fuertemente y “comernos” a besos. Mi abuelo
se encontraba en la cocina terminando de freír esas patatas fritas
que tanto nos gustaban, así que el siguiente paso era correr por el
pasillo a saludarle y a coger una patata de las ya fritas sin que
se diera cuenta. Lo que daría por volver a comer esas patatas
fritas. De nuevo me vuelve el olor y también el sabor a la mente y
al paladar. De hecho, estoy salivando.
Tras un aperitivo de navajas y mejillones (o almejas, dependía de lo que hubiese comprado fresco en “la plaza” el día anterior) y ya en la mesa del comedor (que ahora tengo en mi salón, aunque no es la original, es otra muy parecida que compró mi abuelo después) y sobre el mantel de cuadros rojos y blancos o verdes y beige (que también guardo para ponerlos de vez en cuando) degustábamos o bien arroz y conejo o bien salsa de ternera con esas patatas fritas únicas. Mi abuelo, con cierto gusto por ver los platos vacíos, siempre decía jocosamente que parecía que no habíamos comido en toda la semana. Mi abuela, nos insistía en que comiéramos más y más, pues para ella nunca comíamos lo suficiente. Tras un poco de embutido y fruta de postre, nos lanzábamos al salón a jugar con los juguetes que una vez fueran de mis primos mayores. Ahora mis abuelos y mis padres charlaban y tomaban café. Y también echaban una “cabezadica”, que para eso era domingo.
Era entonces, cuando a eso de las cuatro y media de la tarde, continuábamos con la rutina caminito de La Unión. Toda la Calle Real y llegábamos al destartalado por aquel entonces puerto y por la carretera que bordeaba el submarino Peral, pintado de gris y rojo, cogíamos en la Plaza Bastarreche la carretera de La Unión. Los Mateos, Los Partidarios, La Esperanza… Y el tren de FEVE Cartagena-Los Nietos a nuestro lado en numerosas ocasiones. Maderas Asuar, Frigoríficos Bolea, Tubaceros… Y enseguida la gasolinera de La Esperanza y el Cementerio Municipal, tras el que nos encontrábamos el ilustre letrero “LA UNIÓN. CIUDAD MINERA Y CANTAORA”. He de manifestar en este punto mi descontento porque este cartel haya desaparecido y que además la palabra cantaora se haya sustituido por flamenca*. Los Unionenses (yo no lo soy directamente pero me siento como si lo fuera) no somos andaluces y lo que nos ha distinguido siempre y nos distinguirá es nuestro cante, no nuestro flamenco. Ese cante nacido en la mina, como modo de aliviar la dureza del trabajo y las largas jornadas en condiciones extremas. Eso es cante, cante jondo, no flamenco. El flamenco lleva aparejada otra serie de características que no se daban en la mina. De hecho, al Cristo de