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12.32 p.m.

—Doctora Wess, tome asiento, por favor.

Athanasius cerró la puerta tras él y se situó otra vez delante de ella. Emily seguía con los ojos muy abiertos y con el pulso acelerado a causa del susto. Los altos niveles de adrenalina sin duda la afectaban y su cuerpo luchaba para soportar un nivel de estrés al que no estaba habituada.

—Tome asiento, por favor —repitió su anfitrión, que le puso una mano en el hombro y la empujó un poco hacia la silla—. Es una falsa alarma, disculpe.

—¿Qué rayos ha sido eso?

—Un libro que se ha caído de una estantería demasiado llena. Nada más. Lamento haberla asustado con mi reacción. Estos días estoy un poco alterado.

—Eso mismo podría decir yo. —La joven respiró hondo varias veces a fin de controlar el mareo y la náusea que le había causado el susto—. ¿Quién creía que podía estar ahí fuera?

El interpelado se sentó en su silla.

—Precisamente ahora acababa de mencionarle la razón de nuestro sigilo: nuestro trabajo tiene opositores.

Emily apretó los puños a fin de alejar el estrés.

—¿Y usted pensaba que ahí fuera estaban esos enemigos suyos? ¿Qué clase de gente es?

—Ignoramos el momento exacto de constitución del Consejo. —Athanasius se echó hacia delante mientras hablaba—. El Consejo, así es como se llaman, se formó en algún momento del siglo siguiente a que la biblioteca pasara a la clandestinidad. La primera referencia sobre ellos en nuestros archivos es del año 772. Según un breve informe de un Bibliotecario de Damasco, había allí un grupo organizado con líderes nombrados y una estructura eficiente. Y ya por aquel entonces se les conocía con ese nombre: el Consejo.

Emily enarcó una ceja al oír esa denominación mientras movía los antebrazos para sacudirse el entumecimiento de las muñecas causado por la adrenalina. A pesar del miedo, no era capaz de pensar en lo adecuado que era que una organización opositora con mil trescientos años de historia tuviera, sin embargo, un nombre tan inocuo.

—La primera razón para ocultarnos fue evitar los juegos de poder entre reyes y facciones y el de quienes perseguían el poder de la biblioteca para dominar el mundo, pero entonces surgió una escisión en nuestras filas. El origen del Consejo estuvo en un golpe de mano. Algunos integrantes de la Sociedad opinaban que el poder no estaba siendo usado correctamente. Deseaban ser más contundentes en el uso de nuestros recursos e influencia.

—El poder corrompe, como suele decirse —opinó Emily, para quien estaba siendo un desafío participar en una conversación constructiva después del pánico que había experimentado, pero entonces se acordaba de que el ruido había sido provocado por un libro al caerse. No había nadie fuera del despacho.

—La Sociedad no permitió que sus recursos se usaran para obtener beneficio ni para apoyar a ejércitos perversos ni otros objetivos por el estilo, y entonces ese grupo intentó poner el poder en manos de otros. Fracasaron, pero esos hombres se unieron para constituir otra organización. Así nació el Consejo.

»Por desgracia, la expulsión de aquellos hombres creó una nueva unidad entre los opositores a la Sociedad y se unieron entre sí líderes que habían sido enemigos durante años. De pronto se aliaron militantes expulsados, disidentes e incluso generales de diferentes Estados, y no precisamente en busca del bien común. Esta coalición únicamente perseguía un fin: descubrir lo que habíamos ocultado. Reclamaban un conocimiento que cada uno de ellos hubiera usado sin vacilar contra los demás de haberlo tenido. Querían descubrir un poder real e invencible.

»Sus objetivos aumentaron con el tiempo. Su razón de ser era encontrar la biblioteca y apoderarse de sus recursos, pero esas intenciones acabaron por conducirles a otros nuevos propósitos. El Consejo siguió oculto a la vista de la gente y poco a poco fue controlando cualquier grupo u organización que pudiera conseguir más poder o influencia. Comenzó a tener miembros en ejércitos, Gobiernos, negocios… Y usó todo eso para extender su influencia a lo largo y ancho del mundo.

—Entonces, lo que me está diciendo es que existe otra organización que también intenta manipular los acontecimientos del mundo, no es solo vuestra Sociedad.

La joven vio cómo el egipcio retrocedía al oírla comparar a los dos grupos, pero enseguida recobró la compostura.

—El Consejo solo desea poder y dominación, pero nunca han abandonado su máximo objetivo, el descubrimiento de la biblioteca para ejercer un poder sin parangón. Han buscado sin descanso para localizar lo que nosotros queremos ocultar.

—¿Y son tan activos como vosotros?

Athanasius hizo un gesto de cansancio.

—Sí, lo son, y extremadamente poderosos. Tal vez el golpe de ahí fuera haya sido un simple libro, pero, créame, mi precaución no está fuera de lugar.

Emily le miró fijamente. Su interlocutor parecía sentirse incómodo por seguir hablando.

—Sabemos que el Consejo está dirigido por un comité que incluye agentes en los tribunales, en los Gobiernos y en la administración de una docena de países. Hemos identificado a algunos, pero no a todos. Han aprendido a ser tan discretos como nosotros.

»Sin embargo, conocemos la identidad de su figura clave. El Consejo está dirigido por un Secretario que ejerce un gran poder sobre sus operaciones. —Athanasius bajó la voz de forma instintiva—. Técnicamente, el poder reside en el comité, pero el jefe del mismo está jerárquicamente por encima de los demás y cuenta con sus propias tropas de Amigos, unos asistentes que ejecutan sus órdenes con eficacia escalofriante. Hemos intentado descubrir su identidad desde hace décadas, pero solo tuvimos éxito hace seis meses. El Secretario del Consejo es un empresario neoyorquino que responde al nombre de Ewan Westerberg, que figura al frente de una enorme fundación consagrada a hacer negocios e invertir en causas políticas por todo el mundo. —Athanasius sacó una fotografía de una gruesa carpeta de papel Manila y se la entregó a Emily; después, agregó con voz vacilante—: Es un tipo realmente peligroso.

Ni el nombre ni el rostro de la instantánea le decían nada a Emily. El mundo de los negocios y las inversiones estaban fuera de su ámbito de actuación.

—En cuanto descubrimos su identidad, intentamos sacar ventaja de ello. Nosotros sabíamos quién estaba al frente y ellos ignoraban la identidad de nuestro Custodio y de su Ayudante, o eso pensábamos. —Athanasius se tomó un respiro y se acarició la barba, sopesando esa afirmación. Finalmente, miró a Emily—. Estábamos equivocados. El Consejo se las había arreglado para descubrir la identidad de nuestros líderes, igual que habíamos descubierto a Westerberg. El Ayudante del Custodio era Collin Marlake, un empleado de alto estatus en el mundo de las patentes en Washington DC. Había formado parte de la Sociedad durante treinta y siete años y estaba a punto de jubilarse, tanto en el trabajo como entre nosotros. Hace una semana, unos hombres se personaron en sus oficinas poco después de abrir y con toda la eficacia del mundo le partieron en dos el corazón —dijo, escupiendo las palabras como si fueran veneno.

Emily siguió sentada en silencio, atenta a la historia.

—En un primer momento no supimos por qué le habían asesinado de forma tan repentina, pero el Custodio enseguida averiguó la razón. Una de las últimas contribuciones de Marlake a la biblioteca contenía una lista de nombres que había pirateado del ordenador de un ayudante del vicepresidente de Estados Unidos.

—¿El vicepresidente? —La joven se sobresaltó y volvió el hormigueo de la espalda—. ¿Qué clase de nombres?

—Estaban divididos en dos categorías sin clasificar, pero nosotros determinamos enseguida que un grupo estaba formado por hombres próximos al presidente Samuel Tratham y el otro estaba integrado por partidarios del Consejo e íntimos del vicepresidente. Más allá de todo esto, el significado de la lista no estuvo claro en un principio, no hasta que descubrimos que empezaban a morir los que figuraban en la primera lista.

—Una lista de ejecuciones —aventuró Emily.

—En parte, pero elaborada más para manipular que por venganza. Aquí el fin del juego… es… más dramático.

Y entonces Emily recordó los escándalos en Washington. Los asesores presidenciales habían sido asesinados por terroristas insurgentes, presumiblemente en represalia por las acciones del presidente, cuya traición había puesto en peligro la seguridad nacional. Los medios de comunicación hablaban de un colapso inmediato de la actual administración.

—Un momento, ¿está hablando de… una conspiración?

Athanasius asintió con lentitud sin dejar de mirarla a los ojos.

—No parece que el presidente Tratham vaya a sobrevivir a este escándalo.

—Pero usted dice que el escándalo se basa en una mentira —le interrumpió Emily—. Los artículos online que he leído dicen precisamente eso, que unos insurgentes extranjeros han matado a los consejeros del presidente y que la causa de que hayan venido a nuestro país es la conducta de Tratham. Y ahora me dice que no es cierto, que no los mataron unos terroristas.

—Bueno, no la clase de terroristas que sospecha la gente. No son sicarios de Oriente Medio quienes han asesinado a sus compatriotas, doctora Wess. Sea bienvenida a su primera demostración de cómo opera el Consejo.

La biblioteca perdida
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