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12.38 p.m.

La magnitud de la revelación la dejó incapaz de pensar. Todo había empezado como el asesinato de un compañero y la localización de una biblioteca perdida, pero ahora se habían incorporado dos sociedades secretas, la antigua y una nueva, dedicada a manipular acontecimientos por todo el mundo; y ahora, al parecer, la nueva pretendía dar un golpe de Estado en Washington. Daba miedo pensar que alguien le había reservado un papel en medio de todo eso. Los antiguos sentimientos encontrados de entusiasmo y miedo estaban ahora en un punto álgido.

—¿Por qué? ¿Por qué ese Consejo conspira contra el presidente? ¿Qué esperan ganar con eso? —inquirió la doctora, con la voz entrecortada.

—Habrá oído decir que la naturaleza aborrece el vacío, ¿verdad? —replicó el egipcio—. Bueno, dados los acontecimientos de la semana pasada, parece como si pronto fuera a producirse un vacío de poder en el ejecutivo del Gobierno americano. Si quieres alcanzar una determinada posición de poder, ¿qué mejor forma que crear una situación política que lleve a tu hombre a la cima?

—Pero eso no va a salir bien. Estados Unidos tiene una cadena de mando definida a la perfección. Si el presidente deja el cargo, la vacante no la ocupa alguien de fuera. El vicepresidente se haría cargo de inmediato.

Athanasius abrió los ojos con desmesura mientras ataba los últimos cabos sueltos para su huésped.

—¿Y quién cree que encabeza la segunda lista? —preguntó con un hilo de voz. El Bibliotecario le concedió unos segundos para que se hiciera cargo de la dimensión de la conspiración. Sabía que para la joven profesora el mundo antiguo y el mundo moderno chocaban de modo casi incomprensible—. No somos los únicos que sabemos usar la información que tenemos a nuestra disposición —agregó al final.

—Es inconcebible —contestó ella, también con un hilo de voz. El peso de la información pareció reprimir todo intento de hablar en voz alta.

Athanasius retomó la historia sin alzar el tono:

—Nuestro Custodio juntó las piezas en cuanto recibió la lista, pero el Consejo también supo que aquella se hallaba en sus manos y a los dos días murió, igual que su Ayudante. —El egipcio hizo una pausa emotiva, y cuando volvió a hablar, lo hizo con ojos llorosos—. La única diferencia en esta ocasión era que él sabía lo que iba a ocurrir. Arno era un hombre pragmático y dio por hecho que si habían encontrado a su Ayudante, iban a localizarle a él, y que eso significaba que iba a morir. No podían dejarle vivir ejerciendo el poder de la biblioteca y conociendo la naturaleza del complot. El Consejo adoptó una decisión drástica, la de matarle, aun cuando al eliminarle acabaran con el único ser vivo capaz de indicarles la localización de la Biblioteca de Alejandría. Y Arno pasó sus últimos días perfeccionando un nuevo plan en vez de protegerse.

Las siguientes palabras confirmarían la premonición de Emily: la historia iba a encauzarse otra vez en su dirección.

—Optó por acelerar su reclutamiento, doctora Wess. No le era posible seguir nuestra práctica habitual, no disponía de cuatro años adicionales para reclutarla. Solo tenía unos pocos días para poner en marcha su entrada en la Sociedad.

—¿Y por qué no vino y me lo dijo? —preguntó Emily—. Podía haber hablado conmigo en esos últimos días. Podía haber compartido conmigo cualquier cosa. Me podía haber ayudado.

El sentido de pérdida regresó al saber que Holmstrand había pasado los últimos momentos de su vida concentrado en ella. Pero no era solo una pérdida emocional, también había perdido a un hombre que podría haberla ayudado a afrontar lo que parecía un peligro real. Athanasius esbozó una sonrisa apreciativa.

—No es así como funcionamos. Algunas cosas no pueden darse. Han de ser descubiertas. Por esa razón, Arno pasó sus últimos días preparando un plan que despistara al Consejo y a usted la pusiera en la pista para descubrir la biblioteca, nuestra Sociedad y su papel en ella.

Emily sintió de nuevo aquella brecha. Por un lado, no quería oír hablar de su papel en un drama milenario que se basaba en el engaño, la muerte y la destrucción. Y por otro, a pesar del pánico, una parte de ella deseaba hacerse cargo y ser fuerte por una causa que la superaba con claridad. Esa tensión la desgarraba. Aquella había empezado siendo una misión inspiradora, un viaje excitante hacia un posible descubrimiento sobre el que cimentar un prestigio académico, pero ahora iba a descansar sobre sus hombros el peso de un yugo imposible. No estaba segura de querer semejante carga, y mucho menos si estaba en su mano aceptarla o no.

El egipcio intuyó el derrotero de sus pensamientos y se acercó a Emily con gran seriedad.

—Esta tarea no es una opción, sino una obligación, dada la magnitud de cuanto hay en juego. Debe continuar con esto hasta el final. —Athanasius la estudió con atención—. Además, no tiene alternativa. Puede estar absolutamente segura de que el Consejo ya está al tanto de su identidad. En cuanto conozcan su conexión con la biblioteca, doctora, no pararán hasta localizarla y sacarle cuanto sepa.

—Pero ¡si no sé nada!

—Oh, sí sabe. Está aquí, conmigo —respondió el hombrecito—. Y el Custodio le ha confiado una misión que solo usted puede llevar a buen puerto. Va a tener que estar muy atenta hasta que la termine.

Emily se tranquilizó. La curiosidad aún la dominaba lo suficiente como para dejar en un segundo plano la perspectiva de una persecución.

—Si todo es tan secreto en la Sociedad, si todo está tan escondido, incluso a los ojos de ustedes —dijo ella, inclinándose hacia delante—, los Bibliotecarios, ¿cómo es que usted personalmente sabe tanto? ¿Cómo es que conoce todos los detalles que acaba de contarme?

Athanasius parecía triste y cansado.

—Me estaban entrenando para ser el nuevo Ayudante del Custodio, doctora Wess. Marlake iba a retirarse dentro de dos meses y yo ya estaba preparado para asumir su trabajo. Hubo que cambiar la agenda después de su muerte, pero ahora, en las actuales circunstancias, ha sido preciso alterarla otra vez. —La voz del egipcio era poco menos que un susurro insinuante—. El segundo en el escalafón no puede serlo si no hay un primero al mando.

Clavó los ojos en la doctora.

—¿Y encontrar al nuevo Custodio guarda alguna relación con mi reclutamiento como Bibliotecario? —quiso saber Emily—. ¿He de ayudar a encontrarle?

—Todo esto tiene que ver con su reclutamiento —afirmó Athanasius—, pero no es encontrarle, sino encontrarla. —Emily abrió los ojos tanto como el egipcio cuando este añadió—: Vamos, doctora Wess, seguramente ya lo ha entendido. Yo en ningún momento he dicho que la íbamos a contratar para ser una Bibliotecaria.

La biblioteca perdida
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