Capítulo 24

 

 

 

El Sentinel seguía los pasos del vehículo que conducía Daniel Contreras. La orden era hacerlo con todo lo que se moviera desde Charsadda.

Charles Day creyó reconocerlo, pero no estaba seguro, no tenía sentido. Se suponía que era un prisionero que debía estar pudriéndose en alguna mazmorra, no paseando tranquilamente en una camioneta por Peshawar. No obstante, al agrandar la imagen cuando salió de la tienda de los Farah y congelarla, no le quedaron dudas. Era él. ¿Qué demonios estaba pasando? Hora y media antes había hablado con la señora Farah en el teléfono que anotó en el Fruit Market. La presencia de Daniel allí no podría haber sido más oportuna. Se preguntaba si ella le habría dicho lo de Ian. Quiso hacer un mapa mental de lo que estaba ocurriendo, pero era una especie de rompecabezas sin solución. No había forma de comprenderlo de manera lógica, sin embargo su intuición le decía que las cosas iban bien encaminadas, que Kevin hallaría el modo de hacerles llegar un mensaje, y que la única forma de saberlo era volviendo a llamar a la señora Farah. Tenía que enterarse qué había ido a hacer Daniel Contreras allá.

La madre de Nasrim sintió vibrar el teléfono en el bolsillo de su piyam. Fue a un rincón de la tienda y contestó.

—¿Puede hablar? —preguntó Day.

—Sí.

—¿Alguna novedad?

—Estuvo aquí un amigo de Kevin. Le dije que Osfur Abyad es Ian, el hermano de Kevin.

—¿Es un hombre confiable?

—Sí, es su mejor amigo.

—¿Por qué fue a…?

—Lo siento, debo cortar.

Desde las escaleras Nasrim preguntó:

—¿Con quién hablabas, madre?

—Murmuraba, hija. Murmuraba porque no tengo con quién hablar. Ya ves que cuando estás aquí es como si no estuvieras. ¿Hiciste las paces con Daniel?

—Nunca estuvimos peleados, madre.

—No fue lo que me pareció. ¿Por qué no querías recibirlo?

—Me sentía mal, es todo.

—¿Puedo saber por qué?

—Cosas, madre, cosas… A veces pienso que nací en el lugar equivocado.

—Que Alá no te escuche decir esa blasfemia, hija mía, él quiso que fueras quien eres, él jamás se equivoca. Me pareció escuchar el nombre de Ian cuando hablabas con Daniel, ¿lo has visto?

—No madre… hace mucho tiempo que no sé nada de él.

—¿Y de Kevin?

—¿A qué vienen tantas preguntas, madre?

—Al ver a Daniel, pensé que vendría con Kevin. Quiero mucho a ese muchacho, es como si fuera un hijo más, ya lo sabes.

—¿De qué hablabas con Daniel, madre?

—De ti, hija mía, ¿de quién más?

Madre e hija se miraban de manera inocente, pero cuidaban cada palabra. Sabían que las mentiras son difíciles de sostener. Nasrim prefirió no hablar más y se dedicó a observar la mercancía nueva. Para ella ya nada tenía sentido, su relación con al-Qaeda era por Ian, si él desaparecía de su vida todo carecía de interés, su trabajo en el colegio, las obras sociales, la tienda, su madre… Qué destino cruel el mío, se dijo.

 

Day empezaba a componer el rompecabezas, satisfecho por saber que Kevin estaba en contacto con Daniel. La llamada a la señora Farah no había sido infructuosa y, aunque no tenía mensaje alguno de Kevin, al menos sabía que estaba bien, en contacto con Daniel Contreras y que sabría la verdad para actuar en consecuencia. Si lograban escapar, la misión habría concluido.

La atención de la agencia debía centrarse ahora en Ian Stooskopf. Todos los aeropuertos estaban sobre aviso y hasta ese momento ninguno había reportado nada. Lo más probable era que estuviese en Pakistán. Pero ¿dónde? No podía decirle a Kevin que capturase a su propio hermano y, en todo caso, después de que lograsen escapar del cerco de al-Qaeda, ni él ni Daniel Contreras podían permanecer más tiempo allá, todos sabrían a esas alturas quiénes eran.

 

La preocupación de Daniel Contreras era cómo darle la noticia a Kevin. Pasó por una tienda donde vendían calzones, pantalones, camisetas y toda clase de chucherías, donde compró un bolígrafo y papel. Buscó un lugar apartado, apoyó el folio sobre el capó y escribió en letras grandes: «Todo está ok. Iremos al consulado. Avisen. Osfur Abyad va camino a USA».  Miró al cielo, esperaba que el dron que estaba seguro seguía sus pasos tanto como los de Kevin, captaría el aviso y lo haría llegar a su destino. Después de romper el papel en añicos, lanzó el bolígrafo a unos matorrales. Fue a llenar de combustible el tanque y regresó a Charsadda.

Al llegar entregó el cambio a Zahir, y se encontró con su mirada.

—No vayas a pensar que tuve que ver en eso, Daniel. El Profesor fue quien tomó la decisión y no hubo forma de hacerle cambiar de parecer.

—¿Qué sucedió?

—Anda con él para que te lo diga.

Lo que menos esperaba Daniel era que todos los planes se vinieran abajo, pero supo que así sería cuando escuchó las palabras de al-Zawahirí.

—Ha llegado el momento de demostrarnos tu lealtad, Daniel Contreras, pero antes dime qué averiguaste.

—Osfur Abyad está camino a su país. Los planes siguen adelante, llegará hasta las últimas consecuencias. Es todo lo que pudo decirme Nasrim, con ella solo habló por breves segundos al teléfono.

Kevin, que se encontraba al lado de El Profesor, parpadeó por un segundo.

—Bien, buen trabajo. Ahora te diré lo que haremos. Irás a la embajada de los Estados Unidos en Islamabad, dirás que eres el soldado secuestrado por nosotros, presentarás tus documentos —le enseñó los que tenía en la mano—, y una vez dentro alguien accionará un botón. Irás a reunirte con Alá y dejarás un buen recuerdo entre los americanos.

Daniel estaba preparado para todo menos para ser un suicida. Se le heló la sangre. No quiso mirar hacia el lugar donde estaba Kevin para no traicionarse, y el frío que empezó a cubrir su frente lo paralizó.

Kevin dio un paso al frente y se dirigió a El Profesor.

—Señor… esta es la prueba que he estado esperando durante todo este tiempo, permíteme ser yo quien ocupe el lugar de este hombre. Te lo pido por la grandeza de Alá.

Todos quedaron en silencio. A nadie, ni siquiera a Daniel, se le hubiera ocurrido que aquello podría suceder. El Profesor estaba tan sorprendido que por un momento quedó en silencio.

—¿Qué dices, insensato? ¿De verdad deseas morir? ¿Qué hay de aquello de que vivo me sirves más que estando muerto?

—No será una muerte sino un premio, señor. Y si es por una buena causa, me ofrezco con gusto.

—Necesitamos que sea un norteamericano, Keled, tú no tienes documentos que lo acrediten.

—Puedo hacerme pasar por uno de ellos, ustedes saben que yo me crié allá, con seguridad los podré convencer, solo deme la oportunidad y lo haré.

—No permitiré que este hombre ocupe mi lugar —dijo Daniel.

Al-Zawhairí miró a uno y a otro. Zahir había enmudecido. Si tuviera que escoger, no elegiría a ninguno de los dos. Ambos eran valiosos y estaba seguro de que podrían servir para sus planes mejor que los demás.

—Pienso que esto es una locura, Ayman, en este momento necesitamos hombres y me parece que sería un desperdicio… —trató de argumentar Zahir.

—Está bien. Keled, tú serás el elegido, pronto estarás en el paraíso.

—Gracias, señor —dijo él—. Solo dígame cuándo será para prepararme.

—Mañana. Puedes ir a tu cuarto para rezar tus oraciones desde ahora, sé que eres un hombre piadoso.

—No. Me opongo, no permitiré que alguien ocupe mi lugar —dijo Daniel con terquedad.

—Pues así será, y no puedes evitarlo. Ah… puedes acompañar a los hombres que lo llevarán a Islamabad —repuso Ayman al-Zawahairí.

El rastreador
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