Capítulo 25
Day recibió el aviso de lo captado por el Sentinel. Era más de lo que podía haber esperado, le pareció una decisión conveniente escapar de Charsadda e ir a refugiarse en el consulado americano de Peshawar, daría orden de inmediato para que cuando se presentasen no hubiera problemas. Pero la segunda parte del mensaje cambiaba todo. ¿Cómo era posible que Ian regresara a los Estados Unidos? Se dirigió a la oficina de Brennan para informarle de lo que estaba ocurriendo
—Dos noticias. Una buena y otra mala —dijo al entrar.
Brennan dejó de hablar por teléfono al ver la mueca de contrariedad de Day. Hizo un gesto con la mano indicándole que se sentara.
—Te llamaré luego —dijo. Y colgó—. Te escucho.
—Daniel Contreras fue a casa de los Farah, al salir se detuvo y envió un mensaje, sabe que el Sentinel está al acecho, lo que quiere decir que Kevin se lo debe de haber dicho.
—O pudo suponerlo —interrumpió Brennan.
—Como sea, el mensaje fue: «Todo está ok. Iremos al consulado. Avisen. Osfur Arbyad va camino a USA».
—¿Cómo podría?
—Debe tener algún pasaporte con otra identidad, el cual podría pasar por legítimo, créame. Ahora los hacen absolutamente creíbles. Tendría que haber cambiado su apariencia, lo cual tampoco es muy difícil y ya han pasado varias horas, lo más seguro es que esté fuera de Pakistán.
—¡Maldición!
—Según veo, el aeropuerto más cercano con vuelos hacia Occidente está en Kabul. Aunque también podría haber ido a Dubái. He alertado a todos los aeropuertos, pero sin un nombre y sin saber su apariencia lo veo difícil.
—El tipo es una mierda. ¿Qué se propone? ¿Por qué demonios se unió a los terroristas? Daré alerta máxima en la Casa Blanca, no hay ningún evento en estos días que aglomere a gente importante, excepto el día de Acción de Gracias.
—¿Acción de Gracias? ¿No es el día que el presidente junto a su familia hace el perdón al pavo?
—Sí. Pero es un asunto sin mayor trascendencia, una reunión familiar con poco público, más que nada para cumplir la tradición, después las fotografías son repartidas a las diferentes agencias de prensa.
—Pero estará toda la familia reunida. Creo que podría ser un buen día para atentar contra ellos, ¿no lo ve así?
El nubarrón que empezaba a formarse en la mente de Brennan se iba transformando poco a poco en tormenta.
—No lo sé… en todo caso, ¿cómo lo haría? Tendría que entrar a la Casa Blanca, y ese día la seguridad estará a tope.
—Bueno, yo solo digo… El hombre ha demostrado que es astuto. Es inteligente. Todos sus movimientos durante estos años han sido perfectos, si no hubiera viajado a Pakistán, nunca nos habríamos dado cuenta de nada.
—¿Y ya sabes para qué lo hizo?
—Según parece llevó un número excesivo de maletas, las cuales fueron llevadas a un lugar en Peshawar, el Sentinel vio dónde las dejó. También vimos que poco después las camionetas que habían salido de Charsadda regresaron, es probable que con el cargamento de maletas, lo más probable, con dinero en efectivo. Usted sabe las restricciones que existen con las transferencias de grandes cantidades en los bancos de Pakistán y Afganistán, todo dinero debe ser estrictamente justificado, tanto si entra como si sale. Ian Stooskopf les servía de mensajero y han debido de estar muy necesitados de dinero para que él tuviera que ir. Al ser miembro del Departamento de Estado tiene inmunidad diplomática, al igual que su equipaje.
—Es un pez gordo. ¿Cómo dos hermanos pueden ser tan diferentes?
—Pueden. Todos los hermanos lo son —dijo Day pensando en su hermano, un asiduo huésped de las costosas clínicas de rehabilitación. Un drogadicto que no sabía qué hacer con el dinero ganado en la bolsa. Era un cerebro, pero uno con adicción a las drogas.
—Parece que Kevin logrará terminar el trabajo con suerte.
—Eso espero, si es que logran escapar de Charsadda.
—Seguro que sí. Si Daniel Contreras tiene acceso a un vehículo, de allí al consulado no hay una distancia tan grande. Supongo que están sobre aviso.
—Sí, señor, en el consulado tienen sus fotos, nombres, toda la información necesaria para evitar errores.
—Bien. Debemos ocuparnos ahora del que se hace llamar Osfur Abyad. El tipo es una mierda… —repitió con desprecio Brennan.
—¿Cómo crees que Daniel Contreras supo que Ian Stooskopf estaba en camino a los Estados Unidos?
—Debe de habérselo dicho la señora Farah.
—¿Y por qué no te lo dijo a ti antes? Tú hablaste con ella dos veces.
—Cierto. Quiere decir que ella no lo sabe.
—¿Qué otra persona pudo estar allí?
—La hija. Podría ser el contacto con Ian Stooskopf.
—Investígala, ella debe saber más de lo que Daniel Contreras pudo haberle sacado. Necesitamos saber a qué se dedica, dónde trabaja, si lo hace, y con quiénes trata.
—Sí, señor —respondió Day con vivacidad.
Aquello volvía a complicarse, el rompecabezas otra vez se desarmaba. Fue a su oficina para trabajar con más tranquilidad y ya sin la presión de su jefe se comunicó con la CCT de Islamabad. Solicitó información de Nasrim Farah. En menos de diez minutos tenía lo que necesitaba saber:
Nasrim Farah trabajaba en un colegio construido con fondos de una organización benéfica norteamericana que eventualmente enviaba dinero a través de transferencias bancarias para cubrir los gastos de personal y los servicios. También recibían fondos de empresas pakistaníes de diversa índole. Nasrim era la subdirectora y la que daba la cara en los medios. Según aparecía en la historia del colegio, el consulado norteamericano de Peshawar era uno de los muchos patrocinadores, porque deseaba que se enseñase inglés como segunda lengua en la institución y el representante era Ian Stooskopf. Había hecho donaciones de equipos de computación y libros en inglés, diccionarios y algunas cosas más.
Day llamó al colegio y pidió hablar con la directora. Al principio un poco reticente, no quiso contestar preguntas vía telefónica de un desconocido, pero cuando llamaron del consulado para confirmar que la persona que había llamado era en efecto quien decía ser, se mostró más receptiva.
—Charles Day otra vez, señora Sultán, buenas tardes.
—Buenas tardes, señor Day, disculpe que no lo haya atendido antes.
—No se preocupe, solo queremos verificar el buen funcionamiento de su colegio. Dígame, señora Sultán, ¿qué cargo ocupa la señora Nasrim Farah?
—Es la subdirectora, también tiene a su cargo la tesorería y da clases de computación.
—¿Considera usted que es una persona eficiente?
—Por supuesto, es muy colaboradora —respondió la mujer. No podía hablar mal de quien le había dado el puesto de Directora.
—Según tengo entendido fue la fundadora del colegio. ¿Por qué cree usted que no figura como directora?
—No sabría decirle, la verdad es una pregunta que algunas veces me hago. Supongo que es para tener más libertad.
—¿Más libertad?
—Bueno, ser directora equivale a estar presente todo el tiempo en la institución, cumplir un horario rígido según las normas de…
—¿Quiere decir que la subdirectora no tiene horario?
—Nasrim Farah cumple con su horario académico, pero tiene que salir a solucionar problemas diversos, ella es la que hace las compras grandes para la escuela y la que visita a los patrocinadores, usted sabe.
—¿Conoce usted al señor Ian Stooskopf?
—Sí, por supuesto, es nuestro gran benefactor, que Dios lo cuide y lo proteja.
—Así es, señora Sultán, también nos alegramos de que nuestro enviado especial haga una buena labor en favor de la educación en su país.
—¿Podría decirme si el señor Stooskopf frecuentaba el colegio?
—Venía por aquí a veces, pero con quien más trataba era con Nasrim. Las reuniones las hacían en el consulado, siempre. Él venía de manera ocasional cuando había que inaugurar alguna obra.
—¿En estos momentos se encuentra la señora Farah en el colegio?
—Ella estuvo aquí temprano pero se retiró porque debía atender una emergencia.
—Oh, ¿no sabe de qué clase?
—No, señor. Pero debe de haber sido algo grave, porque salió apurada.
—Espero que no haya sido algún evento familiar.
—Esperemos que no, señor Day.
—Muchas gracias por su cooperación, señora Sultán. Buenas tardes.
Day se fijó en la hora de Pakistán: 4:12pm. Llamó al consulado en Peshawar y pidió hablar con Jon Danilowicz, el cónsul.
—El señor Danilowicz no se encuentra en estos momentos, ¿en qué puedo servirle señor Day? —contestó la secretaria.
—¿Cuál es su nombre?
—Soy la señora Miller, secretaria del cónsul.
—Necesito información acerca de la señora Nasrim Farah. Todo lo que pueda decirme de ella.
—¿Me podría decir algo más específico? En el consulado no trabaja nadie con ese nombre.
—La señora Farah es subdirectora del colegio Malala Yousafzai, tengo entendido que el consulado fundó ese colegio.
—Lo siento, no tengo esa información y, créame, trabajo aquí desde hace años. El cónsul no podría darle mejor información, él fue nombrado en octubre pasado. ¿Está usted seguro de lo que dice? Nosotros hacemos donaciones a muchas instituciones, tal vez ese colegio esté entre ellas, pero solo eso.
—¿Conoce a Ian Stooskopf?
—Por supuesto, es asesor de la Secretaría de Estado, de vez en cuando viene a Peshawar.
—Se supone que por medio de él se fundó el colegio.
—Si fue así, debió ser a través de otra institución.
—De manera que jamás vio a Nasrim Farah, pensé que las reuniones las hacían allí.
—Yo estoy enterada de todo lo que ocurre en el consulado, señor Day, y le aseguro que nunca he visto reuniones del señor Stooskopf con alguien llamada Nasrim Farah.
—¿Dónde se encuentra él ahora?
—Se suponía que vendría hoy pero envió un material con el chófer. Le dijo que vendría después, pero no ha aparecido por aquí.
—¿Qué clase de material?
—Folletos que usualmente repartimos entre las empresas para recaudar fondos.
—Cuando iba a Peshawar, ¿pasaba mucho tiempo fuera del consulado?
—Bueno… el señor Stooskopf solía salir mucho, créame que para mí fue una sorpresa cuando nos informaron que tenía orden de captura. Todos aquí estamos conmocionados.
—Supongo que sabe que su hermano, Kevin Stooskopf, y Daniel Contreras están en manos de al-Qaeda.
—Sí, señor, todos sabemos que en cualquier momento harán el intento de escapar y vendrán al consulado, estamos preparados, hemos pedido el apoyo de la CCT. Justamente el cónsul salió para su casa y regresará más tarde, según dijo pasará aquí la noche porque no sabemos en qué momento ocurrirá.
—Muchas gracias, señora Miller. Mantendremos una línea abierta con ustedes y la CCT. Por favor, infórmenme de cualquier movimiento relacionado con Kevin Stooskopf y Daniel Contreras.
Ian Stooskopf estaba resultando una caja de sorpresas, caviló Day. ¿Cómo pudieron pasar inadvertidas sus andanzas en Peshawar? Estaba claro que Nasrim Farah era su cómplice, la relación venía desde mucho tiempo atrás, probablemente desde la niñez. Daniel Contreras encajaba con ellos porque Kevin era su amigo y tal vez habían incursionado en Peshawar y de esa manera conoció a los Farah, suponía, pero no lo tenía muy claro. Esperaba llegar a saberlo si lograban escapar. Tenía frente a él su foto. Una mujer de una belleza abrumadora. ¿Habría sido la causante de que Kevin pidiera su cambio al escuadrón de desactivadores de bombas? ¿Qué papel jugaba Daniel Contreras? ¿Por qué fue a casa de los Farah, él, precisamente? Demasiadas preguntas sin respuesta. Daniel Contreras tenía mucho que aclarar.
La idea de poner el nombre de Malala Yousafzai al colegio que supuestamente el consulado norteamericano había ayudado a instalar era para despistar. La niña héroe había muerto como consecuencia de un ataque talibán por defender su derecho a la libertad de estudiar y los derechos de la mujer. Los miembros de al-Qaeda jamás estarían de acuerdo con sus ideas, tampoco con que una mujer, en el caso de Nasrim, se involucrase tanto en su yihad. Estaba visto que cuando les convenía se saltaban las normas que tanto predicaban. Tenía un grave problema entre manos, no había recibido noticias del paradero Ian Stoosfopf, lo cual le daba muy mala espina.