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Aeropuerto de Heathrow (Londres).
Quince minutos antes de que las ruedas del vuelo 98 de American Airlines rodasen por la pista de aterrizaje de la terminal 3 de Heathrow, las de otro aparato mucho más pequeño se agarraron al asfalto de otra pista. El Gulfstream G550 hecho de encargo estaba pintado de un blanco uniforme sin otra marca distintiva que el número de avión escrito con letras negras en la aleta de cola.
Jason echó un vistazo por la ventanilla del jet con poco entusiasmo. El interior era el polo opuesto a la sencillez exterior. Alfombras de felpa y asientos de cuero daban lustre a la cabina, realzada por madera de nogal nudosa y toda pintada de un color beis que le confería un aspecto muy funcional. Descansaban sobre una mesita con la parte superior hecha de madera de nogal, a juego con el resto del equipamiento, un vaso de cristal sin asas con los restos de su bebida y la carpeta con sus notas e instrucciones.
Y una fotocopia de alta calidad de las tres páginas del libro que le había llevado hasta allí. La primera vez que las vio eran pavesas de páginas calcinadas en la oficina del Custodio. Más tarde las había encontrado completas en las hojas satinadas de otro ejemplar nuevo del libro del que las habían arrancado. Había estado todo el largo vuelo memorizando hasta el último detalle de las mismas y ahora las tenía grabadas a fuego en la mente.
Cruzar el Atlántico por razones de trabajo no era algo inusual en su empleo, ni tampoco que lo hiciera a bordo de un avión privado, al amparo de la riqueza y el secretismo. Jason había recibido el título de Amigo hacía siete años y a partir de ese momento cada jornada había sido un día de intriga. Se había alzado por encima de los rangos intermedios gracias a su eficacia y desapasionamiento. Había que hacer unos trabajos y nadie iba a llevarlos a cabo mejor que él. Nunca había sido la clase de hombre que pretende tomar las grandes decisiones o tener poder y autoridad en el sentido tradicional del término. Su poder se hallaba a un nivel más básico, en la severidad con que cumplía ciegamente las órdenes, y las obedecía sin misericordia alguna.
Observó los destellos del aeropuerto que pasaban por delante de la ventanilla. El jet rodó por la pista hasta el pequeño espacio reservado a los aviones privados. Se hallaba allí porque había sabido ganarse la confianza del miembro más antiguo del Consejo y se había convertido en el jefe de sus ayudantes. La responsabilidad depositada por el Secretario sobre sus hombros en el día de hoy era enorme. Tenían casi a la vista el último objetivo, la razón última de su existencia, y podía estar más cerca de lo que había estado en siglos.
No tenía intención alguna de perder ese objetivo.