Olivia aborrecía las autopsias, pero en las pocas que había presenciado, siempre se las había arreglado para salir adelante. La pura fuerza de voluntad para controlar sus emociones le permitía mantener una apariencia de tranquilidad mientras observaba al forense despiezar y volver a juntar un cadáver humano.
Nunca había presenciado la autopsia de un niño, pero no perdería la profesionalidad. Era un científica. Podía hacer aquello por Jillian Reynolds y Missy, y por todas las víctimas de quien ya era denominado por la prensa como el Aniquilador de Seattle.
Respiró hondo y echó una mirada a Zack. Este tenía la mirada fija al frente, en dirección a la puerta por la que aparecería el forense. Su cara angulosa era todo un poema de rigidez y dureza, como si él también estuviese librando una batalla interior.
Si un hombre tan experimentado y fuerte como Zack Travis lo estaba pasando de pena en aquel cuarto, ¿cómo podía confiar ella en observar y conservar la imparcialidad?
Las puertas se abrieron, y un pequeño anciano de rasgos asiáticos entró empujando una camilla de acero inoxidable con ruedas. Lo siguió una mujer atractiva, alta y con el pelo negro recogido hacia atrás por una cinta. La mujer hizo un gesto con la cabeza hacia Zack y le lanzó una media sonrisa. Para Olivia fue más fácil observar aquel intercambio de saludos y preguntarse de qué se conocían que mirar a la sábana blanca colocada sobre el pequeño cuerpo.
La mujer empezó a disponer el instrumental mientras el hombre escribía en un diario. Las puertas se volvieron a abrir, y un hombre rechoncho y canoso, que a Olivia le recordó a un Santa Claus bajito, entró de sopetón, saludando con la cabeza a su personal mientras atravesaba la sala hasta donde estaban ella y Zack.
—Detective Zack. —Los dos hombres se dieron la mano. Incluso sin sonreír, el forense parecía un tipo jovial.
—Doctor Sparks, esta es la agente St. Martin, del FBI.
El doctor Sparks cogió la pequeña mano de Olivia entre las suyas.
—Empezaremos de aquí a un momento. —Deslizó la mirada de Olivia a Zack—. Esto no va a resultar agradable de ver. Hemos limpiado el cuerpo lo mejor que hemos podido (y hemos enviado lo que hemos reunido a Doug, al laboratorio), pero la víctima está en un avanzado estado de descomposición.
—Podremos con ello —dijo Zack.
Olivia quería quedarse; quería ver lo que aquel hijo de puta le había hecho a Jillian Reynolds. Pero tan pronto como el doctor Sparks retiró la sábana, tuvo que marcharse.
—Lo siento —dijo entre dientes en dirección a Zack, y salió corriendo por la puerta.
Estaba casi fuera del edificio cuando Zack la alcanzó.
—Olivia.
No podía mirarlo. ¿Qué debía de estar pensando de ella? Qué carecía absolutamente de profesionalidad. Pero si se hubiese quedado, no habría podido controlar su reacción, y eso era sencillamente inaceptable.
—Lo siento —repitió Olivia.
Zack la agarró por los hombros obligándola a ponerse frente a él. Olivia pensó que vería en sus ojos frustración o enfado o algo que demostrara que sabía que era ella era un fraude. En cambio, solo vio una profunda compasión.
—Liv —dijo Zack con dulzura utilizando su diminutivo familiar—. No pasa nada. Lo entiendo. Dé un paseo. Me reuniré con usted aquí mismo dentro de una hora.
Olivia asintió con la cabeza temiendo que si hablaba se le quebrase la voz.
Salió del edificio y caminó briosamente por la calle abarrotada del tráfico de mediodía. Lo único que quería era alejarse del edificio, huir de la muerte.
«No pienses en ello. No pienses en el aspecto que tiene ahora Jillian».
Durante un instante fugaz se preguntó si la imagen del cuerpo la perseguiría durante el resto de su vida. ¿Cómo podía ser científica (testigo de infinidad de autopsias, cadáveres y horribles fotos de escenarios de crímenes) y que una víctima la descompusiera?
«¿Quién soy? ¿En qué me he convertido?».
Al cabo de unos minutos amainó el paso no sabiendo lo lejos que había llegado. Se paró cerca de una fuente, en el exterior de un edificio que supuso el Ayuntamiento. Los trabajadores que salían a correr, ataviados con camisas y zapatillas deportivas, paseaban con energía a su alrededor en parejas o tríos, charlando mientras quemaban calorías. Hacía un precioso día otoñal. Perfecto, cálido, con una ligera brisa y un límpido cielo azul.
¿Un día perfecto? No precisamente. Una niña de nueve años yacía en una fría sala de autopsias al final de la manzana. Una niña que nunca volvería a disfrutar de un día de otoño.
Se sentó en un banco delante de la fuente y observó fijamente el agua danzarina.
Tenía cinco años cuando Missy había sido asesinada, y recordaba sus sentimientos de miedo e impotencia más que cualquier otro detalle del secuestro real.
El tatuaje. Jamás lo había olvidado. El águila azul seguía produciéndole pesadillas, aquella manera de ondularse bajo los músculos de Hall, la manera de abultarse, como si estuviera a punto de levantar el vuelo…
Hall, no; otra persona. Otro asesino. ¿Lo había conocido Hall? Parecía una coincidencia excesiva que la camioneta de Hall hubiera sido la utilizada, y que él tuviera al mismo tatuaje que el asesino de Missy. Un águila azul no era un tatuaje infrecuente, mas no obstante… ¿Dos hombres jóvenes en la misma ciudad relacionados por la camioneta de Hall? No estaba convencida de que Hall no hubiese estado involucrado; era su camioneta, esa prueba era segura. Había vuelto a leer varias veces el informe de la policía sobre el asesinato de Missy desde la excarcelación de Hall. No había ninguna duda de que se había encontrado sangre de Missy en la camioneta. Y las fibras de las esterillas del vehículo estaban en la ropa de su hermana.
Missy había estado allí. ¿Pero Hall había tomado parte en su secuestro? ¿O era víctima de las circunstancias?
La melodía de su móvil la sobresaltó, y hurgó a tientas en el bolso para coger el teléfono. Era Greg.
—Hola. ¿Va todo bien? —preguntó Olivia.
—Tengo la muestra de ADN. Gracias por enviarlo en avión; eso nos da otro día. Empezaré las pruebas esta noche. Nos llevará un par de días, pero te haré llegar los resultados lo antes posible.
La mayoría de la gente que veía la televisión pensaba que entendía lo del análisis del ADN, pero lo cierto es que se trata de un proceso complicado y lento. Las partes más amplias del ADN de una persona son, en realidad, iguales a las del ADN de todas las demás personas, sencillamente porque todos son seres humanos. Pero cada individuo posee fragmentos exclusivos de ADN, y son estos los que los científicos necesitan para elaborar un perfil genético único.
Pero, aunque importante, el perfil genético era solo un pequeño paso. Todavía necesitaban un sospechoso con quien cotejar el perfil.
—Confróntalo con todos los perfiles de ADN de aquellos casos antiguos —dijo Olivia. En cuanto lo consiguieron, dos semanas antes, habían confrontado el perfil de ADN del caso de Missy con el de los agresores conocidos incluidos en el CODIS, pero no había habido coincidencias. El tipo no había sido introducido jamás en el sistema. Pero mientras Olivia estaba en Seattle, Greg estaba poniendo a trabajar a sus contactos para ver si había algún otro perfil elaborado a nivel local que, por una u otra razón, no hubiese sido introducido en el CODIS.
—Ya lo tenía previsto.
—Será una confirmación más cuando por fin lo encontremos. No quiero que se escape.
—Conozco mi trabajo, Olivia.
Greg parecía irritado.
—Perdona —dijo Olivia sintiéndose terriblemente culpable una vez más por haberlo puesto en aquella situación.
Greg suspiró.
—Ten cuidado, Liv, ¿de acuerdo? Me tienes preocupado.
—Sé que lo estás, pero por el momento estoy bien. El jefe Pierson ni se inmutó cuando llegué ayer a la comisaría. Estoy trabajando directamente con el detective que lleva el caso. Se ha encontrado otro cadáver, este de hace tres meses. —Le hizo un sucinto resumen sobre la desaparición y descubrimiento de Jillian Reynolds—. Probablemente se trate del mismo tipo. El detective Travis asiste a la autopsia en este preciso instante.
—¿Qué tal es el laboratorio de allí? ¿Son competentes?
—Mucho. Hay un laboratorio criminal del estado, pero Seattle también tiene el suyo propio, y le han dado prioridad a este caso. Lo comprobé ayer, y por lo que pude ver, no han descuidado nada. —El teléfono de Olivia emitió un pitido; miró la pantalla de identificación de llamadas, pero no reconoció el número, aunque si advirtió que el código era del área de Seattle. ¿Había terminado ya Zack con la autopsia?—. Tengo que colgar, Greg. Te llamaré cuando tenga noticias.
—Ten cuidado —repitió él, y colgó.
—Olivia St. Martin —respondió Olivia.
—¡Liv! Soy Miranda.
El corazón de Olivia se aceleró. ¿Por qué la llamaría Miranda? ¿Sabía que estaba en Seattle?
—Miranda… qué sorpresa.
—Quinn y yo acabamos de volver de nuestra tardía luna de miel, y me he enterado de que Hall había sido puesto en libertad. No sabes cuánto lo siento.
La mente de Olivia proceso la información. Eso era verdad; su luna de miel se había visto interrumpida cuando se había requerido la presencia de Quinn para una investigación trascendental. Olivia había analizado para él en el laboratorio algunas de las pruebas de sangre de una sucesión de asesinatos ocurridos en varios estados.
Olivia se puso tensa. Quinn Peterson estaba destinado en la oficina del FBI en Seattle, aunque era absolutamente imposible que supiera que ella estaba allí. ¿O no era tan imposible? ¿Habría llamado el jefe Pierson para comprobar sus credenciales con la oficina de campo local, en lugar de fiarse de la llamada telefónica y la información de contacto de Greg? Olivia creyó que no; Pierson se había mostrado cordial y pareció creerse todo lo que ella había dicho.
—¿Liv? ¿Estás ahí?
Olivia sacudió la cabeza para aclararse las ideas.
—Sí, perdona, es que me pillas en mitad de algo. —Mentirosa. Y con su mejor amiga. Su estómago vacío sintió nauseas. Una cosa era pedirle a Greg que infringiera las normas por ella, y otra muy distinta poner a Quinn Peterson en la situación de tener que mentir a su jefe.
—Siento molestarte. Estoy segura de que estás ocupada, pero tenía que llamar y asegurarme de que estabas bien. Quinn me contó que el abogado de Hall cuestionó la prueba del ADN y demostró que Hall no había… esto… —La voz de Miranda se fue apagando.
—No, él no violó a Missy.
A Olivia le entraron unas ganas enormes de contarle a Miranda dónde estaba y qué estaba haciendo. La situación la superaba. Apasionadamente leal, Miranda le guardaría el secreto.
—De verdad que lo siento —repitió Miranda—. ¿Tiene alguna pista la policía? ¿Qué está haciendo el FBI?
Cabía esperar las preguntas de Miranda, pero Olivia no sabía qué responder.
—Esto… no lo sé.
—¿Qué es lo que está haciendo el FBI? —oyó decir Olivia a Quinn al fondo.
Él estaba allí. No había manera de que Olivia pudiera hablar de sus actividades en ese momento. Y no era justo pedirle a Miranda que ocultara semejante secreto a su marido, un agente del FBI. No, eso la pondría en una situación comprometida, y lo último que Olivia deseaba era meterse entre Quinn y Miranda. Esta ya había pasado por demasiadas adversidades en su vida, y se merecía ser feliz con un hombre al que era evidente que amaba.
—Gracias por llamar —dijo Olivia—. Agradezco tu preocupación. Pero estoy bien. De verdad.
—¿Has hablado con la policía de California? ¿Tienen alguna otra pista?
—Hablé con Hamilton Craig, el fiscal que llevó la acusación contra Hall. Como es natural, ha reabierto el caso. Aunque este está frío, y no creo que tengan recursos para proseguir con él. —Cambio el peso de su cuerpo al otro pie, aliviada porque Miranda no pudiera verla; habría sabido que no le estaba diciendo toda la verdad.
—Pregúntale sobre… —terció la voz de Quinn al fondo.
—Quinn quiere saber si, ahora que se ha reabierto el caso, el ADN del caso de Missy ha sido introducido en el CODIS, y que si puede hacer algo… ¡Caray!, deja que te lo pase y así podréis hablar de las cosas de trabajo.
—No, de verdad —se apresuró a decir Olivia—. Tengo que volver al trabajo. Confío en la gente que lleva el caso, pero está frío, y tengo que aceptarlo.
—Pero…
—Te llamaré luego, cuando haya menos ajetreo.
—Va… le —dijo lentamente Miranda—. Cuídate. Y Liv…
—¿Qué?
—Que te quiero.
• • •
La sala estaba demasiado fría. Un intenso silencio impregnaba la atmósfera, como si el propio edificio estuviera conteniendo la respiración, y solo fuera interrumpido por el entrechocar del instrumental metálico sobre la camilla metálica.
Durante la autopsia de Jillian Reynolds, Zack había pasado del malestar a la furia de manera alternativa. Lo observó todo sin hacer ningún comentario, con la mandíbula apretada. Había asistido a muchas autopsias; nunca se sentía completamente cómodo, pero aquello era una parte de su trabajo y la cumplía sin quejarse. Jamás se había terminado de acostumbrar al olor, pero por lo general bromeaba con el forense y fingía interesarse en lo que el viejo excéntrico hacía.
Pero ese día no. No con aquella pequeña allí. Nadie habló, ni Zack ni el doctor Sparks ni sus ayudantes.
El tiempo había discurrido lentamente, pero solo transcurrieron setenta minutos desde el principio hasta el final, y Zack consiguió todo lo que necesitaba. Causa de la muerte: múltiples puñaladas en el pecho y abdomen. A Dios Gracias, la muerte había sido rápida, pero no se había producido antes de la agresión sexual.
Zack nunca había tenido tantos deseos de atrapar a un asesino como aquel.
Tenían una buena noticia: una posible muestra de ADN. No se trataba de semen, sino de tres pelos del vello púbico con bulbos. No había manera de saber si se habían degradado hasta el punto de que su ADN fuera irreconocible, pero al menos era algo con lo que trabajar. Le dijo a Sparks que Doug Cohn enviaría a alguien a recogerlos en cuanto los hubieran preparado para ser transportados.
Confiaba en que el ex marido de Olivia fuera el buen tipo que ella parecía creer que era y que no se negase a acelerar otro par de pruebas. No pudo por menos que preguntarse qué es lo que había ocurrido para que se hubiera convertido en ex marido.
—Doctor Sparks, ¿había alguna marca en el antebrazo derecho, como en los casos de Benedict y Davidson?
—No quedaba suficiente piel ni tejido muscular para decirlo. Las abrasiones de los otros casos eran superficiales, y no hay manera de saber si el asesino dejó las mismas marcas en esta víctima. Pero sí que le confirmo que le cortaron el pelo. Lo pondré todo en el informe.
—Gracias.
Cuando el doctor Sparks terminó de lavarse, Zack salió de la sala de autopsias. No encontró a Olivia en el vestíbulo. Se pasó la mano por la cara áspera y se dio cuenta de que esa mañana había olvidado afeitarse, algo que le ocurría con frecuencia, sobre todo cuando trabajaba en un caso difícil.
Deseó poder haberle dicho algo más a Olivia que le hiciera saber que no pasaba nada porque se hubiera marchado. Antes de que hubiese recuperado la entereza, el dolor que había asomado a su mirada había sido inconfundible. De ninguna manera podía culparla por su reacción; sin embargo, Olivia tenía un carácter tan fuerte, que a él le sorprendió que no se hubiera mantenido en sus trece solo para demostrarle que era una poli dura.
Ya solo eso le intrigaba. Sin duda alguna, Olivia St. Martin era algo más que una cara bonita y una aguda inteligencia.
«Detente, Zack». Era una insensatez pretender entender a la Superagente. Había dejado perfectamente claro con su lenguaje corporal que no quería que se le acercara nadie. Aunque tuvo que admitir que ella le estaba empezando a gustar; había tanta energía contenida en aquel pequeño cuerpo. Olivia se movía bajo su influjo. Zack dudaba que ella se hubiese dado cuenta siquiera de la manera que tenía de meterse constantemente el pelo detrás de la oreja, de tirarse de los lóbulos de las orejas o de juguetear con el único anillo de su mano derecha.
¿Dónde estaba Olivia? Estaba un poco preocupado. No es que no pudiera cuidar de sí misma. Zack consultó su reloj. Le daría cinco minutos y luego intentaría encontrarla. Podría ser que solo estuviera en los servicios de señoras.
Un movimiento delante del edificio atrajo su atención, y miró hacia la doble puerta de cristal que conducía al exterior. Olivia St. Martin abrió una de las hojas y entró; una vez dentro, entrecerró los ojos para adaptarse a la luz artificial. Tenía la piel pálida; demasiado pálida. Su mano rozó la oreja para meter el pelo detrás, aunque enseguida unos cuantos pelos cayeron hacia delante. Cuando vio a Zack al otro lado del vestíbulo, se irguió y endureció la mandíbula, y su cara perdió la expresión de debilidad con la que había entrado.
—Debo disculparme por mi comportamiento tan poco profesional —dijo Olivia al llegar hasta él—. No debería haberme marchado.
Los sentimientos que bullían bajo la fría máscara de Olivia casi se podía tocar, pero ella se esforzó en impedir que Zack viera algo. ¿Por qué sentía esa necesidad de mantener un control tan férreo sobre sus emociones? Si él no diera rienda suelta a su frustración cada mañana en el gimnasio, estaría de un humor de perros todo el día. El trabajo exigía mucho; cada uno se desfogaba como podía.
—Ya le he dicho que lo comprendía. No tiene que fingir ante mí que es una chica dura. —Se interrumpió, sintiéndose violento—. He conocido a hombres muy fuertes que se han derrumbado ante la visión de un niño encima de esa mesa.
Olivia suspiró e intentó sonreír, pero evitó el comentario de Zack por completo cuando preguntó:
—¿Ha arrojado algo útil el examen?
—Vello púbico. El doctor Sparks lo está preparando para su envío. ¿Cree que su ex marido daría prioridad a otra muestra? —Zack intentó restarle importancia al tema, pero Olivia no estaba de humor.
Le dio la espalda a Zack y empezó a dirigirse a la puerta.
—Llamaré a Greg y le diré lo que quiero. Haga que Doug lo envíe al mismo sitio. Tenemos tiempo hasta mañana, porque aunque lo volviéramos a enviar en avión, no llegaría allí hasta bien entrada la noche. —Hizo una pausa y miró a Zack—. Pero se trata del mismo tipo. —No era una pregunta.
—Sin duda. —Zack frunció el entrecejo y salió a la calle tras ella. Técnicamente, él no entraba en servicio hasta las cuatro, pero ya había trabajado docenas de horas extras, la mitad de las cuales no las había anotado.
Alcanzó a Olivia en tres zancadas.
—¿Qué ocurrió en el caso en el que trabajó? ¿Dónde fue encarcelado el tipo equivocado?
Olivia dio un respingo casi imperceptible, pero Zack la estaba observando con mucha atención. Sin duda, aquel era un punto doloroso para ella.
—La policía encontró rastros de sangre en su camioneta que lo relacionaban con el asesinato de la niña —dijo Olivia con rapidez—. Mintió sobre su coartada; dijo que había estado en un bar, pero cuando aquello no se tuvo en pie, cambió su historia por la de que había estado en casa solo, durmiendo la mona después de un día de borrachera. Fue condenado en buena medida sobre la base de pruebas circunstanciales, pero las pruebas encajaban con las mentiras que le contó a la policía. No fue difícil utilizarlas para motivar al jurado. —Olivia dobló la esquina en dirección a donde Zack había aparcado después de recogerla en el hotel.
—¿Y entonces?
—Consiguió un abogado que se enteró de que había una muestra de ADN del asesino y la hizo comparar, lo cual demostró que él no había… —Dejó de hablar, pero se negó a mirar hacia Zack mientras avanzaba por la acera a grandes zancadas. Se aclaró la garganta—. Él no violó a la víctima.
—¿Y lo han soltado? ¿Así sin más?
—El fiscal del distrito se dio cuenta de que su acusación quedaba en entredicho con las nuevas pruebas. Puede que el tipo hubiera estado mezclado, pero las pruebas restantes eran circunstancias. No había nada que «demostrara» que la mató.
—¿Y por qué no se comparó antes el ADN?
—Es un caso antiguo.
¿Un caso antiguo? ¿Cómo de antiguo? Durante al menos los diez últimos años, algunos más en muchos lugares, la prueba del ADN había sido de uso corriente. Zack le lanzó una mirada a Olivia mientras cruzaban la calle hacia donde él había aparcado el turismo facilitado por la policía. A primera vista, Olivia parecía joven; Zack le había echado alrededor de los treinta la primera vez que la vio. Piel suave y delicada, pelo brillante, una figura esbelta y torneada. Pero en ese momento advirtió unas finas arrugas en torno a sus ojos y una ligera expresión de cansancio en el rostro. La manera que tenía de controlarse revelaba cierta madurez que la mayoría de las mujeres nunca adquirirían. Debía ser mayor de lo que él pensaba. ¿Treinta y cinco? ¿Más mayor? Tal vez aquel había sido el primer caso en el que ella había trabajado. La habría pifiado, se lo había tomado como una cuestión personal y andaba detrás de vengarse…
—¿No irá a jugar al somatén, verdad? ¿A intentar enmendar cualquier error que piense que cometió con las pruebas de ese viejo caso? Porque no me voy a quedar de brazos cruzados y dejar que los federales jodan la investigación. Quiero a ese tipo. Es un mal sujeto; pero lo quiero pillar con la ley en la mano. No voy a permitir que el hijo de puta se vaya de rositas por culpa de una investigación contaminada.
Olivia dejó de caminar bruscamente y se volvió hacia él con los puños cerrados en los costados. Todo su cuerpo vibraba con una furia contenida.
—Ese asesino ha eludido la justicia durante más de treinta años; no haré nada que ponga en peligro su condena. Nadie tiene más ganas de atrapar a ese asesino que yo, detective Travis. Lamento que tenga un problema con el FBI, ¡pero no se desquite conmigo!
Dicho lo cual, se alejó hecha una furia, deteniéndose solo cuando llegó al coche.
¡Vaya, vaya! Definitivamente, algo sucedía. Y como que se llamaba Zack averiguaría de qué se trataba.
Olivia no sabía qué mosca le había picado. Nunca se dejaba llevar por la cólera, pero sentía como si todo su cuerpo fuera un muelle tensado al máximo que estuviera a punto de soltarse, desparramando sus emociones en todas las direcciones.
Aquello tenía que ver con el haber visto a Jillian Reynolds sobre la camilla. Había sido solo un instante, pero la había puesto nerviosa. Había pensado —durante una fracción de segundo— que la que estaba tumbada allí era Missy. A punto de ser abierta por el forense.
Y luego estaba el haber hablado con Miranda —y haber mentido a su mejor amiga— y saber que ella y Quinn estaban en la ciudad. ¿Por qué tenía el asesino que haber atacado en Seattle? El único lugar donde tenía amigos de verdad. No le sorprendería que Miranda no le hubiese creído cuando le había dicho que estaba bien. Después de todo, era la peor mentirosa del mundo. Incluso por teléfono. Odiaba el engaño. Quería contarle la verdad a Zack; pero si lo hacía, no habría manera de que le permitiese tomar parte en la investigación. Incluso cabía la posibilidad de que llamase a Rick Stockton e hiciera que la despidieran. Zack tendría todo el derecho del mundo a hacerlo. Se había presentado con unas credenciales falsas, y había tergiversado sus funciones, y si aquel precario castillo de naipes se derrumbaba antes de que encontraran al asesino… No. No podía pensar en semejante cosa. Lo encontrarían. Tenían que hacerlo.
Los sentimientos de responsabilidad y remordimiento la atormentaron hasta el punto de casi impedirle respirar. Si no hubiese sido por su testimonio de hacía treinta y cuatro años, la policía no habría cerrado el caso. Y tal vez, solo tal vez, el verdadero asesino habría sido detenido.