto con la mano y Kevin aflojó el cuello y dejó libre su boca.

—Estamos en el mismo bando —dijo con dificultad—. No he traicionado a nadie. Bueno... sí. Es largo de explicar. Mientras crean que estoy de parte de ellos tendremos una oportunidad.

—Deseo creer que es así pero algo me dice que no.

—Créeme. No diré a nadie que te has liberado solo Dios sabe cómo, aunque más parece cosa del demonio. Ahora debo ir a mi cuarto, Zahir sabe que estoy aquí y no deseo que piense que te conozco, sería arriesgado para ambos. Tendremos oportunidad de hablar,  te lo aseguro. Sigue con tu papel y yo haré el mío.

—Dame agua.

—Está bien, pero quédate quieto.

—Voy a confiar en ti, Daniel.

—Me lo debes.

Kevin no respondió.

Daniel salió y llenó con agua del grifo una jarra. Se la llevó y Kevin tomó todo el contenido sin detenerse a respirar. Después le devolvió la jarra y Daniel salió en silencio tras apagar la bombilla. Camino a su cuarto, vio la luz del de Zahir todavía iluminada. Sus problemas de sueño eran conocidos, una razón para cuidarse de él. Quiso pasar inadvertido pero la puerta se abrió.

—¿Cómo está? —preguntó Zahir.

—Dentro de lo que cabe, bastante bien; está orando.

—Es un hombre resistente y piadoso. Iré a darle una ojeada.

Daniel se despidió y retomó el camino a su cuarto. Esperaba que Kevin estuviera alerta y conociéndolo, sabía que sería así. Si existía un hombre al que le confiaría su vida, era a él. Un sentimiento cálido invadió su pecho. Volver a encontrar a su antiguo amigo había disipado sus resquemores. La única culpable era Nasrim, cada vez lo tenía más claro. Con Kevin allí, todo sería más fácil.

 

Cuando Zahir abrió la puerta y encendió la luz, ya Kevin sabía que era él. Continuaba con la espalda recta pegada a la pared. Su cuello sujetaba con fuerza la placa a la pared, mientras él musitaba con los ojos cerrados sus oraciones como si estuviera en trance. Contaba con que la débil luz que despedía el bombillo ayudase a que no se fijara en algunos detalles.

—Espero que hoy te saquen de aquí.

Kevin dejó de rezar y abrió los ojos.

—Yo solo quería servir a la yihad, no era necesario que me tratasen así, pero Alá me acompaña y me está permitiendo resistir.

—Toma agua, debes estar sediento —dijo el hombre alargándole un vaso que Kevin agarró con ansiedad y tomó el contenido de un solo trago.

Zahir le sirvió más. También le dio un trozo de pan.

Manana… manana, habibi… —agradeció Kevin mezclando el idioma pashtún con árabe.

—No me lo agradezcas, todo lo contrario, tú no deberías estar aquí. Quiero que quede claro que tu lealtad debe ser hacia mí por encima de todo. ¿Me comprendes? Estás aquí encerrado en contra de mi voluntad, hablaré con El Profesor para que te saquen, no te traje para que murieras.

—Pero él parece tener otros planes, Zahir. No podrás hacer nada.

—Ya lo veremos.

Zahir fue a su cuarto y, como siempre, no pudo conciliar el sueño. Envidiaba a los muchachos de la tropa que roncaban como cerdos, hubiera dado cualquier cosa por dormir toda una noche completa. Faltando poco para la madrugada, le llegó el sueño, pero no podría aprovecharlo, debía levantarse al igual que todos para las oraciones matutinas. Después del desayuno fue a la estancia de al-Zawahirí.

—El hombre va para los tres días en el cuarto, ¿no crees que es momento de sacarlo?

—Da orden de que lo lleven al patio. Quiero que sirva de ejemplo.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó Zahir, sospechando lo peor.

—Es un infiltrado. Estoy seguro.

—Lo investigué. Hoy me llegó más información, todo parece estar en orden, es un hombre valioso que puede servir a la causa. Hasta Baryala lo conoce.

Al-Zawahirí no respondió.

 

Kevin se hallaba recostado. Con la oreja pegada al piso, oyó las pisadas que se acercaban. Se sentó pegado a la pared, como si todavía tuviese la placa sujetando el grillete a su cuello, justo al tiempo que se abrió la puerta y se hizo la luz. Los hombres lo encontraron orando en susurros con los ojos cerrados.

—¿Así que todavía tienes ánimo para hablar? Vamos a llevarte ante El Profesor para que converses con él —dijo uno de ellos con una risita.

Se acercaron con intención de soltar el grillete pero Kevin de un salto quedó frente a ellos. El más delgado de los dos trató de sujetarlo. Kevin le clavó con fuerza un tornillo en el hombro. Al otro le dio un golpe certero en el cuello y cayó desorientado, tosiendo. Un par de patadas en el estómago a cada uno sirvieron para dejarlos en el suelo sin ganas de levantarse. Abrió la puerta, salió y volvió a colocar la tranca de metal que servía de cierre. Deshizo el camino que lo había llevado allí sin titubear y fue directo a la estancia de El Profesor.

Assalam alaikum ¿Quería verme? —preguntó desde el umbral.

—¿Qué haces aquí? Dije que te llevaran al patio.

—Sus hombres parecen incapaces de cumplir las órdenes, señor.

Zahir se le acercó y observó con cuidado la faja que rodeaba su cuello. Enseguida supo lo que había pasado. Con una sonrisa miró a al-Zawahirí.

—Aquí lo tienes. Keled Jaume vino por su cuenta. Espero que no haya acabado con los dos que fueron a buscarlo.

—Estarán bien cuando los saquen del cuarto. Un poco doloridos, quizá. ¿Podrían quitarme este collar?

Zahir sacó una llave de entre sus ropas y procedió a liberarlo del incómodo grillete.

—Ve a ver qué sucedió con ellos —ordenó El Profesor a uno de sus guardaespaldas.

—¿Quién eres? —preguntó al-Zawahirí.

—Mi nombre es Keled Jaume, ya se lo dije, señor.

—¿Crees que esta es la mejor manera de comportarte en mi casa?

—No, señor, le suplico que me perdone; yo solo quería trabajar para usted, no vine para ser encerrado.

—¿Crees poder cuidar de mí mejor que mis hombres?

—Mucho mejor. Es la voluntad de Alá, él me ayudó a soportar el encierro.

—Eso es cierto —dijo Zahir, a quien la situación parecía estar divirtiéndolo—. Yo pasé un par de veces por ahí y lo escuché orar.

—Fue lo que hice todo el tiempo. Alá es grande.

Al-Zawahirí lo observó en silencio.

—¿Cómo sé que no estás mintiendo? ¿Dónde aprendiste a luchar así?

—Me entrené. Y soy fuerte. Quiero ir al frente de batalla, no tengo miedo a luchar, señor.

—¿El frente? Nosotros no luchamos en frentes de batalla, ¿acaso no lo sabes? Ya veo que no tienes idea. Nuestra lucha es diferente... Llévalo a que se asee, hiede a camello —ordenó a uno de los hombres.

—Y denle comida —subrayó Zahir, mientras le guiñaba un ojo a Kevin.

Demasiado bueno para ser verdad, pensó El Profesor. Eficiente, piadoso, fuerte y quién sabía si leal… Y, además, inocente como un pichón.

—Sigue sin gustarme, aunque reconozco que podría ser valioso —dijo con terquedad.

—Estoy seguro de que necesitas a un hombre como él, alguien que esté dispuesto a enfrentarse con quien sea y a sacrificar su vida por ti, Ayman.

—Veremos. A quien tengo en mente ahora es a Osfur Abyad.

—Nasrim dijo que vendría. Llegará pasado mañana.

Arregla todo para que nos veamos en Namak Mandi. No quiero que conozca este lugar, no es de los nuestros, aunque él diga que sí lo es.

—Será una buena prueba para Keled Jaume.

—No pienso llevarlo, primero debe aprender maneras, es un insubordinado.

—Sé que te agradó lo que hizo, Ayman, no lo niegues.

—¿Cómo se llama el traidor?

—¿Te refieres a Daniel Contreras?

—Sí, ese. Quiero que él lo prepare todo, sus tácticas son buenas, hay que reconocerlo. También sería bueno que visite a Nasrim, no debemos dejar que la llama del amor se apague. —Sonrió El Profesor.

—¡Bien pensado! —concluyó Zahir.

Poco después daba instrucciones a Daniel Contreras.

—Tengo un plan para ti, Daniel —dijo Zahir.

—Tú me dirás, jefe.

El profesor ah de ir a Peshawar, va a llegar una persona importante, necesito que te ocupes de todo. Escoge a los hombres que te acompañarán. La reunión se llevará a cabo en Namak Mandi, en la parte trasera de un viejo restaurante. Irán en tres camionetas.

—¿Usted no irá?

—Iré, pero debo ocuparme de otro asunto importante. ¿Conoces la zona?

—Más o menos.

—Está aquí —señaló con un bolígrafo la ruta en el mapa sobre la mesa—. El mensajero que esperamos se alojará en el Pearl Continental, a ocho minutos de Namak Mandi. La reunión será exactamente aquí —indicó—. Después, dos hombres lo seguirán hasta el hotel. Que lo vigilen mientras esté en Peshawar, el resto debe proteger a El profesor.

—¿Temen que pueda jugar sucio?

—Desconfío de todo el mundo, al fin y al cabo es un norteamericano.

—Y yo también.

—Eres un puertorriqueño, que no es lo mismo. Ese país tiene extrañas formas de racismo, un presidente negro en un país de blancos, con la mayoría del gobierno en su contra. Y tú te alistaste para obtener un empleo con una mejor paga, porque de otra manera serías un paria. Sé cómo tratan los norteamericanos a los que no son anglosajones.

—Has visto muchas películas de Hollywood, Zahir.

—Las he visto, sí. Por eso sé cómo piensan.

—No voy a negar que, aunque las cosas están cambiando, un puertorriqueño nunca será un verdadero norteamericano. Ya no quiero saber más de ellos, mi vida está aquí y la mujer que amo, también.

—Respecto a eso, te daré una buena noticia: podrás verla. Una vez dejes todo arreglado, tómate la tarde libre. El regreso se hará a las ocho, a esa hora tendrás que estar con El profesor.

—¿Quién se verá con él?

—Eso no te incumbe, solo procura cuidar de El profesor, ese debe ser tu único objetivo.

—Si he de seguirlo, debo saber al menos cómo es.

—Ya lo verás, no te preocupes.

El rastreador
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