Capítulo 2

 

 

 

Trabajar en el Departamento de Estado le daba a Ian Stooskopf la oportunidad de mantener vínculos con organismos clave del Gobierno, entre ellos el Departamento de Seguridad Nacional y entidades como la Administración de Servicios Generales (GSA).

En medio del polvo levantado por las excavadoras que intentaban que su trabajo pasara desapercibido para los habitantes de Washington, en especial para los siempre curiosos reporteros, tan similares a los paparazzi cuando se trataba de cualquier evento relacionado con la Casa Blanca, Ian trataba de prestar atención a uno de los trabajadores que señalaba con la barbilla un acceso tapado con plásticos negros.

—Sería bueno que entrara a revisar si es lo que pidieron —dijo el hombre entregándole un casco con linterna.

Ian levantó el grueso plástico y se animó a entrar por el largo pasadizo seguido por el rechoncho individuo.

—¿Hacia dónde se dirige exactamente el pasillo?

—Tal como lo pidieron, da al Salón Rojo. —Desenrolló un plano y lo señaló con el dedo cubierto por un grueso guante de trabajo.

—Bien —respondió Ian satisfecho—. ¿Qué me dices de los demás? ¿Han hecho alguna pregunta al respecto?

—Aquí nadie pregunta nada. Se limitan a cumplir órdenes y si esto figura en los planos, es lo que se hará. En estos planos naturalmente —añadió el hombre.

—Necesito que la entrada quede perfectamente camuflada en el jardín. Sé que volverán a cubrirlo con las plantas y árboles que se encontraban antes, el trabajo de jardinería lo dejo en tus manos, es tu responsabilidad.

—No hace falta que lo digas. Todo quedará como lo quieren.

Al salir, ya la maquinaria pesada había dejado de trabajar. El polvo se empezaba a asentar y pronto empezaría el turno vespertino. Ian se quitó el casco y se dirigió hacia su coche. Uno que no llamaría la atención de nadie, con unos cuantos años de uso.

 

Los primogénitos siempre cuentan con ciertas ventajas, aunque no de la misma clase que los benjamines de la familia. Del hijo mayor siempre se espera que sea el ejemplo, el que tome las decisiones, el que enfrente el peligro, el que dé la cara y el que defienda al menor. Y eso precisamente fue lo que formó el carácter de Kevin desde pequeño y se acentuó al nacer dos años más tarde su hermano Ian. Tan diferente de él como la noche al día y esto en el sentido literal.

Si no fuera porque sus padres habían sido igual de opuestos, la diferencia entre ambos hermanos hubiera llevado a ciertas suspicacias; Kevin era moreno de ojos profundamente oscuros, enmarcados por pobladas cejas, como los de su madre, mientras que Ian había heredado los ojos azules de su padre, su piel blanca y el pelo castaño, casi rubio. Y allí no acababan las diferencias. Eran distintos absolutamente en todo. A uno le gustaban los retos; al otro la seguridad. Uno era difícil de convencer, mientras el otro tenía una manera bastante acomodaticia de entender las cosas. Y la lista era casi interminable.

Jeff Stooskopf, el padre, conoció a Elvira Malaret, hija de uno de los comerciantes más importantes de Puerto Rico, mientras ejercía funciones en el Servicio de Inmigración y control de Aduanas de los Estados Unidos de ese estado asociado. Fue amor a primera vista. Después de un fugaz noviazgo de cinco meses contrajeron nupcias debido a su inminente traslado al consulado norteamericano de Arabia Saudí. Jeff tuvo especial cuidado en que sus hijos nacieran en los Estados Unidos, pero a los pocos días regresaban a Medio Oriente, que era donde los Stooskopf estaban afincados. Los chicos crecieron hablando árabe como su segunda lengua, además de español e inglés. Asistieron a una elitista escuela y también a una academia privada donde estudiaban los hijos de la sociedad árabe.

La servidumbre que había en las casas procedía de otros países como Irán, Afganistán o Egipto. En casa de los Stooskopf  había una cocinera iraní; un niño y una niña de Afganistán para todo servicio, recibidos por Jeff porque le inspiraron lástima. Se los había entregado su madre en una de sus incursiones oficiales a un campamento de desplazados en Pakistán; tenían entre siete y nueve años cuando eso sucedió. Completaba el servicio un chofer, un robusto egipcio bonachón y hablador, que se llevaba bien con todos y traía chismes y habladurías de los alrededores, gracias a lo cual nació en Kevin el afán de enterarse de los secretos de los demás y guardar silencio, que era como el chofer Munarach le hacía prometer antes de contarle todo.

Kevin siempre fue un aventurero. Le gustaba conocer nuevos lugares y personas, apropiarse de costumbres e idiomas; había aprendido a hablar, además del árabe, el farsi que hablan en Irán y el pashtún, la lengua que hablan mayormente en Afganistán y zonas de Pakistán. Pero sus principales maestros de idioma fueron los hermanos afganos recogidos por su padre. Kevin aprendió a hablar pashtún del mismo modo que ellos, con la entonación y algunas incorrecciones idiomáticas propias de los campesinos.

Kevin e Ian recitaban el Corán tras aprenderlo en la academia como si fuera el padrenuestro, y si Kevin vestía la larga yalabiya blanca pasaba tranquilamente como un niño árabe. Ambos eran inteligentes, sin embargo Ian sobresalía —a pesar de ser dos años menor— en sus notas escolares. Kevin era arrojado, poseía un algo que inspiraba confianza, como si pudiera ser capaz de cumplir lo que fuese que se le ocurriera prometer. Y era así. Aquello le ganó un puesto de liderazgo en la escuela y después, más adelante, a lo largo de todas las misiones y trabajos que le encomendaron. Quiso ser militar desde siempre, le fascinaba escuchar las marchas, admiraba la disciplina y parecía tener la mente preparada para recibir y dar órdenes sin hacer preguntas. Ian, en cambio, era un intelectual, y siempre se preguntaba por qué todos parecían preferir a Kevin. Aquello fue tornándose con el tiempo en una obsesión. A sus padres no parecía importarles que fuese un alumno aventajado; el centro de atención siempre era Kevin. Por ese motivo, cuando su hermano dio la noticia de que ingresaría a West Point, respiró aliviado. Lo que menos deseaba era que estudiaran en la misma universidad.

Kevin ingresó a la academia militar después de que a su padre lo trasladaran al Servicio Exterior, directamente a las oficinas del Departamento de Estado al Noroeste de Washington, una zona conocida como de «blancos adinerados», e Ian ingresó a la Facultad de Estudios Internacionales en la Escuela Edmund A. Walsh de la Universidad de Georgetown para seguir los pasos de su padre, a quien deseaba emular más que a nadie en el mundo. A Kevin no le fue difícil ingresar, tenía cartas de recomendación de los senadores por los vínculos políticos de su padre; ser descendiente de un héroe como Jacques Stooskopf —aunque éste hubiera sido francés—, le abrió las puertas sin mayores contratiempos. Al paso de los meses y los años, él les demostró que no se habían equivocado al admitirlo.

Y así como su hermano sobresalía en lo que respecta a la parte física, emocional y de liderazgo, Ian lo hacía desde el punto de vista académico. Ingresó con notas sobresalientes en los exámenes de admisión a Georgetown, la universidad católica más antigua de los Estados Unidos, único punto en el que Ian difería, pues tenía un criterio particular en cuanto a las religiones.

Cada uno tenía sus propias ideas del significado de patriotismo. Para Kevin, ser norteamericano era un motivo de orgullo; consideraba a su país el mejor lugar del mundo y estaba dispuesto a dar la vida por él. Ian, sin embargo, era todo lo opuesto. Para él no existía tal orgullo y, si bien hacía uso de los beneficios que un país como el suyo podía brindarle, le era indiferente. Miraba con desprecio cualquier movimiento que hiciera su nación para inmiscuirse en los problemas geopolíticos del mundo. Tenía ideas extremistas y durante sus años de estudiante en Oriente Medio había hecho amistades con ciertos grupos simpatizantes del fundamentalismo islámico. Después de graduarse en Georgetown, pasó un año y medio en la Universidad de al-Azhar de El Cairo estudiando en la Facultad de Teología Islámica y, al tener un carácter retraído y poco dado a hacerse notar, le era mucho más sencillo adaptarse a las amistades sin sobresalir, una cualidad que atrajo la simpatía de un grupo yihadista que empezaba a formarse por esos años. Le fascinaba su filosofía. Regresar a los orígenes ortodoxos para restaurar la grandeza del islam le parecía una encomiable labor porque odiaba la liberalidad de Occidente, en especial la de sus mujeres.   De manera que Ian y Kevin mostraban dos caras opuestas hasta en su comportamiento con las chicas. Ambos eran bien parecidos, pero Kevin tenía un atractivo innato.

Sus profesiones y los caminos que tomaron de adultos los alejaron cada vez más, y únicamente se veían en ocasión de alguna Navidad o en el Día de Acción de Gracias hasta que su madre falleció de cáncer. Entonces las visitas a la casa paterna se hicieron cada vez más espaciadas, sobre todo de parte de Ian. Cuando Kevin decidió retirarse del ejército, fue una de las pocas veces que se comunicó con Ian para aprovechar sus contactos con la cancillería peruana; de esa manera consiguió su residencia en el Perú sin mayores contratiempos.

Algo que Ian no podía comprender era cómo siendo su hermano tan independiente había escogido la carrera militar, en la que la subordinación que exigía una cadena de mando no daba pie a la desobediencia. Según su manera de ver, Kevin no había nacido para obedecer. Y tenía razón. La obediencia era lo que menos le gustaba, pero contaba con una fuerza de voluntad que sobrepasaba cualquier acto de rebeldía. Sabía qué eran las reglas y su espíritu disciplinado y leal le ayudaba a sobrellevarlas. Se convirtió en un oficial brillante, admirado por sus colegas y superiores, y una vez graduado en West Point se alistó en las Fuerzas Especiales hasta llegar a formar parte del Grupo de Desarrollo de Guerra Naval Especial de los Estados Unidos, comúnmente conocido por su antiguo nombre: Sexto Equipo SEAL (SEAL Team Six), el equipo élite cuyos miembros son seleccionados y tienen un entrenamiento superior.

Su conocimiento del idioma árabe y en especial del pashtún lo hizo elegible para incursionar en Afganistán y Pakistán, en donde encabezó varias misiones exitosas para detectar y combatir células terroristas. Fue su grupo el que a través de infiltrados en las filas de al-Qaeda dio con la persona que los llevaría a detectar el sitio donde podría estar ubicado Osama Bin Laden en Abbottabad, Pakistán, a quien los Navy SEAL dieron muerte. Fueron años en los que el peligro puso a prueba su sangre fría cuando se ofreció como voluntario para un equipo de desactivadores de bombas. Años que también le sirvieron de aprendizaje. Llegó a diferenciar los turbantes que usaban los wazari de los paquistaníes, de los afridi, y también los gorros de piel invernales de los uzbekos, así como de los chitra. Recitaba el Corán de memoria y sabía vestir con propiedad el salwar kamiz; pantalones amplios y blusones largos, así como a pensar en los diferentes modismos del árabe, un idioma lleno de metáforas y florituras. Y cuando creía haber dejado todo aquello atrás, vio subir hacia la colina de su casa a Charles Day.

Ahora iba río abajo camino a reunirse con él. Suponía que la misión sería espinosa si se habían tomado el trabajo de ubicarlo. ¿Qué le diría a Joanna? No podría contarle nada que pudiera ponerla en peligro, ella era una mujer amable, cariñosa, poco dada a enfrentar dificultades, por lo que había podido deducir desde que estaban juntos. Eso era nuevo para él, antes jamás tuvo que preocuparse por ocultar algo a nadie en especial. Su vida había sido un laberinto de relaciones pasajeras, no hubo mujer que lo impactase... excepto una. Pero a fuerza de voluntad se la había arrancado del corazón y había procurado enfrascarse en los trabajos que debía llevar a cabo, sin dejar espacio para nada más.

El río Satipo es caudaloso y en época de lluvias sus aguas se desbordan. Antes, para llegar adonde él vivía, había que atravesar el mismo río tres veces porque serpenteaba, pero la época del guaro había quedado atrás. Ya no había necesidad de atravesar el río metido en una jaula elevada sobre unos parales de madera para luego halar una soga y llegar al otro lado. Ya existían dos puentes lo suficientemente robustos como para soportar la crecida del río. Y él iba en bote, con un motor fuera de borda de cuarenta caballos de fuerza, suficientes para volver de regreso río arriba.

Dejó la pequeña lancha en el atracadero y se dirigió a la plaza de Satipo. Empezaba a atardecer, el viento fresco amenazaba lluvia. Kevin podía olerla. Vio a Charles Day cobijado bajo un frondoso árbol, sentado en uno de los enormes bancos de cemento en forma de U que bordean el centro de la Plaza de Armas de Satipo, frente a una fuente que se conserva absolutamente seca excepto cuando llueve.

—Gracias por venir —dijo Day.

—Por un momento dudé en hacerlo.

—Tenemos un problema —Day fue directo al grano—. Captamos una conversación telefónica de Daniel Contreras en Pakistán. Estamos seguros de que hablaba con gente de al-Qaeda. Encaja con sus averiguaciones en las que tiene clara sospecha de un atentado contra el presidente.

—¿Cómo saben que es contra el presidente?

—Por datos que nos hizo llegar con anterioridad.

—¿Cuándo se supone que será el atentado?

—Por la información que hemos estado recibiendo no parece ser inminente, pero sí hay planes concretos.

—Tal vez no sea sino un aviso mal comprendido. ¿En qué idioma está?

—En árabe.

—Me gustaría escucharlo.

Day accionó su celular y lo puso al oído de Kevin.

“Ahmed, conozco a la persona apropiada para lo que quiere el jefe”. “¿Quién es?”. “Osfur Abyad”. “Tiene facilidad para entrar al nido. Dile a El profesor que me comunicaré con él”.

—Está claro que se refiere a Zawahiri. No se refiere a cualquier profesor, dice: El Profesor.

—Es lo que dijeron los traductores.

—Y la traducción de “Osfur Abyad” es Paloma Blanca.

—Sí. ¿Lo que dijo tendrá algún significado especial? —inquirió Day.

—El árabe tiene muchas connotaciones, depende de una serie de variantes que a una persona poco informada confundirían. Cambia si una persona lo habla rápido o muy lento, y también según el dialecto. Podría ser cualquier cosa, un paloma es un pájaro, tal vez sea un aviador, o alguien que está en el aire… como también podría ser una persona de edad, canosa, o podría referirse al color de la piel. ¿Es muy difícil deducirlo por dos palabras. No puede referirse al presidente Obama, puesto que él es de raza negra. Tiene que ser otra cosa. ¿Cómo sabe que será un atentado contra el presidente?

—Según otra conversación captada por Contreras, infiltrado en un campo de refugiados de Pakistán, un grupo formado por reclutadores de al-Qaeda hablaba una noche acerca de un gran evento. Mencionaron a “Osfur Abyad” como el salvador de su causa. “Lo mejor que podría haberles sucedido para dar una lección a los gringos en su propia casa”, según sus palabras.

—¿Y Contreras no podría seguir la pista? Ya que está allá, sería mucho más fácil.

—Estaba. Lo descubrieron. Tenemos un vídeo que los de al-Qaeda se encargaron de subir a YouTube —dijo Day, cabizbajo—. No lo mataron, lo tienen prisionero. Al menos eso creo.

Hacía tiempo Kevin no prestaba atención a las noticias, mucho menos a las que procedían de Asia Central. Se había enfocado en olvidar esa parte de su vida. La noticia lo impactó aunque no se reflejó en su rostro.

—Imposible... Debió cometer algún error. Lo más probable es que lo hayan sorprendido mientras hablaba por teléfono para hacernos llegar ese mensaje, suena demasiado obvio, ninguno de al-Qaeda hubiera dado tantos nombres por teléfono. Estoy seguro de que lo hizo a propósito. Lo que necesitamos, además de descubrir quién es Paloma Blanca, es liberar a Contreras y saber de qué se trata todo esto.

Day no pudo ocultar la admiración que le producía Kevin Stosskopf. Lo conocía y sabía de sus hazañas. Su manera de moverse y su forma de expresarse tenían el sello inconfundible de alguien que exudaba seguridad. Comprendía por qué sus hombres le habían sido tan incondicionales. Y, si no se equivocaba en su apreciación, acababa de involucrarse.

—Entonces… doy por hecho que aceptas —dijo tratando de reprimir la ansiedad.

—Day, tú sabes que no podría negarme. Pero debo poner mis condiciones.

—Las que sean, nuestro presupuesto es ilimitado.

—Me refería a la seguridad. Mi intención es volver con vida. Tuvo que haber una fuga de información para que atrapasen a Daniel, no pudo ser de otra forma, lo conozco. ¿Cuál es el plan que tienen?

—Dados tus conocimientos de la cultura y el idioma árabe, pienso que serías la persona idónea para infiltrarse en el cuerpo de seguridad de al-Qaeda.

—Es una locura. Nadie que no sea uno de ellos puede hacerlo. Lo primero que harán será investigar mi pasado y un hijo de un diplomático norteamericano con mis antecedentes no pasaría la primera revisión. Lo que me pides es una autoinmolación. Lo que los yihadistas exigen a sus fanáticos.

—Todo está planeado, Kevin. Irás preso a Belmarsh. Una cárcel en el Reino Unido equivalente a Guantánamo. Normalmente los que son encarcelados en ese sitio mantienen un bajo perfil, es de máxima seguridad, pero filtraremos la noticia y algunos periódicos nos lo agradecerán: se hará pública la detención de «Keled Jaume»: tú. Un norteamericano desarraigado convertido al islam que fundó una secta formada por cientos de jóvenes y adolescentes, a quienes convencía por Internet de viajar a Siria e Irak para casarse con yihadistas y propagar la especie. De hecho ya hay muchas mujeres que lo están haciendo, algo imposible de entender, algunas de ellas son estudiantes universitarias de nivel económico bastante alto.

—¿Por qué necesitan divulgar la noticia? Ya es suficiente con que desee pasar inadvertido.

—Es necesario para que los de al-Qaeda estén enterados, de alguna forma llegará a sus oídos y no será directamente a través del gobierno.

—¿No tendré problemas de extradición?

—No, en Belmarsh hay un programa para terroristas extranjeros.

—Lo que no me convence es lo de la secta terrorista para persuadir a mujeres…

—Pierde cuidado, Kevin, el escenario está montado desde hace un tiempo, habrá muchas mujeres testificando lo mismo. Lo que necesitamos es un pretexto para ingresarte a Belmarsh.

—¿Cuánto tiempo estaré preso?

—El suficiente para crear tus antecedentes. Serás puesto en libertad porque las pruebas que se presentarán solo serán circunstanciales, entonces viajarás a la zona desde donde Daniel Contreras habló por última vez: Peshawar. A partir de allí necesitarás hacer uso de tu ingenio para infiltrarte entre su gente y de alguna manera obtener noticias de Osfur Abyad.

Al escuchar el nombre de la ciudad el corazón de Kevin se detuvo por una fracción de segundo, pero de inmediato su atención se centró en la información que suministraba Day.

—¿Qué pasará si se nos adelantan?

—Es un riesgo que tendremos que correr si deseamos hacer las cosas bien. Te presentarás en el MI6 en donde te adjudicarán un especialista en antiterrorismo. Irán a la base militar de Aldershot. Debes estar en forma, requieres de adiestramiento, por lo que pasarás por el SAS (Fuerzas Especiales Británicas). Hay muchos campos en los que los ingleses nos llevan la delantera en la lucha contra el terrorismo, en el Reino Unido se encuentra gran cantidad de yihadistas, porque el ingreso les era más fácil que para los Estados Unidos, de manera que ellos han desarrollado procedimientos específicos para detectarlos. Los de la Agencia trabajamos ahora estrechamente con ellos, así que encontrarás a muchos de los nuestros por allá.

—¿Cómo estaré en contacto con ustedes?

—A través del Sentinel. Los drones como los Predators nos siguen siendo muy útiles, pero son detectables por los radares. Te tendremos localizado apenas nos des las coordenadas, el satélite nos guiará y tendrás que encontrar un momento para mirar al cielo sin despertar sospechas. Ya sabes el procedimiento. No deseamos utilizar teléfonos, al-Qaeda tiene especialistas en telefonía, redes y unos cuantos hackers de los mejores.

De manera involuntaria Kevin miró al cielo. Sabía que el riesgo sería enorme pero si lo buscaban a él era porque ningún otro podría hacerlo. Aquello no lo hacía sentirse superior, era consciente del peligro de la misión y de que era necesario. Por otro lado, Daniel Contreras era su amigo… a pesar de todo.

—Necesito que las personas que estén enteradas de esto sean solo las estrictamente necesarias —subrayó.

—De acuerdo. Es el motivo por el que vine solo. Como dije, solo John Brennan sabe que estoy aquí.

—Claro, y la persona que les dio mi dirección. Y los que veré en el Reino Unido y la gente de la prisión, sin contar con los más de ciento ochenta que se ocupan del Sentinel.

—No. Averiguamos tu dirección a través de tu hermano Ian. Pero él  creyó que era para hacerte llegar la correspondencia con el anuncio de un incremento en tus ingresos como militar retirado. Los que te adiestrarán en Inglaterra solo saben lo necesario: que probablemente estarás destinado a una de las tantas misiones que podrían surgir en cualquier momento, y los de la prisión no sabrán nada, allá tendrás que cuidarte por tu cuenta. Los del equipo del Sentinel no estarán enterados del motivo de tu misión. La orden será ubicarte como persona A1.

—Espero que así sea. El principal riesgo ocurre cuando alguien habla de más. Y algunos lo podrían hacer de manera involuntaria.

—Lo sabemos. No es la primera vez que trabajamos juntos, Kevin, sabes que puedes confiar en mí.

Kevin asintió. Confiaba en Day. Pero muchos huevos en un mismo cesto podrían romperse, ya había ocurrido. Por otro lado la estricta confidencialidad era un arma de doble filo, llegado el caso, estaría absolutamente solo.

—Me parece que en lugar de ir a buscar a quien desee matar al presidente, yo debería estar protegiéndolo en la Casa Blanca. Su cuerpo de seguridad es tan ineficiente que el asesino bien podría estar viviendo allí y no lo sabrían —sugirió.

Day esbozó una mueca. Sabía que se refería al último incidente. El guardia de seguridad de una empresa se había montado en el mismo ascensor con Obama y su guardaespaldas. El hombre no había sido identificado y para colmo estaba armado.

—Tienes razón. Esperemos que eso cambie cuando sea asignado definitivamente el nuevo jefe del Servicio Secreto. Kevin, estoy autorizado a hacerte una transferencia de un millón de dólares por servicios prestados.

—¿Mi vida vale un millón? —preguntó Kevin.

—Bueno, podría ser un poco más… —titubeó Day—. Sabemos que el riesgo es grande.  En realidad el señor Brennan dijo que podríamos llegar a dos millones de dólares.

Kevin estaba asombrado. Ninguna vida era cuantificable. No había pensado replicar ni pedir más, pero Day lo había puesto en bandeja, así que se limitó a responder:

—¿Cuándo salgo?

—Mañana por la tarde. —Sacó un sobre de uno de los bolsillos de su chaleco de dril y se lo extendió—: Aquí tienes el pasaje para el vuelo a Londres, tu nuevo pasaporte, algo de efectivo y una tarjeta de débito de una cuenta, todo a nombre de Mike Stone para que no figure tu verdadero nombre en los registros de salida del país. El pasaporte tiene el sello de entrada al Perú. En Londres te entregarán tus documentos, todos «legales», te llamarás Keled Jaume: nombre que adoptaste al convertirte al islam.

Kevin abrió el sobre y se fijó en el billete de avión.

—Business Class…

—Queremos que llegues descansado. El avión hará escala en París, pero solo será de una hora y treinta y cinco minutos. No hay vuelos directos a Londres desde Lima, en total son quince horas.

—Como retirado me tratan mejor, esto me empieza a gustar —dijo Kevin con una sonrisa—. Antes hubiera viajado en un incómodo Hércules.

Day prosiguió sin hacer comentarios.

—Tu historia es la siguiente:

“Naciste en 1973 en Nangarhar. Afganistán. Tenías cuatro años cuando sin razón aparente un escuadrón de aviones soviéticos bombardeó el distrito de Haska Mena. Toda tu familia falleció en el acto excepto una abuela que estaba en la mezquita, que también fue destrozada por las bombas. Huyeron hacia Achin pero tu abuela estaba malherida y murió en el camino. Fuiste encontrado por una patrulla del cuerpo de las Naciones Unidas y llevado al campamento que ellos tenían en Pakistán, de donde te adoptó una pareja norteamericana de edad madura con quienes viajaste a los estados Unidos. Tus padres adoptivos murieron en un accidente cuando ya eras adulto, su tumba se encuentra en el cementerio Madison Square en el condado de Loup, Nebraska. Se supone que quisiste regresar a tus orígenes, y de hecho estuviste en Afganistán ayudando al cuerpo de paz de la ONU, pero simpatizabas enormemente con al-Qaeda Porque pensabas que eran los únicos que podrían poner orden en tu país. Te convertiste al islam y fue hace unos cuatro años cuando empezaste a reclutar mujeres para enviarlas a Siria, Irak y Afganistán. Lo haces a través de Internet”.

Day le dio una relación de nombres de escuelas primarias y secundarias en donde se suponía había estudiado, así como algunos detalles más acerca del condado de Loup.

Kevin repitió casi toda la información, incluyendo fechas y ciudades.

—Descuida, tendrás tiempo para aprendértelo en Inglaterra. Todos los detalles te esperan en Londres en un sobre lacrado, los cuales una vez memorizados, deberás destruir. También te proveerán del pasaporte como Keled Jaume, como te dije. ¿Confías en tu pareja?

La pregunta lo agarró fuera de base. ¿Confiaría su vida a Joanna?

—Hasta cierto punto. He aprendido que no se puede confiar al ciento por ciento en nadie.

—Perdona la pregunta, pero ¿cómo se conocieron?

—Buscaba información acerca de un hotel familiar en el aeropuerto y de pronto me topé con ella. Fue todo muy casual.

—¿Le has dicho a qué te dedicabas?

—Sabe lo necesario, Joanna es una persona confiable. Tengo confianza en mi olfato —dijo Kevin tocándose la punta de la nariz.

—No deseo interferir de ninguna manera en tu relación, pero por la seguridad de ella te pediría que me dieras su nombre completo.

—Joanna Martínez Fernandini.

—Magnífico. Te deseo mucha suerte, coronel. Espero verte a tu regreso. Me olvidaba: al llegar al aeropuerto de Heathrow te esperará un helicóptero. Un soldado se identificará y te guiará. Hasta pronto, Stooskopf. Y gracias.

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