Capítulo 16
Kevin reconoció al hombre del turbante blanco pese a estar de espaldas a la puerta, observando el patio. Su olor, como el de cada uno de los demás, era inconfundible.
—Assalam Alaikum —dijo al entrar.
—Alaikum assalam —respondió Kevin, dando vuelta.
—Mi nombre es Zahir Saide. —Se presentó, como si fuera la primera vez que se vieran—. Estuve haciendo averiguaciones y lo que me has contado parece ser cierto. No desconfío de Manzur, que Alá lo proteja y lo guíe, pero él está en Belmarsh y tú, aquí. El viaje fue muy largo y muchas cosas pueden ocurrir. Te estarás preguntando qué es este lugar.
—Justamente. Vine para quedarme o ir a vivir definitivamente a Afganistán, que es de donde soy, pero quiero trabajar sirviendo a la yihad y desalojar a los usurpadores del poder en Afganistán.
—La lucha que tienes en mente es muy pequeña en comparación con la nuestra. Y no solo ahora, la venimos haciendo desde hace muchos años. Es verdad que la muerte de nuestro líder más importante, que Alá lo tenga en su gloria, afectó a nuestra organización, pues era la cabeza visible. Su fortuna no era tan importante, nuestra causa se alimenta por muchos otros caminos.
—¿De otros gobiernos? Sería lo justo.
—Pienso lo mismo. El islam es una religión que abarca muchos países, pero Occidente no lo comprende, son precisamente sus gobiernos quienes nos atacan, y en lugar de adherirse a nosotros, los títeres que gobiernan en Afganistán, y también en Pakistán, son pro-occidentales.
—Las cosas se ven diferentes desde el lado de donde vengo. Dicen que Mamnoon Hussain y el primer ministro están en contra de las políticas de los Estados Unidos.
—Claro, por eso tenemos tantos drones vigilando desde el cielo. No seas ingenuo, Keled, ¿crees que el ejército de este país no podría bajarlos si quisieran? No… ellos se pasean de manera impune por encima de nuestras cabezas. Tenemos que vivir escondidos como ratas en sitios como este para que no nos localicen. Necesitamos muchos hombres de valor y con fuerza física, y algo me dice que posees ambas cualidades —dijo Zahir tocándose la nariz con un dedo—. Dijiste que sabías usar armas… ¿alguna vez mataste a alguien?
—No. Me enseñaron a usarlas cuando estuve como voluntario en uno de los campos de refugiados a cargo de la ONU, pero nunca tuve necesidad de disparar. También me enseñaron a detectar minas, pero no diría que soy un especialista, hace ya años de eso —mintió Kevin.
—Para hacerlo se requiere valor. Alá nos ha enviado al hombre perfecto. ¿Estarías dispuesto a arriesgar tu vida por la causa?
—Soy capaz de arriesgar mi vida siempre que me expliquen de qué causa se trata.
Zahir asintió con la cabeza.
—Esta noche conocerás a El Profesor. Justamente los drones mataron a dos de sus guardaespaldas, él no tiene libertad de movimiento, necesita nuestra protección para seguir con vida.
La mirada dubitativa de Zahir sugería más de lo que decía, pero no era momento para que Kevin se dejara llevar por intuiciones, tenía que concentrarse en seguirle el juego.
—¿El Profesor?
—Sí, nuestro actual líder, Ayman al-Zawahirí. También conocido como El Médico.
—Será un honor para mí, no esperaba siquiera llegar a conocerlo. Me siento bendecido.
—Sí… sí, ya sé lo que sientes, pero no es momento para celebraciones —dijo Zahir haciendo un imperceptible gesto de desagrado—. Manzur le dijo que eres el hombre que le hace falta y yo debo seguir el procedimiento. Eso es todo.
—¿Manzur? Yo fui quien entregó y leyó la carta a su madre, y que yo recuerde no decía nada de eso.
Zahir miró a Kevin con cierta ternura. ¿Cómo un hombre tan grande y en apariencia inteligente podía ser tan ingenuo?, pensó. Mejor así. Lo que menos necesitaba era un intrigante o un sabelotodo.
—Lo que leíste en la carta, hijo mío, no era lo que parecía. ¿Crees que algo importante podría pasearse libremente por las calles de Londres, subirse a unos cuantos aviones y llegar aquí sin estar bien asegurado? Cualquier cosa podría haberte ocurrido. Nosotros no utilizamos correos electrónicos ni teléfonos, estamos prácticamente incomunicados, así que algunas veces utilizamos métodos antiguos, tan viejos que la alta tecnología no repara en ellos.
Kevin mostró una sonrisa de complicidad que a Zahir le pareció infantil, acentuándola con un movimiento de asentimiento. Kevin trató de no parecer un retrasado mental, por lo que guardó la sonrisa.
—Tengo mucho que aprender, Zahir.
—No tanto, lo importante es cumplir con las órdenes. Y siempre estar atento a lo que yo diga.
—Y lo que diga El Profesor.
Zahir elevó la barbilla y lo miró fijamente.
—Escucha bien lo que digo: las órdenes las doy yo. Me encargo de la seguridad de nuestro líder, ten eso bien claro. Habrá momentos en los que él no sabrá discernir qué es lo mejor para su seguridad, para eso estoy yo. ¿Comprendes?
—Lo comprendo perfectamente.
—Así me gusta. Empezamos a entendernos. Después de la oración nocturna vendrá Radi para llevarte con él.
Durante la cena Kevin trató de integrarse en el grupo. Captó que los demás se limitaban a bromear entre ellos y no le hacían preguntas directas, pensó que serían órdenes de Zahir, quien por su manera de expresarse no demostraba mucha simpatía por El Profesor. No era nada nuevo que hubiera roces entre los jerarcas de al-Qaeda. Según se conocía por las noticias que corrían hasta en los diarios, El Profesor había traicionado a Osama Bin Laden ayudando a la CIA a localizarlo en Pakistán. Voluntaria o involuntariamente, era un hecho. Habían dado con él porque envió al lugar donde estaba escondido Bin Laden a un mensajero que era estrechamente vigilado por los agentes de Estados Unidos. Al-Zawahirí era leal a la causa de al-Qaeda, pero pensaba que en nada les beneficiaba tener un líder que permanecía escondido. Ahora él se encontraba en las mismas circunstancias, su captura tenía un precio, cincuenta millones de dólares, y si no se rodeaba de gente demostradamente confiable, su seguridad corría un enorme riesgo.
Kevin intuía que los guardaespaldas faltantes habían sido asesinados por orden del propio al-Zawahirí. ¿Por qué dejaba en manos de Zahir la búsqueda de nueva gente de confianza? Era extraño que no sospechara de él por su manera de expresar su desagrado. Se preguntaba dónde rayos tendrían a Daniel. Podría ser en ese mismo lugar, parecía un fuerte, no lo conocía, no había tenido oportunidad de ir más allá de lo que Radi le había mostrado. Por las características de la construcción, era posible. Sin embargo, había algo que no le cuadraba. Todo estaba siendo demasiado fácil. Su contacto en Belmarsh, el hombre que le proporcionó un puesto en primera clase, todo encajaba demasiado bien. Podrían ser coincidencias, pero la experiencia le había enseñado a no fiarse de nadie. Estaba mentalizado para lo peor.
Como estaba previsto, Radi se presentó esa noche y le dijo que lo siguiera. No se había equivocado, el lugar era una especie de fuerte, no lo había visto desde fuera pero por dentro parecía un intricado laberinto de muros gruesos que desafiaban la facilidad de orientación que poseía Kevin. Poco después estaba frente al hombre más buscado de al-Qaeda. Se hallaba sentado en una poltrona, en una habitación cómoda, en comparación con lo que había visto hasta ese momento. Podría ser el salón de cualquier casa. De facciones duras y mirada penetrante, tal como lo había visto en fotos y vídeos, miró a Kevin y no le ofreció asiento ni contestó el assalam alaikum. Se limitó a examinarlo con la mirada. A su lado, dos fornidos guardaespaldas parecían esperar una orden para lanzarse contra él. Y eso fue lo que ocurrió.
Los hombres se acercaron veloces, pero no lo suficiente para evitar que uno de ellos cayera al piso llevándose consigo una lámpara y el otro terminase con el brazo dislocado.
—¿Qué crees que estás haciendo? —interrogó al-Zawahirí sin inmutarse.
—Me defiendo.
—No iban a atacarte. ¿No escuchaste la orden?
—Usted dijo: «Agárrenlo», y eso para mí es suficiente.
El Profesor hizo un gesto con la mano y el hombre del brazo magullado salió. Entraron cuatro hombres más.
—Has sido invitado a mi casa ¿y te comportas de esa manera...?
—Discúlpeme, por favor, que la paz de Alá y sus bendiciones sean con usted y su gente —imploró Kevin bajando la mirada y alzando los brazos con las palmas hacia delante.
—¿Para quién trabajas?
—No tengo trabajo, acabo de llegar, me trajeron aquí porque dijeron que me darían empleo.
—¿Qué sabes hacer, además de golpear a la gente?
—De todo un poco. Puedo aprender.
—Eso dicen los que no saben hacer nada —dijo El Profesor con desprecio.
Kevin encogió los hombros con desánimo.
—Llévenlo al «cuarto». Y tú, Keled Jaume, no opongas resistencia. Es una orden.
Se dejó llevar a empellones por un largo pasillo que iba en bajada. Abrieron una puerta y lo primero que vio fue una argolla en la pared. Lo sentaron en el suelo con el cuello a la altura de la argolla y lo aseguraron a ella. Kevin quedó con la espalda pegada a la pared sin espacio para moverse, apenas el necesario para respirar. Al cerrarse la puerta quedó a oscuras.
—Te traigo un obsequio, y mira lo que haces —reprochó Zahir.
—No confío en él —objetó El Profesor.
—¿Acaso desconfías de mí? Yo lo he investigado, todos sus datos son correctos.
—Es lo que me hace desconfiar. Ningún hombre es perfecto, siempre olvida algo, titubea o no recuerda una fecha; él podría haberse aprendido todo de memoria, como los versos del Corán.
—Puede que tengas razón, sin embargo no negarás que puso fuera de combate a dos de tus hombres, creo que te sería muy útil tener alguien que esté siempre atento.
—Veamos cuánto tiempo resiste.
—Ni siquiera hablaste con él…
—Alá decidirá si me ha de servir o no.
—¡Inshallá!
—Hablemos de lo importante. ¿Has sabido algo de Osfur Abyad?
—No. Ha sido imposible contactar con él. Nasrim no ha vuelto a verlo desde hace un par de meses, y como es él quien se comunica con ella…
—Pues dile que lo llame, total, nadie sabe quién es ella. Puede hacerlo desde un desechable. Quiero dar el golpe el día previsto.
—¿Te unirás al Estado Islámico?
—Nuestros intereses difieren. Lo único que lograrán es que Estados Unidos e Irán junten fuerzas, ya he sabido de una reunión entre ellos.
—El Estado Islámico también está ostentando poder, tiene mucho dinero que proviene de los pozos petroleros de Siria y del que les dan los saudíes.
—Verás lo que va a ocurrir… Los precios del petróleo irán a la baja. Estados Unidos no permitirá que ellos se beneficien, y tendrán que empezar una nueva guerra. Ya la están haciendo, y eso es bueno, los mantendrá ocupados. Nosotros, a lo nuestro; verás qué pronto se volverán a acordar de al-Qaeda. Necesito saber qué sucede con Osfur Abyad, tenemos atrapados muchos millones de dólares en su país.
—Voy a enviar un mensajero a la escuela donde trabaja Nasrim, ella sabrá lo que tiene que hacer.
—Él nos prometió que daría una gran sorpresa al mundo el Día de Acción de Gracias, veamos si es cierto.
—¿Qué hago con Keled Jaume?
—Déjalo donde está veinticuatro horas. No se morirá.
—Daniel Contreras me preguntó cuándo entraría en acción, ha demostrado que es un buen elemento, de las fuerzas especiales, ni más ni menos.
—Hay algo en él que no termina de convencerme.
—Creo que desconfías demasiado. Si él hubiera querido ya te habría delatado.
—No lo ha hecho porque está vigilado, Zahir.
—No. Es porque está enamorado de Nasrim.
Al-Zawahirí mostró una mueca y entornó los ojos.
—Lo que consigue hacer el amor no lo logrará ningún otro factor. Y Nasrim es una buena y valiente fiel, lástima que sea mujer…
—¡Si fuera hombre no lo habría logrado!
Ambos rieron de la posibilidad.
La deshidratación es uno de los mayores peligros a los que se enfrenta el ser humano. Y en esos momentos Kevin ya empezaba a sentir una sed apremiante. El cuarto en el que estaba, por algún motivo era más caliente que el resto de las habitaciones. Cuando la deshidratación llega al dos por ciento, se empieza a encoger el cerebro, según estudios realizados por científicos alemanes en cerebros escaneados de militares voluntarios, provocando cambios muy parecidos a los que sufren la enfermedad de Alzheimer. Esto lo sabía él, y también Zahir por los que habían muerto en el cuarto. Sentía cierta simpatía por ese hombre que parecía ser noble y demasiado valioso para dañarlo de esa manera. De madrugada fue a ver lo que sucedía con Kevin; descorrió la mirilla de la puerta y lo que escuchó lo sorprendió.
Kevin recitaba las azoras del Corán. En perfecto árabe clásico, con la entonación asonante entre los versos sucesivos, lo hacía bajo, como un murmullo, pero se entendía perfectamente. Aguardó un rato deleitándose del descubrimiento, y sonreía cada vez que él empezaba una nueva azora con: «En el nombre de Alá, el más Misericordioso, el compasivo». Cerró la mirilla y regresó con agua. Entró al cuarto y encendió la luz. Kevin arrugó los ojos y distinguió a Zahir. Sintió en sus labios el vaso fresco y tomó el contenido con avidez.
—Alá te ha enviado, su misericordia es divina, te apiadaste de un hermano, serás bendecido…
—Shhhh… toma un poco más —dijo Zahir llenando otra vez el vaso. Dejó la jarra a un lado y esperó con paciencia a que Kevin se repusiera.
—Gracias a Alá —musitó Kevin.
—Nadie sabe que estoy aquí. Solo vine a echarte una mano, sé lo duro que es este cuarto.
Kevin mantenía la espalda recta pegada al muro caliente. El grillete en el cuello le impedía estar en otra posición.
—¿Por qué me hacen esto? Yo solo quería servir a la yihad.
—Ya tendremos tiempo de hablar. Ahora debes prepararte, el cuarto empezará a enfriarse cada vez más, llegará un momento en el que gritarás para salir de aquí. Pero no es por maldad, es una prueba de lealtad, de valentía. Aunque no hubieras golpeado a esos hombres te habrían traído.
—¿Por qué me ayudas?
—Mejor no preguntes. Guarda tus fuerzas para las azoras, te ayudarán mentalmente a soportar el encierro. Debo irme ya.
—Gracias, Zahir. Alá te bendiga.
Zahir no respondió. Le vació el resto de la jarra sobre la cabeza, tomó el vaso y salió del cuarto.
Repuesto por el agua, Kevin volvió a concentrarse en los versos, fue lo mejor que pudo ocurrírsele, lo mantenían en estado alfa, abstrayéndose del mundo. Poco a poco sintió que el frescor invadía el cuarto. Lentamente la temperatura empezó a bajar. No podía dejar de mantenerse erguido, pues el grillete, de un material grueso parecido al caucho ajustaba su cuello a la argolla del muro y corría el peligro de ahorcarse, por lo tanto le impedía bajar la guardia y quedarse dormido, pero había sido entrenado para sobrevivir bajo cualquier circunstancia y era el momento de probar si había valido la pena. Dejó de recitar las azoras y se enfocó en Zahir. No entendía el motivo de la ayuda, tal vez tenía planes secundarios para hacerse con el poder en al-Qaeda. Fue lo único que se le ocurrió. ¿De qué otra manera puede ganarse la simpatía, el afecto o el agradecimiento un hombre si no era salvándole la vida? Cuando llegó al cuarto él ya estaba en estado letárgico. Recitaba el Corán por inercia, apenas sabía lo que decía, simplemente lo hacía porque se le ocurrió que alguien entraría y sería buena idea que viera que no perdía la fe. Para cuando Zahir llegó apenas le importaba ese motivo, ya solo oraba, y en ese momento no podría decir si lo hacía con la fe de los musulmanes. Al fin y al cabo cualquier dios era válido en su situación.
El muro dejó de calentar su espalda y le sobrevino un pequeño bienestar en medio de toda su incomodidad. Dos horas después empezó a sentir frío. Cuatro horas más tarde tiritaba tratando de ejercitar las piernas y los brazos en su incómoda posición para entrar en calor y no morir de hipotermia.