El miércoles por la noche, el ferry a la isla de Vashon transportaba menos de la mitad de su aforo. Zack mostró su placa e introdujo el coche marcha atrás en el ferry solo unos minutos antes de la hora de salida prevista. El último en entrar, y el primero en salir. Apagó el motor.
—Salgamos a estirar las piernas —dijo Zack. El turismo proporcionado por la policía era angosto y transmitía sensación de confinamiento. A él le gustaba mucho más su Harley, pero no habría estado muy bien que llevase en su moto a la agente St. Martin al escenario de mi crimen.
Subieron las escaleras que conducían a la cubierta de observación. Olivia levantó la cara hacia el cielo; Zack la imitó. Las estrellas se multiplicaban sobre el agua, más brillantes y más cercanas, y la lejana y achaparrada isla de Vashon recortada sobre el horizonte le recordó a Zack por qué le gustaba el estrecho. Hacía una noche clara; la niebla no se había extendido todavía.
Olivia se frotó los brazos por encima de la delgada tela del traje sastre. Zack se sacó su cazadora de piloto de piel e intentó ponérsela sobre los hombros.
Olivia se apartó de un salto sus buenos cinco centímetros.
—¡Caray, superagente!, se le va a congelar el trasero. Pensé que tal vez quisiera una chaqueta. Si quiere, podemos subir a la cabina; creo que tiene calefacción. —No estaba seguro. No recordaba haber subido nunca a la zona cubierta.
—Bueno, sí. Gracias, pero estoy bien.
Irritable, pero había algo… diferente. No era miedo, pero sí algo que él no fue capaz de precisar. Era evidente que algo la distraía. Zack se preguntó si sería de índole personal —había llamado a su ex marido por lo de los análisis de ADN mientras se dirigían al puerto— o profesional.
—Bueno, superagente, ¿alguna teoría?
Olivia no dijo nada durante varios minutos. El zumbido del ferry, las puertas de los coches que se abrían y cerraban en la cubierta inferior, los pasajeros que subían, los avisos de los miembros de la tripulación… Familiares, los sonidos adormecieron a Zack. El aire frío y salobre, mezclado con los gases de los motores diesel del ferry, lo llevó de vuelta a la realidad.
Echó una mirada a Olivia. La brisa le agitaba la media melena dorada por su elegante cara, y ella no paraba de metérsela con impaciencia detrás de la oreja, aunque el gesto contribuía poco a detener el baile de los pelos errantes.
La observó con detenimiento. Gran error.
Por debajo de una voluntad férrea, Olivia St. Martin era toda feminidad. Y bajo aquel pelo reluciente, había un cerebro que trabajaba. Mente aguda y cuerpo caliente. Aunque todas y cada una de las fibras de su cuerpo gritaban: «No me toques».
Si había algo que Zack Travis conocía era a las mujeres: cuándo tocar, dónde tocar, cómo tocar. Si les gustaban los besos suaves en el cuello o que les devoraran los labios a conciencia; las caricias suaves o el tacto apremiante. Con un simple roce exploratorio, él sabía con exactitud dónde se encontraban sus zonas erógenas; no las evidentes, sino las partes delicadas y ocultas. Un susurro en la oreja, un beso en el cuello, un rastro de calor desde la rodilla hasta el dedo meñique del pie.
Vio a Olivia como una gran zona erógena. Todo su cuerpo suplicaba ser abrazado, aunque al mismo tiempo exigía que todo el mundo se mantuviera a distancia, que nadie se acercara demasiado. Se deducía por la forma que tenía de abrazarse a sí misma, y por la forma en que sus ojos se ensombrecían cuando alguien se acercaba demasiado.
Bajo aquel exterior gélido, había una mujer ardiente. De repente, de manera espontánea, Zack deseó romper aquel caparazón y observarla derretirse.
¿Por qué no le gustaba que la tocaran? ¿Le había ocurrido algo? ¿En el trabajo… o antes? ¿Cuál era la razón de tanta contención y autocontrol?
Vio en ella algo excepcional, especial. Y deseó saber más sobre ella.
Zack cambió de postura, incómodo por los derroteros que tomaban sus pensamientos, y volvió a centrarse en el agua. Un silbato anunció a los pasajeros que faltaban dos minutos para zarpar. El motor al ralentín del ferry retumbó mientras el capitán se preparaba para la partida.
Como si el cambio experimentado por el ferry bajo sus pies la incitara a hablar, Olivia dijo:
—En las diez ciudades donde sabemos que ha estado el asesino, este se ha tomado hasta seis meses entre el primero y el último asesinato.
Aunque sus palabras fueron realistas, y empleó un tono de voz tranquilo, tenía todos los nervios del cuerpo a flor de piel.
A cualquier otra mujer, y Zack le habría eliminado la tensión de los hombros con un masaje. Pero no se atrevió a alargar la mano hacia Olivia.
En su lugar, dijo:
—Si Jillian Reynolds es de hecho su primera víctima en Seattle, ¿por qué la habrá mantenido oculta durante tres meses?
—No lo sé —respondió ella. Su piel aparecía pálida bajo la luz artificial.
—Cuénteme todo lo que sepa. No tuvimos ocasión de hablar de todos los casos antes de salir. —Zack ya sabía que tendría que pasarse todo la noche revisando los expedientes de Olivia para ponerse al corriente.
—Muy bien, pongamos por caso que hubiera atacado aquí primero —dijo Olivia—. Hace tres meses. ¿Qué día desapareció Jillian Reynolds?
—El trece de junio.
—Junio… Luego, secuestra a Jennifer Benedict la primera semana de septiembre. Esos son unas nueve o diez semanas. Y a Michelle Davidson unas tres semanas después.
»Tendremos que determinar el patrón de todos los demás casos —prosiguió Olivia—, pero si recuerdo bien mis notas, a medida que se acerca a la cuarta víctima, ataca cada vez más deprisa, y luego desaparece. —Arrugó el entrecejo—. Pero no siempre. No tiene un programa claro. En Colorado asesinó a cuatro niñas en un período de seis semanas. Esperó casi cinco semanas desde la primera, y luego asesinó tres más en diez días. Es como si tuviera un sexto sentido que le indicara cuándo asesinar, cuando pararse y cuando marcharse.
—Los asesinos en serie tienen un instinto de supervivencia muy acusado —comentó Zack.
Olivia le lanzó una mirada.
—Tiene razón. Tal vez debería preguntarle por las cuestiones relativas al perfil.
—Aprendí mucho de los asesinos en serie cuando el asesino de Green River andaba suelto.
—Recuerdo ese caso. Trabajé en… —Olivia se detuvo.
—¿Estuvo aquí? ¿Formó parte del grupo operativo? —preguntó Zack.
Olivia sacudió la cabeza.
—Solo actué como asesora. Eso ocurrió hace mucho tiempo, y mi intervención fue pequeña. Nunca vine aquí.
Zack se puso a la defensiva; había algo raro en la voz de Olivia. El estridente silbido sobresaltó a Olivia, que pegó un brinco. Luego, cuando Zack habló, se sintió como una idiota.
—El ferry está zarpando. El trayecto dura veinte minutos.
Olivia ser recuperó. Había estado a punto de echarlo todo a perder solo llevaba trabajando con el detective Travis unos pocas horas. Había estado en un tris de decirle que había procesado las pruebas indiciarias de la investigación de Green River. Si quería continuar en el caso, tendría de ser más cuidadosa.
Se quedó mirando fijamente el agua, abrazándose. Ojalá no hubiese rechazado el ofrecimiento de la cazadora de Zack, pero no habría sido prudente aceptar; se habría sentido aún más pequeña de lo que era. El detective Travis tenía un cuerpo impresionante; era sus buenos treinta centímetros más alto que ella y era ancho. En absoluto gordo, solo grande; igual que un leñador, todo pecho y músculos de acero. Y la manera en que la miraba, como si pudiese ver bajo sus ropas además de bajo su piel, le molestaba hasta el infinito. Nadie la había estudiado jamás con tanto detenimiento; ni con tanto descaro. Era como si él estuviera intentando imaginarse qué era exactamente lo que estaba pensando Olivia, lo que había hecho en el pasado y lo que probablemente fuera a hacer en el futuro. En una palabra: estaba valorándola.
Y su examen minucioso la ponía nerviosa.
Lo único que quería era detener al asesino que había dejado libre sin querer cuando acusó a Brian Harrison Hall por el asesinato de Missy. No era tan ingenua como para creer que fuera la única responsable de la condena de Hall —había habido bastantes pruebas circunstanciales que la justificaron—, pero había leído los informes, y sabía que la identificación que había hecho contribuyó a la decisión. Y por culpa de aquella, un asesino brutal vagaba por todo el país libremente.
Había atravesado las fronteras estatales a voluntad sin llamar la atención de las autoridades. En las diferentes investigaciones, cuatro hombres habían resultado sospechosos, y tres habían sido condenados. El último había sido puesto en libertad por falta de pruebas, pero después de examinar cada caso, Olivia sabía que todos eran inocentes. Era él, el asesino de Missy, que se burlaba del sistema. El asesino de Missy era inteligente; sabía lo que se hacía. Lo planeaba todo, y se deleitaba en ello. Y no se detendría hasta que estuviera en la cárcel. O muerto.
—Un centavo por sus pensamientos.
Olivia pegó un respingo; casi se había olvidado de dónde estaba. En Seattle; a bordo de un ferry; con un detective sagaz que no dejaba de estudiarla. No sabía si irritarse, sentirse halagada o preocuparse. Carraspeó y se frotó los brazos intentando ser discreta. No quería que el detective Travis supiese lo helada que realmente estaba.
—Estaba pensando en algo que me ha estado preocupando desde que empecé a reconstruir estos caos —admitió Olivia—. Vaya, usted sabe tan bien como yo que la mayoría de los asesinos en serie no quieren ser atrapados. Viven para la caza, disfrutan de la muerte y harán cualquier cosa para evitar que los atrapen. Pero estaba pensando en el asesino BTK de Kansas. Metió la pata y lo atraparon. Sus crímenes se prolongaron a lo largo de los años, aunque, no obstante, solo asesinó a diez personas. Cuando mencionó al asesino de Green River, pensé en cómo había confesado los cuarenta y ocho asesinatos, la mayoría cometidos casi veintiocho años antes de que fuera detenido.
—La mayoría de los polis que intervinieron en el caso pensaron que había matado a bastantes más —dijo Zack.
—Como yo —dijo Olivia—. Pero la cuestión es que lo echó todo a perder. Y lo que condujo a la detención fue su semen… un ADN con décadas de antigüedad. Tenemos el ADN de este asesino… pero no coincide con nada. Nunca ha sido detenido por un delito sexual; no ha metido la pata. No ha cometido ninguno de esos errores que podrían ponernos en el camino de su detención. Durante treinta y cuatro años, ha asesinado con impunidad ocultando el patrón y pasando desapercibido, de manera que pueda seguir asesinando a esas niñas.
Olivia entrecerró los ojos. No había sido su intención decir tanto; respiró profundamente. Zack la estaba mirando de forma extraña. ¿Lo había fastidiado todo? Por lo general, no solía mostrarse tan apasionada sobre… bueno, sobre nada. Pero el estar allí, tan cerca del asesino de Missy, le estaba afectando de alguna manera. No era capaz de pensar con claridad y estaba dejando que tanto las circunstancias como el intenso examen de Zack la sacaran de quicio. Pero mantener la coherencia de las mentiras estaba resultando bastante más difícil de lo que se había imaginado.
—¿Por qué está usted aquí?
—No le entiendo.
—Olivia. —La voz de Zack era grave, profunda e imperiosa—. ¿Por qué usted? ¿Por qué está usted aquí extraoficialmente y no otra persona?
Olivia tragó saliva y rezó para que Zack no se diese cuenta de su crispación. Durante las últimas semanas había estado viviendo un infierno, y se le había ido haciendo cada vez más difícil controlar sus emociones. ¿Qué le podía decir sin correr ningún riesgo? Era una mentirosa de pena. Era capaz de orillar la verdad —el jefe Pierson no le había hecho ninguna pregunta comprometida, porque Greg había allanado el camino la víspera con una llamada telefónica—, pero mentir era casi un imposible para ella.
De haber sido capaz de mentir acerca de sus sentimientos, probablemente seguiría casada con Greg.
—Hace años me vi mezclada en un caso del que este asesino se libró —dijo Olivia con prudencia, escogiendo las palabras—. Un hombre inocente fue a la cárcel. Quiero atrapar a este tipo, al verdadero asesino. Acabar con su reinado de terror.
Zack la miró de hito en hito. Olivia le devolvió la mirada, decidida a no apartar los ojos. Mantén la barbilla erguida; no retrocedas nunca; no demuestres debilidad jamás.
—Culpabilidad.
Olivia entrecerró los ojos. ¿Cómo podía él acercarse tanto a sus verdaderos sentimientos cuando ella los mantenía tan profundamente enterrados? La inspección de Zack de sus motivaciones le crispó los nervios.
—Bueno, no tanto.
—No intente librarse de ella, Olivia. No es algo malo, necesariamente. La culpa puede ser una motivación potente. También tiene la fuerza para destruirle a uno. Envió a un tipo inocente a la cárcel; y ahora quiere que se haga justicia porque se siente culpable.
Muy cerca; demasiado. Olivia no supo qué decir.
—Se está quedando helada —dijo Zack.
Una vez más, Zack la desconcertó. Había sacado demasiados sentimientos a la superficie, y entonces dejaba el tema con tanta rapidez que ella se había quedado sin saber qué decir.
Olivia empezó a protestar, pero él la miró fijamente a los ojos y se limitó sacudir la cabeza con una media sonrisa en los labios.
Sin preguntar, le echó su gastada cazadora de piel sobre los hombros. La prenda era demasiado grande; a Olivia le llegaba hasta la cadera y le colgaba por las manos. Se sentía como si la hubiese abrazado un oso, y el calor residual de Zack la acarició. Su olor a jabón barato y a piel impregnaron los sentidos de Olivia. Cálido, íntimo… demasiado íntimo.
Olivia apartó la mirada de los ojos de Zack; se mordió el labio inferior y miró hacia el agua. La isla era mucho grande de lo que parecía desde el West Seattle. Se centró en ella y no en Zack, aunque siguió imaginándose sus ojos oscuros, inteligentes y sagaces.
—¿Por qué ingresó en el FBI? —preguntó Zack al cabo de varios segundos de silencio.
Ella lo miró. Error. Zack la miraba de hito en hito. Si mentía, él lo sabría con toda seguridad.
—Conocí a alguien que fue asesinado —dijo Olivia apartando la mirada—. Cuando un reclutador del FBI visitó el campus de mi universidad, me sentí obligada a solicitar la entrada después de licenciarme. —¡Listo! La verdad… o algo así.
—¿Quién fue asesinado?
¿Por qué tenía que haber dicho nada? Estaba invitando a que le hicieran preguntas que no quería responder.
—Mi hermana —dijo en voz baja mirándose las manos, que se aferraban a la barandilla mientras las mangas de la cazadora de Zack le cubrían los dedos. Solo pensar en Missy le hizo un nudo en el estómago.
—Lo siento. —Pareció sincero—. Yo también tenía una hermana.
Olivia se volvió hacia él, sorprendida.
—¿Qué ocurrió?
Zack hizo una pausa.
—Se juntó con la gente equivocada. Acabó consiguiendo que la mataran.
—Es espantoso. ¿Era joven?
—Veintidós años. Estaba en la universidad.
—Veintidós años. Y en la universidad.
La voz de Olivia contenía tanta amargura como dolor. No pudo por menos que preguntarse qué otras cosas concurrían en la historia. Pero no lo iba a preguntar. Zack podría empezar con sus propias preguntas, preguntas más difíciles que ella no podría eludir.
—Los jóvenes se creen invencibles —dijo Olivia al cabo de un instante—. Indestructibles. Nada los puede herir. —Ella había creído eso durante los primeros cinco años de vida. Y por su experiencia desde entonces, sabía que la mayoría de los niños se hacían adultos antes de darse cuenta de que no eran superhombres.
Con demasiada frecuencia, se enfrentaban a la muerte antes de llegar a esa conclusión. Los desafortunados no conseguían una segunda oportunidad en la vida.
Se estaban acercando a la isla. Al principio, no había parecido que hubiera algo allí, solo una especie de débil resplandor en el horizonte. Pero a medida que se habían ido acercando, el resplandor se había convertido en unas luces nítidas, y la isla tomó forma contra el cielo negro.
Olivia volvió la cabeza para ver el este de Seattle, recortado contra el horizonte.
—¿No es espléndida? —dijo Zack en voz baja y llena de respeto reverencial—. Como diamantes contra el cielo nocturno. Esta es mi vista preferida de la ciudad.
«Diamantes contra el cielo nocturno». ¡Qué hermoso! Sin embargo, la belleza que se yuxtaponía al escenario de la muerte que los esperaba impresionó tan vivamente a Olivia que cerró los ojos.
No quería ver el cuerpo de la niña. Y tampoco quería estar en la isla engañando a nadie con sus credenciales; sobre todo a un policía entregado a su trabajo como Zack Travis. Pero no había otra salida, y se reprendió para superar sus remordimientos.
Haría lo que fuese necesario para atrapar al asesino de Missy. Quizás esa vez el asesino hubiese metido la pata; tal vez esa víctima les proporcionase las pruebas que necesitaban para encontrar a su agresor.
Olivia confió y rezó porque apareciese algo —lo que fuera— que condujera hasta el asesino.
Antes de que muriese otra niña.