Capítulo 29
Day pidió ponerse en comunicación con Kevin. En la pantalla pudo apreciar el rostro barbado y sudoroso de Kevin, se había desenrollado la izaba y tenía una apariencia más familiar. A su lado se hallaba Daniel Contreras.
—Kevin, necesitamos saber si al-Wazahirí se encuentra en Charsadda .
—Sí, es su escondite, pero quien puede informar mejor es Daniel.
—Así es, señor. Durante el tiempo que estuve allí pude observar que es un lugar donde reclutan a gente de muchos países; una vez entrenados, van a las diferentes células de al-Qaeda. Tienen un depósito de armas y es el sitio donde esconden el dinero que no pueden tener en el sistema bancario. El segundo al mando es Zahir, el encargado de la seguridad de al-Zawahirí.
—¿Quiénes iban en la camioneta?
—Uno de ellos es Zahir. El mayor —aclaró Daniel.
—Supongo que ya sabes, Kevin, que tu hermano es Osfur Abyad.
—Lo sé, y todavía no he tenido tiempo de asimilarlo.
—Al parecer ha salido de Pakistán, en este momento están en alerta todos los aeropuertos. Contreras, ¿qué sabes de los planes de Ian?
—Muy poco, señor, durante el tiempo que estuve allí no tuve acceso a esa información.
—¿Qué relación tenías con la familia Farah? ¿Por qué fuiste ayer a su casa?
—Por orden de Zahir. Nasrim Farah era el contacto de Ian Stooskopf.
—Si te envió a ti debió ser por una razón, ¿cómo es que podías caminar libremente en Peshawar y nunca te comunicaste con nosotros?
—La situación es mucho más compleja de lo que parece, Charles —terció Kevin—. Daniel tenía libertad para moverse dentro del fuerte, como llaman al sitio de Charsadda, pero nunca tuvo acceso a un vehículo hasta el día de ayer. Él tuvo que hacerse pasar por uno más de ellos, pero creo que no se tragaron el cuento, al menos no al-Zawahirí. Cada vez que podía le llamaba traidor, me consta, y si no fuese por Zahir, creo que ya estaría muerto. Zahir tenía sus propios planes, quería hacerse con el mando de la organización. Al llegar yo, Zahir me dio a entender que quien daba las órdenes y a quien tenía que serle fiel era a él. Eso me dio mucho que pensar.
—Ya lo aclararemos todo, por ahora nos interesa que vengan, no es prudente que se queden allá. Un helicóptero los llevará a FOB Fenti, allí abordarán un MC-12 que los llevará a Qatar, desde donde tomarán un vuelo a Londres. Solo tienen que pedir los pasajes en taquilla.
—¿Yo también, señor? —preguntó Daniel.
—Sí. Te lo has ganado, Contreras. Pero tendrás que hacer un informe por escrito de toda la Operación Nido de Cuco sin omitir detalles.
—Mis documentos reales están en una caja fuerte en Londres —dijo Kevin.
—Los recuperaremos, no te preocupes.
—Dejé las llaves en una casa de empeños…
Charles Day lo miró de manera extraña.
—Cuando lleguen a Londres te recogerá en el aeropuerto un miembro del MI6. No tendrás que pasar por aduana —resolvió Day—. Me ocuparé de eso, tú mismo irás a recuperar tus documentos. Inmediatamente después proseguirán vuelo a Washington.
—Sí, señor.
—No se diga más. Ahora debo ocuparme de tu hermano —comentó Day.
—Me gustaría ayudar en eso.
—Me temo que no será posible, Kevin. Existe un conflicto de intereses.
—Soy quien mejor lo conoce. Puedo ser útil.
—Cuando vengas hablaremos, espero verte en cuarenta y ocho horas.
Charles Day tenía demasiadas cosas en mente. Repartió órdenes a diestro y siniestro; no debía olvidar a Ayman al-Zawahirí. Esperaba que obtener los permisos del gobierno de Pakistán para actuar en Charsadda no se demorase tanto como para que huyera; después del impasse ocurrido con la muerte de Bin Laden no podían incursionar en tierra pakistaní sin permiso. Pero se equivocaba; por motivos que nunca pudo comprender, Pakistán decidió hacerse cargo de la situación y fue su fuerza de seguridad la que actuó. Naturalmente no encontraron rastros de El Profesor.
Enfocó su atención en Ian Stooskopf. Mandó investigar cada centímetro de su vida, sus relaciones personales, amistades, contactos, tanto en su versión oficial de asesor de la Secretaría de Estado como bajo su personalidad de Robert Taylor. Su perfil se difundió a lo largo y ancho de todo el país, en cuanta oficina gubernamental existía, y descubrió algunos aspectos interesantes. Él sabía muy bien cómo cuidarse, y aplicó aquello de: ¿Sabes del azúcar granulado que viene en bolsitas? El gobierno las puso ahí para espiarnos. Quien forma parte de las reglas sabe cómo romperlas.
Sin embargo, a nadie se le ocurrió que Ian podría estar vinculado a una empresa que a su vez era afín a una de las compañías más prestigiosas de construcciones de seguridad. Habría sido simple si hubiera actuado la Inteligencia con mayor acuciosidad, si hubieran seguido la pista apropiada que estuvo todo el tiempo ante sus narices en la Organización benéfica situada en Washington, la misma que enviaba el dinero a al-Qaeda bajo toda clase artilugios, uno de ellos, a través de un miembro de la Secretaría de estado. Ya no eran Los Hermanos Musulmanes, ni Fundación Tierra Santa, ni la Liga Mundial Musulmana. Ya era un organismo monstruoso creado con los fondos de los mismos norteamericanos crédulos que limpiaban su conciencia pensando que sus donativos convertidos en alimentos irían a parar directamente a las bocas de los niños hambrientos en África o a los campos de refugiados que se extendían por Asia Central. También participaban empresas que se ocupaban de pervertir las cosechas y transformarlas en alimentos transgénicos que Europa rechazaba y que serían la próxima calamidad endémica de la humanidad de los países del Tercer Mundo. No se salvaba nadie. Políticos, damas de alta sociedad, artistas, diseñadores, deportistas, empresarios, y la lista de gente dedicada a hacer fortuna mediante la industria del entretenimiento, una de las más prósperas, eran los que colaboraban con más entusiasmo. El producto de los donativos era de tal magnitud que los organizadores requerían de una verdadera infraestructura para que los dineros no se desbordasen en las cuentas bancarias. Algo equivalente a lo que los políticos sudamericanos guardaban en ingentes cuentas en la permisiva Banca norteamericana y mundial.
Todo se había complicado a partir del 1 de julio del 2014. Con el nuevo sistema o aplicación de la ley FATCA, los Estados Unidos controlaban los movimientos de sus ciudadanos residentes, y con el cruce de información salían a la luz todos los activos o bienes que pudieran poseer los extranjeros en su territorio, lo que hacía imposible las transferencias bancarias, pues dejan un rastro indeleble. Había sido uno de los motivos por los que Ian tuvo que correr el riesgo de trasladar el dinero efectivo en valijas diplomáticas.
El factor desencadenante de los atentados a las Torres Gemelas, recordó Day, había sido la investigación de la red SAAR en el año 2000, ubicada en el 555 de la calle Grove en Virginia, una red de más de cien organizaciones benéficas que llegó a recaudar miles de millones de dólares, y nadie supo quién o qué representaban las siglas SAAR hasta mucho después: Saleh Abdul Aziz al-Rajhi. El dato fue encontrado en la libreta personal del secretario de Osama Bin Laden. SAAR era el acrónimo del nombre de uno de los magnates saudíes que figuran en la lista de los hombres más ricos del planeta. Y era el mayor donante de todos. ¿Qué podía ser más noble y purificante que donar dinero a una organización benéfica? Sin embargo la organización había sido detectada, y meses después sucedió la tragedia del 11-S, en la que quince de los diecinueve piratas aéreos eran saudíes. Ninguno de ellos era pobre, ni procedía de un hogar deshecho, tampoco eran incultos, ni estaban desesperados. En el fondo no se trataba sino de educación y principios. Esta vez por la aplicación de la ley FATCA podría ocurrir lo mismo, un atentado monstruoso que al-Qaeda pretendía llevar a cabo desde lejos, a través de un norteamericano.
Day sacaba conclusiones: Ian había sido educado en Arabia Saudí al igual que Kevin. Sin embargo, existía un factor importante: Ian Sooskoopf, según su expediente, poseía un IQ muy por encima de lo normal y según las pruebas psicológicas de su expediente tenía tendencias claramente autistas a las que no se les dio la debida importancia porque su comportamiento era muy normal, y su capacidad intelectual superaba cualquier dificultad. No detectaron, ni se les ocurrió en ningún momento, que podría ser utilizada en contra de su patria.
Pero lo que Day no podía imaginar era que el cerebro monofásico de Ian estaba infestado de ideas que su naturaleza pre-autista consideraba la única verdad: el islam. Sea porque su forma de pensar era machista o por cualquier otra causa válida para él, estaba dispuesto a sacrificar su vida para que la Humanidad comprendiera que el verdadero camino lo marcaban los seguidores de Alá. ¿Cómo podrían los capitales de uno de los "aliados" más contundentes de los Estados Unidos, siendo musulmanes, formar parte de algo equivocado? Para él estaba claro que era el camino a seguir. Ya no se trataba de una quimera, era la guerra santa, la yihad, y su objetivo: la dominación musulmana del mundo.
Day sabía perfectamente que los procedimientos de la CIA eran cuestionables, y en ocasiones él mismo no estuvo de acuerdo con ellos, pero eran necesarios si tenían que actuar para proteger al país. Y en ese momento era la organización norteamericana con mayor poder, con un presupuesto ilimitado y una autonomía de la que carecían las otras agencias. Solo tenía que encontrar el eslabón de la cadena que lo guiase hacia Ian. Para ello necesitaba a Kevin. Estaba seguro de que él sabría guiarlos, pero ¿estaría dispuesto a hacerlo? Tenía mucho que hablar con él, aunque le había dicho que lo dejaría fuera de esa operación. Debía agotar hasta el mínimo recurso disponible.
El sonido del teléfono lo sacó de su abstracción. Miró la pantalla, era el agente que había enviado a Venezuela.
—He ubicado a Joanna Martínez, es amiga de la «novia» de un agregado militar de la cancillería y ya sabes cómo son esas cosas aquí. Se ha dejado ver con ella en varios sitios, incluyendo dependencias del gobierno, así fue como la reconocieron. Asistió a una fiesta en La Casona, equivalente a la Casa Blanca, pero allí no vive ningún presidente sino la hija del presidente que falleció: Chávez. La foto que me dieron ustedes es muy mala, no le hace justicia, pero la pudieron reconocer. Se hospeda en la Urbanización Prados del Este. Estoy yendo para allá.
—Tienes que convencerla de que venga. Dile que te envía Kevin Stooskopf. Levantaré la prohibición de entrada; necesito interrogarla. Si puedes, se vienen hoy mismo, la situación es grave.
—Entendido. Haré lo posible.
Day tenía que agotar todas las posibilidades; Joanna debía saber más de Ian, adónde fueron cuando salieron del aeropuerto de Los Ángeles, quizá estuviera enterada de sus planes. Necesariamente tendría que saber mucho más de lo que había informado a Kevin y Day estaba decidido a averiguarlo.