LOS BESOS QUE ME DÁIS
Cuando él me da un
beso, soy inocente.
Cuando recibo un beso suyo, siento el
reconocimiento del trabajo bien hecho.
Cuando él me da un besito, sé que está
orgulloso de mí a pesar de las dificultades y las
diferencias.
Cuando me da ese besico, estas diferencias
se diluyen y se instaura la calma.
Con un beso suyo, sé que soy
capaz.
Sé que estoy protegida y en cualquier
situación será quien me recoja en su regazo sin
juzgarme.
Cuando me da ese besico suyo, sé que sigo
siendo su niña, niña de sus ojos, que nunca he dejado de serlo y
que hasta el día que me falte lo seré. Él sabe que será por siempre
el hombre de mi vida.
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Cuando ella me besa, vuelvo a su pecho y sus
brazos. Hay calor y tranquilidad en su regazo.
Cuando me recibe con un beso, ella es
incondicional, sus ojos solo ven virtudes y los defectos, los
guarda en su cajón de “cosas que no importan”.
Cuando siento el calor de su beso, la fiebre
baja, los dolores disminuyen y los problemas parecen anecdóticos.
Siempre, absolutamente siempre, tienen una
solución.
Un beso de ella es inyección de paz y
tranquilidad, es mi balsa de aceite.
No me falta de nada, mis necesidades están
cubiertas, puedo pedirle la luna,
porque la bajará.
Son ellos, mis padres, los que me dieron la vida y me la mantienen. Los que creen en mí a pesar de las discordancias y a los que le debo lo que hoy en día soy.
No importa si cerca o lejos, estáis presentes en cada día de mi vida y en todo lo que hago.
Así que siempre es un buen momento para daros las gracias por sostenerme, uno por cada lado, y deciros que os quiero.
Por muchos besicos, besos, y besazos más.