año pasado (*), pensé yo. Ingenua de mí.
Cuando llegué al final de la calle, donde empezaba la Calle del
Aire, me encuentro con tres policías nacionales haciendo un cordón
para que los chavales no pudiesen acceder a la Calle del Aire. Y en
la acera de enfrente, un cordón de otros tres o cuatro nacionales
haciendo un cordón frente a la puerta del bar que el año pasado
hizo “el agosto” con los chavales a base de cubatas y demás, digo
yo que baratos, consiguiendo con ello que su puerta se colapsara y
la procesión no pudiese pasar, teniéndose que recoger ya a la
iglesia. Por qué voy a negarlo, no daba crédito, ¿necesitamos
nacionales que vigilen a los chavales (y como he apuntado antes,
según el artículo 16 de la Constitución) garanticen el culto
religioso? ¿Esto está pasando de verdad? A los pocos minutos de
estar allí, empiezan a rular por el suelo botellines de quintos
vacíos. Yo me agaché y aparté uno, otro señor que estaba cerca y
tan (o más) indignado que yo recogió y apartó el otro. Eran los
niñatos que los estaban tirando adrede para reírse un rato de los
nacionales. Fíjate tú, ya tenían diversión, nacionales a los que
torear. A mi derecha, dos niñatas y un niñato que tiran un vaso
vacío al suelo, rodando evidentemente hacia donde YA estaba pasando
la procesión. El nacional, con muy buen juicio, se les acercó y les
indicó que la próxima vez que necesitaran tirar algo que lo
hiciesen levantándose y acercándose a la papelera que a escaso un
metro tenían. Eso a mí me lo han enseñado mis padres, no los
nacionales. Y yo he hecho botelleo, como muchas otras generaciones,
sin dedicarnos a reventar una procesión. Porque saben ustedes, yo
he sido penitente muchos años, y como sabrán, en Cartagena no
podemos ni pestañear. Por culpa de un mísero caramelo o un vaso
medio roto no me he caído de bruces de milagro. Después de unas dos
horas ya vestido sin poder ni tan siquiera mear, tres o cuatro
horas de procesión sin poder moverse, lo que más satisfacción le
puede dar a un capirote es caerse de bruces por un vaso dejado
caer. Ser capirote, penitente cartagenero, es un arte que se
aprende con los años. Y no es nada fácil. No quiero desmerecer con
ello otras semanas santas sino resaltar que los propios niñatos
cartageneros tendrían que ser conscientes de esto porque es seguro
que tienen padres, madres, tíos o abuelos que han salido de
capirote. A todo esto, el niñato ya avisado por el nacional, a los
pocos minutos aparece con otro cubata y se sienta, con la mano
extendida, siendo mal pensados (o no) con la intención de que el
siguiente capirote que pasase mirando al frente se llevara el
cubata por delante. Al niñato le diré que si eso llega a ocurrir,
la capa, sandalias y túnica que el penitente vestía