Capítulo 1

 

 

 

Si de algo estaba seguro Kevin Stooskopf era de que su olfato lo había situado en el lugar en que se encontraba.

A sus treinta y siete años había tenido una vida que algunos podrían calificar como sumamente interesante, aunque para él había sido normal. No era más que el producto de la crianza y las oportunidades que sus padres le habían proporcionado. Pero en esos momentos no debía pensar como Kevin Stooskopf. Debía pensar, sentir y hablar como Keled Jaume, un guardaespaldas de Aymán al-Zawahirí, el hombre más importante del grupo yihadista al-Qaeda, conocido entre otros alias como Doctor Muerte y El Profesor. Lo de doctor, porque había sido el médico de Osama Bin Laden y su mano derecha hasta que murió a manos del grupo de Navy SEALs en la “Operación Gerónimo” en mayo de 2011.

Justo cuando Kevin Stooskopf  había tomado la decisión de llevar una vida tranquila al lado de una sosegada y buena mujer, hogareña, como había anhelado en los últimos tiempos, con la que no tuviera que recordar su pasado ni el motivo por el que en esos momentos se encontraba en ese apartado lugar, el Gobierno de los Estados Unidos, más precisamente la Agencia Central de Inteligencia, CIA, lo había localizado en Junín, en la ceja de selva peruana, cerca de la población de Satipo. Una finca que perteneció a un hacendado alemán, situada en un promontorio rodeado de poco más de tres hectáreas de terreno montañoso, atiborrado de una vegetación tan espesa que había que andar con un machete en mano para abrirse paso, y conservar la pequeña plantación de café que había heredado con la cabaña y algunos peones, en su mayoría campas. El hogar que Kevin preparaba para llevar una vida tranquila, lejos de los peligros a los que se había acostumbrado y a las incomodidades de dormir en cualquier sitio. Pero aquella mañana todos sus planes se vinieron abajo cuando vio subir por el camino hacia su casa a un hombre que reconoció de inmediato; procedía del lugar del que no deseaba saber más. Se plantó en la puerta y lo esperó.

—Buenos días, coronel —saludó el hombre, con una amplia sonrisa.

Kevin observó el sudor que le chorreaba por el rostro como el mismísimo riachuelo que se deslizaba desde monte arriba.

—Buenos días, Day.

—Fue difícil dar contigo… el calor aquí es intenso —agregó, como si hubiera ido allí a hablar del clima.

—Pero no lo suficiente por lo que veo. Lo que sea que me vayas a proponer, no me interesa.

—Todavía no te hemos dicho para qué te solicitan —dijo Charles Day utilizando el plural como suele hacer la gente del gobierno.

—Ya cumplí con mi país, hice más de lo que cualquiera de ustedes hubiera hecho.

—Mira, Kevin, no estoy aquí porque nuestro deseo sea molestarte. Dadas las circunstancias, eres nuestro único recurso. Estoy autorizado para acceder a cualquier petición que hagas, solo rindo cuentas a John Brennan.

—¡Vaya! Subió de rango. ¿A qué se debe tanta magnanimidad? ¿Será por lo ocurrido con los de la operación Lanza de Neptuno? No teman, no estoy dispuesto a escribir ningún libro con todo lo que sé.

—En realidad, eso no tiene nada que ver —respondió Day frunciendo las cejas.

—En serio, dile al director de la Agencia que no has podido localizarme.

—No es posible, Kevin, es un asunto delicado, te necesitamos.

Kevin percibió el cambio de humor de Day. Era un aroma un poco dulzón y ácido, como el de la mandarina.

—Ya arriesgué demasiadas veces el pellejo, Day. Vine a este tranquilo rincón del mundo con la esperanza de no ser encontrado, pero olvidé que con ustedes eso es imposible.

—Lo llevas en la sangre, Kevin, recuérdalo —dijo Day forzando una sonrisa.

—Yo también pensaba así —respondió Kevin. Empezaba a hartarse—. Te sugiero que le digas a tu jefe que no estoy disponible.

—¿Ni por amor a tu patria? Existe un peligro inminente, eres el único capacitado para evitarlo, por favor… Solo déjame explicarte.

—¿Kevin? —Joanna se detuvo y guardó silencio en cuanto lo vio en el salón acompañado de un extraño.

—Ven, acércate, Joanna, quiero presentarte a un amigo, está de paso por aquí, vino con un grupo al Perú a conocer Machu Picchu —mintió Kevin.

Charles Day le extendió la mano. Admiró a la mujer de piel trigueña y ojos expresivos. Una auténtica hembra, pensó, y tomó nota mental.

—Encantada, tome asiento, traeré limonada; hace mucho calor afuera.

Fue a la cocina después de observar el sudor en las axilas del hombre.

—Stooskopf, comprendo que tengas tu vida, pero créeme, esto es muy importante. Se trata de Daniel Contreras —dijo Day rápidamente en un tono que denotaba sincera angustia.

El nombre lo remeció aunque Day no lo notara. Kevin pudo olfatear su desesperación, parecía estar realmente preocupado. Después se arrepentiría, pero en ese momento la respuesta salió de manera automática.

—Estaré en el pueblo esta tarde. Espérame en la plaza.

Joanna se acercó llevando una bandeja con tres vasos de limonada con hielo. Day bebió el suyo de golpe.

—Muchas gracias, estuvo deliciosa —dijo.

—Los dejo para que conversen…

—Ya me retiro, fue un placer conocerla.

Se despidió y salió. Kevin se quedó mirándolo bajar por el camino hacia el bote hasta que arrancó y se fue.

—¿Qué es eso que llevas en la sangre? —preguntó Joanna.

Kevin intuyó que no era el momento para confesarse. Mucho menos ahora que había decidido dejar de lado su vida pasada, pero había ciertas cosas que ella tendría que saber, no podía ocultarle todo.

—Se refería a mi abuelo, Jacques Stooskopf. Fue espía en la Segunda Guerra Mundial, trabajaba como ingeniero para los nazis e informaba a los franceses.

—¡Nunca me habías dicho que tuviste un héroe en la familia!

Él sonrió. Si ella supiera… pensó.

—Era un afamado constructor naval, estuvo bajo las órdenes del almirante alemán Karl Dönitz, diseñó y construyó una de las estructuras más complejas del régimen nazi, una base de submarinos de proporciones gigantescas en Francia, en el puerto de Lorient. Poco antes del final de la guerra, la Gestapo lo capturó, y después de torturarlo lo ejecutaron. Le otorgaron la Legión de Honor.

—¿El hombre que estuvo aquí tiene algo que ver con todo eso?

—No en realidad, vino porque necesitan mis servicios y yo no deseo ir.

—Si mencionaron a tu abuelo debe ser porque se trata de algo relacionado con tu antiguo trabajo, ¿no? Dijiste que eras un boina verde.

En su afán por simplificar las cosas, Kevin le había dado esa explicación. No pensó que Joanna recordara el detalle.

—Era. Ya no lo soy —dijo pasándole un brazo por los hombros y atrayéndola hacia él.

Aspiró su perfume con los ojos cerrados que una vez más le trajo un vago recuerdo que había quedado en el pasado. Joanna era una mujer atractiva, de carnes prietas y movimientos sensuales. Su cabello castaño oscuro bordeaba un rostro ovalado en el que resaltaban sus ojos de mirada profunda. La miró y se sintió culpable por no poder decirle toda la verdad. Pero estaba visto que siempre sería así, él guardaba demasiada información y había jurado jamás hacer uso de ella a menos que fuera por una «causa justa». Ella esbozó una sonrisa, la misma que lo enamoró. No tuvo más remedio que hacerle el amor en el amplio sofá de la sala, era el efecto que Joanna ejercía en él. Pronto tuvo entre sus labios su olor mezcla de vainilla y hierba recién cortada, en el que se sumergió un buen rato antes de besarla en los labios y decirle cuánto la deseaba.

Más tarde, mientras comían yuca fresca traída por la mujer de uno de los peones que había recibido con la casa, cecina y plátanos fritos, todo preparado por Joanna al más puro estilo satipeño, Kevin supo que tendría que hacerlo. Se trataba de Daniel y, como dijo Day, estaba en su sangre, más que eso, se trataba de un juramento y Kevin era un hombre de palabra. Pero sería la última vez, después ya no le debería nada a Daniel Contreras y eso no tenía por qué saberlo Day. Deseaba vivir en paz, algún día tener niños, llevar una vida familiar como todo el mundo.

—Saldré al pueblo esta tarde. ¿Necesitas algo de allá?

—¿Por qué no vamos juntos? Así veré lo que compres.

Él supo que había llegado el momento que siempre temió.

—Joanna, debo contarte algunas cosas.

—¿Eres casado?

—¡No!

—Entonces lo demás no me interesa.

—Nos conocemos hace cuatro meses, ya deberías saber que no soy casado ni te engañaría con otra. Se trata de un asunto de trabajo que encierra cierto peligro. El hombre que vino desea que regrese a los Estados Unidos para hacerme cargo de un proyecto. Parece que no encontraron a otro, pero no te preocupes, todo saldrá bien.

—¿Peligro?

Era todo lo que Joanna parecía haber asimilado.

—Ya sabes que soy militar. Bueno, lo fui. Miembro del cuerpo de operaciones especiales, nuestras misiones siempre conllevaban algo de peligro, pero nada del otro mundo. Lanzarse en paracaídas siempre tiene su riesgo, pero es el mismo que montarse en un avión para venir a Satipo —dijo Kevin, aludiendo al pésimo vuelo que tuvieron al viajar a ese lugar.

—¿Te harás cargo de una misión especial?

—No. Lo que ellos desean es que entrene a un grupo de voluntarios.

—¿Y cuánto tiempo te quedarás por allá?

—No lo sé aún. Lo sabré esta noche. La paga será muy buena, la necesitamos si queremos hacer que esto funcione —dijo dando una mirada alrededor—. Pero no quiero que te quedes aquí, vuelve a Lima y espérame en el departamento, dejaré dinero en el banco para que no te falte nada.

—No es necesario. Puedo regresar a mi anterior trabajo… —El rostro de Joanna tomó de pronto un cariz oscuro.

—No creo que tarde tanto, pero si temes aburrirte, hazlo. De todos modos dejaré dinero en la cuenta. —Trató de animarla Kevin.

—Lo que no comprendo es por qué tienen que hablar en el pueblo. Si ya estaba aquí, hubiesen conversado en casa.

—Son costumbres muy arraigadas, amor, no te preocupes.

Un par de horas después Joanna lo vio alejarse hacia el bote. Era la única forma de llegar de manera directa, bordeando el río Satipo. Apreció la figura alta y musculosa de Kevin. Él giró y le mandó un beso volado antes de desaparecer río abajo. Había tenido suerte al topárselo tan fácilmente aquel día en el aeropuerto Jorge Chávez en El Callao. Estaba un poco perdido cuando se le acercó para preguntarle si sabía de algún hotel familiar. ¡Y pensar que había gente que no usaba Internet para hacer reservaciones!, se había asombrado ella. Pero era cierto. No fue difícil abordarlo, se expresaba bastante bien en español y ella en inglés, por lo que el idioma no fue una barrera, así que durante el trayecto desde el aeropuerto a Lima ya se habían hecho amigos. Joanna sabía cuándo gustaba a alguien, y él parecía embobado al mirarla. Le ofreció alojamiento en su casa y así empezó todo. La primera parte se había cumplido tal como fue planeada. No sería difícil enamorarse de un hombre como él, pero no podía permitírselo, aunque después de varios meses parecía inevitable. Kevin le gustaba, se odió por reconocerlo, sin embargo se veía obligada a llevar a cabo lo acordado.

El rastreador
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