los Mineros, en su procesión de Jueves Santo
se le cantan saetas, no se le bailan sevillanas (por poner un
ejemplo, pongan otra cosa en vez de sevillanas). No sé si sabrán
ustedes que el famoso “Soy minero” de Antonio Molina lo compuso un
unionense con la inspiración del trabajo de las minas en La Unión.
Lo que pasa es que, como en muchas ocasiones, uno no es profeta en
su tierra, y fue el gran Antonio
Molina el que lo interpretase. Su autor y creador hizo
entonces un arreglillo y puso Sierra Morena, lo que ha
despistado a generaciones de unionenses y ha hecho a otras tantas
generaciones de andaluces creer que ese sentir que narra el tema
era de un minero andaluz.
Prosigo. Pasada la Calle Mayor llegábamos a la monumental Casa del Piñón, en cuyo balcón o mirador de su primer piso ya nos estaba esperando mi abuela, Isabelita Peñalver (1917-2007). Característica por estar algo “teniente”, tras diez minutos tocando al timbre nos abría la puerta (hubo alguna vez que mi madre tuvo que utilizar su llave pues la habíamos pillado durmiendo la siesta y entonces sí que no oía ni el fin del mundo) y esperaba en la puerta que pueden ustedes observar en la imagen. Desde 2009 la Casa del Piñón es sede del ayuntamiento de la localidad, por lo que la imagen que observan contiene un directorio de despachos y personas. Esas escaleras que observan en la otra foto las bajó mi madre el día de su boda vestida de novia y desde el segundo piso del edificio mis hermanos y yo (algunas veces junto a mi primo que venía de vacaciones) lanzábamos unos paracaidistas de plástico a los que se les abría el paracaídas y convirtiéndose su en piruetas en forma de círculos y un sin fin de cosas más que nos imaginábamos. Algún pobre paracaidista “murió” en acto de servicio pues el paracaídas venía defectuoso de fábrica y no se abrió. Descanse En Paz. Y descansen en paz el resto, pues menuda “tralla” que llevaron. Los susodichos nos los compraba mi abuela en el quiosco que tenía justo debajo, el de Micaela, así como cromos, revistas o cómics. Alguna golosina también caía, aunque lo que mejor recuerdo son los pasteles de Corví. Nada más llegar, siempre mandaba a mi hermano pequeño a recogerlos. “Os he comprado hamburguesas de esas” nos decía refiriéndose a unas deliciosas napolitanas de chocolate que nos comíamos mientras correteábamos por el primero izquierda de la Casa del Piñón, sobre suelos de mosaico y bajo techos con frescos, relieves de ángeles o cenefas dignas de palacetes del siglo XIX. Bueno, no voy a ser modesta, es que la casa de mi abuela era todo un palacete por dentro pues fue la