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11.10 a.m.
El grito de Ewan fue tan intenso que pareció el de un animal. Tenía los ojos abiertos con desmesura clavados en la pantalla del ordenador. Estaba que echaba chispas, con la rabia de toda una vida desatada.
Giró la cabeza hacia Emily. En su ira, en su derrota, solo había una cosa que le quedaba por hacer con esa mujer. Iba a pagar con la vida las incontables existencias que acababa de frustrar con aquel acto. Con un solo movimiento alzó el brazo del arma hasta poner la boca del cañón delante de Emily y movió el dedo del gatillo.
El eco de un disparo reverberó por toda la estancia de forma ensordecedora. Emily se contrajo y por unos instantes pareció quedarse rígida, pero no sintió ninguno de los dolores que cabía esperar al recibir un balazo. Solo escuchó el ruido atronador y vio la sorpresa en el rostro airado del Secretario. Se preguntó cómo sería ver desaparecer el mundo.
Pero eso no fue lo que contempló. El cuerpo de Ewan se desplomó hacia delante y cayó sobre el escritorio, contra el que chocó con un ruido sordo. Entonces se percató de que tenía un agujero de bala en la parte posterior de la cabeza. Detrás del Secretario, en el umbral, estaba Peter Wexler, flanqueado por dos policías con las pistolas desenfundadas, todavía encañonando a Ewan, mientras un tercer compañero acorralaba a Jason. El joven no apartó la vista del cuerpo de su padre ni siquiera cuando el agente le inmovilizó contra la pared y le puso las esposas.
Emily era incapaz de articular palabra. Wexler aguardó a que remitieran los síntomas del shock. Entonces salió de entre los agentes y pasó al otro lado del escritorio. Emily notó la preocupación por ella aún inscrita en su rostro.
—Tu llamada de teléfono —explicó el oxoniense—. Quizá sea un viejo cascarrabias, pero incluso yo sé cuando algo apesta. Tú temías que hubiera alguien más escuchando nuestra conversación y mi miedo era que tuvieras razón y que los miembros del Consejo intentaran detenerte, así que fui en busca de refuerzos. Cuantas más vueltas daba a tus preocupaciones y a las dimensiones del grupo implicado, más claro tenía que no íbamos a dejarte aquí sola. —Contempló el cadáver despatarrado sobre su escritorio—. Y al parecer los temores de ambos estaban justificados.
Emily contempló el rostro de su mentor y de algún lugar, no sabía muy bien de dónde, sacó una sonrisa de agradecimiento. Luego, abrazó al anciano que acababa de salvarle la vida.
Wexler contempló el escenario de la aventura después de que el momento de emotividad hubo concluido y preguntó:
—Bueno, entonces, ¿ha terminado todo?
Emily contempló el ordenador. En la pantalla aún relucía la información: «Descarga completada».
—No —repuso—. Es solo el principio.