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10.35 a.m.
«La sala de lectura principal, en donde ahora mismo estamos, abarca siete pisos en desnivel».
Los dos hombres apenas prestaron atención a las palabras de la joven guía, lo necesario para calcular la distancia de seguridad entre los integrantes de la visita y ellos, situados donde no les vieran. No habían tenido tiempo para cambiarse de ropa y sus trajes negros y grises, que les habían permitido pasar desapercibidos en Oxford, les hacía llamativos en las filas de la institución egipcia. Mejor mantener una distancia y resguardarse del innecesario escrutinio público.
Mantuvieron sus posiciones detrás de las hileras de estanterías cuando los integrantes de la visita guiada pasaron junto a ellos. Cada Amigo interpretó un número convincente de analizar las estanterías, cogiendo y hojeando aquí y allí los raros libros, pareciendo a ojos de cualquier observador unos lectores entusiastas que exploraban la colección de la biblioteca. Pero su atención estaba fija solo en una cosa: la joven mujer que habían perseguido desde Oxford.
La doctora Emily Wess, cuya conexión precisa con el Custodio seguía siendo un misterio, pero cuya implicación con la biblioteca estaba ahora fuera de toda duda. Emily Wess, cuyo vuelo comercial desde Inglaterra había durado una hora más que su vuelo privado, por lo que llegar a Egipto antes que ella había sido una tarea simple. Emily Wess, cuyos pasos vigilaban de cerca y cuya vida entera se estaba convirtiendo en el objetivo principal del Consejo. Un equipo había entrado en su casa de Minnesota para buscar más información mientras ellos seguían sus pasos en Egipto.
Emily Wess ahora estaba de pie, sola, separada del grupo. El segundo hombre miró a su compañero por encima del libro abierto. También este había visto que su objetivo se había retirado de la visita y ahora estaba sola. Accesible.
«Aguarda —pensó Jason para sí mismo con firmeza, sabiendo que su mirada enviaría el mensaje a su compañero sin la necesidad de palabras—. Espera y síguela. No te comprometas».
Sus hombres estaban colocados a lo largo de la biblioteca, permaneciendo cerca de cada uno de los cuatro empleados que el Consejo había vigilado en los últimos meses. Cada uno de ellos era considerado un candidato potencial para ser identificado como el Bibliotecario que trabajaba de incógnito en Alejandría. Sabían que sus enemigos, la Sociedad de Bibliotecarios, tenían un operativo en la ciudad —eso estaba claro desde hacía años— y habían restringido gradualmente su reserva de potenciales sujetos a estos cuatro. Sin embargo, hasta ahora, el Consejo había sido incapaz de encontrar un indicio concluyente que revelara cuál de los cuatro hombres era. Pero estaban a punto de concluir esa tarea. Bastaba con que la doctora siguiera las instrucciones del Custodio y abordara a cualquiera de ellos. Entonces conocerían su identidad (y tendrían a su hombre). Un Bibliotecario trabajando en este lugar tendría que ser un pez gordo en la jerarquía de la Sociedad, el Consejo podría sacarle nuevos detalles e información. Emily Wess les conduciría directamente a él. Y luego, si eso era todo lo que sabía, podrían deshacerse de sus servicios y acabar con su vida.