Capítulo 23
Daniel detuvo la camioneta frente a la tienda de los Farah. La madre de Nasrim acomodaba mercancía en uno de los estantes cuando él entró.
—Assalam alaikum, señora Farah.
—¡Alaikum assalam, Daniel! —exclamó ella correspondiendo al saludo. Miró a Daniel y fue a su encuentro—. ¡Gracias a Alá, mis ruegos fueron escuchados! ¡No sabes cómo me alegra que no te haya sucedido nada malo, muchacho!
—Nada malo, señora Farah, gracias a Alá. ¿Se encuentra Nasrim?
—Sí, está arriba; ven, sube conmigo.
Una vez en la planta alta invitó a Daniel a tomar asiento mientras ella iba al cuarto de Nasrim.
—Hija, ¿a que no adivinas quién está esperando en el salón?
—¿Quién? —preguntó ella, mientras un rayo de esperanza se alojaba en su pecho.
—Daniel.
Su rostro se volvió a cubrir de tristeza. Tenía los ojos enrojecidos.
—No deseo ver a nadie.
—Nasrim, ¿acaso no te alegra saber que está vivo? ¿Qué te ocurre?
—Dile que estoy enferma, no puedo verlo, madre.
Su madre la observó de manera indefinible. Nunca la había comprendido y en ese momento, menos. Salió del cuarto y fue al salón donde Daniel aguardaba extrañamente tranquilo.
—Se siente mal, Daniel, la has de perdonar, hijo, no sé qué le sucede, pero creo que de verdad está enferma.
—No se preocupe, señora Farah. Esperaré un rato a ver si se mejora.
—¿Dónde estuviste todo este tiempo? Vimos el vídeo de tu captura por televisión.
—Es una larga historia que no creo que usted deba conocer. Nasrim la sabe y si no se lo ha dicho debe tener sus motivos.
Ella tenía un nudo oprimiéndole el pecho. Necesitaba hablar con alguien, pero no sabía si debía hacerlo. La llamada del americano hacía unas horas la había inquietado.
—¿Sabes algo de Kevin?
—¿Por qué lo pregunta?
—Porque ustedes eran muy amigos.
—Lo somos.
Ella trató de ver en sus ojos algún indicio que le dijera que podía confiar en él.
—¿Lo son?
—A pesar de todo, sí, señora.
La madre de Nasrim bajó la voz.
—¿Te ves con él?
Daniel asintió en silencio.
—Dile que Osfur Abyad es su hermano. Es todo lo que puedo decirte, es necesario que él lo sepa —dijo casi en un murmullo.
—¿Cómo lo sabe usted?
—Recibí la llamada. Dile solo eso. Yo misma no sé quién me llamó, pero ese número lo tiene Kevin, él tuvo la idea.
Daniel necesitó unos minutos para reponerse de la sorpresa. Una sombra empezó a oscurecer el panorama. Nasrim estaba metida en todo ello hasta el cuello. ¿Sabría quién era Osfur Abyad? Debía hablar con ella, era imperativo.
—Debo hablar con Nasrim.
—Ella no sabe nada…
—Ella sabe mucho más de lo que usted cree, señora Farah, necesito información vital de su parte.
—Kevin me dijo que no la involucrara, ella no sabe lo del número telefónico.
—La vida de Kevin corre peligro si no hablo con Nasrim —se le ocurrió decir a Daniel.
—Ven vamos a su cuarto y espero que quiera salir.
Daniel fue por el pasillo y se paró frente a la puerta, al lado de la madre de Nasrim.
—Nasrim, soy Daniel. Abre, por favor, necesito hablar contigo.
—No deseo hablar contigo, Daniel.
—No se trata de mí. Se trata de Ian.
El silencio impregnó el ambiente. Daniel supo que había captado su atención y que sus sospechas eran ciertas. La puerta se abrió y mostró a una Nasrim desmejorada, tenía los ojos hinchados.
—Assalam alaikum.
—Buenas tardes, Nasrim —dijo Daniel saltándose el saludo árabe. Sé quién es Ian, Zahir quiere que me digas todo lo que sepas, pues no tuvieron oportunidad de hablar.
—Él regresará a Estados Unidos —dijo ella mientras caminaba hacia el salón.
Su madre bajó a la tienda para que hablasen con tranquilidad, pero sabía que todo estaba muy lejos de estar tranquilo. Le preocupaba que Nasrim estuviera metida en un grave problema, nunca la había visto tan afectada.
—¿Estás segura?
—Lo estoy. Solo hablamos por teléfono, no lo vi; dijo que lo habían detectado y que haría lo posible por llegar a su país y seguir lo que habían planeado.
—No comprendo cómo entrará a los Estados Unidos, todos los aeropuertos deben estar en alerta.
—Él sabe cómo.
—Dime, Nasrim, ¿por qué estás tan perturbada?
—Son muchas cosas, Daniel.
—Me da la impresión de que no te alegra nada verme. Comprendo que ya no me ames, pero tu tristeza me abruma.
—Yo te quiero, Daniel, no digas eso.
—Lo disimulas muy bien, Nasrim. No debes sentir obligación alguna hacia mí. Si no me amas. lo comprenderé. ¿Está bien? —dijo Daniel, levantándole la barbilla con un dedo—. Solo dime que estarás bien.
Al sentir su ternura Nasrim aflojó sus tensiones. La mirada de Daniel era la que hubiera querido encontrar en los ojos de Ian. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla.
—Estaré bien, Daniel.
—Es por Ian, ¿verdad? ¿Lo amas a él? Si es así, lo comprenderé.
—Sí, Daniel. Lo amo, lo amo desde siempre. Desde que éramos niños, pero él no parece darse cuenta. Por él hice cosas que no me hubiera atrevido a hacer jamás.
—Lo sé, querida mía, por amor uno hace todo. Lo sé mejor que nadie. Yo también lo hice. Renegué de mis principios por ti, pero no te preocupes, he comprendido que tenías razón, Occidente es un cáncer que se mete en el alma de otros pueblos para beneficiarse, un cáncer que carcome todo lo que toca y una vez que logra sus objetivos particulares se retira dejando a sus aliados a la buena de Dios —mintió Daniel.
Nasrim por primera vez lo miró a los ojos como antes.
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Acaso no te das cuenta de que somos nosotros los que estamos equivocados? Siglos de odio y venganza que no nos han llevado a ningún lado, siempre dirigidos por los señores de la guerra, hoy es Ayman al-Azawahirí, luego Abu Bakr al Bagdadi, mañana quién sabe y nosotros, los pueblos siempre estaremos igual, en la pobreza, la ignorancia…
—Y si eras consciente de todo, ¿por qué ayudaste a Ian?
—Porque lo amaba. Pero ya no más. Lo odio con todas mis fuerzas y espero que se mate con lo que vaya a hacer en la Casa Blanca. Y, si es posible, que lo agarren primero. Ese hombre no merece el amor ni el respeto de nadie; jugó conmigo siempre dándome falsas esperanzas, ahora lo entiendo, ¡perdóname Daniel! ¡No quise hacerte daño!
—Cálmate, ya… shhhh… No me hiciste daño, en todo caso, lo hiciste por amor y puedo comprenderlo, querida Nasrim, pero ¿te das cuenta de la gravedad de lo que me estás diciendo? ¿Cómo puedo informarle eso a Zahir sin ponerte en peligro?
—Ya no me importa. Si quieren pueden venir por mí o tú mismo llevarme y que me apedreen hasta morir por ser una traidora. ¿No comprendes que no tengo ningún motivo para vivir?
—Claro que tienes motivos. Eres hermosa y joven, puedes volver a enamorarte.
—Si no lo hice de ti, que eres el mejor hombre que haya conocido, no creo que pueda hacerlo.
Daniel guardó silencio. Debía concentrarse, no podía dejarse arrastrar por sus sentimientos, ya no. Y menos, con ella; una mujer demasiado complicada. Lo que debía hacer era asegurarse de que todo aquello no fuese una trampa, tenía que seguir actuando.
—Imaginaré que no escuché lo que dijiste, Nasrim, no deseo ponerte en peligro.
—Como quieras, Daniel. Estoy en tus manos.
—¿Es todo lo que tienes que decirme? Debo informar a Zahir.
—Es todo —respondió Nasrim con firmeza. Ahora ella no confiaba en Daniel.
—Está bien. Debo irme, ¿necesitas algo?, ¿te sientes mejor?
—Gracias por todo, Daniel. Eres un buen hombre, perdóname por no amarte.
—Solo una cosa más, Nasrim. ¿Por qué te acostaste con Kevin? —Era una pregunta que la tenía atravesada en la garganta desde siempre.
Nasrim lo miró con sus preciosos ojos de color indefinible, su belleza rompía el corazón.
—Ian me lo pidió. No me preguntes por qué, yo misma nunca pude responderme.
Se dieron un casto beso en los labios y Daniel bajó. Se despidió de la madre de Nasrim, quien lo miró con sus ojos expresivos. Había escuchado toda la conversación, todavía le costaba asimilarla. Él se le acercó y le dijo bajo, al oído: «Si la vuelven a llamar, dígales que Kevin está bien. Que ya nos hemos visto, que Osfur Abyad está camino a América».
—Adiós, señora Farah.
—Que la paz y las bendiciones de Alá te acompañen, hijo mío.
Daniel mantenía grabada en la retina la imagen de Nasrim. Jamás había visto a una mujer de semejante hermosura, pero comprendía que no sería para él. Ni para Kevin. Una agridulce satisfacción llenó sus pulmones al respirar con ansias como si le faltase el aire. «Ni para Kevin», repitió esta vez en voz alta.