Por su trabajo suele viajar bastante a
Londres, la capital (podríamos decir) de Europa y en la que se
pueden ver casi todas las etnias, razas y religiones que
existen en el planeta. Suelen vivir todos juntos en la misma zona
de la ciudad haciendo un gueto (masa…) y casi
todos se emplean en lo mismo. Es la diversidad de cultura y los
contrastes que podemos encontrar en Londres, lo que me
fascina.
Mi amigo, con el tiempo justo, se dirigía al aeropuerto con la imperiosa necesidad de coger un vuelo al que llegaba muy justo. Había decidido tomar un taxi, el tren o autobús se salían de hora. La zona donde suele alojarse en Londres es de mayoría judía; hay días en los que no ser judío y no ir con el traje de culto es ser raro o claramente extranjero. Eso sí, un barrio muy cuidado, seguro y limpio, algo muy característico de la comunidad judía. El caso es, que me salgo del guión, que ese mismo día era 18 de noviembre, fecha de autos arriba mencionada, y tras conocerse la noticia, todo el barrio salió a la calle en dirección a la sinagoga. Y es que el policía asesinado era de ese barrio londinense, se había marchado hacía no mucho a Israel. Tal era la cantidad de judíos que acudían a rezar y llorar al compatriota muerto que la calle principal del barrio se colapsó, en al menos, un kilómetro. Y mi amigo, que justo iba de camino, quedó atrapado entre todos los fieles y sin la capacidad de continuar. O al menos en coche, que es lo que pensó. Tras esperar un rato decidió llamar a otro taxi que estuviese al otro lado del colapso judío y atravesarlo él maleta en mano andando pero desde la centralita le indicaron que “había como una manifestación o algo así” (todo esto en el idioma de Shakespeare, claro está) y que no podían acceder ni a una zona cercana pues la policía había acordonado los alrededores. Yo me imagino el estado de mi amigo al ver que llega tarde al vuelo y por culpa de una congregación judía por la muerte de un compatriota en Jerusalén en pleno martes. “Ni que yo lo hubiese matado”, pensaría yo.
Pero en ese rato de espera entre que “podemos pasar o no, cojo y paso andando o qué narices hago porque pierdo el avión” el conductor del taxi, como manda la amabilidad inglesa, le dio coba. Mi amigo, inteligente y mucho, aprovechó la coba, pues resulta que iba a descubrir un “conflicto palestino-israelí” a lo vaya semanita. Grande.
Resulta que el conductor era de religión islámica y procedente de Marruecos o semejante, es decir, muy moro. Todo fue que mi amigo le tirara un poco de la lengua en plan “la que han liado los judíos” para que éste, perdiendo seguramente la vergüenza en el buen sentido, comenzara a despotricar contra los judíos, a los que tenía delante de sus