LA SOLUCIÓN ERA 10 M/S

 

 

Fue una persona paciente hasta para nacer. Lo hizo con diez meses. Se preguntaría que para qué iba a tener prisa en salir al mundo exterior si tenía toda la vida por delante. Ya pensaba siendo feto, seguro. Sus razonamientos pasarán a la historia de los que lo conocemos por las “pensás” milimétricas y a velocidad superior a la de la luz.

De pequeño su pasión eran los coches. Ya apuntaba maneras. Los tenía de todos los colores, tamaños y marcas. Hasta unos que con el agua cambiaban de color. Decía que él de mayor quería ser taxista, ¿para qué más si yo así seré feliz? Pensaría él. Porque, insisto, pensaba, entendiendo el pensar como un exhausto y preciso razonamiento. Y siendo tan pequeño, se le preguntaba por qué taxista y te daba argumentos irrefutables.

Recuerdo una alfombra enorme en su habitación cuyo estampado eran carreteras con cruces, rotondas y casitas. Fueron muchas las horas que, echando mano de esa imaginación infantil inagotable pasamos con sus coches sobre ella. Pero lo más memorable, sin lugar a duda, era esa ilusión por subirse al coche con su padre y viajar, aunque fuese al lavadero de la esquina, mirando por la ventana y pensando, insisto. Alguna vez tuvo su padre que esconderse para poder irse en el coche sin que se enterara. Menudo disgusto si no.

E irremediable es recordar aquella mítica tarde en la que mis problemas de física no salían y mientras mi padre arreglaba una cortina él (con no más de 10 años de edad) escuchaba atento a las explicaciones y ejemplos que mi padre intentaba que yo comprendiera. Pero no había manera, pues los que somos de letras los números los manejamos a tiempo parcial. Él escuchaba e insisto, pensaba. De repente, mientras yo intentaba solucionar el problema en mi libreta, no pudo contenerse y reventó: “¡Pues Ana joer, 10 metros por segundo al cuadrado!". Se trataba de un Movimiento Uniformemente Acelerado y había calculado la aceleración de cabeza. Mi padre y yo estupefactos cruzamos la mirada y supimos que el pequeño de la familia nos iba a dar la vuelta a todos.

Eso sí, nunca perdía su paciencia, su tranquilidad, ¿para qué? Su profesor de Lengua y Literatura le decía que había nacido “cansao”, por la manera tan tranquila de hacer las cosas. Ahora, tranquila pero tenaz, eficiente y eficaz. Porque ser tranquilo no significa

Reflexiones de una treintañera universitaria
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