Zack utilizó el despacho de Perdue para llamar al jefe Pierson y contarle todo de lo que se había enterado.
—Tenemos que emitir una orden de detención contra Chris Driscoll. Necesitamos su historial militar, su última dirección conocida y cualquier pariente vivo. Tal vez los federales puedan ayudarnos a conseguir sus antecedentes juveniles. Pienso en California. Su padrastro está en la cárcel en California por asesinato; Hall cree que mató a la madre de Driscoll. Y necesito interrogar cara a cara a su padrastro, Bruce. Su apellido podría ser Driscoll, pero no podemos estar seguros a ese respecto. Probablemente fuera detenido a finales de los años sesenta.
—Veré qué puedo hacer —dijo Pierson—. Podría haber muerto; a estas alturas probablemente ronde los setenta años. ¿Se va a quedar ahí esta noche?
—No, si puedo evitarlo. Tengo la corazonada de que Driscoll va a actuar. Por los patrones que Doug, Olivia y yo identificamos, se suele mover con rapidez al final de cada orgía criminal. —Zack consultó su reloj—. Son las once. San Quintín está a solo una hora o así hacia el norte de San Francisco. Iré hasta allí en coche y luego me dirigiré de vuelta al aeropuerto. Nuestro vuelo sale a las tres y cuarto. Debería de estar de vuelta ahí dos horas más tarde.
—Llamaré a la cárcel y le concertaré una visita.
—Si el tipo está muerto, quiero hablar con alguien que lo conociera; el alcaide, cualquier guardia con el que pudiera haber hablado, un recluso que fuera amigo suyo…
—Le llamaré dentro de una hora.
Zack colgó y buscó a Olivia con la mirada. Estaban en el exterior de los juzgados del condado de San Mateo, en Redwood City. Olivia estaba parada debajo de un roble y miraba fijamente una hilera de rosales que crecían cerca de uno de los laterales de la escalinata principal. Zack pensó que no estaba mirando nada; parecía perdida en sus pensamientos. No había tenido oportunidad de hablar con ella después de interrogar a Hall. Se acercó y la tocó en los hombros.
—Liv, ¿cómo lo llevas?
—Estoy bien.
Zack no dudaba de que lo estuviera, pero aquella experiencia le seguía resultando dolorosa.
—Estoy esperando a que Pierson me llame para ver si podemos entrar en San Quintín y hablar con el padrastro de Driscoll. Puede que hayan tenido algún contacto a lo largo de los años.
Cuando Olivia no dijo nada, Zack continuó:
—Hemos emitido una orden de detención contra Driscoll, y Pierson va a intentar que los federales se ocupen de averiguar si el tipo tiene alguna prestación del ejército. Es probable que reciba una pensión o, como mínimo, que tenga algún tipo de cobertura sanitaria. Hasta los asesinos necesitan un médico de vez en cuando.
—No creo que a él le preocupe eso. Es demasiado metódico para dejarse atrapar por el sistema. Probablemente, no utilice su propio nombre. Y sabes tan bien como yo lo fácil que es crear una nueva identidad, si se sabe lo que se está haciendo.
—Pierson intenta conseguir una foto. Será antigua, pero podemos hacer que un artista forense haga una extrapolación de su aspecto probable actual.
—Bien. Quiero ver las fotos. Antes y después.
—¿Estás segura?
Olivia se volvió para mirarlo, y aunque su cara era una máscara, en su voz había un dejo de emoción.
—Pues claro que estoy segura. Tengo que verla. ¿Crees que no podré soportarlo? No me voy a desmoronar ahora.
—No creía que lo fueras a hacer. Solo quería ahorrártelo.
Olivia parecía querer discutir con él; su mentón se movió espasmódicamente, y cerró los ojos.
—Tengo que ver esa cara —susurró—. Quizá fuera eso lo primero que me impulsó a ir a Seattle. Durante treinta y cuatro años me he imaginado a Brian Hall como el hombre que destruyó a mi familia. Quiero ver quién es el verdadero responsable.
La atrajo hacia él y la estrechó entre sus brazos. Al principio, Olivia se puso tensa, pero terminó relajándose en el abrazo de Zack. ¿Llegaría a sentirse cómoda alguna vez con el tacto de Zack? Entonces, le rodeó la espalda con los brazos y lo abrazó con fuerza; en aquel pequeño gesto había una buena dosis de confianza. No era algo que ella hiciera a la ligera, se percató Zack, mientras le besaba la parte superior de la cabeza.
Entonces, Olivia se apartó.
—Gracias, Zack. Por comprender. Y por dejarme hacer lo que tengo que hacer.
• • •
Enfurecido, Brian salió del juzgado como un vendaval. Su maldito abogado le había dicho que pasaría «por lo menos» otro mes antes de que recibiera su indemnización. Probablemente, tres. Aunque, «con toda seguridad, para enero».
¡Enero! No tenía dinero, lo que le pagaban en el trabajo y nada eran lo mismo, y tenía que salir de la ciudad. No fuera a ser que alguien descubriera que él había apiolado al poli y al fiscal.
Brian había pensado que si acudía allí ese día, y cumplía con su jodido «deber cívico», ellos le darían al menos una puta recompensa.
Chris Driscoll le había tendido una trampa. Aquel cabrón de mierda había dejado que se pudriera en la cárcel mientras él se iba de rositas.
Era culpa de los polis. Deberían haberle hecho aquellas preguntas antes; nadie le había preguntado jamás por alguien que tuviera un motivo para tenderle una trampa. No, habían dado por sentado que era culpable, y solo quisieron saber dónde había estado y con quién, y no se tragaron que había estado durmiendo la mona después de una juerga. ¿A quién le importaba si mintió acerca de dónde había estado? Todo el mundo «sabe» que los polis son unos vagos hijos de puta a los que les trae sin cuidado que seas inocente.
Al salir del juzgado, vio su ranchera medio destartalada delante del edificio. Una multa de color amarillo se agitaba prendida en su limpiaparabrisas.
¡Vaya, hostias!
Arrancó la multa de un tirón y la rompió en dos. No iba a pagarla de ninguna manera.
Entonces fue cuando la vio.
Estaba parada bajo un árbol, vestida impecablemente, y el poli que le había preguntado por Driscoll la agarraba por los hombros. La estaba mirando. Entonces, se inclinó y la besó, la rodeó con sus brazos y se alejaron, camino del aparcamiento del otro lado de la calle.
Allí estaba ella. Hall no llevaba su pistola; no se había atrevido a llevarla al juzgado. Podría haberle pegado un tiro allí mismo, en ese mismo instante.
Seattle. ¿Estaba ella en Seattle con el poli? Brian se rascó la cabeza. Había registrado el escritorio del poli, y había encontrado una dirección de Olivia St. Martin en Fairfax, Virginia. Había planeado dirigirse a Virginia, atraparla y tal vez subir hasta Canadá y quedarse por allí sin llamar la atención durante algún tiempo. Quizás, haberla visto fuese una señal. Ella no estaba en Virginia; estaba trabajando con el poli de Seattle.
Tal vez debería ir a Seattle; no tardaría más de dos días en coche. Pasaría por la ratonera de su piso, cogería sus cosas y se largaría. Tenía dinero suficiente para gasolina.
Pero ¿la encontraría en Seattle? Tenía la dirección de su casa. Tarde o temprano, tendría que volver a casa, ¿verdad? Y él podría estar esperándola. Y saltarle la tapa de los sesos en cuanto entrara por la puerta.
Pero Seattle estaba más cerca. Pinto, pinto, colorito, vende las vacas a veinticinco…
¿Virginia? ¿O Seattle?
• • •
—¿Dónde te criaste? —preguntó Zack cuando estuvieron de nuevo en el coche y se dirigían hacia la autovía.
Olivia hizo un gesto vago con la mano hacia el oeste.
—No lejos de aquí.
—¿Tu hermana fue secuestrada en el parque de tu barrio?
—Sí.
—¿Quieres volver allí?
Olivia había estado pensando precisamente en eso. Se había preguntado si ir al parque le ayudaría a desterrar parte del dolor que seguía sintiendo en su interior. Tras el asesinato de Missy, no había vuelto a atravesar el parque jamás. Por las mañanas, tenía que hacer el largo trayecto hasta el colegio. Aborrecía caminar sola, así que intentaba mezclarse con algunas de las chicas mayores del vecindario; esperaba detrás de la puerta principal hasta que las chicas pasaban por delante de su casa, y entonces echaba a correr y las seguía. Ellas la ignoraban, pero daba igual. Se sentía más segura por su mera presencia.
—¿Tenemos tiempo?
—Disponemos de unos minutos. Y puesto que estamos aquí… si quieres ir…
Olivia asintió con la cabeza e indicó a Zack que siguiera hacia el oeste, en lugar de doblar hacia el norte para meterse en la autovía.
Le sorprendió lo mucho que habían cambiado las cosas, y hasta qué punto seguían iguales. Todo parecía «más»: más casas, más tiendas, más negocios… Pero las calles eran las mismas, y no tuvo dudas para encontrar el camino de vuelta al hogar.
«El hogar». Nunca había pensado en su casa como en un hogar, al menos después de la muerte de Missy.
Al cabo de un par de giros, Olivia dijo:
—Para.
Zack detuvo el vehículo y echó una mirada a las casas de ambos lados de la calle.
—¿Han edificado sobre el parque o algo así?
Olivia sacudió la cabeza; sentía una opresión en el pecho, y en su cabeza pugnaban emociones contrapuestas. Señaló una casa que se levantaba justo al otro lado de la calle. La fachada de ladrillo era señorial, aunque la casa no era grande; los postigos blancos estaban recién pintados y tenía las cortinas descorridas para dejar entrar la luz.
Después de la muerte de Missy, su madre no había vuelto a descorrer las cortinas.
—Ahí es donde vivíamos.
Para ella, la casa había sido anodina, grande e intimidatoria, carente de calor y de luz, además de amor.
Olivia se quedó mirando de hito en hito la modesta construcción de dos plantas de Eucalyptus Street. El magnolio que crecía en la parte delantera, apenas un árbol joven en la juventud de Olivia, había madurado, y ella ya no podría abarcar el tronco con los brazos. Las hojas oscuras y gruesas y las enormes flores blancas se arqueaban con rigidez sobre el césped recién cortado. Un grupo de tres abedules blancos se agrupaban en la esquina más meridional de la casa, protegiendo parcialmente una lozana clemátide que había trepado hasta lo más alto de un enrejado de casi dos metros y medio. Sendos rosales meticulosamente arreglados, que abarcaban todas las tonalidades del blanco al rojo intenso pasando por el naranja, cubrían las dos lindes laterales de la propiedad. El padre de Olivia había invertido al menos tres horas diarias en el cuidado de su jardín.
Los nuevos propietarios debían de haber apreciado el esfuerzo, porque lo mantenían floreciente.
A Olivia le latía el corazón con tanta fuerza, que podía oír el vibrante «bumbum» en los oídos. Su visión se fue estrechando hasta que el precioso jardín desapareció y lo único que vio fue la cara hostil de la casa de su infancia. Las ventanas del piso de arriba la miraron con ferocidad, acusándola; la puerta cerrada semejaba unos labios fruncidos. La ira de su madre y el dolor que le desgarraba las entrañas. Olivia aborreció haber vuelto al hogar.
Era la casa en sí la que la aterrorizaba. Seguía oyendo los sollozos de su madre, como si las paredes hubiesen grabado cinco años de agonía maternal para reproducir todo aquel llanto angustioso para ella. Olivia extendió una mano temblorosa hacia la manilla de la puerta.
—Caminemos un poco —dijo ella.
Zack salió del coche y le abrió la puerta extendiendo la mano para ofrecerle apoyo y consuelo. Olivia se sentía tremendamente inválida, como un lastre. Veía la casa como se mantenía en su recuerdo, no como era en ese momento.
Pero allí parada, mirándola fijamente, vio que algunas cosas sí habían cambiado.
En el camino de acceso había un pequeño monovolumen.
Y un triciclo en el porche delantero.
La risa de unos niños revoloteó a través de las ventanas abiertas.
Mientras observaba todo eso, la puerta se abrió y dos niños pequeños, quizá de cuatro y cinco años, salieron corriendo de la casa. Se reían tontamente, y el sonido de sus risas se deslizó por los oídos de Olivia como un oasis en un desierto.
Las risas le trajeron recuerdos de «antes». De antes de que Missy muriese y el mundo cambiara; de cuando corrían por la calle camino del parque, riendo y haciéndose rabiar mutuamente; de cuando preparaban la fiesta de cumpleaños de papá o sorprendían a su madre con unas flores; de cuando jugaban con las muñecas y a las casitas.
La madre, una morena atractiva de caderas anchas y sonrisa permanente, salió rápidamente detrás de sus hijos.
—¡Esperad! —les gritaba mientras cerraba la puerta.
Los niños, una niña y un niño, se pararon en seco.
—Por favor, ¿podemos tomar un helado?
—Si os portáis bien en la tienda —dijo la madre.
—¡Seremos buenos! ¡Te lo prometemos!
La madre sonrió con ganas, se colgó un gran bolso del hombro y abrió la puerta corredera del monovolumen. Los niños se metieron apresuradamente en el coche, y ella les aseguró los cinturones de las sillitas. Instantes después, se alejaron en el coche.
—¿Liv? —dijo Zack con dulzura, utilizando el pulgar para limpiarle las lágrimas cuya presencia Olivia ignoraba.
—Me alegra que la casa haya encontrado una familia. —Olivia le apretó la mano—. Caminemos. El parque está a la vuelta de la esquina.
Doblaron la esquina y se encontraron frente al parque, y el recuerdo del secuestro de Missy fue tan vívido, que Olivia pudo sentir el cardenal que le había dejado en la cara la agresión de Driscoll. La marca se había curado antes de que hubieran sabido con certeza que Missy estaba muerta.
Olivia caminó hasta la placa conmemorativa que el ayuntamiento había colocado un año después del asesinato de Missy, y pasó los dedos por las letras en bajorrelieve.
«Este parque está dedicado a la memoria de Melissa Anne St. Martin».
La desvencijada estructura de barras metálicas para juegos infantiles había sido sustituida varias veces a lo largo de los años. La estructura de juegos que había en ese momento, pintada de amarillo y rojo intensos, tenía tres toboganes, un puente y una barra de descenso. Cuatro caballos separados estaban sujetos con cemento a los cimientos por debajo del ladrillo para que los niños pudieran galopar en el sitio.
Los árboles habían aumentado tres veces su tamaño, tanto en altura como en anchura.
El ladrillo había sustituido a la arena.
Los columpios ya no estaban.
¿Cuántas familias que disfrutaban de aquel parque sabían a quién estaba dedicado? ¿Cuántas personas recordaban que una niña pequeña había sido secuestrada en aquel lugar?
—Sentémonos —la animó Zack instándola a sentarse en un banco situado en mitad del parque.
La presencia de Zack era reconfortante, como estar envuelta en un edredón de plumas en pleno invierno mientras la nieve cae alrededor. Olivia había sentido siempre tanto frío, tanta soledad… Pero con Zack no se sentía desgraciada, y su soledad empezaba a desvanecerse.
—Han quitado los columpios —dijo Olivia—. Me encantaban los columpios. Siempre quería subir más.
—A mi hermana también le encantaban los columpios. De niña —dijo Zack.
—¿Cómo murió Amy?
Zack no dijo nada, y durante un instante Olivia se preguntó si no habría sobrepasado una barrera invisible entre ellos.
—Murió en una redada antidroga —dijo Zack de repente.
—¿También era policía?
—No. Era una drogadicta en rehabilitación.
—Oh, cuanto lo siento.
Zack nunca hablaba de Amy con nadie; le resultaba muy doloroso. Pero Olivia lo entendería, y le pareció justo contárselo todo.
—Mae murió cuando Amy tenía catorce años. Entonces yo era un poli novato y me trasladé a vivir de nuevo a casa de Mae en calidad de tutor de Amy. Amy tenía mucha ira contenida. Yo me había marchado de casa a los dieciocho años, hecho un matón que se movía en el límite de la legalidad. Andaba con los tipos equivocados, no quería ir a la universidad ni conseguir un trabajo, en realidad no quería hacer nada que no fuera correr en mi bicicleta y andar por ahí con los amigos.
»Cuando averigüé lo de mi madre, hice un buen examen de conciencia y supe que no quería acabar como ella, preocupándome solo de mí. Me sentía impotente para devolver la vida a las dos personas que había matado. El alcoholismo es una enfermedad, pero ¡carajo!, tenía la sensación de que ella tenía que haberse controlado algo más.
Zack miró hacia los niños que estaban jugando, unos niños pequeños, porque era día lectivo, y la madre que los vigilaba. Ni él ni Olivia habían tenido una infancia «normal», pero ¿qué era «normal» en esos días? Tal vez fuera un sentimiento, la sensación de ser querido y estar cuidado, más que un entorno estructurado. A él lo habían querido y lo habían cuidado bien, aun sin su madre.
A Olivia, no.
Y en muchos aspectos, tampoco a Amy.
—Mae y Amy chocaban permanentemente. Mae no quería que Amy acabase siendo como su madre, y Amy tenía a nuestra madre en un pedestal. Cometí una gran equivocación desde el principio; nunca le conté a Amy lo que le había sucedido realmente a nuestra madre. No quería herirla. Me pregunto si, de haber sido sincero desde el principio, las cosas habrían sido de otra manera.
—Un panorama hipotético. —Olivia le apretó la mano—. Lo conozco muy bien.
—Al final se lo dije, cuando ya se había enganchado a las drogas. Ella tenía entonces quince años, y yo no supe manejar la situación en absoluto. No paraba de hacerle advertencias de lo más torpes, del tipo: «Endereza tu vida, o acabarás muerta o en la cárcel». —Zack meneó la cabeza sintiendo una opresión en la garganta.
—Eras prácticamente un chaval.
—No era más que un poli arrogante, atemorizado por la posibilidad de joderle la vida a mi hermana por no tener la menor idea de lo que era ser padre. Así que interpretaba el papel del poli malo. Impuse unas normas y unas horas de volver a casa muy estrictas. Mae era estricta, pero también comprendía algo que yo no fui capaz de entender: comprendía el valor de la confianza y el amor. Y lo único que yo veía en Amy era a una chica desafiante que, si no se la ataba corto, y pronto, acabaría convirtiéndose en una de las yonkis que veía a diario, tiradas en el suelo sin conocimiento en los barrios bajos.
Vio mentalmente a Amy parada frente a él tal y como era a los quince años. Camisetas sin mangas de tirantes delgados, vaqueros raídos y siempre oliendo a maría. En menos de un año, había pasado de ser una buena chica de casi sobresaliente en todas las asignaturas a convertirse en una drogadicta que apenas pasaba por clase.
—Bueno, eso duró un par de años. Se escapaba cada dos por tres, la encontraba, le imponía unas normas más duras, la vigilaba… Acabó odiándome, y pensé que debido a mi condición de poli, Amy acabaría por no confiar en la policía. Que fue lo que acabó matándola.
—¿Qué sucedió?
¿Qué había sucedido? Ni siquiera Zack estaba completamente seguro de comprender a Amy ni todos los acontecimientos que condujeron a su asesinato.
—Al terminar el instituto, uno de sus mejores amigos murió de sobredosis. Eso la impresionó de verdad. En esa época, estaba viviendo con algunos chicos mayores, universitarios, y me pidió si podía volver a casa. Le dije que sí, siempre que viviera de acuerdo con mis normas. Ella tenía diecinueve años, y creí, por su forma de comportarse, que quería realmente salir de la vida que había escogido.
»Durante un tiempo, las cosas entre nosotros marcharon bien. Conseguí que empezara una terapia para desengancharse, y pareció que daba resultados. Amy no quería hablar conmigo de nada, pero daba la sensación de haber perdido parte de la ira y de la hostilidad, así que no la presionaba para que hablara. Entonces, empezó a asistir a clase en la universidad municipal. Allí fue donde conoció a Kirby.
—¿Al periodista?
Zack asintió con la cabeza, y recordó el día que Amy llevó a Kirby a cenar a casa, aparentemente con la intención de presentárselo. Zack ya conocía a Kirby, un periodista gallito que aparecía como un sabueso en todos los escenarios de crímenes delicados desde que se había hecho cargo de la sección de sucesos seis meses antes. A la sazón, Kirby no conocía límites, y tampoco los había aprendido desde entonces.
—Lo que viera Amy en él… lo ignoro.
Tal vez no lo supiera. Kirby era atento, y daba la sensación de que escuchaba de verdad a Amy. La comprendía en cuestiones que Zack no la había comprendido jamás. Quizá se debiera a que los separaban menos años; o tal vez, a que Zack seguía molesto por las elecciones vitales que había hecho Amy. Se había sentido orgulloso de ella por haber conseguido limpiarse de las drogas; ¿habría sentido lo mismo si ella hubiese seguido drogándose? ¿La habría seguido queriendo?
—Salieron durante mucho tiempo. Un par de años. Yo ya era lo bastante adulto para aceptar a Kirby como parte de la familia, supongo. Vamos, que si Amy estaba en casa, Kirby también estaba allí. Yo no paraba mucho en casa y hacia horas extras siempre que podía. Habíamos recibido la casa de Mae limpia de polvo y paja, pero no dinero, así que tenía que devolver los préstamos de mis estudios, costearle la carrera a Amy y pagar las facturas.
»Entonces, todo cambió. —¿Había cambiado? ¿Fue algo repentino o gradual? Zack lo ignoraba; no recordaba muchas cosas de aquella época, a excepción del trabajo.
»Oí algo sobre una operación antidroga secreta en la facultad de Amy. Estaba preocupado por ella, porque ella parecía preocupada, y temí que siguiera teniendo amigos en aquel mundo.
Zack no había olvidado jamás de lo que se enteró aquel día. Cuando empezó a preguntar por el asunto, el jefe Lewiston lo llamó a su despacho, donde le dijo sin ninguna ambigüedad que se mantuviera al margen. El golpe era una operación conjunta de la policía estatal y los federales para meter entre rejas a algunos traficantes importantes. Si tenían éxito, podrían eliminar la mitad de los canales de distribución de drogas en la ciudad de la noche a la mañana.
«¿Hasta qué punto está involucrada mí hermana?» había preguntado Zack.
Lewiston no había querido decírselo. Pero al final, Zack se enteró de que Amy estaba actuando de infiltrada para la policía.
—Amy conocía a todos los que se movían en el mundo de la droga. Confiaban en ella. No podíamos introducir a ninguno de los chicos, así que cuando uno de los agentes de narcóticos que teníamos en el campus se acercó a ella, Amy aceptó ayudar.
—¿Y no te lo dijo?
Zack meneó la cabeza.
—No confiaba en mí.
—Estaba asustada.
—Debió haberlo estado. Estaba jugando a un juego muy peligroso. Si yo lo hubiese sabido, se lo habría impedido. O protegido. Tal y como discurrieron las cosas, no pude hacer nada.
—¿Murió durante la operación?
Zack respiró hondo al tiempo que negaba con la cabeza.
—La operación salió perfectamente. Cogieron a todos los que querían y se interrumpieron las principales vías de distribución de la costa noroccidental del Pacífico.
»A Amy la mataron a tiros a la mañana siguiente desde un vehículo en marcha.
Olivia alargó la mano para agarrarlo.
—¡Oh, Zack! ¡Eso es terrible!
—¿Sabes cuál fue el problema? Que Kirby lo sabía todo desde el principio; lo sabía y no me dijo nada. Decía que la amaba, pero no hizo nada para protegerla. De hecho, escribió todos los artículos posteriores sobre la operación y el asesinato de Amy. No puedo mirarlo sin pensar que él debería haber hecho algo diferente; que yo debería haber hecho algo diferente. Y no solo en cuanto a su actuación como infiltrada, sino respecto a su educación.
Olivia apoyó la cabeza en el hombro de Zack.
—No puedo imaginarme lo que debe ser padre. Ser responsable de la salud y seguridad de otro ser humano.
—¿No quieres tener hijos?
—No. Jamás. Aunque entre Greg y yo había muchos pequeños problemas, la causa de nuestro divorcio fue que él quería hijos, y yo, no. Me negaba a traer un hijo al mundo; un hijo que pudiera ser violado o asesinado o herido. He visto demasiado dolor, demasiada angustia. Mi madre se suicidó porque perdió a una hija; Brenda Davidson cayó en una profunda depresión. No culpo a ninguna de las dos, la verdad. ¿Cómo puede sobrevivir una madre, cuando ha perdido parte de sí misma? ¿Y cómo puede proteger una madre a su hijo a cada instante todos los días?
—Puede que nuestro trabajo haga que nos hastiemos —dijo Zack—. Y tu infancia no ayuda. Pero ahí fuera hay cosas buenas; cosas para disfrutar y celebrar. Crecí en Seattle y no se me ocurre un lugar más hermoso para vivir. Toda la costa noroccidental del Pacífico es increíble. La visión de las montañas el primer día despejado después de una tormenta de nieve; atravesar el estrecho de Puget en velero; subir hasta uno de los cientos de lagos y pescar durante horas. —Hizo una pausa y se pasó la mano por el pelo—. No sé. El mundo es peligroso, pero hay mucho por lo que vivir.
—Sí, supongo que lo hay.
Permanecieron sentados en silencio observando a los niños jugar.
El móvil de Zack sonó unos minutos más tarde, y él miró el número.
—El jefe Pierson —le dijo a Olivia antes de responder a la llamada. Colgó al cabo de un minuto.
—Bruce Carmichael es el hombre que buscamos. Murió de cáncer de próstata hace tres años, pero el alcaide consiente en dejarnos ver sus archivos y hablar con algunos de los guardias que lo conocieron. Nos espera a la una. Es mejor que nos pongamos en marcha.