Capítulo 19
—¿Qué saben de A-1? —Charles Day hablaba por teléfono con el jefe de comunicaciones de Tampa, Florida.
—Desde que lo perdimos en Badaber, nada. Creo que permanece todavía allí.
—¿Están seguros de que no salió?
—Le envié la grabación, usted mismo pudo verlo.
—Así que A-1 sigue en Badaber... No lo pierdan de vista, en algún momento debe aparecer o darnos alguna señal.
—Entendido.
En Badaber, uno de los barrios más peligrosos de Peshawar, existe una zona con viviendas infrahumanas que da cobijo a terroristas. Desde el punto de vista de Charles Day, era la ubicación ideal para gente relacionada con al-Qaeda. Se preguntó si Daniel Contreras estaría también allí. Confiaba en que Kevin encontrara la manera de comunicarse con la mujer del velo verde para hacerles llegar alguna noticia pero, tal como estaban las cosas, lo veía difícil. Day conocía el número del celular, pero no podía hacer nada, salvo en caso de extrema importancia… Y tal vez solo para enterarse de la muerte de Kevin, sospechó con pesadumbre. Su móvil repicó con insistencia.
—Brother, tengo algo —dijo Joe.
—Nos vemos en la cafetería de Lu en veinte minutos.
Eleanor, la tía de Joe, tomó con mucha seriedad el asunto de las indagaciones que le habían encomendado en su turno de tarde. Ocupaba más tiempo del acostumbrado en terminar de asear las papeleras a sabiendas de que su presencia pasaba inadvertida aunque fuese una mujer de más de un metro setenta. En su condición de mujer de la limpieza, esa tarde había entrado a la oficina de Ian Stooskopf con una mopa en una mano, un limpiador en espray en la otra y los auriculares en los oídos, aparentemente conectados a un móvil que descansaba en el bolsillo del uniforme. Él levantó la vista mientras hablaba por teléfono y ella con un gesto señaló la mancha en la alfombra. Ian miró la mancha y dejó de prestarle atención. Giró el sillón ejecutivo y le dio la espalda.
—No he podido viajar porque las cosas están difíciles. Diles que no se preocupen, todo está en orden.
Quedó en silencio escuchando lo que decían al extremo de la línea.
—Por supuesto, el plan continúa. ¿Qué sucede?
Un nuevo silencio precedió a sus palabras.
—Mujer… no seas impaciente. Diles que haré lo posible por ir allá dentro de tres días. Antes no podré. No vuelvas a llamar, nos veremos en Peshawar.
Ian volvió a girar el sillón y vio que la mancha en la alfombra había desaparecido. Eleanor, caminando al compás de una música inexistente, sonrió y salió cerrando la puerta.
Ian estaba de mal humor, debía viajar para entregarles el dinero, pero tenía un mal presentimiento. ¿Cómo pudo suceder algo así?, pensó. Habían perdido la pista a Kevin a su llegada a Londres y sus contactos no pudieron localizarlo. Dos días antes, leyendo noticias en Internet encontró una que le llamó la atención. Un hombre llamado Keled Jaume había sido detenido en agosto y enviado a Belmarsh acusado de tráfico de mujeres hacia los países islámicos. Cuando vio la foto del sujeto le pareció reconocer a Kevin aunque no podía asegurarlo. La barba y su aspecto un tanto descuidado le daban una apariencia diferente, las fotos eran de prensa, no eran muy buenas. Trató de comunicarse con la prisión para obtener información pero se la negaron. La noticia de su solicitud llegó de inmediato a Charles Day. A través del MI6, dieron órdenes de que, si insistía, le dieran informes falsos. El jefe de la Inteligencia británica era muy cuidadoso con sus agentes y la operación “Rastreador” era de interés prioritario. A Ian le preocupaba haber tardado más de dos meses en enterarse de algo que podría ser crucial. Tendría que resolver ese asunto antes de viajar a Peshawar. Salió apresurado, sin notar la presencia de la tía Eleanor en el extremo del pasillo, encerando el brillante piso. Apenas Ian entró al ascensor, Eleanor llamó desde su celular a los hombres de Day, que vigilaban en un coche estacionado en las cercanías.
Charles Day vio llegar a Joe tres minutos antes de la hora convenida.
—¿Cómo está todo, brother?
—Bien. ¿Qué es eso tan urgente que querías decirme?
—Bueno, urgente no sé, pero he de decírtelo antes de que se le olvide a tía Eleanor o, mejor dicho, a mí. Es algo que pasó esta tarde.
—Dime.
—Ella entró a la oficina del tal Ian con los audífonos puestos como si escuchara música.
—¿Y qué, se puso a bailar o algo así?
—Hizo algo mejor que eso. Había manchado la alfombra un poco antes de que él regresara de almorzar, así que entró con el pretexto de limpiarla, no tuvo oportunidad de decir nada pues él hablaba por teléfono, así que simplemente señaló la mancha, él no hizo caso y siguió atendiendo al teléfono.
—Muy arriesgado por su parte.
—Lo sé, por eso estoy orgulloso de ella.
—Suelta todo de una vez, ¿qué escuchó?
—El tipo hablaba con una mujer acerca de un viaje. Dijo que no se preocupara, que todo iba bien, que las cosas estaban difíciles pero que el plan seguía adelante y que en tres días iría a peace and war. Después, él salió a toda prisa del despacho y mi tía avisó a tus agentes. Supuse que para ti tendría sentido. Me pareció interesante que se vaya de viaje. ¿Qué significa peace and war?
—Eso mismo: paz y guerra. Tu tía está haciendo un buen trabajo, dile que siga así, que no baje la guardia, y que le haré un buen regalo.
—Se lo diré. Me voy, brother, hoy he quedado para ir al cine con mi novia.
Ambos salieron y Charles Day pudo sonreír a sus anchas. Sus hombres habían seguido a Ian esa tarde hasta el centro de Washington, donde entró a un edificio y subió al quinto piso. Era la oficina de una organización que recaudaba fondos con fines benéficos. Y en tres días Ian viajaría a Peshawar; peace and war, como había entendido la tía Eleanor. Todo empezaba a encajar.
Esa misma noche Day se reunió con John Brennan.
Como era habitual, John Brennan miraba una carpeta con atención.
—Toma asiento, Charly —dijo sin levantar la vista. Al llegar a la última línea se quitó los anteojos y fijó su atención en Day.
—Tengo algunas novedades.
—Espero que buenas.
—Algunas no tanto. Creemos que el hermano de Kevin, Ian Stooskopf, está involucrado en algo turbio, pero no podemos asegurarlo —explicó Day.
—¿El hermano?
—Sí; trabaja en el Departamento de Estado como asesor y tiene rango diplomático, es decir, puede viajar sin restricciones y sin pasar por las revisiones rutinarias. ¿No le parece un cargo idóneo?
—¿Por qué piensas que él puede estar involucrado?
—Por varios motivos. Es el único que sabía dónde estaba Kevin, pues fue quien hizo arreglos ante la cancillería peruana para que le dieran residencia a su hermano en ese país. Envió a una mujer llamada Joanna Martínez a espiarlo; Kevin estuvo viviendo con ella y yo la conocí cuando fui en su busca. Kevin llamó desde Londres antes de embarcarse para Pakistán, y me dijo que un tal Robert Taylor era el hombre que había tramado lo de Joanna Martínez. Él no sabe que Robert Taylor es su hermano Ian.
—¿Y cómo sabes que es el mismo hombre?
—Porque tengo una colaboradora en el Departamento de Estado. Reconoció a Ian Stooskopf como Robert Taylor.
—¡Mierda! Esto se está complicando.
—Y eso no es todo. Ian llamó hace unos días a la prisión de Belmarsh, parece que se acababa de enterar de que Kevin estuvo allí. La pregunta es: ¿por qué ese interés en su hermano?
—¿Será que no confía en él? ¿Sabrá algo que nosotros ignoramos? Anota que debemos seguir los pasos de Kevin desde que se retiró del ejército. Podría tener algún problema que no sepamos, y su hermano simplemente lo está monitoreando.
—Cuidando, querrá decir usted.
—Correcto.
A Charles Day esa posibilidad no le había cruzado por la mente.
—Pero… ¿tomarse tanto trabajo como para enviar a una mujer a vivir con él?
—¿De qué otra forma se puede estar más cerca de un hombre? —preguntó Brennan con ironía.
—Averiguaré sus antecedentes, tiene razón, no podemos dejar cabos sueltos. La recopilación de datos que hice fue básicamente de su trayectoria como miembro del ejército.
—A mí me parece extraño que haya ido a refugiarse en la selva peruana.
—No es precisamente la selva, es…
—Da lo mismo —dijo Brennan haciendo un gesto con la mano—. Se alejó de su país, solicitó la residencia en otro que no tiene nada que ver con el nuestro, es un cambio radical.
—Cuando hablé con él no noté nada raro, es más, me pareció más cuerdo que muchos aquí. Creo que lo que él quería era apartarse de todo lo relacionado con la guerra. La gente se cansa.
—También los problemas con las mujeres pueden producir ese tipo de huidas. ¿Se le conoce alguna relación en los Estados Unidos?
—Ahora que lo menciona, él y Daniel Contreras eran amigos inseparables. A mí me llamó la atención que de un momento a otro pidiera su cambio al cuerpo de desactivadores de bombas.
—Ya ves... Ahí está. El tipo no es tan cabal como pensabas. Investiga qué sucedió allá.
—¡Eso ocurrió hace dos años! Muchos de los hombres han regresado, otros se han retirado…
—Ya te arreglarás para averiguarlo, Charly, no podemos darnos el lujo de pasar por alto esa información.
—Prosiguiendo con el informe, el Rastreador está en la guarida del lobo. Espero que pronto tengamos alguna noticia de él y que no sea a través de YouTube.
—Charly, en un barrio tan insignificante como Badaber, en el que no hay edificios, colinas, montes, ríos o cualquier cosa que sirva de camuflaje, ¿cómo es posible que el Sentinel le haya perdido la pista?
Al escucharlo Day cayó en la cuenta.
—Cierto. No es posible que se haya quedado en un garaje. Y si no salieron por donde entraron…
—Hay otra salida. Es lo único que se me ocurre.
—Y tiene que ser bajo la superficie. La entrada al garaje pudo ser una treta. Quizá haya túneles o salidas ocultas.
—No lo creo. Ese lugar ha sido registrado hasta sus cimientos, recuerda que es una zona de terroristas y el ejército pakistaní la tiene controlada. Tenemos que ver la grabación del Sentinel de ese día —pidió Brennan.
—La tengo. Espere un momento.
Day abrió su maletín y sacó el ordenador portátil. Buscó el archivo y puso a correr el vídeo.
Un hombre alto y delgado miró hacia arriba. Era Kevin Stooskopf con barba y salwar kamiz blanco. Enseguida se dirigió a la avenida Charsadda y empezó a caminar a buen ritmo hasta llegar a Bakhshi Pull, atravesó unas callejuelas y se detuvo ante una casa cubierta por una enredadera. Entró a ella y después salió con otros tres hombres. Subieron a una furgoneta blanca, cerrada. Dos iban en la parte de delante y dos atrás, uno de ellos era Kevin. Hicieron un recorrido caótico y después enfilaron hacia Badaber, condujeron por una zona paupérrima de casas en ruinas y se detuvieron frente a un garaje, que más parecía un desguace, por la cantidad de coches semidestruidos que rodeaban el lugar. La grabación permaneció estática un buen rato, y alejó un poco la toma. Pocos coches circulaban en esa zona. La gente que se podía observar iba a pie. Pasó cerca de la entrada del garaje un hombre, tirando de una mula que cargaba cachivaches.
—Estuve todo el rato observando, no perdí de vista ni un detalle —dijo Day con la mirada fija en la pantalla, al igual que Brennan.
—No me parece que en ese sitio exista un sótano, o algo como un cuartel general. Es poco probable, es una zona yihadista, sí, pero también muy vigilada.
—Usted sabe que no podemos creer en la buena fe del gobierno de Pakistán para vigilar a los terroristas.
—Lo sé, pero usemos el sentido común. ¿Te parece ese un lugar donde se albergue una célula terrorista de medianas proporciones? Creo que deben de haber salido por otro lado.
Day hizo un gesto con el dedo.
—Hay un movimiento veinte metros más allá, debajo de la chatarra. —Señaló.
—Sale un coche color tierra. —Brennan dio una palmada en el aire con fuerza—. Ahí va nuestro hombre.
Esperó que la toma continuara abierta para poder seguirlos. Pero no fue así. Se enfocó otra vez en el garaje. Salió un hombre sin camisa con unos vaqueros y se dispuso a quitar los asientos de un coche. La furgoneta blanca seguía dentro.
—Necesito una toma ampliada de ese día a esa hora.
—Me comunicaré con Tampa. Ellos guardan todos los archivos, espero que exista alguna toma abierta.
—Debe existir. El Sentinel está preparado para monitorear varios blancos. Varios puntos —se corrigió Brennan.
Mientras Day se comunicaba con Tampa, Brennan seguía con los ojos puestos en el garaje. Si no fuese porque el asunto era importante habría delegado el trabajo, pero se trataba de algo serio. ¿Un miembro del Departamento de Estado era un traidor? No podía creerlo, se dijo, pensando en Ian.
—Me la enviarán en unos segundos —anunció Day.
—¿Qué papel juega Ian Stooskopf en todo esto?
—No lo sé. Y por supuesto no voy a preguntarle. Pero en estos momentos se encuentra vigilado, nos enteramos por nuestro contacto que dentro de tres días viajará a Peshawar. Estuvo hablando por teléfono con una mujer y parece que llevará algo que interesa mucho a los que están allá.
—Tu espía debe ser muy buena.
—Ni se lo imagina —asintió Day.
—¿Desde cuándo está vigilado?
—Desde hace cinco días. Sus movimientos han sido rutinarios, yo diría que demasiado. Es como si se oliera que lo seguimos.
—¿Se le ha intervenido el teléfono?
—Por supuesto, pero no ha recibido llamadas extrañas. Casi todas, de su secretario. Ian parece un ermitaño, solo hoy hizo un movimiento fuera de rutina: la llamada de esta tarde. No fue registrada; parece que usó un teléfono diferente, algún celular bajo otro nombre. Y también esta tarde fue a una oficina de ayuda humanitaria.
—Pensé que habíamos acabado con ellas. Después de lo del 555 de la calle Grove cualquier organización con fines benéficos es sospechosa. Más, si es internacional.
—Usted sabe que eso es jurisdicción del FBI.
—Es inaudito. Después del 11-S todas las agencias internacionales de Inteligencia colaboran entre sí, pero aquí, en los Estados Unidos de Norteamérica, el FBI no comparte información con la CIA. ¿Hasta cuándo? Y si ellos me preguntasen acerca de lo que estamos haciendo, yo tampoco debería decirles nada. ¿Ves cómo están podridas las cosas? Todos desconfiamos de todos. Y con razón. La prueba es Ian Stooskopf. Vaya apellido. Podrían haberse buscado algo más simple.
—Ya tengo la grabación de ese día —dijo Day sin hacer mucho caso del mal humor de Brennan—. La veremos en la pantalla grande.
Ambos se sentaron frente a la pantalla que descendió automáticamente hasta cubrír la pared izquierda de la oficina de Brennan. El coche color tierra, después de salir bajo la chatarra, dio unas vueltas sin rumbo fijo antes de enfilar hacia la autopista Kohat, la N55 rumbo a Peshawar. Dieron vuelta a una rotonda y tomaron la autopista hacia Islamabad en dirección a la ruta Hospital. Poco después cogieron la carretera Nowshehra y luego de un brusco giro a la izquierda se dirigieron hacia el distrito de Charsadda. Pasaron un enorme cementerio y siguieron hasta una zona de campos de cultivo con alguna que otra edificación, hasta detenerse frente a una sencilla casa con un patio interior grande. Alguien abrió el portón y el coche color tierra entró. Diez minutos después volvió a salir y esta vez regresó por la autopista a Peshawar y enfiló hacia Badaber; el trayecto ida y vuelta tomó noventa y ocho minutos.
Day se comunicó con Tampa de inmediato.
—Nuevas instrucciones para el Sentinel. —Le dio las coordenadas y se volvió hacia Shannon—. Creo que hemos dado con un nuevo enclave terrorista. La zona es idónea, tranquila, probablemente debajo de esa sencilla fachada exista un fuerte —aventuró.
—Creo que es allí donde está el Rastreador.
—Esperemos que sea así y que no tengamos que tomar medidas extremas.
—¿Se refiere a…?
—Lo sabes, Charly, si llegara a peligrar la vida del presidente, nos veríamos obligados a bombardear el sitio.
—¿Con Kevin dentro?
—Una vida puede salvar muchas otras, ya lo hemos hablado varias veces.
Day asintió. Era el procedimiento. Aunque lo primero era asegurarse de que el lugar era, efectivamente, un bastión terrorista. Y la única manera de comprobarlo sería manteniendo la vigilancia las veinticuatro horas de cada día.