Capítulo 17
Nasrim llegó a la tienda y apenas saludó a su madre. Pasó como una flecha y subió a su habitación. Cambió su ropa de calle por una más cómoda y fue a la cocina. La comida ya estaba preparada. Como siempre, su madre se daba tiempo para todo, se levantaba de madrugada y, algunas veces, cuando salía para la escuela, ella aún no había regresado del mercado al que iba por provisiones antes de abrir la tienda.
Partió una tortilla y probó un par de bocados del guiso que estaba en la olla. Tenía hambre, el día había sido duro y sin tiempo para un refrigerio. Y lo peor de todo había sido el mensaje que recibió de Zahir: «Comunícate lo más pronto que puedas con Osfur Abyad». Temía disgustarlo, sabía que a él no le agradaba que lo llamase. Solo en caso de verdadera emergencia, había dicho y, por lo poco que sabía del escueto mensaje, solo tenía en claro que a Zahir le urgía que comunicarse con Abyad. Sintió los pasos de su madre en cada peldaño.
—Querida mía, cada vez te veo más delgada, no deberías trabajar tanto en la escuela, no lo necesitas.
—Mamá, no es por nuestra necesidad. Es por la de los niños, hay tantos y es tan poco lo que puedo hacer por ellos que el sacrificio vale la pena.
—Me preocupa Daniel, hija, ¿qué has sabido de él?
—Nada, madre, ¿por qué tendría que saber? Lo retienen los talibanes.
—¿Cómo sabes que son talibanes? Creo que si fueran ellos ya lo habrían matado, ahora se han juntado al Estado Islámico y cada vez que atrapan a un occidental infiel, lo decapitan. Son unos salvajes. En la televisión dijeron que lo tenía al-Qaeda.
—Tienes razón. Pero la prensa llama talibanes a todos.
—No vamos a discutir eso ahora, hija, me preocupa Daniel, tan buen muchacho, pobre.
—Debemos aceptar la voluntad de Alá.
—Hablas como si Daniel no te importase.
—¿Qué puedo hacer yo, madre?
—¿Hay algo que te molesta, aparte de lo de Daniel?
—¿A qué vienen tantas preguntas? Claro que me siento mal por él, ¿qué más habría de pasar? ¿Qué puedo hacer yo?
—Temo que ellos sepan que tú eres su novia.
—Nadie tiene por qué saberlo. No creo que él lo divulgue sin motivo.
—Ay, hija…, a veces quisiera dejar todo esto e irnos con tu hermano a vivir lejos de aquí; podríamos ir a América.
—¿América? No deseo vivir allá.
—Me refiero a Sudamérica. Dicen que hay países que parecen verdaderos paraísos. Ya debes tener suficiente dinero ahorrado, la tienda nos ha permitido cubrir los gastos y guardar algo, ¿no crees que deberíamos marchar?
—Tengo ahorros, madre, pero no creas que gano mucho.
—Estamos acostumbradas a vivir con frugalidad, hija mía, será suficiente. Quisiera tener nietos. ¿Por qué Alá misericordioso permitió que se llevaran a Daniel? ¿Por qué no elegiste a Kevin? Ahora no tendríamos esta angustia.
—Kevin… Madre, ¡cómo puedes decir eso!, él pertenece a otro mundo… Él, menos que nadie, madre, creo que estoy destinada a esperar toda la eternidad al hombre que sea para mí —reflexionó Nasrim en voz alta.
—¿Qué pasaría si viniera por aquí?
—¿Kevin?
—¿De quién más estamos hablando?
—No pasaría nada. Lo más seguro es que si viniera no lo hiciese por mí sino por Daniel. Me debe de odiar —dijo Nasrim.
—Si viniera por Daniel sería el hombre más noble en la faz de la tierra, después de lo que le hicieron ustedes.
—No fue planeado, madre, simplemente sucedió. Quise darle lo mejor de mí.
—Lo que hiciste fue haram.
Nasrim guardó silencio. Su madre tenía razón. Cometió pecado contra un inocente. Pero fue por amor. Ya entonces sabía que estaba enamorada de Ian y que haría cualquier cosa que él le pidiera, y eso fue lo que él quiso. Ella no amaba a Daniel ni a Kevin, era por Ian por quien su corazón se conmovía. Presentía que en el fondo él también la amaba, y esa incertidumbre hacía que fuese imposible sacárselo de su mente, de su vida… Sería la mujer más feliz del mundo si él le propusiera matrimonio. Pero después de lo sucedido con Kevin parecía imposible. Hizo lo que le pidió y, cuando lo supo, una extraña oscuridad se posó en su mirada. Sin embargo, cuando se veían disponía de ella a su antojo. Su madre tenía razón, cometía haram cada día de su vida porque era una mala mujer, aunque Ian dijera que por la yihad todo era válido. Pero sus extrañas caricias no terminaban de convencerla. En cambio, Kevin… A pesar de que era consciente de que no lo amaba, aquel día, por un instante, se sintió completamente suya y esa sensación quedó grabada en su piel.
Daniel estaba tan enamorado de Nasrim como ella de Ian. Haría cualquier cosa por complacerla, iría al fin del mundo, como una vez le dijo en un arranque de romanticismo, mientras entonaba una canción en español con su hermosa voz: «Toda una vida estaría contigo, no me importa en qué forma, ni dónde, ni cómo, pero junto a ti». Le había traducido la letra y ella se había sentido tan culpable que lloró. Él creyó que era por amor y la abrazó con ternura. Daniel nunca pudo comprender por qué quiso entregarse a Kevin y no a él. Y la esperanza de llegar a casarse con ella le hizo cometer locuras. Cada vez que se encontraban ella le hablaba de la yihad, de la lucha que estaban llevando a cabo los musulmanes para librarse de la influencia de Occidente, de cuan piadosos eran, de la diferencia que había entre ser un talibán y un yihadista apegado a las leyes del Corán, de los intereses de los Estados Unidos en conservar la supremacía mundial por cualquier método y de cómo él se consumía y ponía en peligro su vida por un país que ni siquiera era el suyo, porque Puerto Rico era un simple estado asociado, al que ni tomaban en cuenta ni permitían su independencia. Nasrim había aprendido todo eso de Ian, a quien admiraba por su inteligencia, y repetía sus conceptos con tanta convicción que Daniel sucumbió a ellos y al final no supo si lo hizo por amor o porque Nasrim lo había convencido de que ella decía la verdad.
Sometido a duras pruebas para ser aceptado como un guerrero yihadista más, pero siempre con ciertas reservas, lo único que pudo hacer para demostrarles que era un leal luchador por la causa fue la grabación telefónica en la que anunciaba la preparación de un importante atentado y más tarde el vídeo en el que aparecía como rehén de los yihadistas, ambas cosas difundidas después por al-Qaeda. Ya no había marcha atrás. Al principio no comprendió el objeto de esa revelación ni el interés en que se conociera su «captura»; pensó que podría tratarse de simple propaganda terrorista, pero, a medida que transcurrían los días, las ideas empezaron a germinar en su mente. La CIA sabía quién era Daniel Contreras. Como consecuencia del extraño mensaje y de lo que había dicho anteriormente como informante, se había convertido en alguien muy importante. La CIA haría lo que fuera para saber de qué trataba el plan que había anunciado por teléfono, lo más probable fuese que trataran de rescatarlo. Mientras, él permanecía en esa especie de claustro en que se había convertido la «casa de huéspedes» —como jocosamente llamaban al fuerte—, y su única función era adiestrar a los hombres con las técnicas de combate de las fuerzas especiales y en el uso de las armas de guerra. El motivo principal por el cual se dejó arrastrar hacia esa situación se había vuelto inaccesible: Nasrim. No había vuelto a verla desde que se unió a la yihad de al-Qaeda.
Llegó a pensar si todo no habría sido más que un plan bien orquestado para recluirlo. No lo tenían prisionero, pero tampoco era libre de ir adonde quisiera. ¿A quién beneficiaba aquello? Empezó a hacerse preguntas que antes no se había hecho. Nasrim había ocupado gran parte de sus pensamientos pero en esos momentos, sin su influencia y sin posibilidad de visitarla, la lejanía se impuso y empezó a ejercer sobre él lo que siempre hace. Como el viento que azota día y noche las montañas moldeándolas a su capricho, iba limando los sólidos cimientos en los que Daniel sostenía su amor por ella. Cierto que era hermosa, pero ¿quién era realmente? ¿Acaso habían tenido las conversaciones que tiene toda pareja enamorada? Siempre hablaban de política y de la situación en la que se hallaba el mundo islámico. Ella tenía conexión con al-Qaeda, eso era irrefutable. Los pensamientos lóbregos empezaron a anidar en su mente y, a pesar de que trató de alejarlos y convencerse de que ella lo amaba y que todo lo había hecho por amor, incluyendo acostarse con Kevin, cada día tenía más dudas. La idea de que nada era cierto y todo había estado planeado y él había caído como un idiota en su red se fue apoderando de Daniel. Después de dos años sometido a un lavado de cerebro por Nasrim, estaba atrapado. Y podría ser una trampa para atraer la atención de la CIA con un fin específico.
Zahir se hallaba de pie junto a la puerta, probablemente desde hacía rato. Daniel abrió los ojos y reparó en él.
—Alá te bendiga, Daniel.
—Alá te bendiga, Zahir.
—Pensé que dormías y no quería despertarte, sé que tuviste un día largo y duro. Estás haciendo un buen trabajo, un ejército bien adiestrado es lo que nos ayudó a sacar de Afganistán a los soviéticos, pero eran tiempos mejores.
—¿Tú formaste parte de aquello? Preguntó Daniel, incorporándose hasta quedar sentado con las piernas en posición de loto.
—Por supuesto. Yo era un chiquillo, fui criado en una madrasa y gracias a Alá me enseñaron a recitar el Corán. Conocí la lucha de nuestro pueblo, en aquella época éramos muyahidines. Así empezamos todos, Osama Bin Laden, nuestro benefactor, se trasladó al campamento y ayudó a construir una fortaleza dentro de las montañas. Primero estuvimos en Jaji, cerca de la frontera con Afganistán. Después en al-Masada.
—La «guarida del león» —tradujo Daniel.
—Exactamente. Así es como todos conocían el sitio donde nació al-Qaeda —recordó Zahir mirando a través de la ventana el cielo poblado de estrellas.
—Cuando se fueron los soviéticos.
—Cuando los echamos —dijo con orgullo el hombre.
—Con ayuda de los Estados Unidos.
—Ellos se limitaron a adiestrarnos y proporcionarnos armas. Muchas de ellas, soviéticas. —Rió Zahir—. Porque las que nos dieron los ingleses no servían para nada. Cuando recibimos los misiles todo cambió.
—Te refieres a los Stinger, supongo.
—Claro. Buen invento americano. Echamos a los soviéticos con sus armas y también sacaremos a los norteamericanos con las suyas —rió Zahir.
—Los marines llevamos cargadores AK-47 —dijo Daniel esbozando una sonrisa—. Se consiguen en todas partes.
—Es la mejor arma soviética —acordó Zahir.
—¿Todavía conservan los Stinger?
—La mayoría son chatarra o están en manos de los talibanes. Pero podemos comprar más, y misiles rusos que son tan buenos como esos.
Daniel evitó decirle que, pensando en esa posibilidad, los aviones norteamericanos contaban ya con un señuelo que desviaba el objetivo del sensor infrarrojo de los Stinger.
—Estos hombres requieren mucho adiestramiento, tanto en disciplina como en el uso de armas modernas, Zahir. ¿Cómo nació la yihad?
—Cuando la Unión Soviética invadió nuestro país. Eso sirvió para unirnos. Así nació la yihad, formada por jóvenes de todo el mundo musulmán. Jordanos, palestinos, iraquíes, marroquíes, sunitas, shiitas, libaneses, sirios, egipcios… fue una época dorada —apostilló con añoranza Zahir—. Y en medio de todos, nuestro siempre recordado Abdallah Azzam, que Mahoma lo tenga en el paraíso. Fue el mentor de Osama Bin Laden. Y con él llegó la abundancia.
—¿Abundancia?
—Puso su fortuna al servicio de la causa. Lo malo fue que quiso derrocar la monarquía saudí y ellos lo echaron de su patria, aunque creyeran en sus mismos ideales. Las cosas no se pueden hacer así, debemos actuar con sigilo para obtener lo que deseamos. Ahora sus altos contactos en Arabia Saudí son los que aportan el dinero que necesitamos.
—Pensaba que los saudíes y Estados Unidos eran aliados.
—Aparentemente. Ellos forman parte de la yihad a su manera. A través de ellos, el islam será la religión más importante de Occidente. Estados Unidos tiene más musulmanes de los que la gente o el gobierno piensan. Y es el principal lugar de recolección de fondos, tenemos una red de organizaciones benéficas en todo el mundo, pero la mayor está allá.
—Estaba. ¿No era la ZAAR?
—Esa la cerramos hace más de diez años. Tú eras muy joven entonces.
—No tanto, Zahir. ¿Por qué me estás contando todo eso?
—¿Y por qué no? Además, no es un secreto, todo el mundo lo sabe.
Zahir tenía razón.
—¿No han vuelto a saber más de Ozfur Abyad?
—No se ha comunicado. En su posición es difícil.
—Nunca me dijiste quién es Ozfur, y ahora la CIA cree que yo sé de quién se trata.
—Tienes razón. Pero, como sabes, no puedo contarte todo. Es mejor que no lo sepas aún. Solo te diré que es alguien que ocupa un alto cargo en el Departamento de Estado. Es de los nuestros, musulmán, y quien transporta el dinero en valija diplomática, pues tu gobierno se ha puesto muy quisquilloso con los bancos. Por eso necesitamos que venga.
—No comprendo por qué utilizan la banca americana.
—Es complicado de explicar. Las instituciones benéficas nos dan oportunidad de lavar enormes cantidades de dinero sin despertar sospechas.
—Ya veo. ¿Cómo es posible que un miembro del Departamento de Estado sea musulmán?
—Es solo una prueba de que la hora de la yihad mundial ha llegado.
—¿No despierta sospechas por su aspecto?
—No… qué va. Es un auténtico anglosajón. Jamás imaginarías quién es.
—Que Alá lo bendiga para que no lo descubran.
—Así sea. Por eso al-Zawahirí está muy preocupado, también furioso, y ha descargado su ira con un muchacho… bueno, un hombre que traje hace un par de días. Lo tiene encerrado en el cuarto. Debía ser solo por veinticuatro horas, pero dio orden de que alargaran el encierro; ya va para tres días.
—Pobre…
—Sí. Pobre. Debe de estar congelándose ahora. ¿Quieres echarle una ojeada? No quiero que muera, aunque parece muy resistente.
Daniel sintió curiosidad por saber quién sería el próximo fiambre. Pocos había salido de allí con vida, según le habían contado.
Zahir lo vio bajar por el largo pasillo. Un gesto de preocupación cruzó su frente y se fue a su habitación.